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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

DE NUESTROS COMPAÑEROS DE VIAJE

DE  NUESTROS  COMPAÑEROS  DE  VIAJE

En este continuo ir que la vida es, solemos dar una especie de trato preferente a una serie de objetos singulares que nos acompañan en gran parte de nuestro recorrido vital, son cosas tales como: libros, algún mueble especial, ropa que no queremos desechar, utensilios bien amañaditos, herramientas viejas, ciertos adornos, atarecos heredados, artefactos de uso corriente, y un sinfín de artículos diversos a los cuales, sin conocer a ciencia cierta el porqué, nos sentimos más unidos que a los otros de nuestro entorno y uso cotidiano.

Acabamos por cogerles tecla y —de ese modo— los distinguimos haciendo una discriminación positiva que encierra quién sabe qué ligazón afectiva; los focalizamos sin saber qué recorrido e ignotos recovecos sentimentales posibilitan su preferencia sobre los demás ni qué lazos nos atan a ellos durante gran parte de nuestra existencia.

Realmente, no estamos interesados en descubrir qué mecanismo del embullo mental nos hace llegar a darles sitial de honor en nuestro extenso ajuar doméstico, los incluimos en nómina y los queremos porque SÍ e, impepinablemente, eso ya es bastante para la mayoría de nosotros: sus rendidos incondicionales.

Yo disfruto de la  camaradería y del compincheo en doble dirección que me ofrecen algunos elementos de uso personal a los que, por facilitarme los trabajos rutinarios con sus confortables favores y deferencias,  me siento algo más unido y a ellos les profeso —con discreción para no suscitar envidias ni celos— un poquito MÁS de cariño extra que a las otras pertenencias no fungibles de mi hábitat y trajines diarios.

Como muestra: un botón,  y como fehaciente ejemplo de lo que aquí relato, este título:

 

“UN  BATIDOR  DEL  PELO  Y  YO  MISMO”

 

Lo noto en el roce de sus finos dientes, en su deslizar torpe, en el poco geito del que actualmente hace gala , en su actitud pesarosa y un tanto fría...

Mi peinillo de blancas púas, camarada, colega y viejo amigo de las jornadas playeras, parece estar enfadado conmigo. 

Ya apenas se detiene ni se complace en su cometido; no sólo NO se esmera, sino que hasta se me esconde en algunas ocasiones en el fondo del neceser o se engruña en la parte de atrás de la mochila buscando cobijo.

Otras veces se arrastra lerdo, desmañado, cabizbajo y con aspecto tan mohíno que, por no molestarme, lo dejo hacer a su libre albedrío.

Ya se le quitará..., pienso al verlo tan enroñado cuando lo acecho para poder desentrañar tamaño lío.

Mientras, yo sonrío, aguanto, espero y confío en rebasar su patente enfado; me paso las horas de playa mirándolo de raspafilón e intensamente cavilo buscando la manera, el feliz término y el desenredo satisfactorio de este tonto desatino.

No me permito bajar la guardia aunque la tensión por el lado del batidor esté remitiendo un pisquito —ya de antier para acá parece estar mucho más receptivo—, y yo sigo buscando qué motivo, qué desliz, qué acción por exceso o defecto con mi compañero he cometido, el cual, ahora mismo —amulado al máximo— cruza en un singuío peinando mi cabeza blanquinegra reflejada en el diminuto espejo de bolsillo (otro que está asoplado y surtito, no suelta prenda, no me dice ni pío).

Y, entonces, justo en ese preciso momento —después de haberme dado un baño con olas juguetonas y espuma salada—, cuando me miro y me remiro en la pulida faz de su callado cómplice intentando infructuosamente hacerme la raya del pelo, se me enciende un bombillo con la solución entre los repliegues de mi despistado tino.

¡Ya lo veo! ¡Con lo que buscaba me topé!

¡¿Cómo no iba a tener casi toda la razón el elemento susodicho?!

Reconozco mi parte de culpa, pues tuve a mi pobre peine en el olvido y bastante abandonado desde hace dos semanas y pico.

 

El diablo de mi barbero me trasquiló hace quince días en un saltillo que di a la capital; las orejas me dejó, pero me peló a rente —casi al cero— desde la mismísima moña frontal... hasta el canto abajo de mi flaco totiso.

 

 Enrique García Valencia, La Aldea, primavera de 2010

27 comentarios

Enrique -

Recuerda que la nieve es blanca, Montse. Lo que si veo (leo)es que no has olvidado el cuento "La gallina y la vecina", que me hacían ustedes repetir varias veces sin cansarse y correando toda la retahíla.

