LA RAMA. Atmene Acorán
Introito. Donde años más tarde se edificaría la mole del almacén de Pepito Franco Aquel, en Los Llanos, existió hace bastante tiempo (casi cinco décadas) una montañeta de piedras con una altura respetable y parecida a una pirámide que, los habitantes del entorno, llamábamos indistintamente el Monturrio o el Majano.
A mí siempre se me antojó que aquellas grandes lajas, bolones y toscas mal colocadas eran los restos de alguna construcción aborigen, lo que quedaba de una magnífica edificación que los antiguos erigieron y usaron, muchos siglos atrás, para efectuar ceremonias de orden religioso o social. Su estado ruinoso e informe, el que llegamos a conocer, sería el resultado del esquilmo como cantera y el de los sacrílegos desmanes posteriores a la conquista por parte de los colonos cristianos.
Para nosotros, la chiquillería de los años cincuenta, era un lugar entrañablemente familiar que daba mucho de sí; allí intentábamos aplacar nuestra insaciable sed de juego y, por supuesto, conseguir muchas y distintas versiones de una misma cosa: divertimiento.
También funcionaba como escondrijo, refugio, campo de batalla, solar de reunión, otero...
Una vez al año, al final del verano -por las fiestas del pueblo- era usado como atalaya salvadora que nos protegía de los efectos secundarios que la batahola de La Rama (generada por sus fieles danzarines) y el acoso de los gigantescos muñecos podía producir en nuestras aterradas mentes infantiles, poco iniciadas aún (por la edad) en el significado popular de los ritos y en sus arcanos, e ignorantes -casi del todo- del porqué y del paraqué de aquel nervioso frenesí que se manifestaba sobre los ya iniciados.
¡ Atmene Acorán !
Nicolás Malena había descargado de su mula la rama de pino, recién cogida aquella misma madrugada, depositándola en el domicilio de su parienta Marinita Delgado. Era la segunda carga que traía desde las zonas más próximas del pinar de Linagua. Reposaría en la azotea hasta la llegada de las primeras horas de la tarde de aquel caluroso día de fiesta, entonces, a petición de los excitados bailadores, exhalaría todo su aroma de monte al ser entregada a los devotos rameros congregados frente a la casa que la custodiaba, en plena calle y ocupando los primeros escalones del Monturrio.
Almorzamos temprano convocados por los ricos olores de la carne de hila mechada y por nuestra propia jiribilla; vivimos en el centro del rebotallo, tenemos pesetillas para gastar, y queremos estar preparados para los acontecimientos de la tarde que comienza: grupos bullangueros que pasan, parrandas que furrunguean, forasteros invitados al jolgorio, Pipo tocando la cornetilla de los helados, tiendas abiertas, el aire lleno de alegría...
Suenan los voladores (ahora con más insistencia), ladran y gimen la mayoría de los perros de la vecindad. Podemos oír la música acercándose, ya está llegando. Para sentirnos más seguros, mi hermana y yo subimos al Majano ayudándonos mutuamente; atajo el latido del corazón presionando con fuerza mi mano libre contra el pecho. Vemos los casparros del Almacén de los Picos hirviendo por el calor e intuimos que sus puertas verdes se van abriendo para dar paso al motivo del miedo de todos los familios: las papagüevas.
Nos invade gente de otros barrios que baila frenéticamente con las estridentes tonadas del grupo musical. Se mezclan los olores del sudor humano, de la pinocha pisada, del ron de caña en garrafón y de otros aromas indescifrables en un champurriado embriagador que va conduciendo lentamente a la masa danzante hacia el paroxismo del relajo adulto.
Tenemos que trepar algo más en el Monturrio porque nos persiguen los feos cabezones y, aunque vemos los pies y la cara de algún allegado o conocido emperrado en darnos la broma, gritamos sin podernos contener mientras escalamos a trompicones hasta la cúspide para regocijo de aquellos rejodínganos desalmados (y pa mi gusto, un pisquito ajumaos).
