PASATIEMPOS DEL LITORAL
¿Qué decir del ínclito, popular y entrañable Cuevón del Puerto? Quizá, y para algún lector que todavía no lo conozca, mencionar que es un oasis de sombra y de endógeno frescor en la sajariana orilla caliente de los veranos de La Aldea. La gran sala comedor de los tenderetes y comilonas que allí, al socaire de su penumbra, suelen realizar los devotos comensales del placer compartido. La enorme boca rocosa que continuamente se hace eco repitiendo —en farruca porfía con el océano— lo que aquél le brama en su reto persistente y eterno. La inmensa bóveda central de una basílica minimalista donde oficiara el sacerdote de la perenne quietud y del sosiego. Un biotopo costero en equilibrio que nota impasible cómo el paso del tiempo deja su impronta evolutiva e indeleble en él.
Yo asumo y atesoro todas esas visiones y alguna otra más de carácter personal e íntimo o, si no, de recoleto ambiente familiar. Es un sitio mágico, acogedor y evocante; la espoleta que —actuando desde los profundos entresijos de la Memoria— dispara mis incipientes recuerdos infantiles con relación a la costa y el mar. Fue el lugar preferido de las reuniones salubres que usaba la parentela en épocas pretéritas, es mi zona de lúdico esparcimiento en las jornadas presentes de relax y de relajo controlado y, a veces, desde su pétrea estructura imponente, se erige como el inquietante oráculo que me enlaza y me hace rozar el aspecto más divino de este nuestro humano recorrido existencial.
Tengo allí —además de vivencias enriquecedoras— sólidos colegas de antaño, celosos vigilantes fieles al lugar que, inherentes al entorno y parte de él, operan a modo de penates protectores de mi persona y también como lares tuteladores de mi solaz en sus apreciados dominios: son los escrupulosos alertas, los porfiados centinelas de aquel inestimable sitio.
Hay en el mismo borde del risco —protegido por una gran roca basáltica— un mato tímido, diminuto, retorcido, magro y, secretamente mío. Me saluda, sin dejar una mañana siquiera, con un alegre vaivén usando el impulso alterno de la brisa que arrecia desinquieta por mor del alisio estacional; temerario se asoma al pretil con su verde cara acicular, lánguida por el peso solar del mediodía, para ver mi supina e inconsciente postura al solajero que me achicharra sin piedad; y me despide tristemente, llorando sus saladas bolitas blancas, cuando intuye con su adquirida sabiduría vegetal mi breve alejamiento nocturno de su entorno próximo. Responde a su verdadero nombre de pila como Poclama pendula; pero para el círculo de los más íntimos es simplemente el Balo del Cuevón: mi estimado añejo amigo de aquel aislado veril tan nuestro.
Él, un humilde y anodino arbusto que —dándonos una lección de fortaleza— se enraíza con terca insistencia e increíble vigor en un medio tan hostil como el suyo y resiste con ejemplar valentía los embates, avatares y contratiempos de la Vida; esa valerosa planta, como digo, me inspiró con su actitud este breve relato y su pequeño colofón final, el cual —y como homenaje a su arrestada perseverancia vital— yo me atrevo a titular así:
“I L U S I O N A N T E V I D A”
Justo en el filo del arco del Cuevón, mudo y fiel, vive el balo que vela incansable mi vespertino descanso. Testigo es, con su provecta edad, del tiempo que no cesa, y, a lomos del fugaz presente viajero, expone su vigor cuasi eterno mecido por la arrullante brisa que lo aquieta.
El artesonado del acogedor lugar compite con las crestas de sus propias almenas que, en el borde mismo, son doradas por un sol que agosta lentamente las horas del día, funde o aplaza mis preocupaciones cotidianas y, entusiasta de su rol, encima de mi pobre piel extiende capas de cobre fundido sin demostrar misericordia ni visos de la más leve pena.
Y arriba, al final de la jornada —ya en los mismos quiciales de la cercana noche— mi querido balo compañero espera, aguarda suspirando de placer anticipado por las caricias del manto fresco de un rocío que no llega.
Lo engañan sin querer con sus falsos disfraces de humedad: una sutil nube de marente, el satén del mohoso salitre, las tinieblas que lo amorosan, el alisio que por algunos momentos se serena, y todos aquellos anhelantes sueños que le compensan de ser el mudo, el fiel testigo de un constante Devenir que no ceja.
Primavera de 2010
Enrique García Valencia
P.D. Dedicado, a modo de sencillo y fraternal homenaje, a la memoria de una persona germinada, florecida, fructificada y fallecida en La Aldea.
