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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

Francisco Suárez Moreno

Apuntes sobre la historia del ron de caña en Canarias y Madeira, nuevo libro digital en BienMeSabe.org

Apuntes sobre la historia del ron de caña en Canarias y Madeira, nuevo libro digital en BienMeSabe.org

BienMeSabe.org ofrece a sus lectores, de la mano de su colaborador y Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás Francisco Suárez Moreno, un nuevo estudio que enriquece la bibliografía canaria sobre el ron y la caña de azúcar en la historia canaria.

Poco a poco han ido aumentando los estudios parciales y de conjunto sobre la temática de las bebidas canarias, y concretamente sobre el ron. En este sentido, la obra que BienMeSabe.org acaba de editar de forma digital, escrita por nuestro incansable colaborador Francisco Suárez Moreno, viene a enriquecer desde diferentes puntos de vista el corpus bibliográfico sobre el tema aludido.

La obra nos informa del transcurso temporal de los aguardientes a lo largo de la historia, repasando en este trayecto los viajes del líquido preciado por América, pero sobre todo por la coordenada macaronésica entre Madeira y Canarias. Una figura singular en todo este proceso es Manuel Quevedo, un canario nacido en Arucas (Gran Canaria) que fundará en 1936, tras un itinerario vital y laboral bastante significativo en el tema que nos ocupa, el conocido y admirado Ron de La Aldea. Así, Francisco Suárez traza su biografía al compás del desarrollo de la fábrica originada en el municipio aldeano y que en la actualidad, desde hace ya unas cuantas décadas, existe como marca Ron Aldea en San Andrés y Sauces (La Palma). Dos de los valores principales de esta obra son, entre otros, el trazado de la historia de esta preciada bebida en los paladares canarios y, sobre todo, la exposición didáctica del autor durante todo la publicación, aspecto este último fundamental que se enriquece con las fotografías y los continuados cuadros-anexos insertados a lo largo de sus páginas.

Por último, con esta nueva publicación estrenamos formato de libro digital, resultado del trabajo de nuestro compañero Carlos A. Suárez Mujica, que tiene una disposición visual mucho más grata de cara al lector que hasta él se acerque, una estructura de presentación que imita los libros manuales de toda la vida, donde se pueden pasar las páginas, agrandar su tamaño e imprimir, entre otras utilidades.

Este nuevo libro de Suárez Moreno, editado digital y gratuitamente por BienMeSabe.org, hace el número 6 de nuestra colección de Publicaciones, donde el mismo autor ha dado a la luz otros dos textos más. En breve saldrá el número 5 de dicha colección, una propuesta didáctica del español de Canarias a partir de la obra del escritor canario Pancho Guerra.

El libro puede ser leído pinchando en la siguiente dirección:

http://www.bienmesabe.org/productora/produccion.php?id=13

PAISAJES EN EL RECUERDO.LAS ALCANTARILLAS OLVIDADAS

PAISAJES EN EL RECUERDO.LAS ALCANTARILLAS OLVIDADAS

La ingeniería civil española de principios del siglo XX con los proyectos oficiales de construcción de carreteras estuvo a la vanguardia tecnológica en todos los aspectos del trazado de estas. Pero los presupuestos oficiales no permitían muchas obras de fábrica y  las carreteras había que plegarlas excesivamente a las curvas de nivel de los terrenos y si estos eran fragosos el trazado se iba al fondo de barrancos y barranqueras donde pequeños pontones y alcantarillas cumplían su cometido.  No obstante los proyectos no dejaban ni un solo tramo de badenes por donde las aguas discurrieran en superficie. A título de ejemplo digamos que en la carretera de Agaete-La Aldea  se diseñaron bajo su firme más de 200 alcantarillas, pontones, caños… para el discurrir de las aguas pluviales, a veces tumultuosas, sin interrumpir el tráfico. Otro ejemplo es la carretera del Pueblo a La Playa de La Aldea cuya construcción se inició allá por el año 1917, para lo cual se construyeron diez alcantarillas un puente-badén y solo dos badenes. Y de las alcantarillas de La Playa al Pueblo va nuestro relato de hoy, a golpes de recuerdos, sin que estos puedan considerarse como tesis concluyentes de información puesto que no la hacemos con método histórico sino simplemente en ese marco conceptual de paisajes en el recuerdo.

Dicen que alcantarilla viene de alcántara y que esta es una palabra de lenguas románicas como el castellano y portugués derivado de árabe (القنطرة) Al-qantara, que significa «puente». Quizás el más famoso de ellos sea el Puente de Alcántara en Toledo o la ciudad extremeña de Alcántara o la argelina de El Kantara en la provincia de Biskra. O sea que alcantarilla es un puentillo un  pontón pequeño. En efecto, nuestras las alcantarillas eran desagües pequeños, por lo que cabía un hombre agachado y los niños tocábamos su techo con la mano fácilmente. Las conocíamos a todas en nuestro trayecto de ir y venir a la escuela. Eran puntos de escondite en los juegos de niños y, además, nuestros servicios públicos.

Si la memoria no nos falla, que siempre suele fallar en algo, la primer alcantarilla desde La Playa al pueblo se ubica en el barranquillo de La Caletilla (subsiste), seguía otra en las casas de La Playa, junto a los bares de hoy (obstruida completamente), luego a pocos metros estaba la de Los Caserones, junto a los apartamentos de Los Leones (obstruida también), después otra de doble hueco, a la salida de Los Caserones (subsiste) y tras cruzar el barranco por el puente actual al final del badén estaba un pontón (subsiste pero inutilizado porque las aguas del barranquillo de las Gambuesillas ya no pasan por este, hasta que algún día vuelva por su cauce). En fin que aún sin empezar a subir hacia el Pueblo ya hemos contado varias salidas de agua bajo la calzada, de las cuales tres obstruidas o inutilizadas hoy. El barranquillo de las Gambuesillas en su intersección por la carretera general, allí en Los Árboles (eucaliptos plantados al mismo tiempo de la construcción de esta carretera) carecía de puente y en su lugar solo había un badén pero poquito más arriba, en las casas de La Marciega, se hallaba otra alcantarilla (hoy obstruida), luego otras más: en la Vuelta de Abrahanito (subsiste), en El Cruce (sustituida por desagüe subterráneo insuficiente), en Los Majanos (obstruida)… hasta el badén del barranco de Las Canales en El Albercón. Pocos metros más arriba, en este mismo barrio, nos encontramos con otra alcantarilla, frente al bar de Tato Cabrera, La Gañanía (obstruida) para llegar al barranquillo hoy conocido como el de Las Panchas cuyas aguas discurrían en superficie sobre badén. Y entramos en Los Espinos donde entre el Árbol de Los Sánchez y la Casa de Carmita Díaz había otra alcantarilla, doble y de mayor altura (luego obstruida para recientemente volver a reconstruir eficientemente). En El Barranquillo Hondo teníamos, junto a la entonces Gasolinera  (de Paulino Ramos) y almacén de Angulo (hoy Toyota), otro desagüe (obstruido) para, tras avanzar la carretera por todo Jerez se llegaba a La Ladera, a las Rapaduras, punto denominado así porque después de 1917 se colocaron unos cuatro volúmenes tronco-cónicos de piedra, como protección; aquí había una alcantarilla doble, de mucha luz, que conducía bajo la carretera a las aguas del barranquillo de La Hoya del Viejo (hoy obstruida con cemento para darle mayor consistencia) y junto a la misma, una vez que se construyó la vía empedrada de La Ladera, La Cuestilla, a principios de los cuarenta, en su base se trazó para conducir las aguas de dicho barranquillo bajo la misma otra alcantarilla de un solo hueco de techo abovedado, concretamente bajo El Pilar; de esta forma, las aguas pluviales que desde Los Cardones Bajos y Hoya del Viejo, una vez llegaban a la Palma de Mianito, si no podían ser conducidas por la  Acequia Real, seguían hacia abajo y por las dos vías  de desagüe(Cuestilla de La Ladera y carretera general), hasta La Rosa sin interrumpir el tráfico. En estas dos alcantarillas de La Ladera recordamos los mil enredos infantiles en los juegos a “manos en alto” adonde también desembocaban las aguas tanto de la Acequia Real como la del molino de agua de allí, el Molino de La Ladera como se lo conocía antiguamente antes de la ubicación entre 1917 y 1920 de las referidas rapaduras. Ante la obstrucción intencionada de ambos desagües vemos hoy, en tiempo de lluvia, en el mismo cruce de la carretera hacia Mogán, que este nudo de comunicaciones se vuelve intransitable, avanzado ya el siglo XXI.

Y es a donde queremos ir a parar. En este trayecto de carretera general del Pueblo a La Playa había tantas alcantarillas que en tiempos de lluvia revueltos cumplían eficientemente su misión de las cuales más de media docena fueron taponadas haciendo que las aguas pluviales  de nuestros barranquillos discurran por la superficie de nuestra carretera, en tiempos de tanta sabiduría tecnológica, de tantos ingenieros con años de estudios sobre el cuerpo y de tantos presupuestos públicos de carreteras invertidos en mil rotondas, monumentos y viaductos.

A todo esto debemos indicar la especificidad de que en toda la circunvalación de la Isla, este era y aún es en algunos tramos,  donde las aguas pluviales discurren sobre una vía general. E incluso habiéndose realizado recientemente pontones al no conseguir que las aguas de algunos cauces discurran por los mismos; caso de el barranquillos de Las Panchas en este último temporal.  Y aún más podemos ver donde barranquillos asfaltados para el tráfico rodado interseccionan las vías generales generando el caos con las lluvias.

Por último no queda una duda donde la ingeniería actual parece incuestionable: ¿son suficientes los desagües que actualmente se están construyendo en la nueva carretera de Agaete-La Aldea en prevención de las grandes avenidas centenarias, si es que está bien expresado el término. La historia actual de inundaciones y rotura de desagües, de urbanizaciones inundada y demás efectos negativos de temporales… solo tienen una explicación: falta de previsión de ciudadanos que construyen donde no deben hacerlo, autoridades que se lo permiten e ingenieros que mal planifican las obras públicas y privadas. Es el desatino humano, la huella antrópica que pretende desnaturalizar la Naturaleza, la que tarde o temprano pide paso por donde siempre ha pasado.

 

FOTO: Enero de 1979.  Carretera general obstruida por el barranco de Las Canales, El Albercón. Francisco Suárez Moreno.

PAISAJES Y PERSONAJES EN EL RECUERDO (VI).DON JOSÉ MATÍAS, EL FOTINGO

PAISAJES Y PERSONAJES EN EL RECUERDO (VI).DON JOSÉ MATÍAS, EL FOTINGO

Habrán leído en la prensa la noticia de que  el sábado pasado se  presentó, en la Playa de La Aldea, un viejo coche restaurado, marca Triumph,  modelo Herald, 13/60,  del desaparecido  José Matías, cofundador de la industria panadera local PAVIMASA. A la novedad de la recuperación de un coche antiguo por la familia de su hija Paca Matías,  se unió el recuerdo a su propietario, popular y apreciado personaje local,  en cuya larga vida llegó a tener hasta tataranietos.  La noticia también añadía que don José Matías había  ejercido en su juventud como un diligente propio, con la particularidad de cubrir en pocas  horas, a pie,  los largos y sinuosos caminos de herradura, cuando este pueblo carecía de carreteras, lo que le valió el sobrenombre de el Fotingo, al decirle en una ocasión el Juez de Guía, en su asombro por la rapidez con que en el mismo día había cubierto dos veces el trayecto de La Aldea a Guía: «pues usted corre más que un fotingo» (Ford-T de principios del siglo XX), lo que él se encargó de transmitir y repetir una y otra vez, añadiéndole además que él  «se ponía de Agaete a La Aldea en dos horas», cuando a paso normal se tardaba medio día.  Y es que la restauración de su viejo Triumph, G.C. 58443 y su presentación, en la que estuvo presente el párroco, familiares y amigos, supuso un emotivo recuerdo de este célebre personaje local pionero además en la repostería industrial de este pueblo.

Por un lado, la restauración de una joya de automóvil histórico como ésta es un motivo de alegría. Recuerden que, en aquellos años cincuenta y sesenta de expansión económica local, a pesar de las crisis cíclicas de las sequías, se importaban muchos coches ingleses, franceses, alemanes...  La Triumph Motor Company  había sido un fabricante británico de automóviles que, nacida a finales del siglo XIX como constructora de bicicletas, luego pasaría al sector de coches. En concreto, el modelo Triumph Herald era un coche de dos puertas introducido en el mercado europeo hacia  1959. Había sido diseñado por el italiano Michelotti en la variedad de modelos  berlina, descapotable, coupé y  furgoneta. El  Triumph  Herald 13/60 se presentaba con éxito en  octubre de 1967, en  el Salón del Automóvil de Londres. El frontal fue rediseñado con un sombrero similar al Triumph Vitesse  y ofrecía un tablero  de  instrumentos de madera, entre otros extras de aquel entonces.  El motor se ampliaba a 1.296 centímetros cúbicos, con  un carburador  Stromberg 150D, que ofrecía una potencia de 61 CV (45 kW). Este Herald 13/60 se siguió fabricando hasta diciembre de 1970, cuando su línea, de finales de los años cincuenta, principios del los sesenta, ya estaba un poco obsoleta, y se había fabricado la alternativa,  primero en 1968,  de un nuevo Triumph Herald 1200,  y luego la berlina Triumph 1300.

Por otro lado, este hecho ha sido motivo para el recuerdo de aquel popular personaje que fue don José Matías, industrial de la panadería con la que inició su negocio en El Estanco, donde además producía todo tipo de dulces que luego se vendían en los diversos carrillos que entonces había, en la heladería Horchatería Central de Miguelito León, en los cafetines de los cines y en la dulcería de la Placeta de la familia Benítez. Todos saboreábamos aquellos sabrosos queques carbonatados al paladar al precio de una peseta o las ensaimadas (los panillos de media peseta),  los rosquetes de anís,  entre otros dulces que nos llenaban el estómago a módicos precios; y hasta nos llevábamos pleitos en los estudios, con aquello que Carmita Afonso solía decir en el Colegio, centro de segunda enseñanza de La Palmilla, cuando trincaba a sus alumnos fumando en el baño: «¡eh… salgan, salgan…  y cómo sale el humo,  como la panadería de José Matías cuando amasaba con leña…!».  

Vamos con algún detalle más del porqué de su sobrenombre, el Fotingo. Decíamos que le provino de su velocidad peatonal, como la de los Ford T de entonces, muy populares allá por los años veinte del siglo pasado, y casi que se lo puso él mismo en su pueblo, cuando contó lo que le había dicho el Juez de Guía. Aunque lo más curioso es que el asombro de la autoridad judicial no fue tanto por la rapidez en cubrir el trayecto a pie de Guía a La Aldea, cerca de 50 kilómetros, sino porque lo había hecho dos veces en el mismo día. Dicen que salió de madrugada para estar a primera hora en el Juzgado de Guía para cumplimentar el encargo de unos papeles y de regreso La Aldea tuvo que volver nuevamente a dicho Juzgado por lo que al verlo el Juez se asombró con «usted, Matías otra vez por aquí (…) pues corre usted más que un fotingo». Y es que le gustaba la velocidad, primero a pie por los caminos cumpliendo su función de propio y luego con su moto y vehículo a motor, aunque siempre con la máxima atención a la carretera, por lo que no se le conoció accidente alguno. Cuentan que, en una ocasión, venía en su Triumph a toda marcha de Agaete a La Aldea, tiempos de socavones en aquella carretera, uno de los cuales sorteó con su peculiar habilidad, al tiempo que se tropezó de frente con la motorizada de tráfico, que en un principio imponía un tremendo respeto y miedo.  Ante aquella maniobra de don José Matías,  no lo pararon, quizás con el susto en el cuerpo tras la operación repentina pero necesaria de Matías; pero, éste, se detiene y les grita con su característico nervio, algo más o menos así: «que conste que la carretera estaba mal». Y tenía razón; hoy este tipo de anomalías de la red viaria es una tremenda responsabilidad de la Administración. Otros mil cuentos deben haber de este personaje que nosotros desconocemos y que no tienen cabida en este artículo, sobre todo de su juventud, momento en el que destacó como parrandero en fiestas: dicen que en una ocasión, en uno de nuestros campos cuando iba a ver a su novia, se acabaron los voladores y mala era una fiesta sin ellos, cuando de repente se oyeron una y otra vez animando a la fiesta ¿voladores?  No, eran los disparos al aire de su revólver, algo que la gente del lugar le agradeció mucho.

Para acabar esta breve crónica, les contaremos una última anécdota de don José Matías: la primera Vuelta Motorista a la Isla, organizada por el Moto Club de Gran Canaria, cuya primera etapa se celebra el domingo 17 de agosto de 1960, generó una enorme expectación popular por toda nuestra geografía, gracias al ambiente creado en la prensa de entonces. Aquella mañana, el pueblo de La Aldea se agolpaba a la orilla de la carretera desde el cruce de La Ladera hasta la Playa. La carrera venía de Las Palmas por el Sur y acababa en Agaete. Sirenas, guardias civiles, policías locales… le daban al evento mayor apasionamiento. Vino a llegar a La Aldea, después de la gente esperar tanto tiempo, a eso del mediodía.  Tras pasar los primeros corredores, don José Matías debió calcular que aquello no era correr como él sabía hacerlo en su terreno. Y el ambiente adquirió tintes extraordinarios. Don José Matías, ya hombre maduro pero muy activo,  empezó a competir con los motoristas desde La Ladera hasta La Playa; terminada una “pega”, volvía para arriba a toda velocidad para enlazar con otro corredor más, entre los mil aplausos de la gente, más aún, cuando en algún tramo lograba sobrepasarlos. En fin… que el espectáculo lo dio aquel día el señor Matías en su Montesa de 125 centímetros cúbicos. Claro que divirtió a su pueblo, pero no a su familia: cuando llegó a su casa debió recibir la correspondiente reprimenda.

Nuestro personaje de hoy murió de avanzada edad y con calidad de vida, y dejó una larga descendencia de hijos, hijas, nietos, bisnietos y tataranietos. Y a lo que íbamos: el pasado sábado volvió su halo, sus recuerdos, sus mil y una anécdotas, dentro de su siempre azul Triumph Herald 13/60.

Seguramente muchos lectores de Artevirgo sabrán muchas más anécdotas y cuentos de este singular aldeano. Estos medios de comunicación digital permiten completar estos contenidos, a lo que los animamos a todos.

 

En La Palmilla a cuatro de octubre de 2010.

 

 

Francisco Suárez Moreno

Cronista Oficial de La Aldea

 

 


CUENTOS E HISTORIAS DE TEMPORALES EN LA ALDEA Y TASARTE

CUENTOS E HISTORIAS DE TEMPORALES EN LA ALDEA Y TASARTE

(Foto de cabecera: Fernando Ojeda, Canarias7)

Ahora llueve en La Palmilla, en el solsticio de invierno de 2009. Entre el suave tintineo de las teclas de mi ordenador y de la lluvia que cae en estos momentos, roto a cortos intervalos por el estallido de las ruedas de los vehículos con el  agua que baja calle abajo, desgrano estas letras sobre algo de historia y tradición de los temporales que a lo largo del tiempo ha tenido que afrontar nuestra gente; todo ello, en las márgenes que nos permiten la memoria y algún que otro poco texto escrito que hemos podido localizar.

 

TIEMPOS DE SUR: MOGANERO Y CHA LIJANDRA

Los tiempos de lluvia tenían nombres propio según su trayectoria: el de Norte, el de la Bocana (Oeste); el de Suroeste (Chalijandra) y el de Sur (Moganero). La posición de la Saharita daba indicios: alta, año de poca lluvia, baja, escorada a los Cedros, mucha lluvia. Estos días rompen el maleficio, días de lluvia, pero con la Saharita alta. No encuadra con la tradición. Pero las cosas ya no son como antes, aseguran los viejos. Hace unos años le pregunté a don Pedro Suárez, el del Barrio, que en paz descanse, entrañable vecino, entonces casi nonagenario: «¿Qué dice la experiencia, llueve o no llueve este año?, respondiéndome en su posición inclinada sobre su bastón, más o menos con estas sabias palabras: «la experiencia me dice, amigo Paco, que la experiencia no vale ya para estas cosas (...)».

 Los tiempos de lluvia ponían en prevención a la sociedad tradicional, la de antes de los años setenta. Y a  la gente de afuera siempre les extrañaba. Yo recuerdo, en mis primeros años de docente,  cuando se presentaba la lluvia del Sur cómo madres y padres acudían a las escuelas a recoger sus hijos y, además retiraban las cosas mal puestas en el paso del agua y revisaban todo. Era algo presente en la memoria colectiva.  Hoy la memoria se ha perdido en parte. Los vemos ir en sus coches a recoger a sus hijos a los colegios pero no tienen en cuenta que el agua de barranco y barranquillos tiene que pasar por donde siempre lo ha hecho. Y así no solo se construyen casas y hacen fincas dentro o en los límites de los cauces sino que transitamos o dejamos nuestros coches en zonas de potencial peligro. O hacemos y circulamos por calles que son barranquillos asfaltados. En otros lugares ocurre lo mismo y peor que aquí. Los resultados los vemos a cada momento.

