Si un sueƱo se repite
La vida es una vívida corteza,
una rugosa piel inmóvil
donde el hombre no puede encontrar descanso
por más que aplique su sueño contra un astro apagado.
VICENTE ALEIXANDRE
Si un sueño se repite, lo considero una amenaza. Porque me aturde recordar lo que sueño repetidamente. Aunque me gustan las historias sin tiempo.
Por eso me turba recordar lo que sueño. Si un sueño se repite, lo considero una amenaza. Un recuerdo sin tiempo.
Hemos llegado ella, su hermano y yo a la ciudad. Vemos desde una rotonda a la gente que entra en una iglesia despacio, de domingo, engalanados. Nos encontramos con un hombre alto, de piel blanca, ancho de espaldas y con aspecto reposado. Tendrá el hombre cerca de sesenta años. A continuación aparece una mujer de la misma edad, con cara amable, redonda y enmarcada en un pelo lacio gris. Son sus padres, y sonríen como si nos estuvieran esperando. Nos hablan de su confianza en que ella vuelva. Nos separamos y en mi camino veo a mi derecha un pequeño jardín donde el hombre está agachado, sonriéndole a una niña de unos ocho o diez años. La niña lleva la ropa de ella y parece su hija o su sobrina. Pero seguramente es su recuerdo.
El paisaje es una mezcla de la ciudad de la piedra y de la villa del agua. Está hermoso, salpicado de plantas ornamentales y flores; lleno de jardines apacibles que bordean las calles limpias, vacías de autos. La luz es suave, de un azul sereno y limpio de norte.
Me desperté de madrugada, sin sobresalto, pero con una lucidez plácida que me permitía pensar con claridad total. No era ni vigilia ni desvelo, porque no sentía ansiedad, preocupación o ningún síntoma físico propio de un insomne.
Con una fluidez constante y suave comenzaron a sucederse en mi pensamiento ideas, conceptos y frases que nunca pensé imaginar. Como Gregorio Samsa, me sentía en cuerpo extraño, solo que no el de un insecto. Era mi cuerpo pero lo sentía como si no lo fuera. Se había invertido esa enajenación por un entorno que, de ser familiar, persistente y hogareño, pasé a sentirlo como extraño, nuevo y desconocido. Por eso yo estaba fuera de lugar, por eso yo sentía que me había transformado en lo que nunca había sido.
Miré los muebles y no los reconocí. Olisqueé el aire y los aromas me parecieron de cobija ajena. Observé el reflejo de las luces amarillentas de la calle a través de las cortinas y no noté refugio, descanso ni costumbre.
Seguí el haz turbio de los faros de un coche en movimiento hasta donde se posaba. Se diluía en mi torso desconocido.