Un abrazo grande para todos, besos.

montse -

te escribí un comentario más largo pero no se grabó. me gustó mucho tu relato, parecido a la gallina y la vecina.
beso

Enrique -

Querida Lucy, acabo de entrar en la página y me llevo la sorpresa de ver que me sigues leyendo.

Hace tiempo que no nos vemos porque no coincidimos en mis fugaces escapadas a la capital del reino de Tamarán.

No hace falta decir que sigues siendo una buena compañera de viaje en la distancia (acortada vía teléfono)inexistente de las personas que conectan.

Un beso GRANDÍSIMO.

Lucy Delgado -

Querido Enrique, te sigo leyendo cada vez que cuelgas algo algo en Artevirgo, hace tiempo que no te comento cosas, pero esta vez me ha hecho tanta gracia la irritación del batidor y me ha sorprendido tanto que tengamos posturas parecidas ante las cosas que no me puedo resistir a manifestarlo.
Yo tengo devoción por unas joyas heredas de mi madre y ella de la suya, son como mis talismanes, también me acompañan las fotos a las que dedico mención especial.
Un beso, nos vemos un día de estos que vengas para Las Palmas.

De Enrique a ANDREA -

Cuando tú naciste, Andrea, todos nos pusimos muy contentos porque había nacido una nueva compañera de viaje en la familia.

Hay cosas materiales muy bonitas que nos acompañan todos los años de nuestra vida; pero comparadas con una personita de carne, hueso y alma tan preciosa como tú, son tan poca cosa que no se pueden nunca igualar a ti.

En nuestra gran familia hay muchos compañeros, amigos y amigas de viaje por la vida y los años que vivimos. Por eso debemos darle gracias a Dios.

Un beso GRANDE, Andrea; no, un BESO GRANDÍSIMO de tu tío-retío Enrique y de Abo.

Enrique -

¡Qué bonito comentario Pepe!

"Cuando todos los relojes se paren o cuando se atrasen, este reloj seguirá su camino aunque no marque las horas, porque se ha ganado su puesto en el espacio y tiempo de mi pasado."

PRECIOSA dependencia afectiva a/hacia un compañero de viaje.

Quisiera añadir que hay compañeros y amigos de viaje en esta azarosa vida que nos ha tocado en suerte, TÚ perteneces a esa última categoría que nos hermana en y durante el presuroso viajar.

Un abrazo grandísimo Pepe (no, mejor sesenta).

Pepe Valencia -

Mi compañero de viaje, desde la infancia hasta ahora, está unido al paso del tiempo. Aparato que creemos que lo va marcando e incluso creemos que lo mide: el reloj. De este reloj que no sé como llegó a la mesita de noche de mis padres, con su caja metálica y con los números en azul fluorescentes que han perdido su brillo por el paso del tiempo que quiso o intentó marcar, guardo entrañables recuerdos. Recuerdos ligados a mi caminar por casa y el ajetreo en el que me iba metiendo cada segundo, cada instante de mi vivir. Es y sigue siendo un reloj inglés con números en una esfera blanca, un reloj de horizonte colosal y férreo, que manda o domina sin gesto personal. Me hacía pensar en todos los demás relojes de mi pueblo, los relojes de bolsillo de mis abuelos y los de pulsera, y esos tan franceses de las señoritas, que marchan temerosos, callados, lentos... Este reloj despestador, es como si estuviera en una trinchera resistiendo el volar de las horas y de los días. Es un reloj lleno de sapiencia. Estudió horas y horas conmigo en mi mesita de mimbre y a la luz de un flexo plateado. Cuando todos los relojes se paren o cuando se atrasen, este reloj seguirá su camino aunque no marque las horas, porque se ha ganado su puesto en el espacio y tiempo de mi pasado. En ese tiempo ligero, voluble, distraído y que a veces tiene frío, y otras veces calor. Acaso al tiempo se se le ocurra sacudirse las horas, pero mi reloj, no se lo permitirá nunca.

Enrique -

Loly, tienes razón en eso de la belleza por dentro y por fuera, no me habia parado yo a pensar en ese especto tan reconfortante que es la serenidad de espíritu lograda cuando usas adecuadamente un batidor y te recreas en el momento, sin prisas, sin trabas ni trabes.

Gracias amiga por tu comentario.

Besos y memorias tantas.

Loly Verde Trujillo -

Me encanto le mencion al batidor que tantos recuerdo de infancia me hace evocar.Me viene a la mente ver peinar a mi abuela con el batidor su fiel acompañante desde el bolsillo de su delantal negro.
Por otro lado reconocer su valor en cuanto portador de belleza por dentro y por fuera.Digo por dentro porque mientras pasamos el peine por el cabello surge un embeleso que tranquiliza el alma.

