DOS CAMARADAS Y UNA CRÓNICA

Donde el Barranquillo de La Plaza comienza a perder su nombre para explayarse en el patio trasero de Los Cascajos buscando el desnivel del camino hacia Las Rosas, hay una extensa finca, en estos días sesteando su merecido barbecho y otrora activamente feraz y retributiva a través de las rectangulares eras de verde y jugosa alfalfa patrocinadas por Ofelio González; hogar predilecto de los estacionales cigarrones, pájaros, mariposas y demás bichillos propios de la temporada en curso y del mismo huerto en sí, los cuales hacen de él, parada, fundo y fonda de su nutritivo disfrute y aprovisionamiento pasajero.
Pero el citado terreno, estructurado en varios canteros —ahora recubiertos en demasía por una mullida alfombra de yerbas debido a las recientes lluvias y a su proverbial riqueza productiva—, también alberga diariamente en alguno de ellos y de forma rotativa a una nueva pareja de inquilinas que gozan (una más que la otra) de las excelencias de un pastizal integrado por: malvas, relinchones, pajicos, cerrajas, greña, brujilla, bleos, cenizos, cagalerones... y algunas otras especies no catalogadas por mí, de los hierbajos típicos del lugar que —en este invierno pródigo en agua— han crecido profusa y desmesuradamente haciéndose dueños y señores de todas las orillas, resquicios y parcelas sin cultivar.
Las dos singulares usufructuarias de ese llano deambulan por el paraje consumiendo su feliz asueto, el ocio compartido y su casi mudo e indolente quehacer.
Constituyen una extraña pareja que mueve a los asiduos u ocasionales caminantes a prestarles atención, a dedicar algunos segundos para mirar la curiosa relación de continuo compañerismo que muestran aquellas dos inseparables amigas durante toda la jornada diurna en aquel predio tan a mano —o a ojo— del curioso observador con horario y minutos libres para gastar, ya que la tierra donde se hallan las dos nombradas inquilinas está situada justo al lado de la carretera que se abre en tridente hacia la Quesería, la Cañada Honda y, por el oeste, barranco abajo hasta La Playa.
La una: alta, majestuosa, limpia, bella, rolliza, lustrosa, castaño-alazana, altiva y equina.
La otra: pequeña, greñuda, sorroballada, berrendo-chispiada, desinquieta, flaca, fea y canina.
La primera, anclada al suelo por una firme estaca y una larga soga, centro y radio máximo respectivamente de una acotada circunferencia por donde deambula dando vueltas a la redonda, pasta sin cesar a todas horas el delicioso forraje. La segunda —libre de ir y venir—, opta por quedarse a la sombra de la otra vigilando su continuo comer mientras que, por ser carnívora, sólo trisca de aquí y de allí algunas briznas de purgante rabogato, persigue a palomas, molestosas tórtolas e insectos voladores o ladra a los paseantes que, como un servidor, osan acercarse demasiado a la potrilla para admirar su belleza y para obtener con el móvil alguna fotografía digna de enmarcar o, destinada a las páginas del álbum de los buenos recuerdos indelebles.
En el exterior del reducto: los singuíos de los diablos coches y la prisa de las personas que enfilan sin mucho tiempo que perder hacia sus labores cotidianas. En el interior —protegido por un muro bajo—: una espléndida placidez, cultivada con sabiduría animal y abonada con buenas dosis de pereza vitalista e intemporal.
Solamente, y de forma un tanto esporádica, se rompe la quietud cuando el enralo y el poco fundamento de la perrita —como si tuviera azogue allí donde le nace el rabo— le hacen dar desenfrenadas vueltas alrededor de la jaca suplicando algo de juego que agote su exceso reprimido de relajo; petición que la vigorosa potranca resuelve con algún que otro amago de morrada, o con una serie corta de leves topazos dirigidos “de mentiritas” hacia su perruna y leal colega.
Lo que hace que la relación existente entre esos dos seres esté bastante fuera de lo normal es porque se muestran inseparables, como si cuidaran el uno del otro, como si las dos especímenes supieran en cada momento qué espera la una de la otra con sólo gesticular y mirarse.
O son imaginaciones mías o, a mi parecer, se comunican entre sí usando algún tipo de código secreto inter-especies, porque, ahora que ya me conocen por mor del trato diario (les dedico algún rato todas las mañanas), cuando me acerco mucho a la herbívora que degusta las ricas plantas, y la perra se inquieta, es la inteligente potra la que, pacientemente —sin dejar de mascar—, con un vistazo fugaz, movimiento acompasado de crines y cortos resoplidos nasales, indica a la que quiere ladrar que me permita permanecer allí, que no hay riesgo ni problemas conmigo, que no voy a traspasar el borde de seguridad delimitado por su círculo de pateo alimentario, y que puede relajarse, si quiere; e, inexplicablemente, así sucede todas las veces que nos encontramos en dicha tesitura y brete.
