Te conozco, mascarita
Prolegómenos. Este pequeño trabajo fabula acerca de hechos que pudieron haber ocurrido en los años cincuenta y tantos cuando (en el paréntesis franquista) todavía estaba prohibido vestirse de máscara y se perseguía a los devotos que celebraban alegremente los Carnavales como-Dios-manda, tal como el Relajo aconseja y la bambolla del Alma reclama periódicamente en su loca catarsis anual.
Debajo de los farfalanes que usa el personaje central de este relato, creo reconocer a una buena amiga mía (nuestra), no estoy seguro del todo: su jango al mover los brazos, algo en su forma de callar, su caminar a escotero, el deje melifluo e impostado de su fingida voz, la jiribilla de sus gestos y un nosequé en sus amaneradas poses forzadas de machona me hacen pensar que...
No lo puedo descubrir pero, si me llamaran a jurar, estaría por decir (casi seguro) que tiene que ser ella: la misma que viste y calza.
Va dedicada esta historia a todas las personas que son para las Carnestolendas “como cho Rivero pa' lapas” y, en especial, para una entrañable cómplice de aquella época y lances: Cornelia la de Celerina, la cual me solía prestar los zapatos con los que me disfrazaba; una vez me dejó unos, en charol encarnado y punta fina, que eran una maravilla. Sus taconcillos de aguja (no muy altos) estilizaban mi angulosa figura “sin virtú”, proporcionaban un cierto contoneo gracioso al desgarbado porte mío y también (lo que más me gustaba) tarareaban en allegro un repiqueteo frenético que anunciaba mi presencia y poderío -debo decir que se los despelucé huyendo de los municipales que, en los setenta, ya medio consentían la mascarada doméstico popular-. No me atreví a devolvérselos (ni pa' qué), quedaron que no servían ni para echarlos “al traer”; todavía los recuerdo con una borrosa nostalgia y con el eterno agradecimiento de mis incipientes callos de entonces que, en otra horma más angosta, hubieran sufrido los rigores de las indinas calles aldeanas.
Te conozco, mascarita
-¡Le digo a usted que se pare! -se desgañitaba añulgado, gritando sin poder decir su orden un asmático policía, y, ligera cual zepelín (corriendo a tropa teñía), de la autoridad competente intenta ocultarse una aterrada mascarita.
Empolvada de talco, emboza su cara entre los pliegues de unas colchas de mora jarabandinga con las que se forra desde los tobillos hasta la coronilla; atrás queda el Celador Chico, mientras, ella eslapa a trompicones por La Palmilla pa' arriba.
Luce de rodete una listada toalla revejía y en las manos unos guantes rotos de cabritilla; se encajó en El Surtidor en un volío, se esconde también del guardia Antoñito Medina que, resoplando su trotecillo apático, por La Pasadera iba.
Calza unas grandes alpargatas de esparto, unas medias de cordoncillo de las que Yuse vendía y desalada va porque el Cabo Vega le había dado el alto por ca' Titita. Sangolotea en un cestillo de caña: una limeta de anís de garrafa que le dio Maruca Quintana, media docena de huevos de gallina y de quíquera, un cuartillo de aceite, azúcar, harina del fondajo de un saco que le dieron en la Panificadora Matías y algunos paquetillos de matalahúva que le aperruñaron en la mano Nela y Agapita.
-Lo que tanto me ha costado conseguir -masculló- ésos a mí no me lo quitan-. Aferró su laborioso botín, protegiéndolo del salpafuera formado, y tocó ca' las de la Fonda para ver si le abrían enseguida. Lo que oyó, sonaba totalmente contrario a lo que ella pretendía: bajó corriendo las escaleras Asunción y puso la aldaba para que no entrara la desconocida. Aliando, contrariada y sin resuello, siguió la máscara pa' Los Llanos intentándolo con Pedrito y Angelinita que, tampoco le hicieron caso, le cerrraron la puerta y el postigo pequeño; miedosos, le dijeron hasta rejodíngana.
Arrastrando sus brillantes telas de raso tiró pa'l Barrio por el callejón de José el de Benina y, con su impudicia de tapada, a la hija de mana Estebana y a la mujer de José Gloria les dijo:
-¿Me conoces, Juana, me conoce, Amalita?
-Arranca pa'l Parral corriendo -contestan risueñas las amigas-, tira pa'l Parral y arrejunde, morita... no sea que los celadores te trinquen y te den una buena tollina.
