DON SANTIAGO (DON PACO) LEÓN. De la novela El Fajín Rojo
Envuelto en la pañoleta de su abuela, y en compañía de su madre, el camino hacia el casco del pueblo se les hacía más largo que de costumbre. Los labios transparentes del pequeño era la señal de que no iba bien, además de los vómitos que le repetían con más frecuencia.
La entrada al pueblo coincidía con la fiesta que, todos los días uno de septiembre anunciaba a las doce de la mañana, con repique de campanas, voladores y el preceptivo himno nacional el comienzo de los festejos en honor al Patrón. La aglomeración de gente en la calle era un estorbo más en la desesperación de las dos mujeres que, con su andar deprisa, despertaban la curiosidad de los paseantes que preguntaban por lo ocurrido sin encontrar respuesta. Sólo querían alcanzar la casa de Don Santiago.
Al tocar a la puerta de la casa-despacho del nuevo médico, las atendió la joven esposa que, con su pequeño en brazos, les comunicó que el doctor había salido a una visita.
―Santiago vendrá en un ratito, siéntense un poco que no tarda ―agasajó la joven a aquellas dos mujeres que reflejaban la angustia en sus rostros.
―Gracias, señora. Esperamos hasta que llegue ― asumió Ana, sentándose en el banco de madera del pasillo que hacía de sala de espera.
―No te desesperes, que este hombre es muy humano. Ha salvado a tantos niños que su fama en esas medianías es grande ―serenó María a su hija Ana.
La espera se alargaba, mientras la alegría de los transeúntes, los juegos de los chiquillos en una calle sin apenas coches, sólo el paso de alguna bicicleta haciendo sonar su timbre, se mezclaba con el ruido de los ventorrillos, tómbolas y ruletas.
Entrando como un ciclón por el pasillo, el joven médico se acercó a las desesperadas mujeres, y sin decir palabra alguna, se acercó al bebé, lo destapó, lo olió y con cara de enfado dijo:
―¡Pero, coño, si este chiquillo lo que tiene es acetona! ¿Ustedes no ven que está deshidratado y tiene los labios transparentes? Pasen para adentro y desnúdenlo de todo ―dijo alterado Don Santiago.
― Pero si el niño está lavadito, señor ―protestó la abuela.
―¡Que no es eso! Es que yo tengo la costumbre de oler las enfermedades, y créame que pocas veces me equivoco. Si me da olor a manzana, seguro que es acetona ―determinó el doctor León.
Después de tomarle el pulso al crío y de observarlo, diagnosticó su sospecha anterior. En verdad era acetona, algo muy común en los niños de la época.
Le pinchó cuatro veces y sacó de sus reservas un jarabe contra los vómitos y se lo entregó a la abuela.
―Aunque vean que sigue con diarreas, no se les ocurra darle agua con bicarbonato. Sólo hay que bajarle la fiebre, con un par de baños en agua fría, cuando vean que está muy caliente, no me lo forren con mantas que me lo asfixian. Le hacen una dieta de arroz y en cada comida, una cucharadita de café de este jarabe que les he dado ― indicó el médico.
―Gracias, Don Santiago. Dígame cuánto le debemos ―solicitó la abuela.
―Nada. ¿No ve que estamos en fiestas? Anden a casa y tráiganmelo cuando se vaya mejorando.
―¡Que Dios se lo pague, Don Santiago! ―dijo entre lágrimas Ana mientras arropaba a su hijo contra sí, y abandonaban la casa del médico entre la multitud de paseantes que se dirigían hacia La Plaza, pues las tómbolas y demás feriantes era un espectáculo para los chiquillos.
10 comentarios
Paqui Suárez -
julian valencia -
Ezequiel Ramírez -
julian valencia -
Cristina -
María Luisa Quintana Hdez -
Ezequiel Ramírez -
Mª Luisa Quintana Hdez -
Francisco Suarez -
Saludos
Paco Siso
Ezequiel Ramírez -