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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

Vamos a ver la presa

Vamos a ver la presa

¡¡Vamos a ver La Presa!!

Estas eran las palabras mágicas de que algo grande iba a suceder, allá por los principios de los sesenta. El dar noticias sobre los metros que había subido, las azadas que entraban, la pena por las aguas que procedentes de Tifaracás y Pino Gordo, se iban al mar, eran el "parte" verbal que con una curiosidad especial atendían los que no se atrevían a subir, San Clemente arriba, hacia el Caidero de La Niña.

Sólo se subía hacia la gran obra de ingeniería de los cincuenta, en jeep o en camión. Las dificultades por la estrechez y los estragos de la lluvia no eran problema para aquellos que como mi padre, Tito Ramírez, y mi cuñado, Pepe del Pino, con su tomavistas, utilizando en viejo Austin G.C. 10.112, verde, de chasis corto, no dejaban de ver, grabar y sobre todo, contar a la vuelta sus cálculos que nadie se atrevía a refutar.

Para mis siete años, era una gran aventura, han quedado en mi memoria sensorial las historias que me comentaba mi padre sobre el nombre del embalse. Me contaba, que le contaba su abuelo Tomás, que una pastorcilla que cuidaba del ganado, cayó en uno de los caideros que actualmente está dentro del vaso de la presa. La historia de una extraña planta que a lo largo de la carretera llamaba mi atención y que se resumía en un son algodones que fulanito plantó hace muchos años, o la sensación de ver las pequeñas hierbas blancas que, al desplazar una vieja botella o una abandonada lata de sardinas, crecía debajo de ellas sin su necesaria función clorofílica. Lo que no cambiaba nunca eran las imágenes de Pepe del Pino, el probar el agua en  un manantial colindante con la carretera, la descripción del reboso comparándolo con un encaje y de las naranjas que, sin olvidarse, siempre recogía  en El Puente y colocaba en la caja delantera del camión. Eso, si no les daba a los dos por ir a "firmar unas letras" en algún bar de Acusa o de Artenara, ya que Ramírez tenía siempre en su boca: Vale más un gusto que cien pesos.

¡Cuánto ha cambiado la imagen! Pero, qué agradable es recordar los buenos momentos y las aventuras infantiles, cargadas de inocencia, sueños e ilusiones.  

                               EZEQUIEL RAMIREZ. 

 

1 comentario

Mª Luisa Quintana Hdez -

Ezequiel, cuantas aventuras recordamos de nuestra niñez, sobre todo las idas y venidas a las presas para verlas rebosar.Mi padre nos subía a la camioneta que era de él y de D.Juan Márquez y nos llevaba hasta la del Caidero de la Niña.A veces le decía a los vecinos que si querían ir y los llevaba.Tenemos una foto sacada en la Presa del Caidero de la Niña creo que fue por los años 60 con toda la familia y vecinos.Muchas gracias por el escrito y como decimos los aldeanos, nunca la maña pierdas.