Lo mismo le gritó Achón que miraba la novelería desde su esquina:
-¡Unas gorrillas grises ya vienen, las veo por ca' las de Navarro y por la Herrería!
Mentira que surtió el efecto deseado entre el sofoco que, a la tendera, le producían sus reprimidos conatos de carcajadas al ver los apuros de la que huía.
Casito le da un fatuto a la mora de la morería, que se vio ya presa y llevada ante la Justicia de Guía y, armando en aquel mismo momento un remolino de colchas mientras se las subía, saltó pa'l Tocomán como una salpatrica, se sisnió geniosa de bola en bola por el barranco y maldijo incluso a las piedras del camino por donde iba; llegó a sus quiciales: desarretada, con un ataque de alferecía, despacio -no fuera que los perrangos se le tiraran- y surtita para que no la oyeran sus noveleras vecinas.
La casa estaba en silencio: los familios y su marido fueron, por ser domingo, a visitar a la abuela Fermina. Así que, cuando se le fue el susto del cuerpo, se quitó el jaique, el turbante y las enagüillas; resolló suspirando, voló como un singue pa' la cocina y, con todos los preparativos de su cuestación, aquelló una docena larga de hermosas tortillas (no torrijas), añadiéndoles de su cosecha: cáscara rallada de limón, un chilgo de leche clara, y la harina que cernió con mucho cuidado en un cedazo más lleno de laboriosos zurcidos que de tela fina. Aceite, que la infeliz poco consiguió (pues-no-lo-había), fue echar algún que otro goto en la sartén de vez en cuando -al estilo de la inefable María Locera- virando la torta antes de que ajumara demasiado y supliendo la escasez del oleaginoso elemento, a golpe de jeito y de mucha pericia.
En zagalejo como estaba, sentada ya a la mesa y bien repollinada en su mejor silla, abrió la pequeña botella de anís, golió el tapón de corcho aspirando su aroma dulzón y, sin hacer ninguna regañiza, se jincó sus tres buenos macanacitos mientras mordía con deleite la sabrosa comida. Y, un pisquito más tarde -en la cuarta o quinta tortilla-, sin saber cómo ni en qué momento, le entró la risa floja a la solitaria comensal mientras bebía y engullía los frutos de su requisa. Pasado un buen ratito, siempre entre risillas tontas y sonoros irutos (enralá, nerviosa, espasmódica e incontinente de vejiga), se vio a sí misma brindando nuestra mascarita, limeta en alto, por los involuntarios compañeros de su previsible aventura del día: por el Celador Chico, por el Cabo Vega y... por el pobre Antoñito Medina.
Enrique García Valencia / La Aldea / 2008
18 comentarios
Enrique García Valencia -
Yo le digo a la gente que, en los relatos, juego con ventaja ya que cuento aquello que sé de antemano les va a gustar por diversos motivos.
Casi todo lo que escribo ha salido de nuestro entorno y al él vuelve algo Enriquecido (espero), no hay mérito en ello; si acaso, el actuar como llave maestra que pudiera abrir el arcón de nuestras vivencias comunes, eso es lo que espero.
Otro abrazo.
Juan Antonio -
encantado tus relatos. Me han hecho recordar numerosas anécdotas y días inolvidables de los carnavales en La Aldea. Son tantos que tendría que ir relatando poco a poco para revivir aquellos inolvidables momentos.
Un abrazo.
Juan Antonio
Resobrino de la Salomé -
¿No sería que se le acercaban demasiado cuando iban a hacerle o decirle perrerías y recibían algo de moquenque?
También manifestar que yo (siendo de la familia) recibí por confusión algún que otro pirganazo que, ahora en la distancia, me da por magnificar.
Viva por siempre en nuestro recuerdo María Salomé Montesdeoca Valencia, "Briginia mayor y Valentina".
Un abrazo para el niño de Cesa.
Diepa -
Soy el niño de Cesa la de Jacintita la de la plaza.
Marcial tiene una foto de la plaza (rejas de hierro) con el "YIP" de Juan Ramírez en la esquina de casa Ray, donde se ve al aumentarla la SILUETA DE MARIQUITA SALOMÉ agachada con su bastón (allá al fondo).
Menos a mí, que me mandaba a sus recados, le daba leña a todos por "molestosos" con aquella caña gorda que tenía.
Lo dicho: saludos.
Enrique García Valencia -
Habría que hacerle un monumento a los arcones de la ropa en deSUSO y a la paciencia de las dueñas que nos dejaban refistoliar en ellos.