Sobre la extrañeza de los foráneos en la prevención ante un temporal les pongo un ejemplo. Se rieron mucho los ingenieros de la presa en construcción Caidero de la Niña, en noviembre de 1953, cuando ante la presencia de un mal tiempo se paró el trabajo, se recogió el material y, los operarios advirtieron que había que retirarlos más lejos, en fin que había que dejar expedito el cauce del gran Barranco. En el lenguaje de los peninsulares y acento malagueño, la respuesta del encargado general fue, más o menos: «joder  con vosotros, si esto no es más que un riachuelo, tienen ustedes que conocer lo que es un río y desbordado en la Península». Cuando tras las sucesivas trombas de agua el gran Barranco de Tejeda llegó a las obras de la presa, furioso, con miles de azadas y  con «sus escrituras bajo el brazo», el encargado se quedó estupefacto al ver cómo se llevaba todos los materiales hacia abajo.

 

RIADAS DE PÁNICO: LOS SANTA BÁRBARA, SAN ANDRÉS...

Lo que pasó ayer en Tasarte es otro ejemplo de las ocasionales avenidas que suelen presentarse en nuestra tan complicada orografía, de quebrados perfiles y rampas pronunciadas que dan extremada fuerza a la fluidez del agua pluvial.  Cuando las aguas bajan turbulentas y acompañadas de piedras y escombros por estos lugares, que nadie les impida el paso por su cauce natural. Y como la reciente mano del hombre-mujer con cemento y alquitrán fabrican de acuerdo con sus necesidades pasa lo que pasa. Es decir que si bien antes existían desbordamientos de los cauces principales estos fluían hacia las barranqueras milenarias, las que por ello hoy están obstruidas.

Dicen los periódicos que los más viejos de Tasarte no recuerdan ni de oídas nada parecido al aluvión de ayer. Pero es que a algunos los viejos de hoy, los que dicen que ya no hay viejos porque no se reconocen como tales, la memoria oral colectiva suele fallarles en determinados momentos. Seguro que, en estos días habrá algún octogenario o nonagenario, que recuerde algo de lo que sus mayores le contaran. En lo que a mí me toca, no por viejo, puedo aportar algo.

Saben que toda mi familia materna es de Tasarte, longevos casi todos, sobre todo los "Moreno", dicen  que uno de ellos, en Cuba, se quitó la vida con 104 años porque decía que ya estaba cansado de vivir. Mi tío Luciano Moreno, como otros ancianos del lugar  que hasta hace poco tiempo vivieron y que hoy descansen en paz (Juan Matías, Juan Déniz, los hermanos Moreno Umpiérrez...), me contaron, por ejemplo, con toda precisión cómo se presentó, hace unos 150 años, una fuerte tromba de agua en Tasarte, y el barranco arrastró cuanto había a su paso. En la Postreragua dos  hermanos de los Viera cuidaban unos animales y ante aquel mal tiempo se guarecieron bajo una gran piedra. Los pobres no pudieron contar la historia como ayer la contaron los vecinos de El Palillo. Otro ejemplo: mi abuela, Carmen Afonso, siempre contaba la historia de un temporal, «el de San Andrés», que la trincó subiendo del Canónigo al Palillo. Decía ella, según me cuenta mi madre, hoy con 85 años, que  oía estruendos por todos aquellos barrancos y barranquillos desbordados y que «las grandes piedras volteaban por todos los lados y pensó que no llegaría a su casa». En ese tiempo, yo calculo que fue el temporal de San Andrés de 1919, ni había carreteras ni como hoy tantas casas, y las que se hallaban estaban bien ubicadas frente a estos fenómenos ocasionales que siempre se guardaban en la memoria colectiva. Mi madre, visto lo visto por los medios de comunicación y con una pormenorizada  descripción de cómo era antes la zona afectada (donde ella se crio) por la riada, me llegó a una simple conclusión: la carretera principal de El Palillo debió absorber las aguas y escombros de un barranco obstruido, en el punto de mayor desnivel. Piedras, aguas y escombros a velocidad causaron el desastre físico sin muertes por milagro. Precisamente, donde las aguas rompieron para tomar camino del barranco principal, con el consiguiente destrozo, era su casa. «Por detrás siempre llegaba el barranquillo, nos inundaba los pedazos y mi padre los reparaba de nuevo (...) «Entre él y las Viera siempre estaban pendientes para controlar las aguas, pero las casas estaban en alto, no había peligro (...) pero hoy aquello no se conoce, todo distinto»

Sobre el temporal de San Andrés de 1919,  tenemos una excelente descripción, para el valle de La Aldea, la narrada por un agricultor tan erudito como de genial memoria como fue Juan Pablito Montesdeoca, de Artéjevez. Más o menos, hace unos 20 años, nos contó que aquel día había amanecido completamente encapotado con plomizos nubarrones, muy oscuro, "zorrón"... que empezó a caer una lluvia muy intensa sin descanso hasta el mediodía, que cuando se paró el tiempo toda La Aldea no era más que barranqueras y que en estas no se veía el agua correr sino «espumas como la lana de las ovejas». Cuando descampó, según Juan Pablito, con estas palabras aproximadas: «el barranco de Tocomán se metió en el pueblo; un saco de carbón que estaba en la casa del padre de Lengo, allí en el Barrio, el agua lo arrastró hasta la puerta de la Iglesia; en Los Cascajos, el barranco iba de un lado a otro, hasta las mismas casas del pueblo; se llevó la Máquina [La Rosita, la máquina de vapor que sacaba el agua del pozo de la Casa Nueva] y allá abajo se llevó el Puente que había (...)» .

Antes de este temporal de 1919, que pudiera ser de los más aparatosos del siglo XX, cuyos efectos se pueden apreciar en las fotografías que hacia 1925-1928 tomó Teodor Maisch desde la Cruz del Siglo, hubo otros de triste memoria. Sabemos que a finales del siglo XIX, en la década de 1890, hubo uno tan fuerte que se desbordó y causó enormes destrozos por los márgenes de los barrancos. Quizás sea el que los mayores de mediados del siglo XX conocieran como el Temporal de Santa Bárbara.  De uno de estos sabemos por los Borradores de Comunicados de la Alcaldía a las autoridades de la Provincia pidiendo menos exacción en los impuestos, que el barranco de Tocomán entró, una vez más, en el pueblo, bordeando sus aguas con la puerta de la Iglesia, con la gente dentro de la misma rezando para que dejara de llover. No tenemos constancia escrita concreta de otros destrozos anteriores pero que debieron existir con toda seguridad, salvo el caso de un muerto a mediados del siglo XIX en La Aldea tras ser arrastrado por las aguas del barranco, aparte el caso de los dos niños de Tasarte, cuyos datos más precisos los aportamos al final.

A REZAR EN LA IGLESIA

A propósito de que la gente rezara dentro de las iglesias para que dejara de llover, tenemos una curiosa anécdota de un célebre personaje de La Aldea, que fue vecino y Juez de Paz de Mogán: Panchito Espino. Son muchos los cuentos de Panchito en Mogán; uno tuvo que ser con uno de los temporales de 1950 a 1953. Después de una fuerte lluvia en incesante tromba el barranco de Mogán venía furioso llevándose todo a su paso, "con las escrituras bajo el brazo", y para detenerlo por intersección divina, la gente rezaba en la Iglesia a su Antonio de Padua que tanto, lo creían sus devotos, había salvado al pueblo  de cigarras y malos tiempos de sequía. Ahora pedían que dejara de llover. Panchito Espino había preferido ponerse en su finca, junto al barranco, por si podía hacer algo cuando el barranco llegara. Pero todo fue en balde. Llegó el aluvión a su finca y -cualquiera se ponía delante- se llevó todo, incluida la cosecha del año. Apenado, Panchito fue a buscar a su mujer que en la Iglesia rezaba con todos. Desde la puerta la llama, según cuenta la tradición con: «Pepa... suelta el rosario, que recen los de abajo, que ya el barranco entró por lo nuestro».

Estamos en los tiempos de la mediana del siglo XX. Cuando entre 1930 y 1950 se producen algunas riadas más sin llegar a los dramatismos anteriores, salvo el caso de la familia de la Casa de la Huerta de Tejeda, en 1946, la que se llevó el barranco con una familia numerosa dentro, de la cual dos de los muertos vinieron a ser recogidos en La Aldea.

 

LOS TEMPORALES DE 1953

Los temporales de 1953-1954 fueron de los más significativos del siglo XX, comparables con el de 1919. Recuerdo de niño ir montado a la pela de mi padre, al Ribanzo y ver el barranco de un lado a otro, de Mederos a La Punta. Las lluvias hicieron su aparición con fuerza en octubre de 1953; pero el miércoles 16 de noviembre fueron muy fuertes. A lo largo de la mañana cayeron 91 litros en la parte alta del valle. El Barranco llegó por la tarde y con la crecida de las aguas de Tejeda, desbordó cuanto encontró a su paso. Lógicamente, dentro de su cauce natural, y se llevó casas, pozos, molinos, estanques, ganado y por último, se llevó el Puente, en La Marciega, tras socavar sus cimientos.

La única carretera que comunicaba al pueblo con el exterior, la de Agaete-La Aldea, quedó intransitable más de una semana, sin poderse llevar los tomates para Las Palmas.

Y, entre los males, alguna anécdota. Según cuentan los periódicos de la época: a una pareja de novios, por aquellos días de lluvia, procedentes de Tasarte, caminando, para casarse en La Aldea, los sorprendió un chaparrón sin margen de tiempo para encontrar un lugar para guarecerse. Pero no fue una boda pasada por agua. Ya en La Aldea, con las ropas empapadas, el cura los casó. No había que perder el tiempo. Otra la protagoniza el exportador Nicolás Suárez cuando en ese temporal el barranco entra por la Cañada Honda y se lleva su finca. Y a su casa de Cabo Verde fueron a darle la mala noticia. Estaba durmiendo, dicen, y lo despiertan: «¡don Nicolás... el Barranco se metió en lo suyo...! Su respuesta y de mal humor: «¿En lo mío? ¡Será que cogió lo suyo!...».

 

LOS TEMPORALES QUE LLENARON LAS TRES PRESAS, 1979

Los intervalos de años muy lluviosos han sido muy espaciados a lo largo del tiempo. Quizás medien entre 5 y 10 años, en lo que respecta a significativas riadas.  Las sequías son constantes. Las estadísticas no dan razón a lo que la tradición oral asegura de que de "antes llovía más". No los vamos a detallar, sino a puntualizar períodos de máxima pluviometría.

Por tanto, las siguientes lluvias muy fuertes y continuadas se producen, tras la sequía de casi toda la década,  entre diciembre de 1978 y enero de 1979. Y es cuando, por primera vez, se llenan las tres presas a la vez.

De ello les narro un recuerdo muy personal. Pocos días después de las vacaciones, con los embalses llenos, y con ello acabo con esta sencilla aportación, se produce a lo largo de la mañana un fuerte aguacero. Entonces vivía con mi esposa e hijo de poco más de un mes, en Los Cascajos, dentro de lo que hoy es el Polideportivo, lo que está dentro del cauce natural del gran Barranco junto con las demás instalaciones hasta el Centro de Salud incluido. Aquella mañana también había amanecido muy gris. En prevención, con el Barranco dando fuertes "tumbasos" a sólo 150 metros decidimos, desde que nos despertamos, coger al niño dentro del capazo de fibra que entonces se usaba y trasladarnos al Barrio a casa de mis suegros. Pero yo decidí volver a Los Cascajos, momento en que comenzó a llover. En aquellos días venía realizando un reportaje de película con cámara doméstica de filmación (super-8) de todas aquellas lluvias que tanta expectación venían causando en el pueblo.  Inspeccioné en coche el "Fuerte" del Campo de Fútbol y aprecié que el barranco socavaba los cimientos, pero no le di la importancia que tenía. Intenté grabar todo el temporal del momento, pero solo pude hacerlo con el agua de los caideros que bajaban, de color canelo, por el risco de Las Tabladas. Me aventuré a continuar filmando hasta El Hoyo. A la hora se descampó un poco. Nunca había visto un espectáculo tan extraordinario como el de los Caideros desde La Cueva del Mediodía hasta la Escalera de El Hoyo. En una de las filmaciones hice con la cámara un barrido hacia el Pueblo. Paré y con el zoom atraje al máximo el panorama, centrándome en Los Cascajos. Tras la óptica, la duda: «¿el barranco parece que está inundando el Campo de Fútbol?»  De inmediato regresé a mi casa. Al llegar al lugar, entre un gentío que contemplaba todo, mi casa se inundaba. Una de las peores experiencias de mi vida. Tuve máxima colaboración. En menos de media hora, pasamos todos los muebles, ropa, enseres, libros...  al Colegio de Los Cascajos, edificio anexo a la casa. Si las aguas por fuera de la casa alcanzaban un metro de altura por dentro, en el momento en que entramos por la ventana del patio, comprobamos que aún sólo se había filtrado muy poco y alcanzaba apenas cinco centímetros. Habíamos llegado a tiempo y sólo perdí un libro que leía la noche antes y que había dejado sobre la alfombra.

HISTORIAS CUANDO SE PUEDEN CONTAR

  Pero las historias cuando se cuentan, es que ha habido suerte para contarlas. Recapitulamos y precisamos algunos acontecimientos relacionados por la pérdida de vidas humanas.

  Los temporales a lo largo de la historia han causado grandes destrozos y algunas pérdidas de vida. Suerte hubo ayer en Tasarte frente al suceso de 13 noviembre de 1843, cuando a los dos niños de María Viera les sorprendió un fuerte temporal en medio del barranco principal, a la altura de La Posteragua. Se guarecieron, les decía, en una piedra del mismo barranco sin percatarse de la riada que llegó al poco rato, y los arrastró, ocasionándoles la muerte. Uno de ellos, Juan Viera, de 10 años, según el registro parroquial se encontró ahogado en la playa; el otro no aparece en dicha inscripción, por lo que debió desaparecer o bien se omitió su registro. Lo cierto es que el caso se mantiene en la tradición oral y hasta hace poco tiempo subsistía, en la misma orilla de este barranco, en la Cueva del Almácigo, la cruz recordatorio.  

  Poco después, el 13 de diciembre de 1859, las aguas del barranco de La Aldea arrastran a Cristóbal Godoy Gil, cuyo cuerpo fue encontrado.

  Y la mayor tragedia ocasionada por un aluvión tuvo lugar en Tejeda el 30 de noviembre de 1946, que arrasó con una casa de familia muriendo seis de sus miembros, tres de los cuales fueron encontrados en La Aldea, caso que se estudiará más adelante.

  Otra historia es la de daños materiales en fincas y casas por riadas de nuestros barrancos o la de estar nuestro municipio más de una semana incomunicado, en tiempo de zafra, sin poder sacar hacia el Puerto de La Luz la producción tomatera. Todo no se puede contar de una vez.

En La Aldea de San Nicolás a 22 de diciembre de 2009.

Francisco Suárez Moreno. Cronista oficial de La Aldea de San Nicolás.

 

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SEMANA SANTA DE 1881: El INDULTO REAL A TRES REOS DE LA ALDEA Y ALGUNA HISTORIA DE LOS PROCESADOS

SEMANA SANTA DE 1881: El INDULTO REAL A TRES REOS DE LA ALDEA  Y ALGUNA HISTORIA DE LOS  PROCESADOS

Acabamos de leer en los periódicos que en esta Semana Santa de 2009 el Consejo de Ministros ha aprobado un Real Decreto por el que se conceden indultos especiales a 16 presos de todo el territorio del Estado español, uno de los cuales resulta ser un recluso natural de Las Palmas de Gran Canaria al que le falta poco más de un año para cumplir su condena. Es la primera vez, dice la prensa, que esta tradición de siglos atrás en la Península se aplica a Canarias, por solicitud de  la Unión de Hermandades, Cofradías y Patronazgos de Gran Canaria. Al respecto les voy a contar un indulto célebre que se decretó el viernes santo de 1881, a favor de tres condenados a muerte por un crimen social acaecido en La Aldea de San Nicolás, ocurrido 1876, que generó ríos de tinta en juzgados y periódicos de entonces, en el marco histórico del no menos celebérrimo Pleito de La Aldea.

Los hechos y autores de un célebre crimen social

Tres personajes participaron en la conspiración mortal que había preparado el grupo organizador de la defensa de los aldeanos contra la Casa de Nava-Grimón, en los desahucios masivos que ésta realizaba, entre 1875 y 1876, contra los medianeros perpetuos. Alejandro Jorge, Francisco Segura y Crisanto Espino aceptaron, a cambio de un pago en especies, atentar contra quienes llevaban a cabo los desahucios: el alcalde Marcial Melián (a su vez encargado de la Hacienda Aldea y socio de la Casa, juez y parte en la contienda) y el funcionario a sus órdenes, Diego Remón de la Rosa (secretario del Ayuntamiento y del Juzgado); pero, al final la conspiración urdida por los líderes del vecindario tuvo efecto en el funcionario municipal que caía del caballo, en el camino real por su trayecto de Tirma, en Los Negros-Carreño, hoy barranquillo del Secretario, por el fuego de una escopeta escondida entre los hogarzos y juncos, y que sería rematado en el suelo por los tres sujetos. La historia del hecho es mucho más larga y compleja. En fin, después de mucho trabajo de la Justicia, la gente de La Aldea se negaba a colaborar con ella. En la citaciones a declarar a tantos ante el Juez especial desplazado a La Aldea: « y dicen que mataron al Secretario, ¡sí… eso dicen! ¿Y a usted quien se lo dijo? Pues usted que me lo está diciendo»  Más o menos así se cuenta y seguro que pregunta y respuesta debieron ser parecidas. Lo cierto es que una casualidad de última hora descubre la autoría del hecho en el último momento en que iban a ser excarcelados los sospechosos, ninguno de los cuales era de los autores. Se procedió a un largísimo proceso judicial contra varios instigadores y los autores materiales desde el Juzgado de Primera Instancia de Guía hasta el Tribunal Supremo en Madrid. Absueltos otros, los tres autores quedaron desde la primera sentencia condenados a pena de muerte por asesinato premeditado, en solitario y con alevosía.

Viernes Santo de 1881:  indulto real

Desde que se dictó la sentencia de pena capital contra los autores de aquella sonada se creó en la opinión pública y en medios judiciales de Las Palmas de Gran Canaria un estado de opinión favorable al indulto. La prensa se pronunciaba contra el levantamiento en la ciudad del horroroso espectáculo del cadalso, que había tenido lugar, por última vez, en La Plaza de la Feria, a principios de 1875, para ejecutar a tres reos. Recuerdo un cuento familiar de mi bisabuela de Tasarte, que oyó decir que uno de los reos, sobre el patíbulo antes de la ejecución, se dirigió a la gente haciendo mención a su historia delictiva más o menos con estas palabras: «todo empezó cuando robé, siendo un niño, una pata de una tijera y se la llevé a mi madre y ella me dijo que por qué no le traje las dos». Pero los aldeanos condenados a muerte no lo habían sido por robar ni por razones personales. Ejecutaban, a sueldo, una “sentencia” del vecindario en un marco de conflictividad social, de ahí la campaña pro indulto. Decía el periódico de esta ciudad El Noticiero, pocos días antes del indulto, que «de desear es, y muy de corazón, que se tra­baje con afán de conseguir del compasivo mo­narca el que se conmute la pena [de muerte] a dichos desgraciados por la inmediata. Que no se vea más en esta población el horrendo cadalso».

En aquel momento de consolidación definitiva del liberalismo, en el marco de un parón democrático tras la experiencia fallida del sexenio revolucionario iniciado en 1869, promovido por la restauración borbónica de 1875; en ese tiempo, les decía, para proceder a la solicitud del indulto real, primero tenía que pasar la propuesta por los trámites del recurso de casación contra la sentencia de Las Palmas, ante el Tribunal Supremo que la mantuvo. Entonces se iniciaron intensas gestiones políticas en los más altos niveles del Estado. La campaña pro indulto se inició con manifestaciones en los periódicos de Las Palmas sobre la abolición de la pena de muerte, creando un estado de opinión sobre el caso. Luego, desde el Colegio de Abogados de Las Palmas se gestionó oficialmente un movimiento institucional y popular para la peti­ción del indulto, que desde este colegio profesional, corporaciones municipa­les y sociedades, llegó al Gobierno y al Rey Alfonso XII. También se pronunciaron positi­vamente los senadores y diputados de Canarias.

El expediente pro indulto llegó a Madrid a principios de abril de 1881 para su resolución definitiva. En base a los informes,  el ministro de Gracia y Justicia iba a proponer para el tradicional indulto real del Viernes Santo sólo a Francisco Segura por los atenuantes que traía su proceso (el único de los tres reos que contó la verdad y además salvó de la muerte al joven que acompañaba al Secretario, quien al final fue el que los descubrió). Entonces, dentro del mismo Consejo de Ministros, el titular de Ultra­mar era el canario Fernando León y Castillo, quien insistió en hacer extensi­vo el indulto  a los tres condenados.

