Blogia
ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

OLVIDO de Ángel Guerra

OLVIDO de Ángel Guerra

Todos los sábados paraba allí el ciego. La niña pálida, feúcha, con los labios mimosos y los ojos tristes, estaba siempre en el balcón, entre un marco de clavellinas. Con las manos en las sienes descoloridas, por donde resbalaban unos ricillos coquetones, escuchaba los lamentos de la guitarra, cuyas cuerdas hería la áspera mano del ciego.

No faltaba nunca. Allí silenciosa, absorta, en éxtasis, sus ojos melancólicamente húmedos, se llenaban de la luz borrosa de la tarde y sus oídos seguían con deleite las notas de la guitarra, por cuya boca parecían salir elegías lamentosas como ayes de un preso por las rejas, y de cuyo fondo se levantaba un acento dolorido, quejumbroso, como si dentro llorara el alma de un niño sin madre.

Sonaba el cantar, siempre triste, como el recuerdo de la patria en el destierro. Aquello eran lágrimas hechas voces, tristezas recónditas sollozando dentro.

Vibraban en el aire y luego desfallecían, y a lo último, cuando se extinguían los sonidos, el eco a distancia resurgía con dejos dolientes de despedida.

La niña dejaba caer la limosna, que recogía el ciego, besándola y aún lo seguía con la mirada al atravesar la calle desierta, hasta que su silueta se esfumaba paulatinamente a lo lejos.

Llegó a establecerse entre ambos un dulce cariño. La niña acudía siempre al balcón con el solícito afán de una novia a la cita.

De la vida del ciego nada sabía, ni aun su nombre, y apenas si comprendió que aquel espíritu se rendía a un gran dolor, y que acaso, acaso, en medio de la soledad del alma, no podía desahogar las penas sino cantando. Por eso las coplas eran lúgubres y los romances narraban amoríos desgraciados.

Compadecida, todos los sábados lo esperaba a la caída de la tarde. Y cuando se esbozaba en lontananza la figura del músico callejero, resaltando las líneas angulosas del sombrero abollado; y se percibía el color verdoso del gabán desgarrado y mugriento por donde asomaban las carnes tostadas, con la vieja guitarra al brazo, tambaleando, como un sonámbulo que anda, y la camisa sucia abierta mostrando el vello enmarañado del pecho, sentía nacer una alegría inexplicable, y sus ojos se iluminaban rápidamente con un fulgor extraño.

Llegó un sábado. El ciego parose bajo el balcón de la niña pálida. Sonó la guitarra y los cantares fueron saliendo como suspiros de un corazón que se desahoga.

Callaron las cuerdas gemebundas, y extendió el sombrero para recibir la limosna. ¡Nada! La calle estaba silenciosa y el balcón desierto. ¿Dónde estaba ella?

Volvió al sábado siguiente, lleno de dudas, pero aún con la última esperanza. Sus coplas fueron aquel día más tristes, la guitarra parecía gemir desolada. Con mano trémula, como el náufrago al agarrar una tabla, extendió el despachurrado sombrero. ¡Nada!

Sin duda lo había olvidado ya; tal vez hubiera muerto. ¿Muerto? ¡Quién sabe!

Sintió entonces todo el amargor de la vida; volvió los ojos vacíos al cielo, como una desesperada súplica; en su espíritu rebosó el odio, la tristeza, el amor, todo, al contacto de mil recuerdos; estrechó entre sus brazos nerviosos la guitarra, su única amiga, como para ahogar aquella voz que respondía a su dolor; crujieron las débiles tablas rotas y arrojó las astillas a la calle, como el cadáver de una adúltera en un rapto de delirio, pero sollozando…

Y allá lejos, rítmico, soñoliento, aun repetía el eco las últimas notas del cantar de la niña.

5 comentarios

David -

Gracias por la explicación. Qué oxidado estoy ya en esto de las letras. Tan torpe que busqué por 'ayes' tal cual.

Pero con la explicación ya me basta.

Gracias nuevamente.

Marcial -

Se trata de un uso de la interjección "ay" sustantivada, en plural, que podría interpretarse como "quejidos" o "lamentos". Las palabras sustantivadas pueden tomar del sustantivo el número, singular o plural, según las reglas morfológicas de -s o -es.
ay. 1. interj. U. para expresar muchos y muy diversos movimientos del ánimo, y más ordinariamente aflicción o dolor. 2. interj. Seguida de la partícula de y un nombre o pronombre, denota pena, temor, conmiseración o amenaza. ¡Ay de mí! ¡Ay del que me ofenda! 3. m. Suspiro, quejido. Tiernos ayes. Estar en un ay.

“...parecían salir elegías lamentosas como ayes de un preso por las rejas”.

Espero que esto resuelva tu duda.
Gracias por participar en ARTEVIRGO.
Salud.

Si consultas en www.rae.es, puedes ver la tercera acepción, que lo explica.

David -

Marcial, ¿me podrías decir la definición de ayes?

Lo siento, la he intentado buscar pero no la encontré.

artevirgo -

Bienvenido a ARTEVIRGO. Gracias por to colaboración.

Ahasvero -

Me gustó...!