El jango que pudiste desarrollar, cuando eras un familio que inventaba disfraces, se nota ahora cuando ganas premios con tus decoraciones de carrozas, escaparates, expositores...
Un abrazo GRANDE (amañao al cuerpo) y memorias.
Suso Valencia -
Enrique -
Persona procede del griego y quiere decir "máscara" de las que usaban los actores.
No deja de ser un buen cruce de significados. Vestirse de máscara con unas mamas grandes y un culo descomunal entronca con la tradición más lúdica del Carnaval y con el significado primigenio de las palabras antes mencionadas.
Besos; sí, un día cualquiera nos vemos.
B.G.Cruz -
Mi especialidad era vestirme de señora mayor con una gran delantera y un gran trasero, una fijación como otra cualquiera.
Besos, nos vemos un dia de estos.
Antonio García del Parral -
Eso es lo que suelen hacer las máscaras para regocijo de todos.
Yo suelo enmascarar hasta mi propio nombre...
Gracias Luci por tu ánimo siempre tan positivo.
Besos xxx
Luci Delgado -
Benjamín González -
Uno de estos días tendriamos que hablar de la persecución religiosa, civil y militar del Carnaval. Es gracioso como esos grupos de muermos nos quieren apagar la poca luminosidad que nos ha ido quedando de nuestro pasado ancestral cuando se celebraba la Vida.
Haces bien en no descubrir a la mascarita, la mitad del juego consiste en eso.
Muchos recuerdos, besos y brazos.
Mª Luisa Quintana Hdez -
Cuántos recuerdos inolvidables de esa época.
Olga Vega -
A nosotras en Tirajana nos perseguía Betancor y teniamos que esquivarlo por las calles de atrás.
Muy bonita tu historia como siempre, impagable como dice Marcial. Son episodios que vuelven frescos como vividos ayer. Besos
Enrique García Valencia -
Esa impronta la llevo desde que era un familio (con buena memoria), por eso no tiene mérito: me sale tal cual lo elaboran las neuronas que todavía me quedan al canto atrás del cerebelo, cerquita del totizo.
Mando memorias para todo el mundo y un abrazo para ti.
Azafata Cara Ladiá -
Tus comentarios completan mis recuerdos, gracias y memorias.
Marcial -
Una vez inolvidable, nos metimos Rosa, Mary Lola Suárez y Pepe el de Panchita en la casa de este último, a buscar trapos para ir al baile de máscaras de La Sociedad y, pilfo va, pilfo viene, algún chupito de anís La Mocita, risas y fiestas, salimos al terral de la calle a las tantas. Tantas, que ya volvían del baile las mascaritas y los sin máscara desmadejados por el calor del salón de baile, largando un tufo a sudor y ropa "jenriá"... y ni sé lo que nos reímos. Todo el mundo, a aquellas tres de la madrugada se había dado de baja del carnaval y del jolgorio. Todo el mundo menos nosotros.
¿Quién nos quitaba las ganas de molestar y hacer perrerías con la jiribilla que traíamos?
Todavía me duele la barriga.
¡Ay, Enrique!¿Cómo te las haces para evocar de esa manera tantas experiencias irrepetibles?
Me ha gustado mucho tu estilo descriptivo, muy cervantino.
Impagable.
Mary Luz -
Enrique, ¡hasta el anís me olio!, vi la cocina y a Carmen haciendo aquellas tortillas. ¿Y el hipo? . No te dejaban tomar agua pues luego te dolía la barriga.
¿Y la caja del cuartillo donde tenían rejos que nos prestaban?. ¿Y la sombrilla de Mº Salomé?...
Nadie nos conocía; Josefa y Lita chillaban de miedo.¡ Que bien hacían su papel de sorprendidas.
Mi madre tenía un bidón de cartón piedra que parecía el tesoro de los piratas, dentro encontrabas de todo.
¿Y el año que te pusiste uno de azafata y la careta de lado?, ¡que lindo!.
Ahora no quieren un rejo y todo pasa por la costurera. La mía la primera.
¡Voy a preparar unas tortillas!, gracias por tus recuerdos y memorias a las muchachas.
Enrique García Valencia -
Aquel año se acabaron los carnavales para mí y si tenía que ir a La Plaza, iba por el Barranquillo o cogía por calles apartadas para no tropezarme con los celadores.
Feliz Carnaval, salud y saludos.