Tres días antes del Viernes Santo,  fecha en que tradicionalmente los reyes de de España ejercitaban la gracia del indulto a algunos condenados a muerte, el Consejo del Estado dictamina un decisivo informe fa­vorable, extensivo a los tres condenados, al considerar como atenuante que el móvil del asesinato era el problema socioagrario que enfrentaba a la mayoría del pueblo con el marqués de Villanueva del Prado, porque así se detalla en el expediente final: « (T)eniendo presente los móviles que impulsaron a los reos a la perpetra­ción del hecho, que según se desprende del proceso, no eran otros que los procedimientos incoados contra la mayor parte de los vecinos de La Aldea de San Nicolás por el Marqués de Villanueva del Prado, en que Remón auxiliaba eficaz­mente la acción de éste y los demás procedimientos que a su vez seguía el expre­sado Remón para hacer efectivos algunos adeudos del Ayt°; todo lo cual los ha­bía atraído la odiosidad de los habitantes de la referida Aldea que lo consideraban su mayor enemigo y considerando que si tales móviles no pueden estimarse para la atenuación del castigo, siempre que se trate la aplicación estricta del Derecho por los Tribunales de Justicia, no pueden menos de inclinar el ánimo cuando se trata del indulto (…)».

Finalmente, el 15 de abril de 1881, tras el dictamen favorable del Consejo de Ministros, el rey Alfonso XII firma el tan solicitado indulto a los tres condenados, conmutándoseles la pena de muerte por la de cadena perpetua. Cuando la noticia llegó a Las Palmas, en el vapor correo América, una semana después, la noche del 21 de abril, y de inmediato se la comunicaron a los reos. Un periodista quizás presente en la cárcel cuando Cho Frasco Segura, Cho Santos y Alejandro Jorge la recibieron escribió: «La emoción que embargaba sus ánimos no les permitió pronunciar una sola palabra», para su publicación en La Correspondencia de Canarias del  22 de abril de 1881.  Los autores materiales de aquella conspiración local primero habían sido traicionados por el joven acompañante del asesinado a quien le perdonaron la vida, luego abandonados por los dirigentes aldeanos que les encargaron el asesinato y, por último, les fue aplicada la más dura pena que puede recibir un reo. Y suponemos que si no mediaron palabra alguna sí harían en sus mentes un recorrido desde los hechos de la mañana del 19 de marzo de 1876 hasta aquella noche de 1880 y a continuación sobre el interrogante de qué pasaría después.

Los periódicos de Canarias y sobre todo el órgano de expresión de la Justicia insular, La Revista del Foro Canario, además de todas las institu­ciones y opinión publica, se congratularon de esta buena noticia que salvaba la vida a los autores de un crimen que revestía marcadamente el carácter de delito social y que si humana y judicialmente no tuvo justificación sí fue dis­culpado por todas las circunstancias sociales, históricas, políticas y económi­cas que casualmente lo originaron.

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La cadena perpetua en el penal de Ceuta y nuevo indulto

¿Qué pasó luego? Es otra historia fuera del marco que hoy nos ocupa sobre este célebre indulto a tres canarios en la Semana Santa de 1880:  la pena capital que parecía que no iba a tener lugar más en un Estado donde la democracia se estaba construyendo con mucha dificultad desde 1831, con la muerte del más de los denostados reyes españoles modernos: el absolutista Fernando VII. Pero no fue así. Vendrán, medio siglo después, tras el 18 de julio de 1936 con la vuelta del más rancio conservadurismo  dictatorial y religioso,  más penas de muerte por procesos judiciales sin garantías que acabaron en fusilamientos, se darán muertes sin juicios, las desapariciones en mares, pozos y paredones y, acabada la guerra y posguerra, cuando aún se conservaba el odio y la venganza en las instituciones más altas del Estado,  la última negación a un indulto de pena de muerte que Franco protagonizó, en 1959, al huido de  leyenda, Juan García, el Corredera.

Pero, aunque sea otra historia la que luego debieron afrontar los tres indultados en la Semana Santa de 1880, les contaré, muy por encima (más amplitud del caso lo pueden encontrar con mucho detalle en la segunda parte del libro El Pleito de La Aldea), que fueron trasladados primero al Penal de Santa María y luego al de Ceuta ubicado en la montañeta del Hacho. Alejandro Jorge murió en aquel penal. Francisco Segura consiguió a finales del siglo XIX un nuevo indulto, por buena conducta,  que lo ponía en libertad.  Cho Santos, también fue indultado por buena conducta, poco después, en 1904. A cuál de los dos no sabemos, Clara, la hija de Diego Ramón de la Rosa, lo vio sobre un carro en Las Palmas o en Santa Cruz de Tenerife. La huérfana, histérica, fue a comunicar a la autoridad que había visto ya suelto a uno de los asesinos de su padre: «ya ha cumplido su condena» fue la respuesta recibida.

Qué le esperaba en La Aldea al indultado Francisco Segura

Francisco Segura llegó viejo a La Aldea, con 23 años de prisión en el cuerpo y casi 70 de años de edad, enfermo de las articulaciones por el sobreesfuerzo y las malas condiciones de vida en el penal. Pasó sus días recluido en su casa y malquerido por su familia. Dicen que las únicas palabras que le dirigía Mónica Almeida Carvajal, su mujer y prima hermana a la vez, eran, a  la hora de cada comida en la mesa: «¿quieres más?».

Murió Cho Frasco Segura en El Albercón, en 1908, a la edad de 79 años. Curiosidades de la vida: en el mismo marco del conflicto social del Pleito de La Aldea, por una revoltura pero sin crimen por medio, en 1786, su bisabuelo, el síndico Mateo Carvajal había sido  recluido en el mismo penal de Ceuta, para cumplir con una pena de cuatro años de presidio en el mismo, 200 ducados de multa y, luego, seis años de destierro de su pueblo; pero, con la suerte de estar allí sólo dos años por un indulto del rey Carlos III.

Cho Santos, las desventuras de un expresidiario de  leyenda local

Crisanto Espino, que tenía 28 años cuando intervino en el asesinato, era el más joven de los tres encausados. Le quitaron los grillos del penal cuando tenía 58 años, después de 27 años de prisión.  Vivió luego muchos años, más de ochenta. Pero cuando llegó a La Aldea en 1904, ya parecía un hombre viejo; enfermo como Segura de las articulaciones por las malas condiciones de vida en el presidio, a pesar de que con el tiempo, por su buena conducta, lo ocuparon en trabajos menos pesados de la prisión (cocinero, artesano de fibras…).

Al principio no salía de su casa de Los Cardones. Pero superado aquel trance comenzó a dar recorridos primero hasta la Casa Nueva y luego  por todo el pueblo. Su vecino Antonio Santana, le pagaba para que fuera a Los Espinos a cuidar de noche las piñas de su finca, en tiempos de hambrunas porque las robaban. En una ocasión, cuentan, que las Herreras fueron a entrar en la finca y pegó cuatro trabucazos que se oyeron en toda La Aldea. A nadie más se le ocurrió entrar en la finca estando Cho Santos de guardián.  Cuentan que cada noche dejaba el farol encendido en la chocilla donde se alojaba, que todavía subsiste, y de allí se iba a La Hoyilla, Mederos adelante, hasta La Rosa, donde tenía sus amores secretos que le dieron un hijo natural.

Cho Santos caminaba apoyado en dos bastones; su rígido cuerpo avanzaba lentamente sin poder doblegar sus para siempre inflexibles piernas, de las que se decía que tenía la piel de los tobillos marcados por los grilletes de las cadenas que llevó tanto tiempo en el penal. «¡Que viene Cho Santos!» corría la voz de los chiquillos cuando lo veían aparecer y se escondían entre las higueras para verlo pasar, me contaban, en la década de 1980, mis informantes, ya ancianos, quienes entonces eran niños, a quien les asustaba su yerta figura, que aún aparentaba fortaleza, coronada por un sombrero sobre una cabeza de aún negros y acrinados cabellos; su escopeta, adosada a un largo chaquetón oscuro que había traído del penal, con la que se decía que mató al Secretario; su fama de maldad ingénita, su carácter, cuando el perfil de cada hombre es su buena o mala  fortuna… y, en definitiva, les causaba temor una figura resabiada que por dentro encerraba a un hombre desdichado.

En la Maquina de la Casa Nueva, la Rosita, que extraía agua del pozo, estaba de maquinista, el más célebre de los artesanos de entonces en La Aldea, Ildefonso Rodríguez, mastro Alifonso, con quien Cho Santos pasaba largas horas de conversación, acompañados de los estampidos del artilugio de vapor. Largas horas pasaba porque Ildefonso había hecho el servicio militar en Ceuta años después de su indulto y le contaba cómo estaba el paisaje de aquella ciudad que vio durante 23 años desde las alturas del Hacho, donde estaba la fortaleza del penal. Cho Santos le preguntaba por uno y otro detalles, como era el Pozo de Valdeaguas, al que diariamente bajaba para transportar sobre un carro las barricas de agua, empujándolo con otros penados, encadenados,  cuesta arriba hasta el penal.

Pasó Cho Santos sus últimos días en Las Palmas, en una casa del Risco de San Nicolás, todo entullido, siempre tapado con una manta en un rincón, en la que tenía un agujero para ver quién entraba en la casa. Sólo se levantaba cuando llegaba un joven vestido de militar, vecino suyo de Los Cardones, Manuel Santana Déniz: «me llevas pa’ La Aldea cuando te licencies… me quiero morir allí» Y ya que estamos hablando de Semana Santa, cuarenta días antes de la primera luna llena de primavera, el inicio de la Cuaresma de 1928,  Miércoles de Ceniza, moría Santos sin ver cumplir su deseo de volver a su pueblo, La Aldea, donde nada le debió sonreír desde la cuna, por ser hijo natural, con la carga que ello conllevaba, hasta el terrible suceso de 1876 que lo condenó a muerte y que lo marcó para siempre, sin tener la posibilidad, como la tuvo su compañero en el crimen Francisco Segura,  de que la historia cuente de él, como decía Séneca: «donde quiera que haya un ser humano existe la posibilidad para la bondad». Quizá la mayor alegría debió de ser el indulto de la Semana Santa de 1881. Pero tampoco pudo lograr, como todo el mundo quiere, morir en la tierra que lo vio nacer.  Me contaba en 1985 Manuel Santana, entonces con ochenta años,  el último capítulo de la historia de su vecino Santos, uno de los tres protagonistas de este relato que parece un  cuento pero que es de verdad:

«(…) aquel fin de semana tuve guardia en el cuartel y no pude ir a verlo y cuando toqué en su casa, me dijeron los vecinos: Eh… aldeano, ayer enterramos a tu paisano Santos. Estuvimos haciendo una recolecta para conseguirle la caja y me quedé… No pude cumplir con la promesa de llevármelo para La Aldea cuando me licenciara, y claro que sí, me lo hubiera llevado, él no me hablada de otra cosa que la de volver y morir en La Aldea».

Qué queda hoy en el recuerdo y en realidad

Nadie vive hoy de los que conocieron a estos personajes. Alejandro Jorge murió en el penal, dejando a su esposa en La Aldea sin hijos. Nadie lo reconoce hoy. Francisco Segura dejó una prolija descendencia, a muchos de sus miembros suelo encontrar su parecido según los comparo con las descripciones físicas que hicieron en su momento de él las autoridades: el azul de sus pupilas, tez muy blanca y pelo rubio. Nadie de los Segura se avergüenza, como sucedía antes, de su historia familiar. Queda una nieta nonagenaria y numerosos bisnietos, tataranietos.

El hijo natural de Cho Santos, Matías Suárez, falleció soltero, en los años treinta a consecuencia de las heridas recibas en un accidente de tráfico. No tuvo más hijos varones. Sus hijas fueron a vivir a Las Palmas, de cuya descendencia sólo hemos tenido relación con un nieto, conocido como el Sargento Espino, ya fallecido, que siempre tuvo presente a La Aldea como su pueblo. En su cargo militar, tras continuos ascenso hasta oficial procuró atender con máxima atención a los soldados del pueblo de su familia. De lo escrito de su abuelo en el libro del Pleito de La Aldea, no puso la más mínima objeción y siempre procuró tener en sus manos cualquier libro de La Aldea. Poca es hoy su descendencia, que llega hasta los tataranietos.

El lugar donde ocurrió el asesinato del Secretario, en Tirma, suele ser visitado por caminantes y excursionistas de La Aldea, llamando mucho la atención el caso. Una riada de hace unos cuarenta años modificó el punto donde se hallaba la cruz, colocándose en otro lugar cercano y despareciendo hace algún tiempo, aunque luego unos niños del Colegio de La Cardonera fueron en 2006  y colocaron una nueva.

De los descendientes del Secretario asesinado, tuvimos la ocasión de contactar en 1896 con Rosario Remón Delgado, sobrina nieta del mismo, octogenaria, vecina de Santa Cruz de Tenerife, que nos indicó  que en Canarias ya no quedaban familiares directos del mismo, sí en otros lugares fuera de Canarias, uno de ellos el célebre portero del Real Madrid y luego preparador de la U.D. Las Palmas  Mariano García Remón.

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Tirma. Barranco de Carreño o del Secretario. Trazado del camino real. La flecha indica dónde estaba  hasta hace algún tiempo la cruz, aunque la víctima pudo morir antes de entrar en el cauce.

 

Francisco Suárez Moreno. Cronista oficial de La Aldea de San Nicolás, Gran Canaria.

EL HABLA Y LA CULTURA ORAL. Hilvanes sobre habla, toponimia y cultura oral

EL HABLA Y LA CULTURA ORAL. Hilvanes sobre habla, toponimia y cultura oral

El habla de nuestra Isla, como en el resto del Archipiélago, con su peculiar expresión oral, en el contexto del castellano de Canarias y su léxico, constituye uno de sus más interesantes elementos etnográficos. Algunos pueblos destacan por una expresión oral muy cadenciosa y peculiar como es el caso de Agaete, que además se ha caracterizado por la costumbre, cada vez menor, de poner sobrenombres o “nombretes”, a casi todos los vecinos. Cuentan que uno de fuera encontró novia en este  pueblo y le advirtieron que seguro le pondrían nombrete; él se creía muy listo y para evitar algún apodo empezó a visitarla de noche, para que no lo vieran y en su pueblo se jactaba de ello, pero los culetos ya lo habían bautizado: el Búho. Y eso del sobrenombre de culetos le viene a los de Agaete por los colores de su equipo de fútbol, azul y grana, como los del equipo culé barcelonés.

Gran Canaria, en sus diferentes ambientes (marinero, agrícola, ganadero…),  cuenta con un rico léxico y fraseología, dentro del contexto general del habla canaria,  sobre lo que se han realizado diversos estudios con criterios científicos y metodológicos.

Esta riqueza del lenguaje canario se comprueba en la toponimia insular. Hay un libro, La Toponimia de Gran Canaria, editado por el Cabildo de Gran Canaria que en sus 12.800 topónimos recoge con toda amplitud su realidad geográfica, histórica y etnográfica. Pero son muchos más los topónimos que existen y ya se está revisando ese catálogo para ampliarlo.  En esa obra encontramos numerosas referencias, unas 719, al antiguo lenguaje canario, donde vemos que la mitad de los municipios llevan nombre aborigen (Arucas, Telde, Tamaraceite, Tocodomán, Artenara…). También aparecen unos 862 arcaísmos castellanos (Angostura, Cañadones…) así como los 399 portuguesismos (Cabuco, Ribanzo, Laja…) y 38 americanismos (Ñameritas, Matazón…), 28 arabismos no castellanizados (Gurugú, Jarcón…) entre otros extranjerismos  y demás orígenes de su toponimía. Así tenemos que sobre sucesos y hechos históricos hay unos 270 nombres propios y que  1.831 voces hacen alusión a la realidad socioeconómica insular y 1.046 nombres son de referencia histórico-cultural, creencias mágico religiosas y leyendas populares. Aunque el papel más destacado de la toponimia insular está en la naturaleza viva con 2.135 fitotopónimos y 798 zootopónimos. Repito que esas cifras toponímicas son mayores. Recientemente dos cronistas oficiales de esta isla, don José A. Luján (en colaboración con el filólogo lagunero don Gonzalo Ortega) de Artenara y don Rafael Sánchez, de Ingenio, han publicado sendos libros sobre la toponimia de sus municipios. Y por nuestra parte, en colaboración con el citado filólogo, tenemos en proyecto acometer el estudio toponímico de La Aldea, donde se dan curiosos nombres propios, el último que recuerdo comentar es el de Pozos de Balango, hace poquito con Paco Suárez, el de Extensión Agraria, que iba de excursión a este lugar, el pasado sábado. Se halla en la planicie  que llega a los riscos de Cueva Nueva, seguramente el antiguo Benafurel y toma el nombre de unos pozos-charcos allí existentes para captar aguas pluviales en cuyos brocales crecían balangos, unas plantas de por allí.  ¿Desde cuándo? Supongo de toda la vida, al menos en 1915, se recoge por escrito, en un parte de defunción, el lugar de Pajares de Balango,  de un pastor desriscado en El Arco, Tasarte,  Antonio Marrero González, que allí falleció, el 28 de enero de aquel año,  en presencia de su viuda y porteadores, cuando iba sobre una parihuela, camino del médico, hacia Agaete; su cuerpo continuó, en un viaje más largo: Guía, cabeza del Partido Judicial, donde se le haría la autopsia y se enterraría.  Un cuento que aún se mantiene en la tradición oral y del que hemos contrastado su veracidad entre los archivos del Juzgado de Primera Instancia y las referencias orales. O sea, un cuento de verdad. Porque en el seno de la sociedad tradicional se generaron muchos,  algunos convertidos en leyendas, y vaya usted a saber qué tuvieron de verdad. Y de esto tenemos una rica tradición oral.

Unos cuentos o leyendas han quedado para  siempre en la toponimia, con parajes relacionados, por ejemplo con la presencia del Diablo, o con temas de la muerte, las ánimas o las brujas con sus aquelarres y bailes a la luz de la luna, tanto en la orilla del mar como en las altas montañas; más de 90 topónimos hacen este tipo de referencia por toda Gran Canaria y, probablemente, las zonas geográficas con mayor encanto están en las alturas de Inagua (El Llano de las Brujas y La Degolladas de Las Brujas) aunque los mismos topónimos y otros como Bailadero los  encontramos en diferentes municipios como  Artenara, Tejeda, Mogán, San Bartolomé de Tirajana, La Aldea y Telde, municipio que siempre se ha relacionado con el mayor número de prácticas brujeriles en la sociedad de antaño. Esta riqueza de la cultura oral se manifiesta también en relatos históricos, refranes, romances, cuentos relacionados con tesoros o dineros enterrados por el accidentado litoral del Suroeste, como son los cuentos de La Cueva del Dinero en Playa del Asno, Cena Juan y Coge El Paso o El Dinero de Barranco Oscuro, ambos en Tasarte. Y de almas en pena tenemos nuestra leyenda más encantadora, la del Cuervo de Zamora en Guguy, que desde que en 1980, en que la recogí en un reportaje periodístico hasta hoy he observado varias versiones, cambios lógicos que se van sucediendo en este tipo de relato y vaya usted a saber qué se contará de la misma dentro de un siglo.

La historia oral se compone también de las referencias y testimonios de las personas de edad sobre la historia, costumbres y tradiciones que no han sido aún recogidos en los textos escritos. Entre otras están las experiencias de la economía tradicional en la agricultura, pastoreo, industria, extracciones de madera, carboneo, etc. Igualmente lo es la aportación de la gente relacionada con  la mar y sus puertos  como, entre otras, las estrategias de localización de puestos en alta mar por marcas, los recuerdos del cambullón y cabotaje, etc. Pero estos relatos orales muchas veces están cargados de imprecisiones, de olvidos y modificaciones. Por tanto, son fuentes que, como cualquier otra, desde el punto del método científico de investigación, deben ser contrastadas para verificar el hecho real.  No saben ustedes cuántos cuentos hemos oído de gente algo mayor sobre supuestos hechos que no son reales o no son generalizables o simplemente son ambiguos.  Les digo que también lo escrito hay que contrastarlo porque como dice el refrán “el papel aguanta lo que le pongan”. El escepticismo científico aconseja, mucha prudencia en unos y otros casos.

A los cuentos se unen otros elementos orales del folclore como el romancero popular y demás expresiones musicales y de la propia sabiduría popular. Y en este caso también se requiere mucha prudencia a la hora de su análisis porque es muy común afirmar «este es un romance inédito» cuando muchas veces son populares recogidos en libros de textos no muy antiguos. No hay más espacio para contarles más, pues de continuar estaríamos hilvanando más de la cuenta.

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PAISAJES EN EL RECUERDO: LOS REYES MAGOS DE HACE MÁS DE MEDIO SIGLO

PAISAJES EN EL RECUERDO:  LOS REYES MAGOS DE HACE MÁS DE MEDIO SIGLO

Las tiendas de Reyes de los años cincuenta

Los paisajes en el recuerdo de mis Reyes por los años cincuenta, como le ocurre a cualquiera de ustedes, están en discos imborrables de la memoria que se van haciendo más confusos en la medida que los años de la infancia desaparecen.

En primer lugar están las tiendas de Reyes, como lo describe en esta página Juan Antonio el de Purita, en un marco tan familiar para él como la de su casa comercio. Luego los mil y un cuentos de Reyes de cada familia.