Abajo, en una de las puertas de nuestra vivienda familiar, mis hermanas más chicas pugnan por esconderse (y mirar) tirando de las naguas canelas de mi abuela Pepa, ella tose sofocada por la risa mientras se apoya en su caña; nosotros, mi hermana Digna y yo, bailamos seguros nuestra propia rama en lo más alto del montañón. A pie de calle, una multitud eufórica agita los gajos de pino sobre sus cabezas y, poco a poco, se va alejando hacia El Barrio siguiendo el popurrí hipnótico de la Banda Municipal de La Aldea.
La procesión con las harimaguadas al frente, orladas sus cabezas con cintillas verdes de cuero de baifo, bajó ceremonialmente desde la Cueva Sagrada del Mediodía portando las ofrendas rituales. Sus cánticos religiosos se dejaban oír por el amplio valle de Artevirgo inundando de paz a la mayoría de los habitantes. La comitiva cruzó el barranco, bordeó su ribera entre los pinillos enanos del Barranquillo Sacro, hizo acopio del ramaje de aquellos venerados árboles y llegó, exultante de fe, a los pies de la pirámide escalonada del llano donde, mi hermana Ditma y yo rodeados de cientos de seguidores devotos, esperábamos expectantes desde muy temprano, desde que los tibios rayos de Magec despuntaron entre los roques sagrados de Tejeda.
La comitiva subió al almogarén por una escalera de piedra que asciende entre las siete plataformas decrecientes de aquel lugar dedicado al culto y construido, más por el fervor de nuestros antecesores que por la fuerza humana de sus brazos. Los gánigos, rebosantes de venerables presentes, fueron depositados en la cima del Gran Túmulo cerca de las sepulturas de los guaires, alrededor del círculo solar que contenía el fuego consagrado en su interior, substitutivo del sol y que simboliza el calor de la vida, de la luz de los días que, a partir de esas fechas, comenzarían a menguar.
Acabada la liturgia, justo después de la bendición a los reunidos, se desató la algarabía general en la congregación. Los refrenados sentimientos fueron liberados de sus endebles ataduras. Durante bastante tiempo se dio rienda suelta a la otra parte de los rituales y, bailando entre el agitar de los ramajes de pino, la multitud giraba alrededor del lugar al compás de las canciones ancestrales, ajena a una música casi ahogada y guiada por la fuerte percusión de los más variados objetos.
Los guerreros, la mayoría ebrios ya de charcequén, de sol y de vanidad, agitan sus musculosos cuerpos batiendo sus añepas y amodagas contra sus poderosos pechos. Algunos, de nuestra familia o clan, intentan darnos sus bromas con sus añagazas preferidas, fingiendo atacarnos. Me agarro con fuerza a la mano de mi hermana y trepamos varias gradas del Monturrio, situándonos en un lugar más seguro.
Las mujeres, cerca del paroxismo nervioso, chillan con fuerza sus ajijidos de excitación placentera y, mientras giran locamente, cogen con fuerza el vuelo de sus recios tamarcos. Todo está revuelto y regado de olorosa pinocha que rivaliza con el acre olor del sudor de los danzarines más desenfrenados. Sobre la barahúnda humana flota otro ronco rumor acompasado -compendio de todos los diferentes sonidos emitidos- que induce al trance a los más sensibles. Los ancianos, con cara de añoranza, protegen a los más pequeños y apaciguan como pueden sus temores infantiles.
Los creyentes, danzantes o no, seguimos las evoluciones de las sacerdotisas y esperamos ansiosos la señal de partida hacia la costa. Allí, cerca del Roque Negro, batiremos con fuerza las ramas contra el agua salada, y en ese mismo lugar las dejaremos como postrer ofrenda flotando su última coreografía sobre las olas del mar.