Cuidate mucho amigo y nunca las mañas de escribir pierdas.
besos
Loly Verde.

Juani -

Muy fresco tu escrito y con grandes dosis de humor. Mis libros son mis compañeros de viaje preferidos junto con los relojes antiguos. Es verdad que les coges cariño a las cosas y después no te puedes desligar de ellas.
Tu peinillo tendrá el estado bipolar ese que dicen los sicólogos, euforia y tristeza de una banda a la otra.
Un abrazo.

Enrique -

Querida Olga, no sabes tú bien los equilibrios que tengo que hacer entre Peinillo Playero y Espejillo de Bolsillo a la hora de repartir elogios y alabanzas.
Si digo en voz alta que quedé guapo al peinarme después del baño, cada uno de ellos se me queda mirando para ver a quien dirijo las gracias.
Ambos se arrogan el mérito de mi belleza capilar; según el espejo, el peine por si solo no sería sino un chapucero de trabajo incompleto.
La réplica del peinillo no se hace esperar escapada junto a una risilla floja entre sus blancos dientes y púas.
La trifulca entre ellos termina cuando los amenazo con mi barbero y el pelo al cero, ¡santa palabra!

Un beso Eriquecido y olgado para ti.

Enrique -

Papito Paco,agraciado tú que no luces ningún pelo de tonto ni tienes que estar con los trajines del barbero periódicamente.

Me imaginaba que por América aún perviven palabras que por algunos lugares de la olvidadiza Madre Patria van desapareciendo.

Un abrazo, tío.

Enrique -

Querido Siso, tienes razón con eso de los trajines alrededor del pelo, todo un mundo a través de la Historia (se podría hasta nombrar a Sansón y sus trajines con Dalila).

Había batidores grandes, medianos y de bolsillo; también había peinetas y peinillos para el cabello de las muejeres y..., por supuesto, LA LENDRERA con sus dientes selladitos para barrer convenientemente las liendres y piojos que tanto abundaban en aquellos tiempos del Batidor de Maricastaña.

Gracias por tus bonitos comentarios, sabes bien que me Enrique-cen.
Un abrazo.

Olga -

Si supieras que tiene su puntito de ternura y de nmensaje debajo del humor de las frases, ya sabes como soy yo para buscarle los cuatro pies al gato.
Me gustó mucho la parte en la que dices que profesas algo más de cariño a unas cosas que a otras pero que lo haces con discreción para no crear envidias ni celos, genial.

Un beso Olgado y enriquecido para ti en tu día, que no resuellas.

Papito -

Estamos en el locutorio tomando un cafelito y leyendo tu relato. Gracias por avisarnos. Mi calva afeitada desde hace algunos años se ha librado de esa vaina que es el peinado y el peine. En Cali y la zona de la costa donde yo estuve también usan la palabra batidor. Un abrazo hermano.

Francisco Suarez -

Enrique
Hace algún tiempo que leí este, curioso y a la vez de grata lectura, texto tuyo del batidor. Batidor se debería decir antes porque las cabelleras solo veían, de vez en cuando, el agua solo con jabón, lo que muy lejos de los sedosos componentes capilares de hoy, suponía una maraña de pelos a los que batir una y otra vez. Relato este, como todos los demás, que tienen el encanto de recrear nuestros recuerdos. Y te cuento Enrique, no sé si te lo dije cuando me entregaste el original, que lo de nuestros pelos tendría mucho que contar, más si con tu pluma, ahora teclado, le das ese singular enfoque de letras, palabras y frases de mil encantos nos volverías a encantar. Me refiero Enrique a las cabezas rapadas de los niños con la mochita delante, la brillantina de los ya hombres y los mil rizos de la permanente de nuestras jovenes y niñas. El mundo del cabello tiene esos cientos de recuerdos en los batidores, peinillos, cliches de los modelos de peinados, de olores a perfumes que a veces sentimos y nos trasladan a su origen... En ese viaje nos llenamos de gozo, por algún momento, sea, en este caso, tu historia del batidor de Enrique el de Luis el del Sindicato o si lo prefieres de las Briginas con la "v" de las Virginas. Un abrazo.

Enrique -

Querida Maria Luisa, mi pasión por los batidores playeros me viene de la costumbre de mi padre (Luis el de Panchito el del Sindicato) de llevar siempre un peinillo con él para domar el pelucón que Dios le puso encima.