En resumen: dos representantes del reino animal que sintonizan, un desbordante pastizal, una situación de camaradería que me asombra y me intriga, un paradigma de coexistencia pacífica, una amistad sin fobias, sin reservas ni tirrias, una potranca nacida en nuestro valle, una perrilla vagabunda llegada de no sabemos qué sitio, y un cliché en mi memoria desde donde —al teclear las letras de este escrito— brota un esbozo de sonrisa cómplice y complaciente, una sensación de sana envidia la cual, desde lo más profundo de mi empatía, vierto para todos ustedes en este pretencioso artículo al recordar la relación de ejemplarizante compincheo exhibido, a pie de huerto, por las dos protagonistas principales de esta historia que —según los apelativos usados por Paco Juan, su orgulloso amo, guardia y custodio— son: la yegua Niebla, parida y amamantada en Cormeja, y su inseparable amiga, la perra Luisa, nacida en un desconocido lugar de La Aldea, pero criada cariñosamente al soco de la primera.
Enrique García Valencia, La Aldea, invierno de 2011
POSTDATA: Ahora que han pasado alrededor de tres o cuatro semanas de estancia en la huerta y la potrilla está más a gusto, tranquila e inmersa en el ambiente de su comedero provisional, la perra intuye “caninamente” que el periodo de adaptación ya ha terminado y se puede permitir el lujo de disfrutar con algunas inocentes veleidades, como la de darse algún saltillo ocasional durante la mañana o la tarde hasta la cercana gañanía de CAÚCO: explotación ganadero-agrícola, intrincado albergue comunal de toda una variada fauna doméstica y refugio familiar de Luisa, en concreto.
El motivo de tales desplazamientos se debe a que su mecanismo biológico la obliga (lo quiera o no) a frecuentar la compañía de sus congéneres o semejantes y... especialmente de uno en particular: un cierto perrango vecino de aquellos lugares, guardián de una finca próxima al corral —medio golfo y bastante salido— que me la tiene más que enralaíta; poniendo además (el muy ladino) su buen granito de arena para que ella se esté echando irremediablemente “fuera del plato”.
Así que, si pasan por la zona y ven a Niebla pastando en solitario, ya podrán imaginarse la causa y motivo de la (pa’ mi gusto) evidente, lógica, natural y comprensible situación actual.
31 comentarios
Enrique Verde de Corazón -
Contigo ha sido tan fácil componerla que me orgullezco de tenerte como incondicional amiga.
Sobran las palabras bobaliconas y ñangas, ¡un beso, tía!
Loly Verde Trjillo. -
Valoro mucho tu amistad,será(entre otras cosas)porque contigo me puedo mostrar sin tapujos y sabiendo que hay cariño correspondido.
Gracias por la felicitación y cuidate mucho.
Saludos.
Loly Verde.
Enrique el de Demetria -
Plasmarlas convenientemente para poder llegar a los lectores es el empeño que me llena muchas veces, guiado siempre por el deseo de con-partir las experiencias con otros, y es el ánimo que recibo de ustedes el que me mueve a hacerlo sin ponerme remolón en demasía.
Un recuerdo afectuoso desde esta Aldea nuestra que, de un tiempo a esta parte, me está sentando tan bien.
Memorias y salud, Juan Antonio el de Purita.
Juan Antonio -
Extraordinaria descripción de un paraje natural, con toda clase de detalles, sentimientos y emociones por parte del escritor, donde conviven dos especies que dan vida a un relato excepcionalmente bello por lo sencillas y hermosas de las relaciones animalescas que dan ejemplo de hermandad, camaradería, tolerancia y amor, y que son ejemplo para los humanos.
La primera vez que lo leí me encantó y me di tiempo para saborearlo mentalmente en la tranquilidad de los vírgenes campos de La Araucanía, intentando buscar mentalmente una acompañante a una yegua que pastaba tranquilamente sin más compañía que la de unas molestosas chaquetas amarillas que zumbaban en sus cuartos traseros y ella los espantaba con un movimiento rápido y certero de su rabo.
Tal vez estos improvisados personajes de la narración te puedan acompañar por un recorrido un poco más largo, con distintas etapas, experiencias, encuentros con otras especies del reino animal, y por qué no, con algún niño tan inocente como ellos. Al final saldría a la luz un libro excepcional que, ilustrado convenientemente, llegaría más allá de esas bellas montañas aldeanas o tal vez, si les pones alas, podrían traspasar continentes y océanos.
Me gustaría compartir con mis amigos blogueros este delicioso canto a la Naturaleza, si tú me lo permites.
Un abrazo y que sigas escribiendo y deleitándonos con tu ágil y creativa pluma.