Mientras tanto, aquí arriba, en esta planicie del ancho valle, quedará la hoguera ceremonial prendida en la cima del Majano, la cual será custodiada por las servidoras de Acorán hasta que la beneficiosa lluvia llegue vivificándolo todo...
Enrayco García Valencia, La Aldea / 2007
34 comentarios
Enrique el de Luis el de Panchito el del Sindicato, y de Demetria la de coma Pepa Briginia -
Un abrazo valentín, briginia y sindicato para ti.
Orlando Diepa Medina -
Miren todos, yo tengo en FAVORITOS esta dirección http://artevirgo.blogia.com/
Y siempre leo todo y paso unos ratos mezclados de alegría, añoranza y todos los sentimientos encontrados.
GRacias a todos los que participan. No olvido a nadie.
PABLO -
Enrique y Enrayco -
Un saludo, de nuevo.
Preste Juan -
Felicidades.
Enrique -
Quizá la realidad de las fiestas abarrotadas de gente sea más prosaica de lo que yo siento, pero siempre encuentro algún vericueto poético para colarme en ellas a mi gusto.
Un beso grande y memorias tantas.
Olga -
Vivir las fiestas integrado en elmismo pueblo en el que te criaste debe ser una gozada, todos no tenemos esa suerte porque en las grandes ciudades todo se vive de otra manera y algo impersonal.
Un besote para ti deseando verte pronto.
Enrique ´Valentín y Briginia -
Mi tirada de margullo y en placha dentro de la celebración aborigen de aquellos posibles rituales, además de lúdica y atrevida, tiene mucho de anacronismo y de ganas de fabular por fabular.
En cuanto a la Rama actual (que también tiene otra clase de anacronismos y añadidos foráneos) aunque me sigue impresionando el halo de locura colectiva que cataliza a la masa, me entristece en algunos aspectos que no voy a contar aquí, porque los trapos sucios los vamos a ir lavando en casa (espero).
Las mañas no perdamos, añado yo, querido amigo Siso.
Enrique -
La Rama, como bien dices tú, era la que más impresión dejaba en nosotros los familios pues era la fiesta-fiesta.
La vivencias que compartimos tienen que ser parecidas porque los acontencimientos de entonces fueron vividos y sentidos colectivamente de igual manera, sólo los aspectos y visiones subjetivas y personales matizan un pisquito aquellos aconteceres.
Un abrazo FUERTE desde nuestra Aldea común.
Siso -
Sólo apuntar mi error al poner mi nombre anteriormente. Saludos
Fco. Suarez Moreno
sso -
1º.- La Rama. Son más de cinco horas que las vivo intensamente, desde chico; recuerdo la primera vez que mi padre me llevó a ver la papagüevas; qué pánico aquella Vaca negra, cornuda, al estilo diablo junto a la Vieja, al Negro de mil dientes blancos... sólo me tranquilizaba ver sus pies de gentes con alpargatas todas rotas que revolvían la tierra de aquellas carreteras de antes.
2.- Acaba de llegar a mis manos un texto de 1901 que dice a celebrar aquel año un número extraordinario con parada primera en la puerta de la iglesia que se le denominará Bajada de la Rama. Parece claro lo del papel aunque se necesitará contrastar más.
3.- A los lectores no mezclen Rama con Charco que no tiene nada que ver sino que uno es de víspera y otro del día después de la celebración patronal; ni con rituales de ancestros los cortados de raíz por los conquistadores, que no dejaban ni ir a las fuentes con vasijas de diseño canario.
Y 4.- Tenemos que continuar los aldeanos y las aldeanas, porque los foráneos, casi todos desconocen estas cosas, con ordenar bien la Bajada de la Rama, que es bajada de bajar de avanzar y no retener para llegar a la Iglesia a la hora que me conviene e irme a duchar para ir a lso Fuegos mientras otros, a fastidiarse y llevar la Rama hasta el Barranquillo Hondo sin tiempo luego.