Biólogo y botánico universitario, convencido ecologista empírico, jardinero paisajista de la mejor ralea y —para mi fortuna— un eterno Amigo: Vicente Ramos Vega.
41 comentarios
Enrique -
Desde que pueda tiro de nuevo hacia territorios más afines a mi estado de ánimo, iré a sentarme en los quiciales del Cuevón del Puerto, bajo la tutelante mirada del Balo amigo.
Un abrazo; si tiene intención de ir para La Aldea, dame un toque, hare de cicerone contigo.
Jose G.G. -
Como dice uno de los comentaristas el balo y el cuevón van a tener seguidores. Conmigo tienen uno, me gustaría conocer el lugar y si pudiera ser desde tu mano y visión de las cosas.
Un abrazo, ya leo que estás por estos lugares. Nos vemos.
Enrique -
Me gusta que te guste, intentaremos plasmar algún que otro aspecto más de aquellos andurriales tan entrañables.
Gracias por "conectar" y comentar. Juan Antonio el de Purita publicó "Pasatiempos del litoral" en su blog de Chile, asi que el mato y el lugar del relato han cruzado el charco, de Atlántico a Pacífico.
Memorias tantas desde esta Rejonía mía (La Isleta) que me tiene tan alejado de "Poclama pendula": el Balo amigo.
Besos.
Paca Armas -
mochila nueva. Muy bonita tu descripción del Cuevón y unos cuantos ratos hemos pasado alli.Pienso que volveré pero no muchas veces mas.Ultimamente no sé que pasa que no nos acercamos , bueno , nos cuesta mas.Me imagino lo que esa belleza supone para tí, la ves todos los días y es tu casa y uno de tus motivos de inspiración Quizá el balo no nos eche de menos como dices tú , pero tambien es posible ir cualquier día de estos
con las cuerdas y cantarle unas coplillas de las nuestras ,creo que debe hacer mucho tiempo que nadie le cante. que tengas mucha dicha y cuida el Cuevón para que te siga inspirando.
Enrique -
Juan Antonio, querido amigo (casi tanto como el Balo), usas esa figura poética llamada PRETERICIÓN para decir lo que las musas y tu "abeliá" parecen negarte.
Muy bien hilado y trenzado tu comentario, me llegó al alma en un momento oportuno, tanto... que no te lo podrías ni imaginar (¿o, sí?).
Gracias, compa, le transmitiré al balo, a "Poclama pendula", tus cuitas y le hablaré de tu dificultad con la inspiración, él, con su provecta edad y su sabiduría infusa y adquirida, te va a comprender y te lo va a agradecer usando como vehículo de comunicación a los Alisios, esos que no saben de Atlántico ni de Andes ni de Pacífico.
Un abrazo GRANDE desde el espíritu que emana de los lugares y seres que pueblan nuestra Aldea Global.
Juan Antonio -
Eres poeta de nuestra tierra, eres poeta de nuestro mar, eres poeta del Cuevón del Puerto y del balo que lo adorna sin cesar.
Remembranzas de un lejano pasado, pero que sigue vivo en nuestra memoria y en nuestra alma. Emocionan tantos recuerdos juntos, que van formando una cadena que nos conmueve hasta verter lágrimas de alegría. Recuerdos infantiles cuando el camino a la Playa era una esperada odisea y el Cuevón una majestuosa basílica pétrea, las rocas eran producto de la labor de los dioses que habrían tardado siglos en crearlas y el mar azul, ondulante, grandioso, formaba encajes de bolillos al llegar a las rocas y piedras que nos resguardaban de su afán por bañarnos de arriba abajo.
Qué decir del balo que adorna el Cuevón. Tu amigo inseparable, el que te espera a cualquier hora que te dignes visitar. El que te sonríe cuando le cuentas tus alegrías y el que te mira con mucha atención cuando le comentas tus preocupaciones y tristezas, y el que llora contigo cuando a su vera a llorar te acercas. Sabes que cuentas con un amigo que nunca te fallará. Es un amigo para siempre. A partir de ahora, estoy seguro que el balo tendrá más visitas. También que algunos, faltos de verdaderos amigos, se acercarán con ansias de hacer amistad con él. Su número de visitas y de amigos crecerá como la espuma. Son tan apreciadas sus cualidades como amigo que no faltará quien le sirva de traductor de sus sentimientos y le abra un blog, o su participación en Twitter. Pronto tendrá muchos seguidores, pues nos contará de su diaria experiencia del bello mar aldeano, de los días de frío en que se encoge para estar mejor arropado, o cuando hace calor y abre sus ramas y extiende sus hojas al mar para captar el frescor de la brisa marina. Nos contará de sus amigos, de los visitantes diarios, de la gente que pasa con sus toallas en dirección a la plácida y acogedora Playa del Puerto, o los que van con sus cañas de pescar y sus baldes para capturar algunas piezas del rico pescado de la zona.