Dos cosas, cuando murió en el hospital, llevaba encima: el reloj de toda la vida y un peinillo con el que lo mande hacia el Más Allá repeinadito como a él le gustaba siempre estar, con aspecto sereno en su cara y con su frente querida llena de besos apresurados de última hora, minuto y segundo.

Sus compañeros de viaje, entre otras cosas, fueron a quellas últimas caricias filiales y postreras.

Memorias tantas para todos los tuyos, un beso.

Enrique -

Ay, Benjamín, los dineros son buenos-malos compañeros de viaje, nos abandonan cuando menos lo esperamos. Tienes mucha razón. Por muy ENRIQUE-cido que estés, siempre es bueno tener a mano un buen y sólido compañero de viaje que pueda ayudarte con su sola compañía.

Un abrazo grande y... memorias tantas.

Enrique -

Mary Luz, tu tocaya María Salomé usaba caña (cañas habría que decir, por las tantas que rompía en los lomos de la gente) y abuelita Pepa tendía más por la "bara" fina y lisa que no bandonaba nunca; la llegó a llevar hasta en un viaje que hizo a Las Palmas, a nuestra casa de San José. Me acuerdo que coincidió con una visista del obispo Pildain a la zona, al cual hicimos entrar para que la viera, descansara y bebiera agua (lo que hizo de buen grado y agrado),era emocionante verla cubrirse con el pañuelo en señal derespeto al prelado, observarlos hablando, él con su báculo obispal y ella con su "compañero de viaje" apoyado entre la faldiquera y el hombro contestando a las preguntas del obispo Antonio.

Recuerdos imborrables que, ahora mismito, me están ayulgando como quien se come muy deprisa una cuharada de gofio seco.

Un abrazo, prima. Besos mil.

Enrique -

Querida Gloria, cuando hablas de que pensabas que había perdido pelo, estabas en lo cierto: he perdido todos (casi) los pelos de tonto que me habían ido quedando de un tiempo a esta parte.

Mi estado de ánimo (ánima) fluctúa, pero cada vez más con paradas grandes en la zona de la dichosa Dicha.

Gracias Gloria, por lo que expresas en tu comentario, y por lo que no dices pero que yo intuyo, deduzco y entreleo.

Gracias tantas. Un beso,un beso Grande, un beso GRANDÍSIMO.

Mª Luisa Quintana Hdez -

Gracias amigo Enrique.Tú,como siempre me haces recordar momentos de mi niñez.Los famosos batidores y los jalones de pelos que me pegaba mi madre cada vez que me peinaba el pelucón de pelos que yo tenía.También lo que mas recuerdo es a Mito el de Prudencita cuando acudía a la tienda de mi madre todas las tardes a comprar una perra de brillantina y otra de colonia.Se peinaba con un peine pequeñito marrón ¡qué recuerdos aquellos inolvidables!
Un besito para toda tu familia.

Benjamín -

Jajajajajá! Sólo tú, el presumido de siempre podías tener una experiencia como esa con un peinillo.
Ya en Patalavaca te lucías con aquel pelucón más largo por el totiso a la moda de entonces.

Mis compañeros de viaje no suelen tener una buena relación conmigo, van y directamente me abandonan cuando más los necesito: los dineros.
Un abrazo grande de la tribu y mío propio. Cui-da-te.

Mary Luz -

Ya yo ni me peino, pero si tiene mi madre un amigo igual que el tuyo.
Yo tengo por referente, ahora, un amigo algo especial. Me imagino que también se atufa varias veces a la semana, suelo olvidarlo en mis primeros pasos al caminar, luego giro mi vista y siempre me está esperando. Cualquier día se me revela y me dejará tirada.
Las primeras veces algunas jugadas me hizo, ahora ya se ha vuelto paciente.
Ya más de uno le ha puesto ejemplo al verlo aparecer a mi lado;.
¡OH!, ¡si está como María Salome!.
Pues sí, mi amigo es compinche del bastón de nuestra “madrina”. Es algo más moderno y de lindo colorido, pero suele hacer los menesteres de empujar, alcanzar, amenazar, mantener, …., y todo lo que le queda por aguantar.
El te agradecerá que hoy le diera ya el rango de amigo. Besos miles y no olvides que muchos necesitamos de tus enri-quecedoras historias.

Gloria Bertrana -

Simpático, jovial y divertido. Me ha encantado, es de esos escritos que a medida que los lees la sonrisa se te va destapando a la vez que la curiosidad te corroe... aunque intuyes el final (mea culpa porque yo pensé que habías perdido pelo, no que te lo habías cortado, jejejej).
Normalmente uno escribe unas cosas u otras en función de un estado de ánimo (los sentimientos y emociones nos pueden), así que...me alegro, porque parece época de regocijo y bienestar interior.
Un axuxón grande, querido Henry.