Los que vivíamos lejos de La Plaza, a la que veníamos ocasionalmente o en los días de preceptos religiosos, era obligada la visita a la tienda de Purita, porque era la que más juguetes ofrecía por las semanas de Navidad y Reyes. Casi todos eran importados de la Península, sobre todo de las fábricas de Barcelona. En Las Palmas se adquirían a través de mayoristas de mercería, como Naranjo Lantigua, aunque había comercios especializados en distribución de juguetes al por mayor. En esta ciudad, en la Isleta había una fábrica de muñecas

fabricamuFábrica de muñecas en la Isleta, Gran Canaria (FEDAC)

Purita Hernández, la hermana de Abelito y de los Gemelos, tenía su tienda de ropa y bisutería frente mismo al Ayuntamiento. Por diciembre este era uno de los establecimientos que llenaba de ilusión a todos los niños. Los juguetes se exponían colgados del techo con hilo carreto. Carritos, coches, muñecas, pistolas, acordeones, trompetillas, panderos, guitarrillas, armónicas… en mil colores nos embelesaban de ilusión, sobre todo cuando el airecillo que de Los Cascajos entraba por el patio de aquella casa de flores y helechos hacia la tienda los movía suavemente, dándoles como un soplo de vida y con ello, además, los apreciábamos mejor con amplia perspectiva desde abajo.  Casi todos eran fabricados de cartón, madera, telas y algo de metal; no se conocía el material plástico.

Domitila Ramos, Tila, la del Barranquillo Hondo, también vendía en su tienda de telas juguetes, cada año aunque en menor proporción y variedad que Purita. De ida y venida a las escuelas de La Ladera, subíamos a su acera de piedra a modo de un alto poyo y entrábamos en aquella vieja casita de tejas que todavía subsiste, y nos poníamos a ver y contar los juguetes colgados del centenario techo a dos aguas: “me pido éste…” y cuando coincidía el pensamiento con la realidad del regalo de Reyes, aún reconociendo que habían estado allí, con precios incluidos, creíamos ver la mano de los Reyes Magos regalándonoslos en un mar de misterio, sobre todo cuando nos íbamos haciendo niños de más edad. Al respecto les cuento que yo grandito, habiendo recibido de mi padre, con mucho disgusto, la noticia de que los Reyes no eran otros que los padres, revolví una víspera de Reyes todo lo habido y por haber de mi casa y no encontramos ningún regalo. Estábamos seguros de que no había ningún juguete dentro de la casa porque mi hermano Luis y yo éramos buenos rastreadores, hasta el punto de que en una ocasión mi padre nos enseñó, para que tuviéramos cuidado, unos detonadores de dinamita, conocidos como “pitones”, que tenía para dar fuego en la finca y pozo de La Hoya, y los escondió. Tanto anduvimos que los encontramos en el hueco de un machinal externo de las paredes de piedra de nuestra casa, habiendo colgado a Luis cabeza a bajo, agarrándolo por las piernas desde la azotea, hasta encontrar “los pitones”. Pero aquella tarde noche de Reyes no había ningún juguete en nuestra casa. Para no cansarles más: mi madre había salido ya de noche a casa de Tila a comprarnos los Reyes, nosotros ya dormidos. Como llegó tarde sólo quedaban los juguetes más caros y a mi me tocó un camión modelo Pegaso, metálico, una novedad, que tantas veces había visto en la tienda de Tila que sabía su precio y que todos los niños que sabíamos que los Reyes eran los padres comentábamos que no estaban a nuestro su alcance. Mi ilusión fue tan grande al tener de regalo aquel camión que volví a creer en los Reyes Magos, considerando pues lo que lo que mi padre me había desvelado meses antes, para mí, una broma. Los Reyes Magos existían.

Mi familia tenía un comercio, la Tienda de Siso,  muy grande, que también, años atrás, hacia 1952-1953, vendía juguetes de Reyes, de lo que sólo tengo un vago recuerdo de un solo juguete: el hombre de las maletas. Se trataba de un muñeco metálico mecanizado que, dándole cuerda, caminaba con dos maletas en un movimiento que encantaba a todos. Cuenta mi madre que la gente llegaba a la tienda no para comprar sino para “Juanita dele cuerda al hombre de las maletas…” Era un juguete muy caro y fue el último en venderse en aquellos años aún de privaciones y falta de recursos vitales. Lo adquirió para sus hijos Wescenlao Afonso, “Juece” como le conocían en Los Espinos, el padre de Cisco el de COAGRISAN. “Juece” era una persona muy humorista, inteligente como todos los Afonso de La Plaza y Cabo Verde, y aquella noche de Reyes, dice mi madre, que los hizo reír mucho. Venía afeitadito pero con una cortada en la cara y me padre le preguntó por ella. Y contó que se la había hecho por un susto de los chiquillos. En aquella noche, por lo visto, sus tres hijos, Nicolás, Perico y Cisco, el más pequeñito, jugaban en la cama en la ilusión de aquellas horas previas a la llegada de los Reyes. Cisco tenía un trozo de pan, un manjar entonces, y no le quería dar parte a sus hermanos mayores. Entonces ellos idearon jugar a los cochinos debajo de la manta para quitarle el pan a Cisco, quien, cuando se vio sin él dio, grito un de muerte que asustó al padre mientras se afeitaba con la navaja que le cortó la cara.

Nuestros juguetes eran camioncillos de madera (lo mío de la casa de Tila fue una excepción entonces), acordeoncillos y muñecas de cartón, pistolas y rifles metálicos… Ya les conté en otro capítulo, aquí en Artevirgo lo de las pistolas y plumas de indios. Nunca las tuve de regalos; mi padre no quería por aquello del belicismo. El Día de Reyes, en el matiné de las cuatro de la tarde del Cinema X, de don Juan Marrero, se rifaba siempre una gran muñeca para las niñas y una pistola para los niños. Juan Manuel Díaz, el de Soledad la de don Juan Marrero, era el niño personaje paradigmático de las pistolas del Oeste en La Aldea; armado de un rifle, dos o más pistolas, cartucheras, pantalón vaquero y el plumaje de un jefe indio, en la tarde de Reyes siempre partía, carretera arriba desde Los Espinos a La Plaza, disparando una y otra vez con mixtos, como si fuera en plena aventura; en efecto, solía decir al salir armado mitad vaquero mitad indio: “abuela… me voy pa las montañas”.

Cuando ya me fui haciendo un poco mayor, con diez u once años, a principios de los años sesenta, comenzaron a llegar nuevos modelos de juguetes donde el material plástico los abarataba. Fueron mis primeros años de estudio del Bachillerato Elemental, en El Colegio. No recuerdo nada de recibir regalos pero sí de los muchos juguetes que ya tenían los niños y niñas y también recuerdo las primeras cabalgatas.

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La primera Cabalgata de Reyes en La Aldea, 5 de enero de 1961

No saben con qué expectación se desarrolló la primera Cabalgata de Reyes en nuestro pueblo de La Aldea de San Nicolás, ya denominado San Nicolás de Tolentino, en aquella tarde noche del 5 de enero de 1961.

El pueblo estaba aún en expansión. La presa de Caidero de la Niña se había llenado por primera vez, en marzo del año anterior. El verano había sido socialmente muy movido: alcanzaron gran éxito los bailes en la Piscina de los Leones; el farmacéutico don Tomás Fernández, había refundado como equipo representativo de fútbol a la Unión Deportiva San Nicolás, que en la temporada 1960-1961 estaba alcanzando notables éxitos deportivos en Segunda Categoría Regional. Las fiestas patronales se  habían sellado, de la mano organizativa de Pepe del Pino, con un gran esplendor: pregón a cargo de Sebastián Jiménez Sánchez; elección de Reina de las Fiestas, título que recayó en Reyes Navarro; grandes verbenas en La Alameda por la orquesta Iberia; la Bajada de la Rama, El Charco; juegos y competiciones del último día, siendo la carrera ciclista, desde La Playa al Pueblo, seguida con gran expectación, con Favio por entonces como líder indiscutible, y en las carreras de cintas la nota de humor de Yusef, el árabe que entre connios y mil farfullos por no alcanzar una cinta hizo reír a todos.  Además, en la parroquia había habido grandes cambios con la llegada de los nuevos curas, en febrero de 1960, don Miguel López como párroco y don José Perera, adjunto, quien comenzó a dinamizar las fiestas religiosas. Seguramente entre Perera, Pepe del Pino, éste ayudado por su gente, los ingeniosos Tente y  Toni, idearon desarrollar, para 1961, la primera y gran Cabalgata de Reyes. Empezaron a organizarla desde noviembre.

Qué bien recuerdo aquel 5 de enero de 1961. Se respiraba un ambiente extraordinario para aquella primera Cabalgata de Reyes, cuando me faltaba un mes para cumplir los doce años. Ocupé con mis padres, hermanos y primas de La Marciega un puesto en los asientos y barras de la Plaza de la Alameda que daban a la calle principal, todos los espacios estaban repletos de gentes como o más que un Día de San Nicolás. Por los altavoces íbamos oyendo la narración que Pepe del Pino hacía del desfile que llegaba frente de la ermita de San Nicolás donde estaba el Belén. El paisaje de luces y sonidos nocturnos deslumbró más cuando empezó a avanzar la Estrella de Oriente, en la calle principal, a doscientos metros del Belén. Entre las barras metálicas de la Alameda yo intentaba reconocer algunos de los cientos partícipes en la comitiva, pero no podía; oía que el Rey Baltasar era Vicente Bautista, Tente; pasaron rondallas, lanceros, pastores, romanos…. hasta el Rancho de Ánimas que hacía más de cinco años que no cantaba; al primero que reconocí fue al  Rubio, de Antonio Frasca, que  llevaba un atuendo circense misterioso para nosotros que lo convertía en dos personajes distintos; luego vi a Félix Alonso, compañero de estudios, que iba sobre un caballo. Pero de mis recuerdos a los hechos reales caben muchas escenas y personajes  más,  de una  Cabalgata que seguramente aún, casi medio siglo después, no ha sido superada; al menos en expectación ciudadana. De la pluma de su principal organizador, José del Pino, les recorto algunos pasajes de su detallada crónica periodística; pues quién mejor que él nos puede relatar lo que denominó como el  más grande y “brillante cortejo que impresionó a grandes y pequeños”, el mayor espectáculo del mundo en aquel pueblo de nuevo nombre oficial:

POR LOS PUEBLOS

San Nicolás de Tolentino

Impresionante y vistosa Cabalgata de Reyes

Desde la 7 de la tarde comenzó a llegar una afluencia extraordinaria de gentes de todas las clases sociales, que rápidamente iban ocupando las aceras del itinerario (…)  a las 8,30 comenzó el desfile en Los Llanos (…) abrió la marcha un pelotón de 15 motos que avanzaban de tres en fondo, luciendo los motoristas cascos y sombreros con alusiones reales. A continuación desfilaba una artística carroza de la Reina de las Fiestas y su corte de damas de honor (…) seguidamente y de 4 en fondo marchaban un nutrido grupo de ciclistas. Inmediatamente, detrás de los ciclistas iba una rondalla del barrio de Tasarte con el alcalde de dicho barrio a la cabeza. Seguía un conjunto de cuerdas y clarinete del barrio de El Hoyo. Luego, y a una distancia prudencial, marchaba otro conjunto bastante nutrido de los Manantiales. Detrás de este conjunto desfilaba el Rancho de Ánimas,  compuesto casi todo de ancianos y que reaparecía ahora, después de mucho tiempo sin actuar en público. Al Rancho de Ánimas le seguían dos largas filas de pastores con antorchas -unas doscientas- que a todo lo ancho de la calzada iluminaban la cabalgata. En el centro de las antorchas avanzaba la rondalla del casco típicamente ataviada. Poco después seguía la banda municipal de música, que llevaba delante bailando al ritmo de sus tocatas un curioso número combinado. Detrás de la Banda de Música marcha un tronco cargado por cuatro lacayos portando los cofres que habían de ofrendar los Reyes. Tres lanceros escoltaban el trono. Aparecía luego el Rey Melchor que montaba un elegante caballo. Su Majestad iba escoltado por diez lanceros que lucían sus atractivos uniformes. Un grupo de doncellas portando jarras y mantos orientales desfilaban detrás del Rey Melchor. A continuación seguía el Rey Gaspar, montando también un vistoso caballo y escoltado por diez lanceros con los uniformes y emblemas del Rey. Un lacayo mantenía la larga cola de la capa de Su Majestad el Rey Gaspar. Por fin,  aparecía el Rey negro, Baltasar; este iba en un caballo blanco y le daban escolta pajes, lacayos y diez lanceros negros. La capa de este Rey era muy atractiva y llamaba la atención a su paso. Varios caballos portaban los equipajes reales. Cerraba la marcha la Policía Municipal.

(…) Cuando faltaban unos doscientos metros para que los Reyes llegasen al portal apareció la estrella luminosa, la cual medio de un ingenioso dispositivo avanzaba delante de Sus Majestades hacia el portal viviente (…) Cuando los Magos de Oriente ocuparon sus tronos comenzó la actuación de los grupos que tomaron parte en la Cabalgata. El primero en actuar fue el Rancho de Ánimas (…) Todos fueron premiados con cariñosos aplausos de los miles de espectadores.

Por último se celebró la ceremonia de las cartas. Cientos de niños se acercaban a los Reyes y entregaban sus cartas con sus peticiones.. Fue esta una ceremonia emocionante y llena de ilusión para la población infantil (…)

[J. del Pino. La Falange, 11-01-1961]

 

No recuerdo cuántas cabalgatas se organizaron después, pocas o ninguna. A principios de los años ochenta la asociación Culturaldea volvió a organizarlas a lo largo de unos pocos años, sin medios económicos ni recursos humanos y con la crítica negativa de gente a su labor. Recuerdo una de ellas con un solo Rey Mago, sobre una burra, que por muy pobre que iba, el profesor Antonio Ramírez, que en paz descanse, le dio un halo de majestuosidad ante los niños que a sus pies llegaron a depositar su carta. Recuerdo que llevé a mi hijo Amanhuy, le dio unos caramelos y lo llamó por su nombre y el chiquillo, asombrado, cómo era posible que el Rey Mago lo conociera. Y así fue y así será. Para los niños todo es verdad en la mágica Noche de Reyes.

Luego el Ayuntamiento retomó el proyecto y desde los años noventa hasta la actualidad se han venido desarrollando estas cabalgatas hasta los últimos tiempos en que se enlaza con el Auto de los Reyes Magos que organiza el Proyecto Comunitario. Recuerdo el primer auto de estos, cuando el centurión, cuyo papel lo hacía Luis Miguel Valencia, ordenó la matanza de los niños de Belén con tanta fuerza de voz y veracidad, que los pequeños que estaban en La Plaza, esperando entregar sus cartas, asustados empezaron a llorar. Y es que la ilusión infantil ante los Magos de Oriente está en otro estadio social muy distinto al de un Auto de Reyes. Este año, cosa que aplaudimos, se ha separado ambos actos.

 

 

Francisco Suárez Moreno

Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás

ENLACE EN LA PÁGINA OFICIAL DE LOS CRONISTAS DE ESPAÑA

 

LOS RANCHOS DE ÁNIMAS EN CANARIAS. Aspectos históricos en la cumbre y suroeste de Gran Canaria

LOS RANCHOS DE ÁNIMAS EN CANARIAS. Aspectos históricos en la cumbre y suroeste de Gran Canaria

El pasado, 8 de diciembre de 2008, fecha en que se acaba de componer esta producción digital, debían estar saliendo a la calle los pocos Ranchos de Ánimas o de Pascua que sobreviven en Gran Canaria. Además, ya se iluminan calles de pueblos y ciudades y los anuncios publicitarios de la sociedad de consumo se extreman para unas fechas tan singulares como la Pascua, Año Nuevo y Reyes, pero tiempo de crisis.

Poco queda del ambiente navideño que se generaba antaño a partir de estos primeros días de diciembre. La preparación de belenes, las Misas de la Luz, los Ranchos de Pascua… unos en el olvido y otros modificados ahí están o no en el inexorable paso del tiempo.

www.bienMeSabe.org, www.infonortedigital.com, Artevirgo, www.ieslaaldea.com, ediciones digitales que son de ese nuevo devenir de los tiempos en los medios de comunicación social, presentan este regalo a sus lectores: Los Ranchos de Ánimas en Canarias. Aspectos históricos en la cumbre y suroeste de Gran Canaria, escrito por Francisco Suárez Moreno, Cronista Oficial de La Aldea y compañero de trabajo docente de los responsables de estas revistas digitales, en el Instituto de La Aldea.

Es un ensayo histórico que recopila información de otras publicaciones y ponencias de este autor sobre los Ranchos de Ánimas complementado de una generosa referencia bibliográfica. Y está escrito desde una óptica multifocal, con cristales de docencia, periodismo e historia. Sus anexos y abundantes ilustraciones, donde destacan dibujos de recreación histórica, fotografías retrospectivas, copia de prensa histórica… hacen un texto atractivo, como lo deben ser los regalos de estas próximas fiestas.

Nos dice el autor en la introducción de este ensayo sobre los Ranchos de Ánimas o de Pascua en Canarias que, hasta ahora, casi todos los estudios sobre los mismos se han circunscrito geográficamen¬te a las Canarias orientales por ser éstas las islas donde han sub¬sistido, o recuperado en su caso, y sobre los que se han realizado algunos estudios etnográficos, parte de los cuales se han difundido en jornadas de folclore, periódicos y revistas de carácter divulgativo. Además, disponen de varias referencias discográficas. Pero muy poco se ha avanzado en el aspecto histórico con el objetivo de encontrar sus raíces y evolución a lo largo del tiempo; sí en el aspecto lingüístico-literario y musical de algunos de ellos.

Esta aportación histórica al estudio de los ranchos de Canarias tiene un marco geográfico muy definido: los municipios de la cumbre y suroeste de Gran Canaria, donde hace pocos años se ha recuperado uno de ellos, el que hasta mediados del presente siglo actuaba en La Aldea de San Nicolás. No vamos a profundizar en los elementos y las estructuras musicales de estas agrupaciones ni en su composición o identidad como grupo social, para lo que ofrecemos la bibliografía más completa que hemos podido localizar; sino en su evolución histórica desde el siglo XVIII hasta el presente, centrándonos más en los avatares del único rancho superviviente, localizado en La Aldea. muchos casos contrastada con la información manuscrita de los archivos locales.

Este trabajo se basa, fundamentalmente, en el testimonio directo de unos 25 testigos de nuestra tradición oral, en su mayoría pertenecientes a los distintos ranchos, naturales o vecinos de La Aldea, Mogán, Tejeda, Juncalillo de Gáldar y Artenara, en edades comprendidas entre 62 y 93 años y en un período de investigación comprendido entre 1984 y 1996, más nuevas aportaciones recibidas en 2008 tras remodelar contenidos de trabajos anteriores. También se han consultado manuscritos de los archivos de la Catedral de Canarias (Las Palmas de Gran Canaria) y de las parroquias de la comarca; una desperdigada bibliografía de temas canarios sobre la muerte, las creencias populares y la Navidad, y los trabajos desarrolla¬dos en las Jornadas Regionales de Folclore celebradas en La Aldea de San Nicolás desde 1992, organizadas por el Proyecto Comunitario de La Aldea, en las que, en aquellos años participó el autor.

Otro elemento que aporta Suárez Moreno, según su propias palabras son «nuestras vivencias personales y familiares; primero, siendo un niño de corta edad cuando oía, muy cerca de nuestra casa, en Los Espinos de La Aldea, las últimas canciones de aquel Rancho desparecido en 1956, y luego, ya mayor, al conocer viejos rancheros deseosos de recuperarlo y todo aquel proceso de difusión periodística y rescate, como cronista de Canarias 7, iniciado con nuestro primer reportaje en 1984 y hasta 1992; y segundo, conocer desde nuestra propia tradición familiar la historia del Rancho de Tasarte, al ser mi bisabuelo materno Luciano Afonso, entre finales del siglo XIX y principios del XX, ranchero mayor y director del mismo, labor que continuó su descendencia, en el primer tercio del siglo XX»

A los editores sólo nos resta el dar las gracias Francisco Suárez Moreno, amigo Siso, por este regalo navideño y a ustedes, queridos lectores y lectoras, felicitarles por estas fiestas y que disfruten de este nuevo trabajo que se halla en PDF en nuestra sección de publicaciones.

Para descargar el libro en formato PDF, se puede pulsar sobre la imagen:



PAISAJES EN EL RECUERDO.TENERIFE, TAN CERCA… AL ALCANCE DE LA MANO

PAISAJES EN EL RECUERDO.TENERIFE, TAN CERCA… AL ALCANCE DE LA MANO
Recuerdo siendo niño de corta edad, cuando iba para La Marciega a casa de mi tía Felipa, en las mañanas de los días de calma, brillantes y nítidos, de enero, ver abajo, sobre un mar esmeralda, llano, sin las banderitas blancas del viento alisio, el encanto de la silueta azul de Tenerife, salpicada de casas blancas que nos parecían estar al alcance de la mano o, más a la izquierda, donde la isla iba creciendo en altura y, por este tiempo, cubriéndose de nieve en la parte del Teide. Era un niño, juguetón como todos, pero observador. Recuerdo que en el atarceder, las empinadas montañas de La Gambuecilla se ponían negras y la vista la tornabámos hacia el mar, embelesándonos cómo los celestes, esmeraldas y cianes de la isla de enfrente se tornaban ahora en tonos violáceos, plateados, para continuar con los rojizos y anaranjados, cuando los colores cálidos subían hacia la vertical del cielo y también pintaban las nubes. Cirilita la de Ezequiel el Isleño me decía “Paquito… la virgen está planchando”. Al anochecer, vista al mar, por unos momentos los pueblos y sobre todo Santa Cruz, se difuminaban hasta desaparecer; pero… pronto se encendían sus luces, algunas fijas, otras relampagueantes que se fugaban de un lado a otro. Volvía otro encanto, en un barrio donde aún no había llegado la luz eléctrica, el de aquellas luces de Tenerife que ahora parecía estar más cerca. Llegué a soñar muchas veces el estar desde nuestra orilla a pocos pasos de la azulada isla de Tenerife, alcanzarla y visitarla.