Para Enrique y finalizo: felicidades por cómo nos has visualizado la Rama desde Los Llanos, de donde partía siempre de la casa de los Delgado, frente a la de las Viejitas Valencia, tu gente, creo. Pero la otra literatura, la del Acoran, con máximo deseo sería que tuviera conexión histórica; pero al realidad es otra; aún así es una tarde para mi EXTRAORDINARIA que sólo se vive en su plenitud si lo haces desde principio a fin.
La maña no pierdas. Saludos
Juan Antonio -
Te agradecemos una vez más tus relatos llenos de vivencias y de entrañables recuerdos de nuestro querido pueblo.
La descripción del solar donde después se construyó el almacén de Franco, me hizo recordar el sitio donde se edificó el Moderno Cinema, para nosotros el Cine Nuevo. Éste también fue emblemático durante los primeros años de mi vida.
En cuanto a la Bajada de la Rama, es la fiesta que más me ha gustado siempre y que nunca quería perdérmela. Recuerdo de desplazarme exclusivamente desde Las Palmas de G. C. sólo para participar en ella. Para mí tiene algo especial, es como parangonear el rito que usaban los aborígenes.
Respecto al vocablo papagüeva, nunca entendí cómo lo masculinizaban en otras fiestas, me parecía raro escucharla de esa forma.
Hasta pronto, amigo, esperamos seguir leyéndote. Recopila todos tus escritos, pues estás elaborando la historia viva de La Aldea de San Nicolás, nuestro pueblo.
Un abrazo.
Juan Antonio
Enrique -
Tu sabes que la Tienda de Purita era un lugar emblemático para mí y ya lo hemos comentado; sí tengo que decirte que, por Las Fiestas, cuando iba a algún mandado a tu casa, siempre me daba un saltillo al Ayuntamiento y me colaba hasta donde tenían "encerradas" a las Papagüevas, reparándolas o preparándolas para el gran día. Ni que decir tiene que entraba sigilosamente (evitando a los celadores) y salía con el corazón aquellao después de ver a los hieráticos cabezones que parecían dedicarme media sonrisa amenazadora y loca (tipo Hermanos Marx).
Memorias tantas para ti y para los tuyos. Besos.
MªLuisa Quintana Hdez -
Enrique -
Las Fiestas ya han terminado (gracias a Dios) y ahora tendré más lugar para pasarme por los lugares comunes.
Gracias por leer y comentar los escritos de esta bitácora.
Rama y Charco, este año, estuvieron como otras veces te he contado (sin entrar en comentarios) demasiado multitudinarios para mi gusto, pero...
Un abrazo grande y un besito especial para Nayala. ¡Guayando!
Francisco Reyes -
Muy bonita tu historia. Ya tu me habias contado cosas de la rama y del charco y ahora con lo que cuentas en esta historia me hago una idea de como pudo ser en aquellos tiempos.
Patricia y yo tenemos ahora un paciente que procede de la Aldea, ya te contaremos cuando vengas a recoger tus cosas.
Un abrazo de todos para ti.
Enrayco -
Los flecos de la Rama: talleres, rama chica... son ideas muy buenas a poner en práctica.
Ub beso para todos, en especial para Sibel.
Silvia Correa -
En Agaete desde hace 2 años hacen papagüevos en unos talleres infantiles para que se les quiten el miedo. Y en la ramita chica vi un niño de cinco años llevando una réplica chiquitita del de su abuela. Muy gracioso. A Sibel le encanto y ya no le tiene miedo. Y ahora cuando sale por la tele un muñeco disney dice: "Mira es un papagüevo de Micky". Besos
Enrayco -
Gracias por tus continuos comentarios; tú sabes bien lo que está pasando este año por mi pobre mente fané y descangallada.