Enrique -

Gracias, Pepe, por tu extenso comentario sobre los trajines pilíferos de batidor playero y un servidor.

Sí que me acuerdo de aquellas cocinillas de petróleo que no eran de fuelle, eran de mecha concéntrica y regulable, tenían una extructura más sólida, significaban un avance en las comodidades domésticas y poseían un depósito de cristal (muchas de ellas) para contener el carburante que empapaba las mechas (mechas reguladas por mecanismo de ruedilla). No sólo me acuerdo de sus aspecto externo sino que, incluso, recuerdo como olían al quemarse la mecha, el petróleo y el culo de los calderos todo mixturado con el aroma a comida familiar bien hecha.

Agradecido Pepito por tus comentarios de todo tipo, tanto los personales como los de aportación y enrique-cimiento de lo que el texto esboza en su relato festivo.

Un abrazo GRANDE.

José Saavedra Molina -

Mi queridísimo y nunca bien ponderado amigo Enrique. Simpatiquísimo me ha parecido, esta vez, como no podía ser menos habiendo salido de tu prodigiosa mente, el homenaje que le haces a tu "batidor" o peine. Años hacía ya que no veía esa denominación, la de batidor. Como bien sabes, yo por razones bien obvias, he dejado de usar el mencionado instrumento desde hace mucho. La Naturaleza me dio esa ventaja, je,je,je, al dejarme con la frente llegándome a media cabeza. Como dicen algunos, yo me lavo la cara hasta la coronilla. Pero, no por estar escaso de pelo me considero mutilado ni en desventaja con los que sí lo tienen. Al contrario, pienso que es una grandísima ventaja, sobre todo cuando, como hago yo, el poco que me queda, me lo hago cortar al número uno. No hay viento ni tormenta que me despeine. Yo soy de los que les parecen ridículos esos hombres que, como Anasagasti, se hacen "la cortinilla".
Así que, hoy me voy a poner de parte de tu peine o batidor. Lo comprendo perfectamente. El pobre puede que se sienta inútil cuando tu peluquero, como hace el mío con mi escaso pelo, te corta el tuyo casi al cero. Pero, seguro que se le pasa pronto el "enojo", sobre todo cuando el tuyo vuelve a crecer.
Cambiando un poco de tema, aunque pienso que lo que te voy a contar tiene que ver con esos objetos que nos acompañaron en nuestro caminar desde que éramos niños, la semana pasada, mientras mi hermana y yo sacábamos los trastos de un viejo pajar que usaban mis padres, descubrimos algo que nos llenó de ilusión, ¿sabes de qué se trataba?, supongo que no. Pero te lo voy a contar. Como tú y yo somos coetáneos, supongo que lo que te voy a decir te traerá tan buenos recuerdos como los que tú nos traes, a los que leemos tus escritos, cada vez que, con tu inigualable estilo, nos retrotraes a esos maravillosos años vividos en nuestra niñez y juventud. No me extiendo más. Lo que nos encontramos fue una cocina de las de petróleo, pero no el conocido "infiernillo", sino la que, siendo también de petóleo, era de mecha (con una especie de tambor de cilindros concéntricos donde se colocaba dicha mecha). Para nosotros, mi hermana y yo, fue como encontrarnos una reliquia. Enseguida empezamos a rememorar aquellos momentos de nuestra niñez cuando nuestra madre usaba aquel artilugio, que hoy tiene más de cincuenta años, para cocinar. Ni que decir tiene que lo conservaremos con muchísimo mimo. Y, si es posible, hasta lo repararemos.
Acabo ya, mi apreciadísimo Enrique. Hoy espero haber puesto yo, también, mi granito de arena, al mismo tiempo que te animo a que nunca desfallezcas y continúes deleitándonos a todos con tus preciosos escritos. Un abrazo.

Enrique García Valencia -

Mi batidor y yo tenemos una relación de amor y de constantes amulamientos periódicos; me gusta (a mis hermanas no) el pelito corto y parejo y, lo sé, sacrifico mi belleza externa y capilar en favor de la comodidad y de mi bien-estar. Eso es lo que no entienden los demás y lo que no admite mi peinillo playero y su compinche el espejito de bolsillo, ¡qué le vamos a hacer!
Sufriré sus crisis, y ellos (en tiempos de bonanza pilífera)me compensarán y me animarán a mí dándome una apariencia enrique-cedora y guapa.

Memorias tantas.