 


 

También nos llegaba de aquella parte de enfrente el sonido familiar de Radio Juventud y Radio Club Tenerife E.A.J.43. Sobre todo años después, cuando la radio se generalizó y llegaron los primeros transitores. Sólo podíamos oír las radios de Santa Cruz, ciudad que nos era muy familiar, como si camináramos por las calles comerciales de Imeldo Serís, Castillo, Rambla de Pulido… y hasta éramos partícipes de sus canciones nostálgicas, como la Vieja Farola del Mar.

Hoy, más de medio siglo después, casi siempre por enero, vuelvo a contemplar la misma estampa de los intensos blancos y azules de nuestra isla de enfrente, de lo que nunca me canso. Año tras año, repito la misma obturación del paisaje, antes con cámaras analógicas, para cuyo resultado tenía que esperar al revelado en un estudio fotográfico y ahora con la técnica digital lo obtengo al momento. Y seguimos oyendo la red de emisoras de radio de toda su fachada naciente. Hasta nuestras antenas de televisión, y más ahora con la digital, las enfocamos hacia El Teide.

Aparte de mis vivencias y manías de observación, la realidad es que, para nuestra colectividad, Tenerife es algo tan cerca y familiar que forma parte de nuestro patrimonio paisajístico y cultural. Es lo que pretendo exponer en los recuerdos en este capítulo de paisajes en el recuerdo.

La historia de ambas orillas desde Sardina hasta La Aldea o de Santa Cruz hasta Güímar tienen tantas cosas en común. Les cuento algo. Empiezo con el mismo cuento de aquello de “Nosotros no somos gentes, somos unos pobrecillos de La Aldea que venimos a comprar camisuelas”, cuando hace más de un siglo, a un grupo de aldeanos se les dio el “¡Alto! ¿Qué gente está ahí?”, en una noche dentro del puerto de Santa Cruz, cuando dormían esperando para coger el barco de vuelta a La Aldea. Santa Cruz de Tenerife fue durante siglos el destino de nuestros productos agropecuarios, el lugar de las transacciones comerciales y compras minoristas. Luego, a este puerto llegaban en vapores los primeros tomates que cultivamos, entre finales del siglo XIX y principios del XX, ya que era allí donde la multinacional de Fyffes centralizaba la fruta que reenviaba a Londres. Carlos Jaack, cónsul alemán en Santa Cruz a principios del siglo XX, fue el arrendatario de la Hacienda Aldea, el que enseñó por primera vez a los aldeanos a cultivar los tomates, el que construyó el muelle y su almacén.

Santa Cruz, en barco, también estaba al alcance de la mano, incluso cuando el alisio daba casi de frente, a cuatro cuartas, con lo que había que bolinear con el velero, es decir, halando las bolinas, con el velamen “a rabiar”, cuando se iba en dirección a su puerto, desde La Aldea. En unas cuatro horas se avistaba el puerto ciñendo constantemente por babor. De regreso, el viento soplaba a favor; daba por aleta, y con las velas hinchadas, en menos de tres horas se llegaba a La Aldea. Los últimos veleros en hacer esta ruta interinsular fueron el Adán, La Luz… en el que estaban enrolados muchos vecinos a los que conocimos ya ancianos; creo que Abelito Suárez, de La Ladera, fue el último de aquellos marineros de los históricos veleros del cabotaje interinsular. Aquellos enlaces periódicos entre ambas orillas generaron estrechas relaciones hoy poco investigadas. Muchos son los casos de gentes de La Aldea establecidas en Santa Cruz. Por citar algunos ejemplos: el abuelo del actual Delegado de Gobierno en Canarias el tinerfeño Segura Clavel, fue uno de los que habían emigrado a Santa Cruz; o algunas familias de marineros que iban y venían, y que buscaban acomodos y trabajos a sus familias, como los Armas Navarro: enrolados en un velero se llevaron a su hermana Francisca para que aprendiera el corte y la confección, siendo durante muchos años una especialista en el pueblo en trajes de hombres.

Más cosas. Los dueños antiguos de La Aldea, los marqueses de Villanueva del Prado, eran de La Laguna y los arrendatarios o mayordomos casi todos venían de allí, algunos de triste recuerdo, en la segunda mitad del siglo XVIII, por lo explotadores y especuladores que fueron, como Fulgencio Melo y Calzadilla, natural de La Orotava; otros se murieron en La Aldea como José Hidalgo. Siempre suelo decir a mis alumnos cuando pasamos por la Plaza del Adelantado, de La Laguna, frente al palacete de los Nava Grimón o en el Jardín Botánico de Puerto de la Cruz, que fueron levantados con dinero procedente del sudor de nuestros antepasados, medianeros perpetuos de la gran hacienda de La Aldea, que de “pobrecillos aldeanos nada”, pues muchos quebraderos de cabeza dieron a esta casa nobiliaria y a los sucesivos dueños del fundo hasta 1927, en que intervino el Estado expropiándoles. Precisamente, en aquellos años finales del Pleito de La Aldea, los aldeanos tuvieron en Santa Cruz y en La Laguna sus mejores aliados, e incluso en los litigios de años atrás. Les explico algún caso: el periódico republicano-progresista de Santa Cruz, El Memorándum, fue el periódico que más apoyó, en toda Canarias, a los aldeanos en el conflictivo ciclo de 1874-1876, que acabó con el asesinato del Secretario municipal, Diego Remón de la Rosa, quien había sido contratado por el alcalde y a la vez socio del marqués de Villanueva del Prado, el odiado Marcial Melián, ambos de la vecina isla. En cambio, de grata memoria lo fue fray Albino, el obispo de la diócesis nivariense en la década de 1920, que apoyó en la Corte y en el gobierno de Madrid a los aldeanos, frente a la actitud contraria de nuestro obispo que estaba de parte de los propietarios.

Otra de las relaciones entre ambas orillas la ha generado la migración más reciente. Yo recuerdo cuando la crisis de los tomates en los años sesenta del siglo pasado, que se fue tanta gente nuestra a trabajar al sur de Tenerife, como fue el caso de Eladia Oliva, tía de mi padre, que luego se estableció en La Laguna, adonde iban a parar todos los soldados de La Aldea, en los tiempos del Cuartel de Hoya Fría. Hace unos años, recuerdo que el Ayuntamiento de La Aldea organizó un encuentro con esos emigrantes que se fueron para Tenerife, lo que generó una verdadera fiesta en nuestra Plaza o Alameda. Y ya que hablamos de este principal punto de encuentro de nuestro municipio, hoy Plaza Vieja, les cuento que, entre mediados de los años sesenta y muy avanzados los setenta, fueron orquestas de Tenerife las que animaban nuestras verbenas de la Fiesta, tales como la Arafo o la Copacabana, de tan grato recuerdo y amistades que han dejado, incluso en nuestras canciones populares.

Los estudios en La Laguna, la enseñanza de formación profesional y secundaria en nuestros institutos han tenido, en el alumnado y profesorado de ambas orillas, también estrechas relaciones que aún siguen vigentes, de lo que se podía hacer otro capítulo, sobre todo en aquellas movidas estudiantiles de los años setenta y ochenta. De ello les digo cuántas veces veíamos por televisión a nuestros estudiantes, chicos y chicas, revolviendo el gallinero de la política y la sociedad lagunera.

Historias muchas son de nuestras conexiones con Tenerife, isla que la tenemos siempre en el amanecer o en el ocaso del día, dándonos sobre el mar, las perspectivas naturales más encantadoras, no sólo en estos días de marcada nitidez de la atmósfera que siempre presagia lluvia, sino en las semanas de los equinoccios (mayo y septiembre) que dan los mil colores cálidos, momentos antes de esconderse el sol, de lo que les puedo decir que tengo cientos de clichés fotográficos de esos momentos mágicos, que son de pocos minutos, por lo que hay que andar muy prestos con la cámara fotográfica para captarlos y cuántas imágenes se nos escapan de esos momentos. Colores esos del sol en su momento de languidez que parecen coincidir con el del calor que los seres humanos generamos, de una a otra orilla.

 



 

Tradición teatral en La Aldea a propósito de la presentación del grupo La Gaviota

La dramatización siempre ha tenido arraigo en la sociedad local, sobre todo, que es lo que recordamos, desde los años del cambio social a la Transición, cuando por las fiestas los jóvenes, primero en Galas del Charco y luego en Culturaldea, representaban una obra teatral.

En ese tiempo comenzó a generarse una interesante dinámica teatral, tanto en el Instituto de Bachillerato (por donde pasaron muy buenos profesores de Lengua y Literatura) como en el Colegio de La Ladera, entonces receptor de toda la Segunda Etapa de EGB, a partir de 1973.  Se organizaban semanas de teatro y, sobre todo, por la fiesta de fin de curso, nunca faltaban una o dos obras de teatro infantil. Esta dinámica continuó desarrollándose en el Colectivo de Unitarias, después de 1986, y en otros colegios, hasta finales de los años noventa en que las iniciativas se aletargaron, volviendo a resurgir  a mitad de esta primera década del siglo XXI, con otros grupos como los del Proyecto Comunitario con sus representaciones etnográficas, Centro de Discapacitados, Centro de la Tercera Edad, etc.

 

 

 

 
Galas del Charco y Culturaldea
 

Las Galas del Charco siempre constituían, desde 1969 hasta principios de la década de 1980, una gran expectación. Las entradas se agotaban desde las primeras horas en que se abría la taquilla del Cine Nuevo. Se exponían actuaciones musicales y pequeñas dramatizaciones. No sé si se acuerdan de las participaciones de Isidro Vicente representando musicalmente a Nerón, de Enrique Valencia y de la cuadrilla de Esther Julia, entre otros.

Más tarde, tanto en Galas del Charco como fuera de ellas, después de 1978 los jóvenes estudiantes universitarios dramatizaban interesantes escenas teatrales o adaptaciones de obras literarias. Me viene a la memoria aquella célebre adaptación teatral-musical de Juan Salvador Gaviota o El Principito. Entonces comenzaba a implantarse en las escenificaciones la música como elemento para reforzar los contenidos de la obra, pues ya estaban generalizados los sistemas de reproducción del sonido en cintas magnéticas. Además, se cuidaba mucho el escenario con decorados y se trabajaba muy a fondo el color, utilizando diversos materiales como era el papel, los pañuelos de colores, las telas decorativas, la vestimenta…

 
El teatro en las escuelas
           

Tengo la experiencia personal de trabajar durante algunos años el teatro con niños de aquel Colegio de La Ladera y con otros profesores bastante inquietos e interesados en la dramatización. Por citar algunos diremos a Antonio Rodríguez, Pepín, Pilar Hernández, Marta, María Isabel, Abel, Ana María…

A veces, cuando me tropiezo con alguna fotografía de estas actividades, reflexiono y reconozco lo activos e interesados que eran los niños y niñas en el teatro, cómo creaban sus propios personajes y diálogos y cuánto aprendíamos de ellos. Y cómo da vuelta la vida, dice una expresión popular, lo digo porque recuerdo que en aquellos diálogos del teatro costumbrista, vestidos como la gente de antes, escenificaban encuentros, duelos y situaciones cotidianas diversas: “¿Cómo se encuentra comadre?..  ¡Ahí, mi niña...llena de dolores, dolores…! “ para la risa de todos; situaciones estas que para aquellas generaciones que ya sobrepasan los cuarenta años de edad, el óbito y los dolores ya no son teatro sino realidad en la edad adulta.

El teatro infantil se trabajó con mucho entusiasmo pedagógico desde la creación del Colectivo de Escuelas Unitarias, en 1986, labor que aún se mantiene creo, mediante la que llegamos a crear y adaptar pequeñas dramatizaciones en labor conjunta, que cada año se llevaba a un barrio distinto.

El teatro también se ha venido realizando en otros centros con profesores interesados como es el caso, por citar un ejemplo, de Paquito Rodríguez, ya jubilado, que llegó a componer pequeñas dramatizaciones tanto en el Colegio de Cormeja como luego en La Ladera. Pero preparar una obra de teatro en la escuela requería mucho esfuerzo por parte del profesorado, muchas horas de ensayo y de compromiso, a veces invirtiendo dinero de su bolsillo y siempre expuestos a algún problema en el día del estreno: ponerse enfermo un alumno, la familia no mandarlo a clase o no colaborar en el vestuario, etc. Por eso la organización de este tipo de actividad requería y requiere una enorme fuerza de voluntad por parte del profesorado para superarse él mismo y para infundir ánimo a sus alumnos, por lo que muchos, para evitarse líos, no se aventuraban en ello. Y de líos va la parte principal de este artículo en ARTEVIRGO.

 


Yo no quiero líos del grupo de La Gaviota

 

 

El pasado día seis del corriente, sentado en la parte alta del ya viejo Cine Nuevo (cuántas escenificaciones extraordinarias se han realizado en él a lo largo de medio siglo) disfruté como no la hacía desde hacía tiempo frente a un escenario, esta vez con actores muy conocidos de todos, los del grupo La Gaviota, que escenificaban la obra Yo no quiero líos.

Bien es verdad que la obra en su naturaleza es divertida, con todos los líos que en ella se traman. Pero según pasaban las escenas, yo retrocedía en mis recuerdos de varias décadas atrás, cuando actores adultos de la representación como Ray, Feque, Fefo (José Francisco)… eran niños inquietos de aquella inquieta generación que tantas escenificaciones teatrales hicieron para los padres y madres, y extraordinarios actores infantiles que siempre lo fueron, como otros más. Con ellos estaba otro amante del teatro, el profesor Paquito Rodríguez, que tanto trabajó en la escuela la dramatización y que en la obra estuvo inmerso en su rígido papel, dominando todas las situaciones, como él lo sabe hacer. Las felicitaciones se alargan en el mismo listón a los demás actores, que nunca había visto en un escenario y que gratamente me sorprendieron. Más sorpresa tuve cuando vi entrar en escena a los actores más nuevos, precisamente nuestros alumnos actuales del Instituto y cómo sincronizaron tan bien el tiempo generacional.

Con toda sinceridad, vuelvo a expresar que fue muy grata y sorpresiva la escenificación del Yo no quiero líos, un juicio crítico que todos los asistentes al acto también firmaron a tenor de los comentarios que oímos.

En algún momento de la representación observé algunos detalles a corregir, en mi opinión, algo en lo que desde hace muchos años venimos insistiendo en las aulas: utilizar el lenguaje sencillo en cuanto a la expresión con la dicción propia, con el bonito acento que tenemos los canarios. Cuántas veces nos enfadábamos en La Ladera porque, no sé por qué, los niños desde que hacían una escenificación dejaban a un lado su expresión natural para pronunciar las “eses” y los “vosotros” y algunos hasta las “zetas”, algo que ya tenemos regulado oficialmente en nuestra comunidad autónoma a través de la Academia Canaria de la Lengua y en las orientaciones pedagógicas en el área de Lengua para todos los niveles educativos. Hace unos años hice tal sugerencia, para que adecuaran la expresión oral de los actores, a la realidad del habla nuestra, de la representación del Auto de Reyes, sin ningún efecto, pues aún siguen ajustándose igual al texto. Esto es algo, repito, que por sentido común, debería tenerse en cuenta.

Y volviendo a la representación teatral del pasado seis de septiembre, diremos que, como tantos, nos acercamos a los actores y actrices a felicitarlos y a animarlos y casi todos coincidimos en la necesidad de que este grupo de La Gaviota se consolide de forma autónoma. En nuestra opinión, debería trazarse unos objetivos fáciles de entrada, tales como el ensayo de otra obra que no suponga mucho esfuerzo, ya que a los jóvenes estudiantes una vez que comienza el curso la mente se les complica con tanto trabajo y contenido; la solicitud de ayudas económicas a las instituciones públicas y privadas y no sé qué más cosas. Un primer paso sería escenificar esta obra en otros puntos de la isla, dándola a conocer con copias a las instituciones.

 


 

Y como decía Amable Hernández, aquel recordado e instruido vecino de La Placeta, cuando se retiraba o se callaba de una conversación diciendo “mutis”,  palabra de la terminología teatral que significa acción de retirarse del escenario, escenario este de líneas que he recompuesto a mi modo de ver y manera de recuerdos sobre la actividad teatral del ayer más próximo que, como ven, engarza con el futuro, ojalá que buen futuro tenga el grupo La Gaviota, lo que coadyuvaría al mejor desarrollo cultural de nuestro municipio.

En La Palmilla a 18 de septiembre de 2007

Francisco Suárez Moreno

             

           

 

Artes Oficios y trabajos del ayer. La Aldea de San Nicolás 1890-1950

Artes Oficios y trabajos del ayer. La Aldea de San Nicolás 1890-1950

Los avances de los medios de comunicación a través de la red de internet representan una de las grandes novedades de la tecnología a principios del siglo XXI, a la que se suman empresas e instituciones cuyo objetivo está en la difusión cultural y la informativa en general.

Desde su fundación como periódico comarcal, infonortedigital.com se marcó una línea definida de publicaciones sobre el patrimonio histórico y cultural de nuestra comarca. Nuestra página, más modesta, artevirgo.blogia.com, creada en 2006, ha centrado su actividad en la difusión de temas de literatura y del patrimonio cultural más local, La Aldea de San Nicolás, desde donde hemos colaborado con otros proyectos, como el comarcal de infonortedigital.com o el nacional canario bienmesabe.org, entre otros. Esta vez nos hemos atrevido a una publicación conjunta de mayor alcance con infonortedigital.com de un colaborador habitual, Francisco Suárez Moreno (Siso), sobre un tema tan interesante como el de los oficios del ayer desde una perspectiva histórico social.

La obra que presentamos, Artes Oficios y trabajos del ayer. La Aldea de San Nicolás (1890-1950), está dirigida al gran público, con un marcado carácter didáctico y pretende no sólo realizar un inventario de labores tradicionales, sino entenderlas en su contexto económico social y, en definitiva, humano.

Muchos lectores se acercarán a este documento en busca de un dato, de una curiosidad, de un listado de personas y oficios, incluso de un análisis pormenorizado del desarrollo de la economía y sociedad de La Aldea de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo, o, mejor dicho, además, estamos seguros de que el lector más satisfecho será el que no aborde esta lectura desde una sola de las perspectivas, porque así no limitará el disfrute integral de lo que se expone.

Siempre en aras de buscar un lugar apreciable en la historia de los pequeños hechos de las pequeñas comunidades humanas, se busca un lenguaje preciso, pero con la calidez necesaria, que despierte el interés por la lectura y el conocimiento de unas vidas cercanas, por conocidas o desconocidas que resulten ser las personas que aquí aparecen. Al fin y al cabo toda comunidad es todas las comunidades, y lo local siempre adquiere valor en la medida en que pasa a nutrir el modelo de lo universal.

De cumplirse esto, cerraríamos el círculo al que se aspira: investigar, descubrir, rescatar, divulgar y preservar.

 

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Trazos, volúmenes y colores mágicos

 

Asistimos a una exposición de arte conjunta, en un marco cronológico tan significativo como el de nuestras Fiestas Patronales 2007 de nuestro municipio, realizada por dos artistas amigos, Pepe Valencia y Paquita Armas.

Ambos llevan el denominador común del aprendizaje autodidacta y los sentimientos del amor a la tierra, a sus gentes, a sus paisajes, a la tradición ya la madre Naturaleza en general, dichosa y deseada inquietud que plasman en su variada obra artística con técnicas, materiales diversos y a veces complementarios: la tinta, el óleo, el barro... bien sea a plumilla y lápiz, con pincel o con las manos. En ese menester ambos coinciden con una sencillez, minuciosidad y precisión técnica impregnada de fantasía, produciendo llamativos contrastes de luces y sombras en blanco y negro o en el color de armónicos cromatismos. Una obra que, en conjunto, presenta bellos y sorprendentes planos (óleos, plumillas, acuarelas. . .) y fantásticos volúmenes de barro lentamente moldeado y cocido. Una exposición, pues, de buen hacer artístico, en un perfeccionismo tamizado no sólo por la armonía cromática sino por el corazón, los sentimientos. . .

La obra de José Valencia Vega, más conocida entre nosotros y en la Isla, con sus plumillas y cerámicas en constante evolución sobre todo con nuevas experiencias de colores irisados, les va a generar, con sus planos de trazos limpios, selectos, detallistas... sensaciones agradables de inmersión en el pasado, deseo de conservación de los bienes patrimoniales... y en sus volúmenes de barro cocido por él mismo, encontrarán nuevas piezas de maestría en moldeo, un sello de referencia en la alfarería artística de Canarias.

De él decía Berbel (2005), que su obra es un homenaje constante a nuestras islas, a nuestra arquitectura, campo, sentimiento y hombre.

Los cuadros de Paquita Armas van a resultar sorprendentes no sólo en el aspecto global sino en cada uno de ellos, óleos de evidente dominio del pincel con toda la generosidad al crear fantásticas perspectivas de la Naturaleza, sobre todo en sus planos cortos: flores y frutos de la tierra que se dan de la mano y ríen a miles amores, tunos como de los amaneceres en los Palmaretes o en Caiderillos, cristales que hablan. . . pinturas de canción espiritual, de sosiego y hasta la fragancia... En fin, ¡qué cautivante sorpresa los óleos de Paquita la de Mianito en esta su primera exposición, a buen seguro, como todas las de Pepe, exitosa y estimulante!