Un abrazo.
Juan Antonio Quintana
Enrique -
La historia de estas dos colegas está tan metida en la rutina rural de cada día que, es verdad, hay que tener tiempo extra para gastarlo observando cosas que pudieran salirse de la normalidad.
Me cuadró bien y descubrí algo muy entrañable que seguramente sucede en estos momentos en otros ámbitos y con seres vivientes distintos a Luisa (su novio) y Niebla.
Me alegra que te haya gustado, Lucía Delgado. Gracias por conectar, un beso grande, primaveral y... aldeano.
Lucía Delgado -
La capacidad de observación de las personas en esos pequeños detalles insignificantes pone de manifiesto nuestra lama al exterior.
Gracias por tus relatos. Besos.
Enrique -
Tendríamos que reclamar más tiempo de dedicación exclusiva para nosotros mismos para poder gastarlo en cosas útiles como la del ejemplo que se extrae del cuento, o en lo que mejor nos plazca y Enrique-zca en cada momento de nuestras vidas, estemos jubilosos o no.
La crónica de esa amistad es extensiva a otros grupos de animales o de los animales y sus "dueños"; la de Luisa y Niebla sigue sucediendo y yo sigo disfrutando de ella cada día que paso por el lugar.
Un abrazo aldeano trufado de varios ENORMES besos, Gloria.
Gloria Bertrana -
Da que pensar cómo es posible que en el reino "animal" existan buenas relaciones entre seres tan dispares y nosotros, los llamados seres humanos, no seamos capaces de convivir unos con otros medianamente en paz.
La verdad es que eso de estar jubilado debe ser una gozada de los sentidos. Si no, pregúntale a esos que pasan por la carretera cada día, a ver si tienen tiempo de disfrutar de esas pequeñas experiencias, como lo haces tú.
Por cierto...fantásticos los adjetivos que describen a nuestros dos protagonistas.
Un besoteeee
Enrique -
El chute de sensaciones visuales, táctiles, olfativas... es, como tú dices, transportador de nuestra mente hacia épocas de bonanza en La Aldea.
Un beso aldeano con muchísimo cariño, amiga.
Enrique el del Huerto -
Una parada de vez en cuando para plantearnos el ritmo que llevamos y el que nos sienta mejor, nunca está de más.
Si que me acuerdo de Bruno, comentamos que su nombre significaba "negro" y que no le faltaba sino hablar.
Estas dos de aquí (Niebla y Luisa) sí que hablan entre ellas dos, de alguna manera lo hacen, de eso estoy seguro; la perra sigue sin dejarme acercar a la frontera que ella considera límite para mí.
No puse más nombres de yerbajos porque trufaba demasiado el relato, pero el huerto está que parece una selva selvática (valga la repetición).
Un abarazo grande desde esta Aldea: mía, ventosa, familiar, verdita, plácida, acogedora...
María Luisa Quintana Hdez -
Manuel -
Intentaré enviarlo de nuevo correctamente.
¡Querido amigo aldeano (el de los muchos nombres)!
¡Que bonita historia! Tanto yerbajo como describes lo tenemos en nuestro huerto, pero aquí no tenemos a Niebla pa echarnos una mano a la hora de quitarlos. Me ayudan de vez en cuando algunos voluntariosos chiquillos que a la hora del recreo , en lugar de estar en las canchas se vienen a jalar de raíz todas las adventicias que no malas yerbas.
Aquí sigo siendo el chifleta que se empeña en que esto (el huerto) siga vivo. No lo atiendo pero aquí no tenemos a Niebla pa echarnos una mano a la hora de quitarlos. Me ayudan de vez en cuando algunos voluntariosos chiquillos que a la hora del recreo como debiera, pero se hace lo que se puede.
En cuento a tu preciosa y deliciosa historia me hizo recordar a mis niños Bruno y Rocco, que desgraciadamente ya no están conmigo, aunque si su recuerdo. Eran dos Bulldogs franceses que creo, que por lo menos a Bruno, conociste.
Estoy completamente seguro de que hay comunicación inter-especies. Lo veo a menudo. Y me haz hecho caer en la cuenta de que ya no observo tanto como debiera. Debo pararme más y observar. Vamos tan acelerados que pasamos de largo ante preciosidades que la vida nos presenta como la que describes.
Un abrazo fuerte desde el otro lado de la isla.
Manuel
Manuel -
¡Que bonita historia! Tanto yerbajo como describes lo tenemos en nuestro huerto, , en lugar de estar en las canchas se vienen a jalar de raíz todas las adventicias que no malas yerbas.