Aldea y aldeanos son (están siendo) un bálsamo para mí y la catarsis continúa su inexorable curso; viene a ser como una sesión de RAMA-CHARCO terapéutica de la cual saldré (Dios y Enrayco mediantes) fortalecido y enrique-cido.
Un abrazo granDÍSIMO para ti y para los tuyos.Memorias tantas.
Enrayco -
Un abrazo afectuoso.
Benjamín -
Un abrazo de todos y pasa por el "hogar" del teclado cuando quieras.
Juani Ramírez -
Enrayco -
Así precisamente es cómo mi asirocado magín "vislumbró" (un día de jiribilla mental) lo que debió ser aquella modalidad de ceremonia -luego arribaron los cristianos que, sincretizando sus rituales extraños con los ancestrales de la Tierra, metieron a un san nicolás por medio, partiendo así la gran celebración ramera y, de paso, jalando la brasa pa su sardina cristiana (me voy a condenar pa siempre) como tantas otras veces ya habían hecho en otros sitios-.
La rama de pino de La Aldea se solía coger en el Pinar de Linagua, entre otras cosas, porque era el lugar más cercano a la población. Yo todavía recuerdo la bajada de las mulas cargándola, el olor acre de su ramaje, el picor semimolesto de sus agujas, la textura de los palitroques...
Un abrazo GRANDE y un beso de aldeano cariño.
Gloria Bertrana -
Me ha gustado especialmente esa especie de regresión que has hecho de la historia a la época de las Harimaguadas. Te hace caer en la cuenta de las muchas tradiciones que, de una manera u otra, se siguen manteniendo con el paso de los años y...es bonito.
Un abrazo y gracias por compartir tus recuerdos con nosotros porque nos haces rememorar los nuestros, que andan, a veces, adormilados.
Enrique -
La prefernalia que se monta con Las Fiestas nos vuelve a traer todos esos recuerdos que estaban agazapados al canto atrás del cerebro, nos avivan esos retazos de ternura que reservamos para las cosas más entrañables y nos pone como familios de nuevo.
Un beso grande con sabor a Rama, a Charco y... a cansancio por tantas berbenas seguidas en La Alameda.
Tío -
Un beso grande desde La Aldea de los buenos recuerdos.
Enrayco -
Gracias por tu comentario complementario. Un abrazo.
Mary -
Me traslado a mi niñez y siempre tengo presente la Rama, mi Rama de mi alma. Para mi es el acto que en verdad me sitúa dentro de la Fiesta. Desde que tengo conocimiento siempre he bailado la susodicha y ahora que no puedo, ¡ni voy para no verla!
Aquella copilla de champurriao que nos dejaba oler mi padre, ¡aquellos metros de cinta para los sombreros!, ¡las alpargatas que se vendían para esos días!, ., ¿y Manolo el Gánster?, ¡bien de números montaba siempre! , lo ponía en la calle Julita y rebotaba entre Tomás Valencia y José Benina. ¡Dios!, aquella calle llena de gente: Gregorita enfadada por sentarse en su puerta, Regina de vigilia detrás de su puerta, María Locera vigilando a los familios y nosotros siempre arropados por Josefa. ¡Que suerte tuvimos primo!, ¡que privilegiados!
Gracias de nuevo por activar los recuerdos.
Pepe Saavedra -
Muchísimas gracias por tu comentario. Y reitero lo dicho en el anterior.
Enrayco -
En Gáldar no había bajada de la rama, pero sí que me acuerdo, por Santiago, se hacia una gran hoguera en el pico de la Montañeta (siempre me privaba jugar con fuego); algunos años en los que visitaba a mis abuelos en Princesa Masequera participaba en la recolecta de objetos combustibles, me imagino que ya no se sigue haciendo esa fogalera.
Un abrazo grande con sabor a barrula del Charco.
Virginia Correa García -
Pepe Valencia -
José Saavedra Molina -
Enrayco García Valencia -
Memorias tantas desde este relax, relajo y releje que La Fiesta me está dando.