Enrique, amigo, estupendo post que me ha hecho volar hasta la maravillosa costa aldeana y rememorar inolvidables momentos. Quise escribir un poema al Cuevón y a tu amigo el balo, pero tanto tiempo sin escribir, las musas se negaron a colaborar, pero queda pendiente.
Un abrazo.
Juan Antonio
Enrique García Valencia-Ramos -
Estoy sorprendido porque gente que no conoce el Cuevón "conectaron" rápidamente con el espíritu y armazón del relato, hay cosas universales que no llevan mucha explicación, cosas que muchas personas atesoramos como bienes imperecederos y que, gracias al Creador o Criador Universal, van a permanecer por los siglos de los siglos a poco que exista el grupo entusiasta de siempre, el que no se deja engañar por los cantos de sirena del falso progreso.
Sí me acuerdo del escenario que ahora nombramos para rememorar los relajos "controlados" que a su soco se desarrollaban periódicamente, y de los relejes que dichos relajos dejaban al día siguiente.
El Balo, con su provecta edad, conocimiento y "abeliá", echa de menos a tanta gente...
Un abrazo GRANDE.
Paco Ramos -
Enrique Valencia -
En fín, nosotros cumplimos con nuestro papel de entusiastas.
Un abrazo, paisano, ya libre de barrula del Charco.
Enrique -
Ya estoy en la vaina de Rejonia (Isleta), nos veremos o tropezaremos un día de estos.
julian valencia -
Francisco Reyes -
Esto de Las Palmas es una vaina hermano, NO TE VENGAS A ESTE HUMO Y PRISAS.
Un abrazo. No vemos
Enrique -
Una beso con sabor a barrula del Charco, memorias para todos y... ¡salú!
Mª Luisa Quintana Hdez -
Enrique -
Gracias, amigo, por "conectar" con la misma visión que yo tengo de las personas,de las cosas y de los acontecimientos de nuestra VIDA.
Pepe Valencia -
Enrique -
Un abrazo fuerte con afecto aldeano culeto. Memorias tantas.
Enrique -
Sí que me he atrevido, a demás de describir, según mi capacidad de visión, a intentar esbozar una serie de sentimientos íntimos (yo que soy tan reservado) para compartirlos con los otros en un afán de comunión etérea.
Espero haberlo conseguido en parte.
Un abrazo sudoroso de prolegómenos de la Rama.
Enrique -
Gracias por "conectar", un beso.
Enrique -
Ondina que me hablas del conocido y entrañable sitio como el sabio Balo que te llora sus bolitas blancas esperando tu presencia mientras te adivina en la distancia tinerfeña con suspiros de alisio en cada uno de sus agridulces vaivenes.
Un beso con sabor a Rama y Charco.
JUAN IGNACIO -
Está claro que entre pensar y escribir hay siempre un mecanismo más o menos complejo de ajuste, pero tú has llegado a nosotros, tus lectores, con algo tan sencillo como el Balo.
Gracias,otra vez,Enrique por este homenaje que haces a tu amigo Vicente Ramos y has escrito para compartir con todos nosotros.
Saludos, Juan Igancio.
Siso -
Mil veces hemos hablado o te he dicho del encanto del Puerto del Perchel, de su Cuevón, de su Bufaero, de su Verilillo y demás puntos hasta los Jabaes-La Punta. Los que solemos ir a pasar horas para allá atrás lo sabemos. Por tanto mil gracias por este bonito relato del lugar el que por estos días no tiene a una de sus fieles: Maricarmen La Niña, que desde que mejore por allí irá.
Felicidades.
Lucia Delgado -
Maravilloso el relato con los afanes tuyos por conectarnos con lo que sientes.
Un beso.
Carola Valencia -
Tardes enteras hace ya, me parece un milenio, asistiendo a tu sombra, forma y perfil.
Siempre la flor, la roca, ora la planta, ora el árbol...siempre algo nos regala una excusa para desenmarañar nuestros sentimientos y recuerdos más íntimos, hacia cosas importantes, lugares lejanos y pensamientos para los que ya, físicamente, no están con nosotros.
Yo he sido una fiel vigilante tuyo en ese lugar "el Cuevón" y salpicarme la energía de muchos ojos que quedaron en la arquitectura, hace mucho ya.
Yo seguiré siendo una fiel amiga tuya compartiendo con matiz diferente, el aroma de la marea, con la certeza de sabernos vivos atesorando los recuerdos de los que también siguen vivos.