 

 

 


 

Pregón de las fiestas del Carmen de 2007, en La Aldea de San Nicolás

Pregón de las fiestas del Carmen de 2007, en La Aldea de San Nicolás

El cronista oficial de La Aldea de San Nicolás ha sido el encargado este año de pregonar las fiestas en honor de la Virgen del Carmen, patrona del barrio marinero y copatrona del municipio.

Es el pregón un minucioso repaso histórico a las vicisitudes del poblamiento de la zona costera aldeana y a las vivencias de los mareantes y de las distintas familias que, tras asentarse aquí, se dedicaron a la pesca profesional.

Se hace especial mención a algunos vecinos destacados y a las anécdotas siempre agradables de recordar por parte de los viejos o de conocer, por parte de la juventud presente.

Acabó el pregón con una muestra de cariño por la mar y sus gentes y con una recomendación: la del desarrollo sostenible y el mantenimiento de los valores históricos y etnográficos de este lugar tan señero en la comunidad aldeana. Recibió el pregonero, de manos de los responsables de la comisión de fiestas una reproducción a escala de una chalana, símbolo del afecto recíproco que se profesan los vecinos playeros y Francisco Suárez Moreno.

 



 

A continuación, el mariachi Teotihuacán interpretó varias canciones de su repertorio mexicano, tan del gusto del público que lo disfrutó, como preámbulo de la entrega de reconocimientos y homenajes a los mayores del lugar.

La noche festiva se completó con una verbena popular.

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PAISAJES EN EL RECUERDO. LOS ÁRABES, PALESTINA Y CANARIAS. AWAB MAHMOUD

PAISAJES EN EL RECUERDO. LOS ÁRABES, PALESTINA Y CANARIAS. AWAB MAHMOUD

Hace unos días leí la esquela del palestino Aba, en un periódico de Las Palmas de Gran Canaria. Y cuántos recuerdos me llegaron de cuando niño los veía hablar y farfullar. Los árabes… Rafaelito Oda, Pepito Franco, Pepito Hassan, Yusef… una media docena de ellos se habían establecido en La Aldea a mediados del siglo pasado. No recuerdo el timbre de la voz de Aba, sólo su rígida y silenciosa figura en la puerta de su tienda, en La Plazoleta de El Barrio. La esquela rezaba: Awad Mahmoud Ahmad, fallecido en Amán Jordania, con un verso del Corán y la media luna al lado. Murió en su tierra, en la que tanto peleó contra los ingleses primero y los sionistas después; la mítica Palestina, la Canaán de Abraham, el patriarca de judíos y árabes; la tierra de Jesús de Galilea y desde donde Mahoma también subió al Cielo… Tierra deseada y disputada desde los primeros albores de la humanidad por cananeos, filisteos, israelitas, romanos, árabes, cruzados, mamelucos, otomanos, ingleses, sionistas, pero siempre la tierra de los naturales de allí, palestinos, sean árabes, judíos o cristianos…

Aba no ha podido ser enterrado en su pueblo natal, Turmasaya, ocupado por el estado de Israel desde 1967, una localidad ubicada entre Ramallah y Jerusalén, ciudad sagrada donde la tradición religiosa cristiana, judía e islámica funden sus creencias.

 

El paisaje en mi recuerdo de hoy está en las calles y caminos polvorientos del oeste y centro de Gran Canaria, cruzados de vez en cuando por aquellos comerciantes palestinos de a pie, con el fardo al hombro, de tez morena como la nuestra, sudorosa por el esfuerzo de la pesada mercancía: telas, confecciones, baratijas… pregonadas con el peculiar acento: “Senniora, bueno, bonito y barato… lo quedas, lo pagas cuando vuelva…”

 

Descansaban en alguna tienda para comer. Con un pan y un kilogramo de plátanos se mantenían todo el día. Detrás del mostrador de la tienda de mis padres, en Los Espinos, recuerdo observarlos atentamente y oírlos hablar, en aquel castellano trastocado de risueñas sintaxis, de sus peripecias del comercio ambulante. Eran vendedores de paso, árabes desconocidos que aparecían de vez en cuando, sin saber de dónde venían. Otros hermanos palestinos ya habían pasado por los sufrimientos de la venta ambulante y se hallaban establecidos en el pueblo desde finales de los años veinte y principios de los treinta.

 

Poquito más arriba de mi casa había puesto tienda primero Aba y más tarde Rafaelito Oda, y más al fondo de valle, en el pueblo, estaban los demás, unos en tiendas de abacerías o de tejidos y otros con fincas y almacenes de empaquetado. Todos conocidos y apreciados en el pueblo. La tienda de Rafaelito Oda era nuestra competencia, sana competencia y estrecha relación familiar con sus hijos.

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PAISAJES EN EL RECUERDO. La Semana Santa del cincuenta y tres

PAISAJES EN EL RECUERDO. La Semana Santa del cincuenta y tres

Recuerdo la primera vez que, siendo niño de corta edad, oí y sentí el recogimiento preceptivo de la Semana Santa, en aquel entonces. Sería un Viernes Santo por la mañana, cuando tiendas y almacenes de empaquetado abrían hasta el mediodía sus puertas en plena zafra tomatera de 1954, creo. Y en la puerta de mi tienda, establecimiento tan transitado en aquella época por gentes de todo tipo y condición, yo silbada alegre, cuando entró Chano Valencia, el Indio -apodo de su familia por su padre, Vicente el de Las Cuevas, quien, por estar muchos años en América, tomó este sobrenombre. Precisamente, según contaba en La Marciega, había ido a Cuba en el último viaje del Valbanera, en septiembre de 1919, escapando milagrosamente de aquel célebre naufragio.

“Paquito, no se silba, ni se canta, ni se salta, ni se brinca, ni se juega a la pelota… el Señor… Dios, está muerto”, me advirtió Chano, en el elevado y jovial tono con que él se expresaba. Esto me dejó muy sorprendido y de inmediato le fui a consultar el asunto a mi madre, la que todas las noches, aún siendo muy pequeño, me instruía pacientemente en los largos rezos de la doctrina cristiana. Pero lo de la muerte del Señor con otros misterios más debían de ser conceptos difíciles de asimilar, a pesar de que ya me sabía de cabo a rabo y muy de carretilla el Credo.

Pues sí… el Señor había muerto en una cruz y eran momentos de recogimiento, me confirmó mi madre, detallándome además todo el proceso y figuras de la Pasión, incluida la traición de Judas y la resurrección gloriosa, que atentamente capté.

Quizás no estuve conforme con sus respuestas y detalles, porque lo de morir Dios, el creador de todo, que yo asociaba en su morada de la montaña de Los Cedros, no me parecía lógico, aunque la gloriosa resurrección encajaba con la historia de una divinidad. Salí de la tienda y tomé acera arriba a investigar el asunto por la vecindad, porque yo siempre me recorría casa por casa. Pasé de largo por la primera casa, la de Juan Guerra y Francisquita Viera, porque pensaba que a lo mejor no me iban a responder a tal dilema, más aún con un maestro Juan, tan gago él, y una Francisquita no muy dada a la conversación. Así que fui a parar ante la que yo llamaba abuelita, Pepita Casas, la abuela de Fefo Navarro. Allí estaba como siempre su anciano esposo José Navarro, sentado, liando su cigarro de picadura morena y fuerte, como su faz de cientos de arrugas, curtida con el salitre en sus largos años de mar, porque había sido marino de los veleros y vapores de cabotaje, prueba de lo cual la constituía su viejo arcón que estaba en un rincón de la casa y que para mí era como una caja de sorpresas, cuando lo abrían sus nietos. Navarro tampoco me inspiraba confianza para hacer tal pregunta sobre la muerte del Señor. Sí su esposa Pepita, la que tanto afecto me daba y a la que yo le respondía como si fuera un nieto más: “Abuelita, dicen que mataron al Señor”. Su respuesta de “sí mi niño… mataron al Señor”, vino a confirmar lo que me había dicho Chano el Indio y me había sido detallado por mi madre; “pero… ¿quién mató al Señor?”. Pepita con su amable tono acusó a “los judíos, mi niño, los judíos…” Después del quién, mi interrogatorio continuó con el cuándo, el cómo y el porqué, que lógicamente no pude entender; aunque probablemente debió coincidir con los detalles y figuras de la Pasión que mi madre me había narrado. Aún hoy, su hija, querida Luisa Casas, cuenta que salí acera abajo enfadado, diciendo entre dientes “estos jubíos que mataron al Señor”.

A mi deseo, por la tarde, mi madre me empaquetó con las mejores ropas con Fefo Casas y mi primo Pepe Luis Moreno, camino de la iglesia, al sermón de las Siete Palabras, a los cultos que acababan con aquella larga procesión del Santo Entierro. En pago a mi custodia les dio un par de pesetas para que compraran unas golosinas en el carrillo de los dulces o en el puesto ambulante de Sionita en La Alameda, que vendía todo tipo productos azucarados (pirulines, tirajalas, caramelos…) o en la horchatería de Miguelito León, detrás de la iglesia, que ofrecía sabrosos mantecados de vainilla y coco o polos de fresa y limón elaborados por su familia con productos naturales, que quienes los probamos aún seguimos diciendo que nunca más otros sorbos helados han sido igual. Ante tanta oferta yo lo tenía muy claro: sólo quería un chicle, producto novedoso que aún no había llegado a mi tienda.

Tres o cuatro cosas recuerdo de aquella mi primera experiencia en los cultos de Semana Santa de principios de los años cincuenta: la gran cantidad de gente que estaba dentro y fuera de la iglesia por la Rambla y La Alameda, el deseado chicle americano marca Bazooka y la penosa la imagen del Señor muerto en el sepulcro de madera y cristal entre el estruendo de la matraca, accionada por el monaguillo Juanito el de las Manolas dentro de la ermita, que desprendía un intenso olor a incienso y a madera vieja de tea.

Del chicle que me compraron en el carrillo de los dulces les diré que mi impaciencia por saborearlo en un principio me desconcertó pues lo encontré tan dulce que pensé que me engañaban con un caramelo raro de goma, amenazándoles con que tal engaño se lo contaría a mi madre, que para eso les había dado el dinero. “Paquito, masca, masca… que es un chicle nuevo, no usado”, me decían apurados. En efecto, así fue, pues desconocía su sabor original ya que aquella novedosa golosina, hasta aquel momento, sólo la había saboreado de segunda boca, con lo que podemos dar una idea de aquellos años de escasez de tantos productos comunes y la consecuente higiene. Aún estaban implantadas las cartillas de racionamiento. La gente deseaba la llegada del “reparto” en aquel viejo y agonizante camión de gasolina, el Stuart de los Rodríguez Quintana. No obstante ya empezaban, poquito a poco, a llegar a las tiendas nuevos productos alimentarios como la mantequilla, la conserva… desconocidos en la década anterior, cuando para conseguir el café había que hacerlo en el mercado negro conocido como estraperlo y cuando aún la moneda de cambio, a modo del trueque medieval o de las economías autárquicas, a veces eran productos de primera necesidad, como el millo o los huevos. Desde 1939 hasta 1951 el modelo de desarrollo económico del Estado español, empobrecido y aislado, era una autarquía económica, es decir que pretendía producir dentro de sus fronteras todo lo necesario para su desarrollo, protegiendo su producción e importando lo mínimo. Y en el orden social se daban unas estrechas relaciones del aquel Estado dictatorial con la Iglesia denominado como nacionalcatolicismo.

 



 

La procesión del entierro del cincuenta y tres, recuerdo, fue muy larga, con muchos santos, unos detrás de otros, y apenas mi vista podía apreciar entre tanta gente de traje y corbata, faldas largas y velos… Apenaba la expresiva imagen de la Dolorosa con el puñal clavado en su corazón. Impresionaba la del Cristo Yaciente, coronado de espinas y todo lisiado en su sepulcro de madera y cristal, que para poderlo apreciar bien me tuvieron que elevar con los brazos. Tal como me había aconsejó Pepita Casas, comprobé la figura lastimosa del Señor muerto, en su ataúd torneado, custodiado por guardias civiles, para una mayor solemnidad. Y qué guardias civiles aquellos de los largos bigotes, tricornios, con la boca del fusil hacia el suelo de aquellas calles de tierra, en paso marcial al son fúnebre de la banda municipal de música dirigida por el enérgico maestro don Buenaventura, el recordado Venturita Araújo, creador de una escuela de músicos locales. Conformaba este singular músico la quinta generación de una saga familiar de mucha historia en el pueblo, cuyo patriarca había sido aquel célebre sacristán e ilustrado gallego de capa y espada, que se estableció en La Aldea hacia 1740 y su padre, don Salvador Araújo, el alcalde y romántico gestor de los últimos años del Pleito de La Aldea.

Vinieron otras semanas santas, según fui creciendo, en las que se mantuvieron los mismos clichés. Eran los años de la expansión del tomate en La Aldea y los cultos atraían a mucha gente, a pesar de que se solía trabajar en los almacenes de empaquetado, incluso en horas del Jueves Santo. Recuerdo el recorrido de la procesión por La Palmilla, dar la vuelta por La Plazoleta e ir asomándose las mujeres para verla pasar, porque a lo largo de este trayecto había más de diez almacenes. De todas formas, La Alameda y la pequeña ermita se abarrotaban de gente, sobre todo mujeres procedentes de todos los lados de la isla, atraídas por la oferta laboral del sector.

Comenzaba con el atractivo Domingo de Ramos, del que hasta los años sesenta mantuvieron la tradición de los palmitos trenzados y las ramitas de olivo, luego se perdió hasta que hace unos pocos años se recuperó. La mayor parte de los que asistían a la misa mayor y la procesión llevaban hojas de palmitos sin apenas los complicados trenzados que hoy suelen hacer. Solíamos extraerlos del cogollo de palmas jóvenes. No recuerdo que la mayoría llevara palmitos tan decorados y con tantas filigranas. Yo los iba a buscar a La Hoyilla, a la finca de Pancho Marta, persona mayor que con tanta voluntad me lo extraía con su hacha entre las mejores hojas del interior de su palmito. Siempre le tuve un gran afecto y le correspondía muy bien detrás del mostrador de mi tienda con generosas copas de ron a cambio de mil cuentos del paisaje y gentes de finales del siglo XIX.

La Semana Santa se ubica en el comienzo de la temporada del alisio. Al respecto les cuento cómo irrumpían en aquel entonces estas masas de aire tan necesarias en nuestra latitud geográfica. Hoy, como siempre vamos en coche o hay tantas casas, no las notamos tanto. Yo recuerdo que sus fuertes rachas y remolinos despeinaban nuestros cabellos de brillantina y agua florida que no conocían los sedosos champús y fragantes cremas acondicionadoras de hoy. El viento racheado arrastraba a su paso a todo tipo de marullos, a la vez que formaba polvaredas en las calles entonces sin asfaltar. Sorprendía sobre todo a las mujeres, cuando salían en tromba de los almacenes a almorzar, muy apuradas y desprevenidas, con lo que el aire juguetón les levantaba por unos pocos segundos sus faldas, el tiempo suficiente para descubrir sus muslos tras unas rodillas donde las ligas mantenían unas medias oscuras de cordoncillo; visión instantánea para el género masculino, porque rápidamente las afectadas daban media vuelta y con las manos colocaban el traje en su sitio con más o menos efectividad, aunque siempre la vista masculina poco o mucho percibía la estampa erótica, lo que generaba el deseo tan prevenido desde el púlpito como pecado contra el noveno mandamiento. Y era así como el fresco y juguetón alisio, como la serpiente bíblica, por Semana Santa, llevaba una y otra vez, a jóvenes y adultos al preceptivo confesionario para el pecado que menos arrepentimiento ha tenido desde los tiempos míticos del Paraíso Terrenal. Además, en el plano de las buenas sensaciones, cada Semana Santa, en su tiempo de silencio desde la Cuaresma, nos aportaba el primer dulzor de la tierra con el sabroso manjar del “míspero” del país, cultivado preferentemente en Los Cascajos y El Parral.

En las horas de los principales cultos de Semana Santa se producía una gran atracción humana en el centro del pueblo. Eran el pretexto o se aprovechaban para las relaciones sociales de la juventud en aquel marco social del nacionacatolicismo. La estrategia más significativa era el paseo alrededor del quiosco de La Alameda -con la que salías el Viernes Santo te casarías, contaba la tradición oral. Aquel paisaje humano podría dibujarse así: las muchachas cubiertas con el preceptivo velo y la ropa adecuada a la normativa eclesiástica (falda debajo de la rodilla, mangas sobrepasando el codo, cuello sin escote, medias en los pies…) y con el rosario y libro de misa en mano, paseaban en grupos por La Alameda con la vista disimulada pero precisa en el punto donde podría estar el pretendiente o el amor deseado; frente a los jóvenes que bien paseando en sentido contrario o en punto estratégico de La Alameda, también planificaban sus deseos de relación.

Estas aglomeraciones y paseos coincidían primero con las horas de las confesiones previas a los días principales, con los días y horas de los cultos y sermones del enérgico cura don Juan Quintero Suárez. Y se repetía con mayor o menor profusión en los “domingos y demás fiestas de guardar”.

La Semana Santa del pasado también era el tiempo de los ayunos y abstinencias de carne a excepción de los privilegios de las incomprensibles bulas. En fin todas unas relaciones, creencias y actividades muy distintas, lógicamente, a las de hoy y que terminaban el Domingo de Resurrección con la misa y la Quema de Judas, que no tuvo el arraigo popular de otros lugares y que nunca llegué a presenciarlo, por lo que calculo que ya en los años cincuenta estaba en decadencia.

Nada más tengo que dibujar de este paisaje del ayer. Todo ello y más cosas que se escapan de nuestros recuerdos han quedado en esa etérea dimensión del pasado que nuestra generación evoca, la cuenta y la pinta según le fue. No sé si la mía, con el respeto a las creencias y formas de pensar de cada cual, habrá sido del agradado del lector.

 


Francisco Suárez Moreno

 

Paisajes en el recuerdo: la Navidad y Reyes

Paisajes en el recuerdo: la Navidad y Reyes

Empiezo por lo que siempre se decía, que “Santa Lucía canta Pascua en once días”. Su fiesta, el 13 de diciembre, tan señalada en el calendario festivo sociedad tradicional, animaba el ambiente del pueblo en la cercana Navidad que ya se había anunciado desde el 8, día de la Inmaculada Concepción. Por Santa Lucía comenzábamos a preparar los nacimientos, a sembrar alpiste, lentejas... en latas de sardinas; a comprar en la farmacia anilina para pintar papeles y hacer las montañas del belén y las figuritas de loza que nos faltaban, que en aquella mediana del siglo XX, tanto vendía Purita, como Encarnita Marrero, enfrente del Ayuntamiento.

Años atrás, a partir del 8 de diciembre, salía a cantar el Rancho de Ánimas o Rancho de Pascua con su monótona tonadilla musical, que dio paso a la frase popular de “estar como un cantador de Pascua” a quien hablaba repetitivamente un tema.

Las frescas madrugadas de diciembre se alegraban en La Plaza con las Misas de la Luz, con sus alegres cantos de villancicos, acompañados de sonajeras y panderetas dentro de la Iglesia, desde donde muchos salían directos a las hoyas y laderas a sembrar, porque ya se estaba en la estación de la humedad. Pero los ranchos y las misas de la luz ya se habían apagado cuando yo nací, en el último año de la década del cuarenta y nueve. Pero sí que viví intensamente la alegría de los nacimientos, la ilusión de los dulces de Pascua y de los juguetes de Reyes que se vendían en algunas tiendas.

La llegada de la Nochebuena era algo excepcional, la gente pasaba el día trabajando y buscando un hueco para elaborar las truchas, los queques y rosquetes. Y si había algo que en aquel día me apenaba era la muerte de los baifillos, animalitos nacidos aquellos días con los que uno de encariñaba, pero que les llegaba este mal y definitivo día para delicias luego en la mesa familiar. Ya de noche recuerdo oír, hacia 1955-1957, al Rancho de Ánimas en la casa de Pestana, en Los Espinos; clarito apreciábamos, desde mi casa, el sonido de la flauta y los panderos. A todos ellos los conocía muy bien: a Antonio Pestana con su gran bigote, a Maestro Juan Cayetano el de las Cañadas, Policarpo Sánchez, a Félix el de Cormeja, Fulgencio Díaz… gente mayor de palabra y honradez.

Y más cerca de mi casa sonaba la parranda de mi maestro, Cristóbal Quintana, con sus guitarreos, cantos y copas, con tapa de baifos de su ganado de Guguy. Era este una persona del fondo del barranco de Siberio (Los Galgares-Taguy), que vino a parar a Los Espinos, donde puso un tiendita y una escuelita y donde todos los del lugar aprendimos las primeras letras y las cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y dividir), con toda precisión.

 

 

La Nochebuena no nos perdíamos el Nacimiento. Íbamos para La Plaza. A mi parecer, eran los "familios" de allá abajo los primeros en aparecer por La Alameda. Aquella Plaza estaba muy concurrida, muy dinámica: la Horchatería de Miguelito León, las tiendas de Natalio y Araújo, el palabrerío de la ingeniosa Quintanilla, las prolijas familias de los Rodríguez, Maruja, las Singuirillas, las León, los Afonso, los Ojeda, los Herreros, la geniosa Mariquita Salomé… El tráfico de camionetas y bicicletas era incesante bajo la severa vigilancia del Cabo Vega.

