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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

Un día azul en Linagua

 


 

El sábado 10 de febrero, unos 16 alumnos de 4º de ESO y de 1º de bachillerato realizaron una actividad de senderismo en Linagua. El día se presentaba absolutamente despejado y de temperatura fresca y agradable.

Hacia las ocho de la mañana subimos hasta la Degollada de Tasarte y desde allí cogimos el camino que sube suavemente por las cañadas de la montaña de El Viso. El camino de ascenso presentaba una dificultad baja, a excepción de dos tramos de unos veinte metros de pendiente pronunciada, pero fáciles de rebasar con los oportunos descansos. En esta zona nos encontramos con diversas especies de flora autóctona propias del cardonal-tabaibal: veroles, tabaibas, salvias, hogarzos, etc., así como numerosos ejemplares de aves, como los alcaudones (alcairones), canarios silvestres, cernícalos o incluso cuervos.

 


 

A medida que subíamos iban apareciendo viejos ejemplares aislados de pinos canarios, nacidos en lugares a veces inverosímiles y moldeados caprichosamente por las condiciones climatológicas (procedentes quizás de épocas en las que el pinar dominaba franjas más bajas del terreno). También el paisaje de faldas y cañadas arcillosas comenzaba, con el ascenso, a ser sustituido por cumbres rocosas salpicadas de cuevas y desfiladeros. Así mismo cambiaban los olores: el dulzor de los hogarzos por el bálsamo de la resina que rezumaba el pinar.

 


 

 


 

A nuestra izquierda quedaban las impresionantes cadenas montañosas del macizo sur suroeste, Hogarzales, Ajódar, Los Cedros... Nuestro guía, el profesor Ervi Segura, no nos dejaba perder detalle y nos explicaba el origen del nombre de los barrancos, lomas y canales, se detenía en los puntos de interés de la ruta, para contarnos anécdotas y sucesos del ayer, el uso que se daba a plantas, cuevas, materiales y otros elementos de la zona.

Una vez en la cima, nos dirigimos hacia el punto geodésico desde el que se puede avistar el Roque Faneque, las cumbres de Tirma, el Bentaiga, el Nublo y, en una perspectiva inmejorable del valle de La Aldea, la isla de Tenerife, en la que se divisaba, gracias a lo claro del día, el Teide.

Después de disfrutar de las vistas desde el punto geodésico de El Viso, nos fuimos hasta el barranco de Linagua, al que llegamos por la pista de tierra que conduce hasta el pequeño grupo de casitas de piedra y tejas, restos de asentamientos de gentes dedicadas antaño al pastoreo, la agricultura tradicional de subsistencia o a oficios propios del pinar, como la extracción de resinas, brea, carbón, leña o madera. Por aquella zona, al lado de un estanque que se nutre de aguas de naciente, paramos a comer, descansar y pasar un rato conversando entre nosotros y con un grupo de senderistas que venían a conocer el lugar desde Las Palmas.

 

 

Fue curioso ver cómo nuestros jóvenes se quejaban del cansancio, del camino, de los bichitos y de cualquier inconveniente rural, mientras que aquellas personas mayores, muchas de las cuales pasaban de sesenta años, rebosaban vitalidad y regocijo por estar en Linagua, a pesar además de venir desde tan lejos.

No fue menos curioso descubrir que el aburrimiento se acaba cuando hay imaginación y ganas de disfrutar: no llevamos pelotas, ni barajas, ni juegos de ningún tipo y parecía que el mundo se iba a acabar, que el tedio iba a estropear un sábado radiante y feliz. Pero, ¡oh, sorpresa! En pocos minutos sólo había sonrisas, bromas y carreras: el agua, los palos, la pinocha, las piñas, despertaron a los jóvenes de su letargo tecnológico. Algunos hasta apagaron los teléfonos móviles.

 


 

Así que, al rato, no queríamos volver, pero emprendimos el regreso retornando sobre nuestros pasos, por el mismo camino de la ida, y a eso de las cuatro ya estábamos en la degollada, camino a nuestra casa.

Estamos todos muy agradecidos a Ervi Segura por su compañía, por sus conocimientos de nuestra naturaleza, por compartir con nosotros un día azul, inolvidable.

 


 

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