Enrique -
Esos lugares requieren un ritual iniciático y una compañía conocedora de los sitios "mágicos" que guíe tus pasos hacia los aspectos más relevantes de los parajes en cuestión.
Algún siglo de estos, cuando recales en La Aldea, podré hacer de cicerone y pasar algunos momentos entrañables contigo por aquel estero marino, podríamos llegar (al golpito) hasta la playa De Artenara: Las Arenas.
Un besote GRANDE para ti, memorias.
Enrique -
Sí que te digo que hay pequeños matices en algunos sitios especiales que sólo se manifiestan cuando "la conjunción astral" está favorable y, entonces... "a marea baja, golpe a la lapa", hay que aprovechar la disponibilidad de los hados para conectar con esos aspectos tan diferentes que la gente mira, pero que no VE.
Gracias tantas por tus comentarios de apoyo, siempre te pasas amigablemente a la hora de ponerme mejor de lo que soy. GRACIAS, UN ABRAZO.
Enrique -
Un abrazo colectivo para toda la tribu tuya y para tí otro especial.
Enrique -
También tiene algo inestimable que vale más que todos los parajes bellos del lugar: el cariño y acogimiento de sus gentes hacia todos los forasteros que visitan el lugar.
Memorias tantas y miles de besos.
Enrique -
A los devotos del Cuevón no tengo que decirles nada, todos sabemos de la magia que emana de él.
Un abrazo GRANDE, memorias y besos.
Gloria Bertrana -
Si te digo la verdad lo primero que se me ocurrió fue buscarlo en Internet para un día de estos darme una escapada allí, y sólo encontré una alusión al Cuevón de Cho Frasco, que no sé si es el mismo.
De cualquier manera no explica cómo se llega, así que, desde aquí te insto a guiarme, en público o en privado. Me encantaría ver (y sentir)un lugar como el que describes.
Un achuchoncito, Henry.
Enrique -
Hay todo un mundo de experiencias y de vivencias que no nos atrevemos a decir a los demás, yo desde mi despreocupación me atrevo a esbozar estos cuentillos entrañables para mí.
Gracias, nos vemos en un recodo de estos.
Enrique -
Hay muchos balos a mi alrededor, gracias a Dios.
Un beso grande y aldeano. Nos veremos.
Enrique -
Vete con Tere un día para atrás y renueven los votos, el Balo estará esperándolos.
José Saavedra Molina -
Hoy, quiero pedirte disculpas por no haber leído y disfrutado tu escrito desde el primer momento que supe que estaba en Artevirgo. Y, como consecuencia de eso mismo, tampoco te dejé mi acostumbrado comentario. Lo hago ahora cuando dispongo de calma y relax. He estado todo el fin de semana por ahí, "pejiniando".
Yo me encuentro entre los agraciados que conocen el Cuevón. Tú mismo me has acompañado a él en varias ocasiones. Y, te puedo prometer que, guardo mis mejores recuerdos de nuestras visitas al mismo. Cuánta paz, cuánto relax nos aporta a todos sus visitantes.
Pero nadie como tú sabe sacarle el mayor partido. Cómo admiro tu manera de expresarte, el cómo sabes darle, con esa manera tan tuya, con esa prosa poética que utilizas, la importancia que se merecen las cosas sobre las que escribes, por muy insignificantes que sean; mejor dicho, no es que sean insignificantes, sino que NADIE COMO TÚ tiene esa manera de mirarlas y, sobre todo, cómo describirlas.
Como casi siempre hago, mi querido AMIGO ENRIQUE, quiero volverte a repetir que NO CAMBIES NUNCA y que CONTINÚES DELEITÁNDONOS A TODOS con tus admirables escritos. Un abrazo muy grande y mi más cordial saludo.
Benjamín -
Un abrazo y recuerdos de la tribu. Benjamín
Loly Verde Trujillo -
Por otro lado leer tus relatos siempre es un inmenso placer porque tienes la facultad de acercarnos a sitios,situaciones,gentes etc mediante estos.
Te queremos mucho.
Besos
Loly
Mary Luz -
Muchas veces pienso en Vicente y creo que moriría de nuevo al ver como han destruido todo. Él tendrá ya su flora y fauna particular donde quiera que esté.
Un beso y no dejes de presentarnos a todos tus amigos. ¡Felices fiestas!
Jose Ramon Yvañez Araujo -
Olga -
Gracias Enrique, ¡a ver si nos vemos por los lugares de siempre! El balo va a comprender que te ausentes unos cuantos días.
Ezequiel Ramírez -
Enrique -
Alegre y vivaz, ya no llora mis ausencias, sabe que mi jubilación le dedica a él mucho tiempo, mucho más tiempo...
Memorias tantas desde La Aldea en fiestas, besos mil.