Aquella noche visitamos todos los belenes de la calle principal pues casi todas las casas estaban abiertas. Nos daba tiempo de ir parar a la tienda de Purita, a ver los juguetes, los reyes, colgados de la pared; eran muchos y variados, más de los que tenían la tienda de Tila en el Barranquillo Hondo. Y nos quedábamos embelesados con el techo mágico de la tienda: caballitos y muñecas de cartón, pistolas de mixtos, acordeoncillos de cartón, armónicas o pianillos, cocinillas, cornetillas, cochillos y camioncillos de lata y madera, muñecas de cartón... los que, al menor soplo del aire que entraba por la tienda, se movían como si cobraran vida. Madera, cartón, tela, latón… eran los materiales de aquellos juguetes de reyes cuando aún no se había generalizado el material plástico.

Cuando se acercaba la hora de la Misa del Gallo ya se oían muchas parrandas. Las que más recuerdo eran las de la gente de El Hoyo. La hora del Nacimiento se acercaba cuando calle abajo aparecía el cura, don Juan Quintero, acompañado de algún monaguillo. Se abría paso entre la gente que se apelotonaba frente a la puerta de la Iglesia. Y es que solíamos hacer como cola allí, al zoco, esperando al cura, entre mil cuentos casi siempre de brujas. Luego... la misa, entre los villancicos del coro, la espectacular caída de la cortina del nacimiento en el altar mayor, el besapié... Los Panderos (el Rancho), como antes dije, ya no tocaban, nuestra generación no pudo verlos, sólo quienes vivíamos por Los Espinos tuvimos la suerte de oírlos, la tonadilla de su flauta, en silbos, repetían días después los chiquillos que más oído musical tenían.

 


 

El Día de Navidad era para mí otra ilusión: la de llevarle dulces, caramelos y regalos que mi padre me preparaba dentro de un cestito de cañas, a mi abuela Eulogia Oliva Armas, que vivía en lo más alto de La Ladera. Después de rebasar la Vuelta de La Higuerilla -la que, la noche anterior, cruzarla solo, en la oscuridad, era para los atrevidos-, se llegaba a La Ladera. Yo subía por el caminillo que pasaba por detrás de la casa de Pepe Déniz, alcanzaba la casa de Carmen la Médica y llegaba a la Cuestilla. No había pérdida. Pero al subir la pendiente, como eran varias calles las que seccionaban la Cuestilla, tenía problemas con distinguir cuál era la de mi abuela. Yo calculaba primero la casa de Miguelito el Latonero, luego otra calle… hasta cruzarme con la de mi abuela: una palmerita de abanico situada enfrente de su casa era la marca para identificarla. Cuando llegaba arriba, me paraba para ver el paisaje: abajo la Palma de Mianito, más allá el palmeral de El Convento con la casa a cuatro aguas de Miguelito Martín, Cabo Verde y más al fondo intentaba buscar el campanario de la ermita de San Nicolás.

Pasados los días navideños llegaba la Nochevieja y el Año Nuevo, que no tenían nada tan espectacular como los de hoy. Y, por fin, el Día de Reyes. La gran ilusión que siempre va teniendo cada generación de niños; la nuestra quizás con menos juguetes sofisticados y más deseada por la carencia de estos. Pero todas las ilusiones de niños son iguales. No hay tiempo pasado mejor. Yo le oía decir a mi madre que nosotros teníamos la suerte de que los Reyes nos echaran carritos, pianos de boca, acordeones de cartón, muñecas a las niñas… porque a ella, cuando pequeña, solo le echaban almendras, támaras, cajitas…

Las pistolas de Reyes no disparaban en mi casa nunca, porque mi padre nunca las quiso y cómo se me iban los ojos al verlas en los demás niños. Eran rifles y pistolas que estallaban con mixtos y que solían regalarse con un conjunto de plumas indias y cartuchera. Para pistolas, Juan Manuel el de Soledad, la que vivía con don Juan Marrero. El se recorría toda mi zona con cartuchera, dos pistolas y cubierto de plumajes. Solía decirle a su abuela: “me voy para las montañas”. La tarde de Reyes en el Cine Viejo o Cine del médico don Juan Marrero era todo un espectáculo, pues los niños del pueblo llevaban a la sesión de la matiné sus regalos. Además, allí rifaban una gran pistola para los niños y una gran muñeca para las niñas. Momentos antes de la proyección llegaba la luz del motorcillo que don Juan tenía frente al Cine, al lado del estanque de Comparillo, y los gritos de los familios diciendo “¡La luz, la luz…!” eran los más fuertes y atronadores del año en aquella tarde de Reyes.

UNAS PINCELADAS SOBRE EL RON EN CANARIAS, EL ALAMBIQUE DEL CHARCO Y REFLEXIONES

UNAS PINCELADAS SOBRE EL RON EN CANARIAS, EL ALAMBIQUE DEL CHARCO Y REFLEXIONES

En Canarias llamamos destilerías a las fábricas de ron o aguardiente. La que teníamos en La Aldea desde 1936 a 1958 la conocíamos como El Alambique. Su edificio y su maquinaria aún se conservan, junto a Las Manchas del Charco. Las destilerías también producían otros productos relacionados con el alcohol a través de otros procedimientos de destilación, siempre con los mismos aparatos: las alquitaras o alambiques. En el libro Ingenierías Históricas de La Aldea (1994) damos un amplio repaso a la historia del ron en nuestro pueblo, el Ron Aldea, primero, y el Ron del Charco, más tarde.

En esta pincelada histórica les voy contar un resumen de la fabricación de alcoholes en Canarias. Empezó en la isla de Tenerife, a principios del siglo XVII, por iniciativa de maestros azucareros flamencos y franceses. Se tomaron como materias primas el orujo y vinos de mala calidad, a través de procedimientos muy artesanales, con sencillas alquitaras provistas de una caldera y refrigerante, técnica basada en el principio físico de la extracción del alcohol y sustancias aromáticas de los vinos a través de la destilación (el alcohol y sustancias más volátiles se evaporan a menos de 30ºC, frente al agua que lo hace a 100ºC). En estos sencillos artilugios, la materia prima, el vino resultante de la fermentación de cualquier jugo azucarado (de uva, caña, guarapo…) se calienta, evapora y condensa volviendo la sustancia al estado líquido, convertida en producto alcohólico. Es el simple proceso químico de la destilación.

El auge de las destilerías artesanales canarias se sitúa entre finales del siglo XVII y principios del XVIII. Su producto se exportaba a las Indias, aunque muy pronto tuvieron que enfrentarse a la fuerte competencia de los ingenios americanos, cuya materia prima era la melaza residual del azúcar. Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX la industria del vino y el aguardiente había fracasado en Canarias, no obstante se contabilizaba aún un total de 150 alambiques con una producción de 3.000 pipas anuales (Escolar y Serrano, 1805); una industria residual, para consumo interno, localizada principalmente en las islas de La Palma y Tenerife.

Las destilerías canarias volvieron a resurgir hacia el último cuarto del siglo XIX cuando, tras el fracaso de la cochinilla, se ensayó el llamado modelo cubano de desarrollo económico, que volvió a cubrir de caña dulce las tradicionales zonas bajas de regadío de Canarias para las nuevas fábricas azucareras, las que a su vez se complementaron con modernos alambiques en los que se destilaba la melaza residual del azúcar, produciendo un nuevo aguardiente o ron, al estilo antillano. Entre las destilerías más importantes se hallaban las de Telde, Arucas y Guía en Gran Canaria, las del norte de Tenerife y La Palma, que emplearon modernas maquinarias movidas a vapor y alambiques muy perfeccionados, con rectificadores, que daban mayor aroma al ron y permitían la fabricación de otros licores. Dos marcas francesas de alambiques se generalizaron, la Egrott y la Savalle, con los sistemas tanto de caldeo directo como de evaporación.

Un aguardiente muy popular en La Gomera es el extraído del guarapo y fabricado en alambiques caseros. El guarapo se obtiene del sangrado de la cresta de las palmeras, en una paciente operación iniciada por la noche, colocando los recipientes bajo las incisiones practicadas en la corona del árbol y que acaba por la mañana, recogiendo el dulce jugo vegetal antes de que le dé el sol y fermente. El proceso para fabricar miel continúa con la cocción, que se realiza de inmediato, a fuego lento, durante dos o tres horas. Y para fabricar el aguardiente, en cambio, hay que seguir el mismo proceso del juego fermentado de la caña y la posterior destilación en un alambique.


Pero a comienzos del siglo XX el azúcar volvió a fracasar en Canarias, arrastrando ,en su ruina, a las destilerías de ron. Hacia 1920 todas las fábricas quedaron desmanteladas y gran parte de ellas fueron trasladadas hacia la aún pujante industria de la caña en Madeira, la isla del ron. Y desde allí regresó un maestro azucarero aruquense, en 1935, Manuel Quevedo, que portaba una larga experiencia acumulada en la tradición familiar y en tierras cubanas. Él fue quien puso en marcha, por primera vez, la destilería de La Aldea, con un molino y un alambique de las desaparecidas fábricas de Arucas, aunque con un nuevo sistema de fabricación: la destilación directa de la caña dulce y no de la melaza residual. A esta iniciativa se unieron, entre 1940 y 1960, otras: la fábrica de Arucas nuevamente entró en funcionamiento aunque sólo para la destilación de ron, le siguió la de Telde, en Gran Canaria; en Tenerife surgió la de Tejina; en el Hierro apareció la destilería de ron Atuey y en la isla La Palma, que no había perdido la tradición artesanal del ron y la miel de caña, volvieron a resurgir varias destilerías. Estamos ante el inicio de un nuevo ciclo de la caña en Canarias, aunque de escasa dimensión económica, que apenas pudo mantenerse unas tres décadas, y que tuvo una máxima producción de 86.340 Qm. de ron procedentes de una superficie cultivada de caña de 189 Has.

Pero las nuevas formas de vida que afectaron al canario tras el desarrollismo de los años 70 del pasado siglo y el propio turismo masivo, determinaron profundos cambios en el consumo de bebidas alcohólicas, en detrimento del tradicional ron canario. Como consecuencia de ello las destilerías canarias, en su mayor parte, quebraron y las que pudieron mantenerse fueron sustituyendo la materia prima de la caña canaria por melazas residuales de la fabricación del azúcar importadas de África y América, melazas muy baratas.

¿Volverá a producir ron nuestro Alambique de El Charco? Con el mismo procedimiento se está fabricando en La Palma el Ron Aldea, por los bisnietos de Quevedo, es decir mediante caldeo o fuego directo sobre el vino ya fermentado del guarapo de la caña, lo que le da un mismo aroma y parecido paladar; pero no igual, dicen los viejos roneros, pues las condiciones de la tierra, el clima y las aguas salobres daban un jugo de caña más rico. Quizás algún día, con ayudas oficiales pudiera conformarse una cooperativa en el marco de un pequeño museo o centro de interpretación, en El Alambique, no sólo para el ron producido y sus antecedentes históricos sino también para formas de vida tradicional del entorno; pero, pero… campos de golf trasnochados, urbanizaciones… parecen que quieren ganar la carrera de un desarrollo más sostenible que el que se da en otros lugares. Alguien me preguntaba el otro día, ¿se puede compatibilizar la Memoria del Lugar con un desarrollo económico sostenible? Mi respuesta fue simple: si en otros lugares lo hacen por qué no aquí.

Al menos, por ahora, queda el recuerdo, el edificio, los alambiques… tan necesitados de protección. Es la Memoria del Lugar. Mi madre me contaba que siendo niña en una ocasión el químico del Alambique, el señor Quevedo, la tuvo una tarde pisando plátanos para sacar ron pues esta fruta no podía molerse en los molinos de la caña. Y sacó “ron de plátanos” y “licor de plátanos”. Era un genio el señor Quevedo.

Siendo yo un niño recuerdo ir con mi padre allá abajo, en un camión, para traer unos garrafones con destino a la venta en nuestra tienda de Los Espinos. Aún recuerdo cómo sacaban con una soga y un balde el ron, de una especie de tanque subterráneo, y el fuerte olor a esta bebida que desprendía aquel salón.

 


 

En la tienda servíamos el ron en unas copas de cristal muy singulares que aún se conocen como “copas de ron”, que tenían una rayita roja que servía de marca. El ron del Charco era más caro que el que se traía de las destilerías de Las Palmas (Eugenio Domínguez, la Cocal, Arucas, Telde…) que eran rones destilados no del jugo fermentado de la caña, sino de la melaza residual del azúcar. Algunos eran baratos, muy fuertes, y venían con una altísima graduación por lo que había que rebajarlos con uno poco de agua de Firgas. Un ron de tropa, se le decía. Pero el ron del Charco era exquisito (aunque en los últimos años ya no daba tanto sabor y aroma de caña como en un principio, porque se fabricaba con caña de importación), de todas formas continuaba siendo una gran bebida de extrema pureza que sólo la bebían los que tenían más dinero y apreciaban su exquisitez. Era un ron muy suave al paladar, de mucho cuerpo, que una vez ingerido comenzaba a producir un agradable calor aunque “patero”, porque en su exceso de bebida solía atacar primero a los pies. La gente ebria con ron del Charco se quedaba tumbada en las aceras o en las orillas de la carretera en su sano juicio, algo alegres, pero sin poderse levantar.

No hay más espacio para contarles tanta historia y tradición de estos rones, licores y aguardientes de Canarias y específicamente de nuestro ron del Charco.

La voz de la memoria. Conversaciones en Artenara. PRÓLOGO

La voz de la memoria. Conversaciones en Artenara. PRÓLOGO

Todos los nacidos antes de los años sesenta del siglo pasado hemos sido protagonistas del profundo cambio social que ha tenido lugar en Canarias. Hemos pasado de una sociedad en gran medida rural a una sociedad urbana, cuya estrategia de desarrollo gira en torno al sector servicios, a su vez sostenido en el turismo de masas.

El cambio social ha sido más lento en el interior de la isla, en los pueblos cumbreros, frente a los avances económicos y sociales que, desde principios de aquel, nuestro siglo, generaron los cultivos de exportación de la costa y la economía portuaria. No obstante la gente del campo no se mantuvo al margen de tales cambios, las plantaciones de plataneras por el Norte y de tomateros por el Sur y el Oeste, como imanes, atrajeron a familias enteras, primero en tiempo estacional y luego definitivamente. La primera diáspora fue hacia las zafras tomateras y plantaciones de plataneras entre los años cincuenta y sesenta. Le siguió el llamado éxodo rural hacia la capital y los polos de desarrollo turístico, en las siguientes décadas. Pero, a pesar de la obligada huida del campo, sus gentes han seguido identificadas con el mismo, y la palabra del recuerdo en aquellas generaciones, que primero sufrieron el hambre de la posguerra y luego el dolor de la emigración, cobra cada día más importancia. Así lo cuentan los protagonistas de la Voz de la Memoria, Conversaciones en Artenara, este nuevo libro del Cronista Oficial de Artenara, José Antonio Luján Henríquez, que hoy tengo el máximo honor de prologar.

Este no es un libro más, de los muchos e interesantes que cada momento nos presentan nuestros autores canarios, en el amplio abanico de las diferentes disciplinas del saber y de la expresión escrita. Es un libro de la palabra, de la sabia palabra de nuestra gente del campo, en concreto del municipio de Artenara. Un pueblo que gracias al tensón investigador y a la ágil pluma de su cronista ya cuenta con un estante de libros propios; el primero Aspectos Históricos de Artenara, publicado en 1994, donde en el marco de los contenidos que conforman el devenir histórico de este singular pueblo cumbrero se integran variados aspectos etnográficos de la sociedad tradicional (la trilla, la descamisada, los bailes, el culto a la muerte…); seguido de otros más hasta el último, Aportación para la historia de la alfarería de Lugarejos, Artenara (Gran Canaria), publicado en julio pasado, donde también la voz de la memoria está presente con fuerte sonoridad.

La Voz de la Memoria, Conversaciones en Artenara, es un libro distinto, les decía, porque la palabra, y no el documento escrito, es la principal fuente de la que hace uso el autor para recomponer un amplio contenido de saberes y recuerdos de la sociedad tradicional. Refleja, ante todo, la cultura de la palabra, la sabia palabra de nuestros mayores que desgrana cadenciosamente la memoria social de un entorno y unas formas de vida ya desaparecidas y que cada uno de estos informantes la procesa, gesticula y transmite a las generaciones siguientes con la suerte, en algunos, de ser recogida para la posteridad y en otros queda perdida para siempre: la biblioteca que muere en cada ataúd sin posibilidad de continuar en el devenir de los tiempos. Es la Historia Oral, la que a veces no se le ha valorado suficientemente, pues desde equivocados planteamientos historiográficos, algunos investigadores han alegado que su naturaleza conlleva carencias epistemológicas. Bien es verdad que como fuente primaria debe tener su adecuado procesamiento y análisis científico, al igual que cualquier otro documento escrito, fonográfico, audiovisual, fotográfico… Como también es cierto que este tipo de fuente de información procedente de los testimonios orales es mucho más difícil que otras, pues las horas invertidas en su búsqueda y procesamiento es muy superior al trabajo de gabinete en los archivos.

 

 

No es la primera vez que José Antonio Luján utiliza como complemento la Historia Oral para reconstruir el pasado de su pueblo; aunque, en este libro, más que cortar, hilvanar y coser el traje de la memoria oral en papel, lo que hace es dignificar la sabia palabra de sus mayores. Lo hace primero con los planteamientos metodológicos de la palabra como fuente histórica con un valioso refuerzo bibliográfico; un fundamento teórico de gran ayuda para los interesados e investigadores. Luego, en la parte central del libro, fielmente transcribe el verbo de sus interlocutores, una media docena de personajes, algunos de ellos ya fallecidos.

Estas conversaciones en Artenara transportan al lector a las escenas de la conversación tradicional, como antes les decía en los zocos y patios de las casa-cuevas, haciéndole sentir, en la lectura de sus páginas, las más variadas sensaciones de aquel mundo rural ya pasado, desde olores a sabores: el fuego de las hoyas carboneras, la leche recién ordeñada, el aceite de almendra… junto a la durísima vida tanto de los trabajos domésticos como de los proletarios en las construcciones hidráulicas de presas, canales y túneles; las kilométricas andanzas de los vendedores ambulantes, hueveros y paperos; la dolorosa diáspora artenarense hacia la costa, en busca de mejores condiciones económicas; el mundo mágico de las cruces de los caminos que servían de descansaderos de los cortejos fúnebres y donde, en las horas nocturnas se generaban, halos mágicos y a veces fantasmagóricos; el complejo mundo de la medicina tradicional, aparte de otros temas del curanderismo y el más allá… Es, en definitiva, una parte de nuestro patrimonio intangible, el mundo de los saberes, conductas y expresiones que han configurado perfiles de ayer y hoy. Nos imaginamos el placer que debió experimentar el autor en esas conversaciones, las que experimentamos en la lectura previa a la elaboración de este prólogo; un disfrute y aprendizaje que, estamos seguros, los lectores también van a compartir con la lectura y relectura de las páginas de este libro.

Por último, sólo nos queda el felicitar a José Antonio Luján por esta nueva obra, al Ayuntamiento por acometer su edición y al pueblo de Artenara por el esplendido trabajo que nuevamente le ofrece su cronista oficial, que se suma a su relevante contribución al rescate y difusión de nuestra memoria colectiva y de todo el patrimonio cultural canario.

