TENGO, TENGO, TENGO Y NO TENGO NADA (1)
Tengo un duraznero florido, detrás del cual se presenta un fondo violáceo de las montañas de los Peñones, el Risco Agujereado y el Caidero de Las Huesas. Es una deliciosa estampa de colores que, a lo largo del día, se va tornando en miles de matices que los diferentes ángulos de la luz solar generan sobre los paisajes de este mes marzo. Es la exquisita vista desde la ventana de mi cocina, que verán en estas dos fotografías, orientada al naciente donde cada mañana veo el amanecer y que en cada estación el duraznero luce vestimentas diferentes; incluso cuando se desnuda en enero, con sus paliques verticales tiene su encanto. Lo tiene también en el frescor del plenilunio de enero, cuando asoma la luna más grande del año sobre los picachos oscuros; más aún en septiembre cuando, por magia, parece que el disco brillante se asoma durante unos segundos por el Roque Agujereado, como si la luna mirara por el agujero de la llave que abre la puerta al valle.
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