carta a las mujeres del golfo
Acabo de gastar una botella entera del superquitagrasas biodegradable Flaci, dos de Ajax Pino, tres de Coral bioactivo, cuatro de lejía El Pajarito y he dejado el búnker como los chorros del oro. He puesto las cortinas de encaje de Damasco en sus rieles respectivos, el mantelito calado comprado en Turquía el pasado verano, en la cocina; la impecable alfombra persa en la sala, la artillería en sus estantes correspondientes, aquel traje de combate, la verdad, lo he tenido que tirar porque no tenía arreglo, y la colección de botas relucientes en la zapatera, después de haberle quitado una tonelada de arena y polvo del desierto. No, y después me vendrá con el cuento ese: "como tú no lo hace nadie" y "¡qué haría yo sin ti!". ¡Dios mío, lo que hay que oír!. Pero de esta vez no pasa. Le he dado un ultimátum, ni siquiera le pido que acepte doce resoluciones, o que salga en los medios informativos diciendo que nunca más me las va a jugar. Le he dicho textualmente: "Quiero el búnker ordenado y limpio, ¿acaso es pedir imposibles? Te lo juro que me voy de Bagdad como sigas dejando los pantalones tirados por cualquier esquina de la sala, los puros y las pipas de kifi a medio apagar por los suelos ¡con tanto cenicero de mármol labrado como tenemos en casa!, las hojillas de afeitar oxidadas y amontonadas en el w.c., o la pistola, el mortero, la ametralladora y las granadas encima de la colcha que me bordó mi madre. ¡Te vas a enterar de una buena vez lo que vale un peine! ¿Te enteras?". Me ha tenido toda la vida como a una esclava, como a una más del harem y estoy hasta la coronilla de oírle decir que Alá es misericordioso, ¡pues que se vaya con Alá a ver si le aguanta lo que yo! ¡No caerá esa breva!. Desde el dos de agosto, ya no sé ni de qué año, no he puesto un pie en la calle. Tenía que comprar tres chilabas y un par de babuchas en el Corte Inglés y no he podido ni moverme, todo el santo día preparando teteras para sus amigotes. "Sírvele un té a Azir que se marcha a Rusia esta tarde para continuar con las negociaciones", "Prepara una cena fría para Mohamed Al-Shargir que viene desquiciado de la línea de combate. Nada, niña, tres dátiles y lo que haya sobrado del cuz-cuz del mediodía". Y es que él lo ve todo muy fácil, desde que Mahoma y su Profeta le fabricaran un mundo feliz (ilusa de mí que ya de mayorcita me vine a enterar de lo de Aldous Huxley, sin remedio alguno)... las han tenido todas con ellos. Y una servidora hasta el moño de plancharle trapos para ver como los arrastra y los deja como un pingo de tanta genuflexión en la mezquita de Ammán. Con el cuento de la religión no gano para el Blanco Nuclear, el programa intenso de la lavadora y toda clase de centrifugados, y encima este siroco que me deja la ropa acartonada, y no hay suavizante que le meta mano y me la deje en condiciones, como a mí me gusta. Pero de esta tarde no pasa, me pienso encasquetar el velo en la mismísima nariz y me marcho a la peluquería de la esquina del zoco con Ayyida y Shenna -ellas se quejan de lo mismo- porque con tanta batalla tengo unos pelos horribles y una imagen espantosa, demacrada, ¡horrorosa!, y la verdad, me apetece ponerme la henna y pintarme las palmas de las manos, adecentarme, chismorrear un poco con mis amigas y olvidarnos de los carros, de la contienda, los misiles, los scouds patriots, trincheras, bombas químicas, acorazados, rampas de lanzamiento, pactos, Otan, rey de Jordania y presidentes europeos, corbetas, el Corán, la Guerra Santa, la bolsa y el petróleo, el Yemen y los impresentables E.E.U.U., Israel y Palestina. ¡De esta tarde no pasa! Mañana, cuando amanezca y la luna dibuje el filo amado de cada duna, y el oasis más cercano sea un charquito de espejo en mis ojos cansados; mientras el aroma del té recién hecho vaya caldeando mi corazón, iré, poco a poco iré claudicando con cada hoja de hierbahuerto que coloque en su vasito de cristal. Descalza, para no hacer ruido, le acercaré la bandeja a su habitación; apenas abriré las ventanas del bunker para no sobresaltarle el sueño. Con toda la suavidad que pueda sacar de las entrañas de Irak, apenas, le pasaré una mano por su frente áspera y torpe, y con la dulzura que he heredado de las mujeres del desierto, con el aplomo dulce del sol de mi pueblo y con la lengua bella con la que mi pueblo sabe rezar para acercarse a Dios, le tendré que decir: "Despierta, Sadam, es tarde". P.D. Ah, me olvidaba contarte que, como cada año, se olvidó comprarme aunque sea una cría de camello de regalo, un diamante diminuto de cualquier tienda de Arabia, un perfume egipcio o cualquier sharí de colores brillantes y coquetos. Cualquier cosa me hubiera llenado de ilusión (de esa con la que también se vive). No sabe que hoy, día ocho de marzo, es el Día de la Mujer Trabajadora. ¡Como si no hubiera nacido de otra tonta como yo! ¡Alá es grande! ¡Alá es misericordioso!
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