 

Francisco Suárez Moreno

Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás


 

 

 

PAISAJES EN EL RECUERDO (III). Los Cascajos, el San Nicolás y el Imperio

PAISAJES EN EL RECUERDO (III). Los Cascajos, el San Nicolás y el Imperio

 

Anoche fui a Los Cascajos, al primer partido de fútbol federado, entre el Imperio y el San Nicolás, que no se enfrentaban desde hacía por lo menos medio siglo, tras la reciente refundación del Imperio.
Bajé por El Callejón acompañado de Encarna, la de las Seguidillas, que me habló su presente cargado de pasado junto a Ofelio y su guitarra que ya no suena y sus cosas ya intagibles. Fue toda su conversación hasta la puerta de casa, en el camino de Los Cascajos, que según ella en nada se parece al de hace pocos años. Continué hacia el Polideportivo y tenía toda la razón Encarna: no había nada del pasado más reciente. Y menos aún de aquel caminillo que desde La Plaza conducía a Los Cascajos Bajos hasta el Barranco, entonces jalonado de piedras, cañas, higueras, nispereros, mangueros y con varios “tanquillos” recibiendo el agua fresca de sus pozos, elevada por motorcillos agonizantes, donde limos, ranas, caballitos y demás elementos de su ecosistema sólo están los recuerdos; caminito que cerca del Campo de Fútbol (entonces en dirección Este-Oeste) por donde más cascajos había, contaba con un frondoso especiero del Cabo Ignacio, donde hoy se halla la entrada al gran complejo deportivo. Todo se ha borrado, como se borran las generaciones de gentes, para redibujarse en su lugar los actuales edificios públicos, los aparcamientos, el ajetreo juvenil… que dan otro soplo de vida al lugar.
Ya en el Campo de Fútbol me encontré con la luminosidad de los focos sobre el brillante y verde césped artificial. Los dos equipos estaban alineados y, sin darme tiempo a colocarme, el pitido del árbitro ordenó el comienzo del encuentro. Había llegado a la hora en punto, sin tiempo para pensar y analizar el primer encuentro, cincuenta años atrás, cuando el primer equipo del San Nicolás se enfrentó, en su presentación, al ya experimentado Imperio, en el campo de fútbol que estaba junto a La Sociedad, en el Llano de Los Calixtos. Qué lejos se encuentra a veces el ayer cuando realmente lo tenemos cerquita, porque la vida es muy corta aunque se viva cien años, que por ahora son pocos, los que rebasan ese listón.
De aquel primer partido del San Nicolás con el Imperio, diré que lo viví intensamente. Por entonces yo tendría ocho años, con lo que pudo ser hacia 1957-1958. El equipo representativo del pueblo era el Imperio, que había absorbido a los mejores jugadores de los equipos locales anteriores, el Imperial, uno de ellos, el equipo de mi zona.
Aún recuerdo aquella escena: detrás del mostrador de la tienda de mis padres, Jacinto Suárez, tío de Tomás Suárez, el actual entrenador del nuevo Imperio; Manuel Santana, mi padre y otros, todos fallecidos, trazando los planes para la creación de un nuevo equipo que se llamaría San Nicolás, en honor al santo patrono y que, a tal efecto, llevaría los colores amarillo y negro. También me viene a la memoria cuando fui con ellos a la tienda de Isidrito Sosa, a hacer la compra de las telas para confeccionar el equipaje. Para el nuevo equipo se diseñó, como emblema, un escudo triangular con fondo negro y bordados amarillos del nombre del equipo y la paloma de San Nicolás. Ya ven: este sería el origen de los colores representativos oficiales de nuestro municipio.
A lo que íbamos. El primer partido entre el San Nicolás y el Imperio. Se celebró, como ya dije, en el campo del Llano de Los Calixtos, junto a la Sociedad. En aquella ocasión, se abarrotó de gente, aficionados, sobre todo de abajo, seguidores del desaparecido Imperial, que se habían incorporado al nuevo proyecto. Se enfrentaba a un equipo poderoso como lo era el Imperio, que en la temporada siguiente se proclamaría Campeón de la Liga Regional de la Zona Norte.
En la presentación oficial del San Nicolás, sus jugadores hicieron un gran esfuerzo en el juego a sabiendas de que eran notablemente inferiores al Imperio. Realizaron una gran proeza al empatar a un gol en el campo de su adversario. Aún recuerdo el gol del empate, entre las piernas de los mayores, en una “melée” de jugadores y polvo, Fefo Navarro Casas anotaba el gol histórico. Mi padre, secretario del club; Manuel Suárez Déniz (Manuel Santana), el Cajero y responsable del material y Jacinto Suárez, Presidente… de regreso, carretera abajo, hablaban muy satisfechos de lo que sus jugadores habían hecho aquella tarde, todos ellos hoy personas jubiladas y algunas desaparecidas. Recuerdo a Juan Rosa, el de Laso; Perico y Juan, los de Pancho Marta; Susano, el del Albercón; Juan y Tomás, los de Marcelino el de Seña Paula, Fefo Navarro; Mateo, el de Antonio Cabrera; Vicente, el de Zacarías, etc.
Anoche, en Los Cascajos, en el transcurso del encuentro, me acordé de todo esto, quise trazar analogías pero nada, nada me cuadraba. El Imperio, esta vez, se presentaba como equipo nuevo, aunque el San Nicolás lo hacía también como filial del principal, un club consolidado y representativo del municipio. No encontré la expectación apasionada del ayer ni siquiera el recinto alcanzaba el llenazo de hace cincuenta años en el Llano de Los Calixtos. Las aficiones de los equipos actuales aparecían completamente desdibujadas de las tradicionales localizaciones espaciales de antes, cuando los seguidores del Imperio se localizaban entre la gente del “pueblo”, mientras que los de aquel primer San Nicolás se hallaban entre “los de abajo”. Esperaba encontrarme al nuevo Imperio con sus colores rojo y negro pero se presentó con equipaje de color azul, no sé por qué. El espacio de juego, lógicamente se presentaba distinto, en este Polideportivo de Los Cascajos con parámetros tecnológicos y sociales que de aquella época a la de ahora presenta distancias abismales: césped artificial, iluminación nocturna, vestuarios con agua caliente, altavoces, cámaras de televisión, transmisión por radio local, anuncios publicitarios, asientos de material plástico…
Y si analizamos a la gente vemos cómo el tiempo dice más que nunca que él no se detiene y que lentamente va dejando atrás generación tras generación. Yo creo que se podían contar con los dedos de la mano quienes, anoche, repetían la experiencia de un nuevo encuentro entre dos equipos como el San Nicolás y el Imperio. Pudo haber más gente mayor, pero por mi alrededor sólo recuerdo que vi, entre otros, a Juan Ojeda y a Manolo Suárez, excelentes jugadores del Imperio y probablemente entre las más importantes viejas glorias, a Tomás el de Pepe Ramos, que no recuerdo si fue jugador.
Para acabar, ni el resultado fue el mismo, pues resultó ganador el equipo filial del San Nicolás representativo, en la categoría preferente. Pero nada hay que lamentar; las cosas son como son y nunca deben ser iguales. Todo evoluciona; esperemos que en positivo lo hagan estos nuevos proyectos deportivos.
En La Palmilla a 23 de septiembre de 2006.
IMPERIO
Alineación del Imperio 2006-7
SAN NICOLÁS
Alineación del 2º equipo de la U.D. San Nicolás, 2006-7
©Texto e imágenes: Francisco Suárez Moreno

DE CUANDO EL CÉLEBRE ACCIDENTE AÉREO EN PINO GORDO

DE CUANDO EL CÉLEBRE ACCIDENTE AÉREO EN PINO GORDO
Esta es una triste historia escrita por dos aviones de combate pertenecientes a la Base de Gando, que en la mañana del 10 de junio de 1959 se estrellaron en Pino Gordo; en este accidente pereció un piloto y otro se salvó milagrosamente, lo que causó una verdadera conmoción en el pueblo de La Aldea de San Nicolás.
Entonces yo tenía nueve años y, en aquel día, detrás del mostrador de la tienda de mis padres, en Los Espinos, fui recibiendo a eso del mediodía, minuto a minuto, hora a hora, todas las noticias que carretera abajo llegaban desde el Pueblo hasta La Playa. La gente, los clientes que llegaban a comprar, no hablaban de otra cosa.
Serían las tres de la tarde, cuando yo estaba en la azotea de mi casa mirando para los riscos de los Peñones y El Viso, la pared montañosa que separa a La Aldea de Pino Gordo y pronto apareció por abajo, por la bocana del valle, un aparato volando con un ruido extraño, distinto al de los aviones, un aparato volador que no habíamos visto nunca por aquí. Era un helicóptero del Servicio Aéreo de Salvamento. “Esto es un licotero” nos decía desde la carretera la gente.
A lo mejor los estoy cansando con mis recuerdos personales de aquel 10 de junio de 1959 y mejor será que les cuente todo lo que pasó o, mejor dicho, casi todo lo ocurrido, porque aún hay mucho que permanece sin aclarar. Según parece, en aquella mañana ventosa de junio, dos aviones de combate North American T-6 D, Texan, pertenecientes al 363 escuadrón de las Fuerzas Aéreas del Ala Mixta nº 36 de la Base Aérea de Gando, se hallaban en vuelo rasante por la cuenca de Tejeda. Dicen que pasaron casi tocando tierra por Artenara y alguno pronosticó que no llegarían a La Aldea. Pues, en efecto, había tomado rumbo barranco abajo, linde entre los municipios de Tejeda y Artenara. Serían las once de la mañana, cuando estaban a la vista del valle de La Aldea, casi en la salida del cañón. Y, en el mismo punto en que confluyen las fronteras de Artenara, la Aldea y Tejeda, donde se cruzan los barrancos de La Aldea, Salado y Pino Gordo, los dos aviones, uno detrás de otro, se desviaron hacia la izquierda y ascendieron en vuelo muy rasante por el profundo desfiladero del barranco de Pino Gordo, justamente sobre su cauce, que separa el municipio de La Aldea de Tejeda.
BARRANCO EN LAS CASAS DE PINO GORDO. TRAYECTORIA APROXIMADA DE LOS DOS AVIONES. (A) PUNTO DONDE SE ESTRELLÓ EL AVIÓN DEL TENIENTE, CUYO RECORRIDO NO LO CONOCEMOS CON PRECISIÓN Y (B)DONDE PANCEÓ EL APARATO DEL SARGENTO.
Cuando llegaron a Las Casas de Pino Gordo, una amplia vaguada rodeada de paredones montañosos, intentaron ganar altura, para salir del lugar, en direcciones opuestas. El aparato delantero, pilotado por el sargento Jaime Bujosa Roselló, se elevó desviándose a todo motor, hacia la derecha, por un barranquillo en dirección a las laderas de Los Peñones y Abeló, municipio de La Aldea; mientras que el otro avión que iba detrás, pilotado por el jefe de la formación, el teniente José Martín Benítez, lo hizo desde el barranco de Pino Gordo doblando hacia la izquierda, por la banda de Tejeda, y elevándose más rápida y vertiginosamente, para poder salvar el alto paredón montañoso lateral del barranco; pero, cuando giraba para volver sobre Las Casas de Pino Gordo, casi a punto de lograr su objetivo, la cola trasera de su aparato rozó en unos peñascos y se estrelló en la ladera de uno de los barranquillos que justo mismo llega al camino que, desde las Casas de Pino Gordo, asciende en dirección a Linagua. El avión, tras el fuerte impacto, se incendió con el teniente José Martín dentro y volteó barranquillo abajo hasta llegar a unos ocho metros del camino, donde lo encontraron carbonizado. Al mismo tiempo, el aparato del sargento se elevaba con problemas barranquillo arriba de la otra vertiente y, a unos dos kilómetros de Pino Gordo, no pudo más y tuvo que pancear en las laderas de Abeló, por lo que quedó vuelto hacia abajo, encajonado en el barranquillo. El piloto pudo salir por sus propios medios antes de que explotara el combustible. ¿Qué había pasado para que sucediera este doble accidente?
Los informes de la prensa del momento, de los testigos presenciales y los datos que recientemente se aportan en una nueva publicación de Carmelo González sobre accidentes de aviones militares, resultan unos con otros contradictorios; por un lado las autoridades militares indican a la prensa, como causas del siniestro, tanto problemas de turbulencias como de visibilidad por nubes bajas; por otro, la prensa se hace eco también de que el avión pilotado por el sargento buscaba un lugar para el aterrizaje por una avería del motor y el citado libro de González señala que los problemas de visibilidad por nubes bajas obligaron a los dos pilotos a un aterrizaje forzoso.
La versión de que el aparato pilotado por el sargento iba averiado fue la que entonces circuló por el pueblo. Según ésta, el teniente José Martín Benítez observaba, mientras doblaba hacia Las Casas de Pino Gordo, las evoluciones del aterrizaje forzoso del sargento; pero, se estrelló tras ascender y tocar con el ala trasera unos morretes que están sobre las Casas del Lomito; mientras, el aparato del sargento Jaime Lujosa, con el motor averiado, continuaba elevándose hasta las laderas de Abeló, donde tras pancear con éxito se precipitó sobre un barranquillo, como ya explicamos.
Lo cierto es que mientras el teniente se estrellaba con su aparato en la ladera sur de Pino Gordo y moría en el acto, a dos kilómetros el sargento Bujosa podía aterrizar con más suerte y salir de la cabina por sus propios medios, teniendo la ayuda de un labrador, Manuel Afonso Montesdeoca, que se hallaba casualmente de siega en aquellas laderas y que acudió en su ayuda y le cortó las ligaduras que le ataban al paracaídas en llamas. Cuando el sargento se enteró del fatal desenlace del teniente Martín, dijo, según la prensa de entonces: ¡Dios mío, debí ser yo quien muriera! y se desmayó. Y en base a esta declaración in situ al labrador, la noticia de que el avión delantero iba averiado fue la que circuló y aún se mantiene en el pueblo.
PINO GORDO. TRAYECTORIA FINAL APROXIMADA DEL AVIÓN DEL TENIENTE MARTÍN. (A) PUNTO DONDE ROZÓEL ALA TRASERA (B) DONDE SE ESTRELLÓ EL APARATO Y C LUGAR DONDE QUEDÓ FINALMENTE EL AVIÓN ENCAJONADO EN EL BARRANQUILLO TRAS VOLTEAR LADERA ABAJO.
La noticia del impacto de los dos aviones la llevó al pueblo una persona que aún vive, ya octogenaria y que pasa largas horas en La Plazoleta de El Barrio que da al taller de la Renault: Ramoncito el de Pino Gordo. Éste se hallaba en el fondo del barranco de Pino Gordo junto a su casa, en la banda del municipio de La Aldea, trillando, cuando vio aparecer los dos aviones en vuelo rasante con el desvío del aparato del sargento hacia donde él mismo se hallaba. Hace algún tiempo me contó que “el de alante casi roza con mi casa, pasó sobre nosotros y se fue por el barranquillo arriba, pa Los Peñones hasta Abeló, donde cayó encajonado en un barranquillo mirando para abajo. Mi primo Manuel dice que fue corriendo y le cortó las tiras. El otro avión se elevó doblándose pa la izquierda, pa las casas más altas de allí, y se estrelló casi en el camino. Yo bajé rápidamente a dar cuenta.
Se pueden imaginar lo que pasó a partir de aquel momento. El pueblo en masa se movilizó con sus sanitarios y autoridades al frente en auxilio de los accidentados, calculando que se trataba de un accidente aéreo de mayores dimensiones. Y, a la vez, al municipio se desplazaron las primeras autoridades civiles y militares, ambulancias y un helicóptero que, por primera vez, aterrizaba en esta zona.
Para un trabajo histórico que hemos terminado hace unos meses, cuarenta años después, indagamos sobre las causas reales que originaron aquel sonado accidente aéreo con planteamientos o hipótesis muy sencillas: ante una avería, ¿por qué los dos aviones no continuaron barranco de La Aldea hacia abajo unos segundos hasta el valle, con amplios espacios para un aterrizaje forzoso más seguro? O en caso de que, ya desviados por el barranco de Pino Gordo arriba, el avión del sargento presentara problemas ¿cómo pudo, a todo motor, elevarse hacia la izquierda por el barranquillo de Los Peñones-Abeló, a lo largo de dos kilómetros en progresiva pendiente hasta los 700 metros de altura o por qué dobló hacia el barranquillo y no continuó elevándose por el barranco principal de Pino Gordo hasta Las Casillas?
PINO GORDO. OTRA PERSPECTIVA DE LA TRAYECTORIA FINAL APROXIMADA DEL AVIÓN DEL TENIENTE MARTÍN. (A) PUNTO DONDE ROZÓ EL ALA TRASERA (B) DONDE SE ESTRELLÓ EL APARATO Y C LUGAR DONDE QUEDÓ FINALMENTE EL AVIÓN ENCAJONADO EN EL BARRANQUILLO TRAS VOLTEAR LADERA ABAJO.
Los interrogantes se pueden encadenar aún más unos con otros ¿Qué hacían dos aviones en vuelo muy rasante por un desfiladero tan estrecho que daba a la vaguada de Pino Gordo? ¿Hubo desconocimiento del terreno o el doble accidente fue simplemente el producto de los acostumbrados vuelos rasantes arriesgados, de los que los jóvenes pilotos en aquel entonces hacían gala, por profundos barrancos, aprovechando las grandes posibilidades técnicas de modernos aparatos como los ya legendarios North American T-6 D?
Siempre habíamos creído la versión del avión averiado, pero tras un análisis del suceso, al consultar las fuentes señaladas, una cosa nos parece clara: la imprudencia de los jóvenes pilotos fue la causa inicial o la principal de este accidente. Quizás pudo tener problemas el avión delantero para elevarse, pero con una avería en el motor era muy difícil elevarse a lo largo de dos kilómetros por un barranquillo con fuertes desniveles y, de hecho, no pudo más y tuvo que pancear en Abeló. La casual fatalidad del otro piloto, al rozar levemente su cola con unos peñascos y estrellarse a continuación, tiene su justificación en una maniobra arriesgada de la que no pudo salir, como le ocurrió a tantos pilotos en aquellos años que confiaron en aquellos potentes North American T-6. Alguna información oral nos desveló que “venían echando una taifa barranco abajo”. Pero, con todas estas versiones y como quiera que los informes oficiales testificaron lo que testificaron en su momento y no hemos podido localizar al piloto que sobrevivió al accidente, la verdad de aquel accidente quizás se quede para siempre en un interrogante. Sólo, el piloto Jaime Lujosa, si aún viviera, nos podría sacar de la duda.

AVIONES NORTH AMERICAN T-6 D, TEXAN, MODELOS SIMILARES AL DE LOS AVIONES ACCIDENTADOS EN PINO GORDO, EL 10 DE JUNIO DE 1959
Para los más interesados les diré que los biplazas North American T-6 D, Texan eran unos aviones de combate, potentes y experimentados, que mejoraron tecnológicamente desde la Segunda Guerra Mundial a la Guerra de Corea. Fueron adquiridos por el Ejército del Aire en 1954 como consecuencia de los Acuerdos con los EE.UU. En 1958 se compraron 60 unidades más y una flota de estos se destinó en aquel año a la base de Gando. A pesar de su gran rendimiento, seguridad y operatividad generaron en el área de la Zona Aérea de Canarias y África Occidental española, entre 1958 y 1977 un total de veinte accidentes, algunos mortales, en la mayoría de los casos por la imprudencia de los pilotos en los vuelos rasantes y exceso de confianza en las posibilidades de estos aparatos.
Y, además, si quieren profundizar o investigar y sacar sus propias conclusiones pueden consultar los consultar los periódicos Diario de Las Palmas (11­VI-1959), Falange (11 y 16-VI-1959); el libro de GONZÁLEZ ROMERO, Carmelo (2005): Accidentes e incidentes aéreos. Islas Canarias-África Occidental (1934-2003), Anroart Ediciones. Las Palmas de Gran Canaria, pp. 71-75; en el Archivo del Ayuntamiento de La Aldea el libro de actas la sesión de 3 de julio de 1959, y conversar con tanta gente de La Aldea que aún recuerda este evento y que seguramente les pueden aportar algún dato más.

 

EN LA VISITA A LA CASA DE EUGENIO TOVAR, EL PASTOR DE PINO GORDO, Y ESPOSA ANTONIA PÉREZ, EL 15 DE ABRIL DE 2006.
Y para más los más curiosos, los de la más intrahistoria, les cuento que el 4 abril pasado, poco después de las lluvias, fui con mis hermanos y sobrinas a Pino Gordo; necesitaba fotografiar los lugares de aquel accidente y ellas me habían pedido que las llevara a algún sitio, aunque me reservé el porqué de la elección del lugar. Después del túnel del Canal entramos en aquel profundo barranco de Pino Gordo, de impresionantes perspectivas y mil ecos cuando allí levantamos la voz. Llamamos al eco repetidas veces y con qué encanto nos respondía, y aproveché el momento para contarles a mis sobrinas con todo detalle el accidente de los aviones y la necesidad que tenía de sacar fotografías en los lugares del mismo. Escucharon con sumo interés la historia, pero sin decirme nada, pensaron que era una de las tantas historias de miedo que a veces les invento: ¡las cosas de tití Paco! Y grande fue su sorpresa, cuando llegamos a Pino Gordo, al comprobar que la persona que primero nos tropezamos, Gustavo Rodríguez, les cuenta la misma historia y, luego, más arriba el pastor Eugenio Tovar hace lo mismo y detalla los puntos del accidente. El relato se cargó de más fantasía para mi hermana y las niñas cuando Antoñita Pérez, la esposa de Eugenio, en el frondoso patio de aquella centenaria casita, les cuenta que la señora que con anterioridad a ellos vivía en la misma había tenido visiones de un alma en pena, que en la fuente se le había acercado a ella y que se trataba del joven piloto que había fallecido en aquel lugar, el 10 de junio de 1959, cuando estaba por aquellos días preparando su boda. En su interesante relato había que ver el silencio de las niñas.
Y las cosas, pensé yo, las fantasías de nuestra sociedad tradicional, con respecto al más allá. Y ya ven, mis sobrinas a mí no me creyeron cuando les conté por primera vez lo de los aviones, pero el cuento de la señora y el alma en pena del piloto las dejó enmudecidas. Luego me repetían ante mis explicaciones racionales “¡y si es verdad y si se nos aparece! y ¿dónde está la fuente…?”. La experiencia aquel día de mis sobrinas en un marco natural extraordinario a poco de haber llovido, con el agua barranco abajo, con los charcos, las altas palmas, la historia y los relatos fantásticos de Pino Gordo… a cada rato me lo recuerdan.
IMÁGENES DE PINO GORDO, ABAJO EL BARRANQUILLO DONDE QUEDÓ EL AVIÓN DEL TENIENTE. EUGENIO TOVAR, EL PASTOR, NOS INDICA EL LUGAR EXACTO DONDE ESTABA LA CRUZ QUE INDICABA LA MUERTE DEL PILOTO, EL 10 DE JUNIO DE 1959 (FOTO DE GUSTAVO RGUEZ.).
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