Aquí sigo siendo el chifleta que se empeña en que esto (el huerto) siga vivo. No lo atiendo pero aquí no tenemos a Niebla pa echarnos una mano a la hora de quitarlos. Me ayudan de vez en cuando algunos voluntariosos chiquillos que a la hora del recreo como debiera, pero se hace lo que se puede.
En cuento a tu preciosa y deliciosa historia me hizo recordar a mis niños Bruno y Rocco, que desgraciadamente ya no están conmigo, aunque si su recuerdo. Eran dos Bulldogs franceses que creo, que por lo menos a Bruno, conociste.
Estoy completamente seguro de que hay comunicación inter-especies. Lo veo a menudo. Y me haz hecho caer en la cuenta de que ya no observo tanto como debiera. Debo pararme más y observar. Vamos tan acelerados que pasamos de largo ante preciosidades que la vida nos presenta como la que describes.
Un abrazo fuerte desde el otro lado de la isla.
Manuel
Enrique -
Tengo un plantel de fotos, no las voy a borrar hasta que te las enseñe, sé que por tu afición te van a gustar, no tienen mucha calidad, pero sí son oportunas y "en vivo".
Un abrazo aldeano con algo de brisonera fresquita de los tiempos de Semana Santa.
Enrique -
En el caso de Niebla y Luisa lo que más me llama la atención (sigue sucediendo todavía, es la fidelidad de su amistad que no decrece ni con el paso de los días ni con los enralos de la canina amiga.
Se parece a otros bípedos elementos que yo conozco, amigos-amigos a machacamartillo, así da gusto.
Me alegra que te haya gustado la crónica, salió espontáneamente, el poco de artificio que pueda tener se debe a mi impericia de diletante.
Un abrazo grande para todos y... aunque sea una vaina, ¡ánimo! ya volverán.
Juani Ramírez -
Me gusta el estilo y elfinal. La perra y su pretendiente le dan un toque de humor al relato.
Enhorabuena y sigue escribiendo cosas parecidas. Un abrazo.
Papito -
Los animales a veces nos dan lecciones de amistad más duradera que la de las personas.
Estas semanas estoy solo porque la Pat y la cria cruzaron el charco para ver a la familia de allá. Estoy sensible por estar sin ellas dos y todo me llega con intensidad.
Gracias amigo leyendo lo tuyo me animo. Queremos verte para pasarnos toda la tarde de palique!!! Un abrazo
Enrique -
"¿Qué diablos estarán pensando ahora la yegua y la perra de este loco que pasa todos los días, se para, saca fotos y hasta les dirige unas palabras?"
No te digo lo que me contesto en nombre de la pareja citada porque las respuestas varían con los días y con mis estados de ánimo; sí te adelanto que, casi siempre, piensan bien de mí, incluso cuando Luisa me ladra lo hace como una especial deferencia, de los demás que pasan o pasean ni se ocupa (el que no se consuela es porque no quiere).
Gracias Pepito por tu bello comentario, saludos y.. salú, amigo.
Valencia Saavedra y Molina -
La relación con la yegua y la perra todavía se está dando porque la lluvia y la yerba este año vinieron expresamente (causalidad) para que nosotros conocieramos a tales personajes tan vitales.
Un abrazo aldeano, grandÍSIMO. para tí y todos los tuyos.
Enrique -
La frescura del relato se debe a mi diletante hacer de aficionado, lo que gano por una parte no lo estaré ganando por la otra (¿o... sí).
Un abrazo besuqueado para tan buena persona enriquecedora, gracias tantas.
Pepe Valencia -
Enrique García Valencia -
Comentarios como el tuyo me dan el suficiente valor para seguir intentándolo.
Gracias tantas.
Amigo Valencia -
Gracias amigo, saluda a las tribus urbanas (incluyendo a la tuya), yo no me muevo por ahora de mi aldeíta global de toda la vida.
Enrique -
Hago lo que puedo pero, si me pongo a leer novelas de autores aldeanos que YO conozco, me voy dando cuenta de todo lo que debo perfeccionar todavía.
Gracias tantas; el día 10 es tu santo, te felicitaré si Dios quiere y... si te veo.
El de demetria -
Gracias tantas por tu comentario, sabes que eso me anima bastante a seguir haciendo cosillas de este tipo.
Todos los días paso por el lugar y todos los días se repite la misma historia que cuento: la condená perranga no afloja un punto, no me deja ni acercar a la yegua.
Un abrazo grande, nos veremos por Pascua Florida.
José Saavedra Molina -
Olga -
La historia está muy bonita. Es una historia "FRESCA" y es lo más que se puede decir de ella.
Besos y la añoranza de vernos.
oliver montesdeoca -
Benjamín -
Nos gusta bastante esta forma de narracion y los avatares de la perra Luisa y su novio.
Muchos besos y abrazos de toda la tribu, la nuestra y la personal.
Ezequiel Ramírez -
PACO RAMOS -