Desde mi punto de vista
Prolegómenos. Vivimos en un mundo donde nos emperramos en remarcar las diferencias entre las mujeres y los hombres; nos empeñamos, con desaforado ahínco, en resaltarlas en un intento (baldío en el tiempo) de poner fronteras y barreras cuasi infranqueables donde no debería haberlas, ya que sólo sirven para marginar, compartimentar y dificultar nuestra relación como seres humanos en este ir nuestro que la Vida es.
La anatomía ya se encarga de hacer gratificantes distinciones entre los sexos (loado sea el Sumo Hacedor por tales distingos) y, desde la noche de los tiempos, cada cual sabe a qué atenerse y cómo manejarse interpretando la Ley de la No Igualdad Morfológica en su libre albedrío a la hora de relacionarse con los demás. Si me llamaran a jurar, yo diría que, desde el sexto día de la Creación (por la tarde), hemos venido obviando esas necesarias particularidades de hombres y mujeres que no hacen diferencias en nuestros iguales derechos-deberes como seres racionales.
Este trabajillo fue escrito en un intento de focalizar lo que es común entre el género humano, lo que nos acerca, une y relaciona como semejantes. Está escrito casi como una retahíla porque, muchas veces, las relaciones humanas también se convierten en eso: en la retajila de la Vieja Revejía. Se elaboró en 1990 para un programa de radio; desde entonces hasta ahora han pasado muchas cosas, entre ellas una bastante significativa y útil como herramienta legal de relación: la Ley Orgánica de Igualdad.
Hoy, que vuelvo a releer estas líneas, hago repaso de estas dos décadas pretéritas e intento evaluar las mejoras en nuestra relación como iguales y acabo decidiendo que necesito diez años más para emitir alguna conclusión fiable; mientras, esbozo la particular forma de pensar de uno que se crió en una familia matriarcal, cariñosa y guardiana de los derechos inalienables de todos sus componentes, femeninos y masculinos (nótese el orden alfabético). Esto fue lo que garabateé a principios de los noventa, en marzo, en el Día Internacional de la Mujer:
Desde mi punto de vista
Tú naciste ser humano, yo nací ser humano. Tú eres una mujer, yo soy un hombre.
Tú, tienes una envoltura de hembra. Yo, tengo una envoltura de varón.
A ti te educaron en el papel de niña: "¡Una señorita no está con machurrangos!"
A mí me educaron en el rol de niño: "¡Los hombres no lloran!"
Aún así, tú posees algún aspecto masculino.
Aún así, yo poseo algún aspecto femenino.
Tú escondes tu masculinidad depilándote y maquillando toda tu cara.
Yo escondo mi feminidad escupiendo y rascándome la entrepierna.
Yo maquillaré mi componente femenino: no voy a llorar.
Tú escupirás tu componente masculino: tendrás sólo amigas.
Yo refuerzo con mis maneras mi envoltura y rol de hombre.
Tú refuerzas con tus maneras tu envoltura y rol de mujer.
Aunque yo soy yo donde quiera que vaya y, aunque tú eres tú donde quiera que vayas: yo podría ser tú si yo tuviera la otra envoltura, tú podrías ser yo si tú tuvieras la otra envoltura.
Yo seguiría siendo yo con tu apariencia. Tú seguirías siendo tú con mí apariencia.
Tú podrías, en ese caso, tener amigos y amigas. Yo podría, en ese caso, no llorar o llorar a moco tendido. Tú podrías actuar como yo. Yo podría actuar como tú.
A fin de cuentas, yo soy solamente un ser.
A fin de cuentas, tú eres solamente un ser.
Sólo y simplemente, dos seres racionales con envoltura humana.
Enrique García Valencia, La Aldea / 2007
6 comentarios
Virginia Correa García -
Mª Luisa Quintana Hdez -
Benja G. -
Olga Vega -
Yo podria, en ese caso, ser como tú sin dejar de ser yo.
BESOS
Marcial González -
Es el texto perfecto para hacer sentir la unidad.
Enrique García Valencia -
El tiempo ha ido colocando derechos y deberes en las justas casillas de aquel Orden que ya se vislumbraba; demos gracias a... toda la gente que lo ha ido haciendo posible.