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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

La voz de la memoria. Conversaciones en Artenara. PRÓLOGO

La voz de la memoria. Conversaciones en Artenara. PRÓLOGO

Todos los nacidos antes de los años sesenta del siglo pasado hemos sido protagonistas del profundo cambio social que ha tenido lugar en Canarias. Hemos pasado de una sociedad en gran medida rural a una sociedad urbana, cuya estrategia de desarrollo gira en torno al sector servicios, a su vez sostenido en el turismo de masas.

El cambio social ha sido más lento en el interior de la isla, en los pueblos cumbreros, frente a los avances económicos y sociales que, desde principios de aquel, nuestro siglo, generaron los cultivos de exportación de la costa y la economía portuaria. No obstante la gente del campo no se mantuvo al margen de tales cambios, las plantaciones de plataneras por el Norte y de tomateros por el Sur y el Oeste, como imanes, atrajeron a familias enteras, primero en tiempo estacional y luego definitivamente. La primera diáspora fue hacia las zafras tomateras y plantaciones de plataneras entre los años cincuenta y sesenta. Le siguió el llamado éxodo rural hacia la capital y los polos de desarrollo turístico, en las siguientes décadas. Pero, a pesar de la obligada huida del campo, sus gentes han seguido identificadas con el mismo, y la palabra del recuerdo en aquellas generaciones, que primero sufrieron el hambre de la posguerra y luego el dolor de la emigración, cobra cada día más importancia. Así lo cuentan los protagonistas de la Voz de la Memoria, Conversaciones en Artenara, este nuevo libro del Cronista Oficial de Artenara, José Antonio Luján Henríquez, que hoy tengo el máximo honor de prologar.

Este no es un libro más, de los muchos e interesantes que cada momento nos presentan nuestros autores canarios, en el amplio abanico de las diferentes disciplinas del saber y de la expresión escrita. Es un libro de la palabra, de la sabia palabra de nuestra gente del campo, en concreto del municipio de Artenara. Un pueblo que gracias al tensón investigador y a la ágil pluma de su cronista ya cuenta con un estante de libros propios; el primero Aspectos Históricos de Artenara, publicado en 1994, donde en el marco de los contenidos que conforman el devenir histórico de este singular pueblo cumbrero se integran variados aspectos etnográficos de la sociedad tradicional (la trilla, la descamisada, los bailes, el culto a la muerte…); seguido de otros más hasta el último, Aportación para la historia de la alfarería de Lugarejos, Artenara (Gran Canaria), publicado en julio pasado, donde también la voz de la memoria está presente con fuerte sonoridad.

La Voz de la Memoria, Conversaciones en Artenara, es un libro distinto, les decía, porque la palabra, y no el documento escrito, es la principal fuente de la que hace uso el autor para recomponer un amplio contenido de saberes y recuerdos de la sociedad tradicional. Refleja, ante todo, la cultura de la palabra, la sabia palabra de nuestros mayores que desgrana cadenciosamente la memoria social de un entorno y unas formas de vida ya desaparecidas y que cada uno de estos informantes la procesa, gesticula y transmite a las generaciones siguientes con la suerte, en algunos, de ser recogida para la posteridad y en otros queda perdida para siempre: la biblioteca que muere en cada ataúd sin posibilidad de continuar en el devenir de los tiempos. Es la Historia Oral, la que a veces no se le ha valorado suficientemente, pues desde equivocados planteamientos historiográficos, algunos investigadores han alegado que su naturaleza conlleva carencias epistemológicas. Bien es verdad que como fuente primaria debe tener su adecuado procesamiento y análisis científico, al igual que cualquier otro documento escrito, fonográfico, audiovisual, fotográfico… Como también es cierto que este tipo de fuente de información procedente de los testimonios orales es mucho más difícil que otras, pues las horas invertidas en su búsqueda y procesamiento es muy superior al trabajo de gabinete en los archivos.

 

 

No es la primera vez que José Antonio Luján utiliza como complemento la Historia Oral para reconstruir el pasado de su pueblo; aunque, en este libro, más que cortar, hilvanar y coser el traje de la memoria oral en papel, lo que hace es dignificar la sabia palabra de sus mayores. Lo hace primero con los planteamientos metodológicos de la palabra como fuente histórica con un valioso refuerzo bibliográfico; un fundamento teórico de gran ayuda para los interesados e investigadores. Luego, en la parte central del libro, fielmente transcribe el verbo de sus interlocutores, una media docena de personajes, algunos de ellos ya fallecidos.

Estas conversaciones en Artenara transportan al lector a las escenas de la conversación tradicional, como antes les decía en los zocos y patios de las casa-cuevas, haciéndole sentir, en la lectura de sus páginas, las más variadas sensaciones de aquel mundo rural ya pasado, desde olores a sabores: el fuego de las hoyas carboneras, la leche recién ordeñada, el aceite de almendra… junto a la durísima vida tanto de los trabajos domésticos como de los proletarios en las construcciones hidráulicas de presas, canales y túneles; las kilométricas andanzas de los vendedores ambulantes, hueveros y paperos; la dolorosa diáspora artenarense hacia la costa, en busca de mejores condiciones económicas; el mundo mágico de las cruces de los caminos que servían de descansaderos de los cortejos fúnebres y donde, en las horas nocturnas se generaban, halos mágicos y a veces fantasmagóricos; el complejo mundo de la medicina tradicional, aparte de otros temas del curanderismo y el más allá… Es, en definitiva, una parte de nuestro patrimonio intangible, el mundo de los saberes, conductas y expresiones que han configurado perfiles de ayer y hoy. Nos imaginamos el placer que debió experimentar el autor en esas conversaciones, las que experimentamos en la lectura previa a la elaboración de este prólogo; un disfrute y aprendizaje que, estamos seguros, los lectores también van a compartir con la lectura y relectura de las páginas de este libro.

Por último, sólo nos queda el felicitar a José Antonio Luján por esta nueva obra, al Ayuntamiento por acometer su edición y al pueblo de Artenara por el esplendido trabajo que nuevamente le ofrece su cronista oficial, que se suma a su relevante contribución al rescate y difusión de nuestra memoria colectiva y de todo el patrimonio cultural canario.

 

Francisco Suárez Moreno

Cronista Oficial de La Aldea de San Nicolás


 

 

 

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