LO QUE SUCEDIO A UN HONRADO LABRADOR CON SU HIJO, de don Juan Manuel
Otra vez, hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por una cosa que quería hacer; pues, si llegaba a hacerla, sabía muy bien que muchas gentes le criticarían, y si no lo hacía estaba convencido de que también le podrían criticar e incluso con razón. Después de haberle explicado el asunto, le rogó a Patronio que le dijera lo que haría en su caso.
-Señor conde Lucanor-respondió Patronio-, bien sé yo que hay muchos que os podrían aconsejar mejor que yo, y que Dios os ha dado tan buen entendimiento que poca falta os hace mi consejo; pero, pues lo queréis, os diré lo que creo debéis hacer. Pero antes quisiera que me dierais licencia para contaros lo que sucedió una vez a un honrado labrador con su hijo.
El conde le dijo que se la daba de muy buena gana.
-Señor-comenzó Patronio-, había una vez un labrador honrado que tenía un hijo que, aunque muy joven, era de agudísimo entendimiento. Cada vez que su padre quería hacer alguna cosa, él le señalaba los inconvenientes que podía tener, y, como son muy pocas las que no los tienen, de esta manera le apartaba de hacer muchas cosas que le convenían. Habéis de saber que los mozos más inteligentes son los que están más expuestos a hacer lo que menos les conviene, pues tienen entendimiento para emprender lo que luego no saben cómo terminar, por lo que, si no se les aconseja, yerran muchas veces. Así, aquel mozo, por su sutileza de entendimiento y falta de experiencia, era un obstáculo para su padre en muchas ocasiones. Por lo cual éste, cuando ya le había aguantado mucho tiempo y estaba muy fastidiado por los perjuicios recibidos a causa de lo que no le dejaba hacer y por lo que continuamente le estaba diciendo, resolvió poner por obra lo que ahora oiréis, con el fin de que le sirviera de amonestación y de ejemplo de cómo obrar de allí en adelante.
Este hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado le dijo a su hijo que fueran los dos a comprar algunas cosas que necesitaban. Para lo cual llevaron una bestia. Camino del mercado, yendo ambos a pie con la bestia sin carga, encontraron a unos hombres que venían de la villa adonde ellos iban. Cuando, después de saludarse, se separaron unos de los otros, los que encontraron empezaron a decir entre ellos que no parecían muy sensatos el padre ni el hijo, pues llevando la bestia sin carga marchaban a pie. El labrador, después de oír esto, preguntó a su hijo qué le parecía lo que aquéllos decían. Respondióle el mozo que creía no era natural el ir a pie los dos. Entonces mandó el honrado labrador a su hijo que montara la bestia.
Yendo así por el camino encontraron a otros hombres que, al separarse de ellos, dijeron que no estaba bien que, el honrado labrador fuera a pie, siendo viejo y cansado, mientras su hijo que, por ser mozo, podía sufrir mejor los trabajos, iba cabalgando. Preguntó entonces el padre al hijo qué le parecía lo que éstos decían. Contestó el mancebo que tenían razón. En vista de ello le mandó que bajara de la bestia y se subió él a ella.
A poco rato tropezaron con otros, que dijeron que era un desatino dejar a pie al mozo, que era tierno y aún no estaba hecho a las fatigas, mientras el padre, acostumbrado a ellas, montaba la bestia. Entonces le preguntó el labrador a su hijo qué opinaba de esto. Respondióle el mancebo que, según su opinión, decían la verdad. Al oírlo su padre le mandó se subiese también en la bestia, para no ir a pie ninguno de los dos.
Yendo de este modo encontraron a otros que empezaron a decir que la bestia que montaban estaba tan flaca que apenas podía andar ella sola y que era un crimen ir los dos subidos. El honrado labrador preguntó a su hijo qué le parecía lo que aquéllos decían. Respondióle el hijo que era ello muy cierto. Entonces el padre replicó de este modo:
-Hijo, piensa que cuando salimos de casa y veníamos a pie y traíamos la bestia sin carga ninguna, tú lo aprobaste. Cuando encontramos gentes en el camino que lo criticaron y yo te mandé montarte en la bestia y me quedé a pie, también lo aprobaste. Después tropezamos con otros hombres que dijeron que no estaba bien y, en vista de ello, te bajaste tú y me monté yo, y a ti también te pareció muy bien. Y porque los que luego encontramos nos lo criticaron, te mandé subir en la bestia conmigo; entonces dijiste que era esto mejor que el ir tú a pie y yo solo en la bestia. Ahora éstos dicen que no hacemos bien en ir los dos montados y también lo apruebas. Pues nada de esto puedes negar, te ruego me digas qué es lo que podemos hacer que no sea criticado: ya nos criticaron ir los dos a pie, ir tú montado y yo a pie, y viceversa, y ahora nos critican el montar los dos. Fíjate bien que tenemos que hacer alguna de estas cosas, y que todas ellas las critican. Esto ha de servirte para aprender a conducirte en la vida, convenciéndote de que nunca harás nada que a todo el mundo le parezca bien, pues si haces una cosa buena, los malos, y además todos aquéllos a quienes no beneficie, la criticarán, y si la haces mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar lo que hayas hecho mal. Por tanto, si tú quieres hacer lo que más te convenga, haz lo que creas que te beneficia, con tal que no sea malo, y en ningún caso lo dejes de hacer por miedo al qué dirán, pues la verdad es que las gentes dicen lo primero que se les ocurre, sin pararse a pensar en lo que nos conviene.
A vos, señor conde Lucanor, pues me pedís consejo sobre esto que queréis hacer, pero que teméis que os critiquen, aunque estáis seguro de que también lo harán si no lo hacéis, os aconsejo que antes de ponerlo por obra miréis el daño o provecho que os puede venir, y que, no fiándoos de vuestro criterio y teniendo cuidado de que no os engañe la violencia del deseo, busquéis el consejo de los que son inteligentes, fieles y capaces de guardar secreto, y si no encontráis tales consejeros, procurad no tomar resoluciones muy arrebatadas, sino, si son cosas que no se pierden por la dilación, dejad pasar por lo menos un día y una noche. Con tales precauciones os aconsejo no dejéis de hacer por temor a las críticas lo que os convenga.
El conde tuvo por buen consejo éste de Patronio, púsolo por obra y le salió muy bien. Cuando don Juan oyó este cuento lo mandó poner en este libro y escribió estos versos, donde se encierra su moraleja:
Por miedo de las críticas, no dejéis de hacer
lo que más conveniente pareciere ser.
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Mª Luisa Quintana Hernández -