Una burrada: de Belén para Egipto, y de Egipto para Belén
“¡Dicen que Dios no ahoga, pero... coño, cómo aprieta!” Ése fue el último pensamiento que rumió el protagonista de este relato justo antes de bandiarse al suelo después de verse liberado del peso de María, de la albarda y de los pocos arreos que llevaba encima. Había arribado al establo casi a la pata coja y exhalando el postrer resuello pollino que le quedaba en su agotado cuerpo lleno de magulladuras; de su estado mental, mejor no hablar ni entrar en detalles.
Pero como no le sobrevino el ahogo final y definitivo, el pobre burrillo tuvo la suerte de que se fue reponiendo en el par de semanas que duró montado el concurrido belén.
Durante esa escasa quincena, entre otros acontecimientos, llegaron los Magos de Oriente con sus ofrendas de oro, incienso y mirra, se empadronaron los cónyuges en la sede de la pretoría romana, el Domingo de Epifanía por la tarde fueron al templo con el neonato en brazos, recibieron en la humilde cuadra el agasajo espontáneo de los bondadosos lugareños, y fueron poco a poco pudiendo echar para sus casas a los rejodínganos pastores acampados cerca del cobertizo que, embullados con su cometido de animadores del cotarro, no paraban de cantar unos repetitivos villancicos que no permitían pegar ojo a Jesús ni descansar al zorrocloco de su padre putativo; tampoco podía dormir la santa madre que al Niño parió.
Ella (la Virgen) fue la que, jartita de tanta singuizarra, al ver que José con su eterna pachorra endógena apenas se movía, puso su mejor mala cara y, resuelta como era, le señaló la senda de regreso a toda aquella murga de zagales cantarines que —se me jace a mí— estaban medio ajumaos por su extremada afición al vino tinto de Tiberiades y al asqueroso caldo frío de cebada en fermentación.
José curó como pudo las bichocas del infeliz animal con grasa derretida que le fue regalada por un tamborilero ropopompón, llamado Raphael, que había bajado andando hasta el valle que la nieve cubrió; el tal sebo lo usaba para lubricar el cuero del diablo artefacto musical que no dejaba de aporrear todo el rato. A ese fue el primero al que la recién parida encaminó con todas las ganas del mundo y sin ningún tipo de remordimiento.
El buey, a regañadientes, y la mula —como buena parienta del burro— compartieron con el asno la pequeña ración de cebada y rastrojos que les ponía delante el dueño del pesebre. También él, por su cuenta, se las ingenió para refañar de aquí y de allá lo poquísimo que las nevadas y los gandíos camellos de la cabalgata de los Reyes le dejaron comer.
Por lo tanto, como el susodicho burrito del relato estaba algo más repuesto, los atribulados José y María no encontraron demasiados problemas de transporte cuando se les apareció un ángel con el chivatazo de lo que pensaba hacer Herodes y tuvieron que arrancar la penca para escapar hacia la zona del Sinaí.
El asnillo, por su parte, al estar entonado de fuerzas, sin mucha impedimenta e intuyendo el peligro, cooperó poniendo su más valeroso empeño y se encajó, en un singuío, de oasis en oasis hasta el lejano país de los faraones; porque precisamente allí fue a tener el sacro matrimonio huyendo de las neuras y manías de aquel rey belillo e infanticida.
Este narrador quiere añadir que el pollino, gracias a Dios, se acabó restableciendo en su estancia por tierras egipcias, e incluso engordó en el camino de regreso ramoneando la hierba forrajera de los palmerales, lugares de pastoreo y fuentes de la ruta, así como la jugosa que crecía en un naranjal cuidado por un ciego que no podía ver (claro está), el cual permitió a los extenuados fugitivos descansar en aquella frondosa finca.
Ellos aprovecharon la generosa hospitalidad del labrador y la corta parada en el huerto para recuperar ánimos, hacer planes para la llegada a Judea o Galilea y recolectar las suficientes frutas para matar los jilorios de la apremiante gazuza que parecía acompañarlos siempre como un quinto componente del grupo. Por eso —al llenar las alforjas de naranjas—, la Virgen, como era virgen, sólo cogía de tres en tres, y el Niño, como era niño, todas las quería coger.
El sufrido jumento murió de viejo después de que también lo hicieran el cabrón de Herodes y el gilipuertas de su hijo Arquelao. Había ganado peso y panza, pero los filinguillos de patas seguían siendo las mismas cuatro escuálidas canillas que casi no lo podían sostener adecuadamente.
Un día, cercano ya el frío del otoño, se lo encontraron en el suelo del corral sin querer ponerse en pie ni tampoco comer y con una especie de sopor que lo fue dejando medio dormido. Acabó cerrando definitivamente los ojos entre caricias del ya medio adolescente Jesús, escarrujos nerviosos de San José y húmedos lagrimones de su compañera de albarda y fatigas: la Virgen María.
Y, sin lugar a dudas, el burrillo de esta historia vivirá en el Cielo a la sombra de la Sagrada Familia y a la vera gloriosa de todos los nuestros. Estará ahora mismo trotando feliz por los ubérrimos pastizales del Edén, sin cabrestos ni cinchas, sin la incómoda tajarria ni las presurosas caminatas de entonces, recordando al curado ciego de aquel vergel terrenal al que por sus caritativas naranjas le fue hecho tanto bien y, a buen seguro, gozando de su merecido descanso en la prometida vida eterna, amén.
Enrique el de Demetria, La Aldea, Navidad de 2013
22 comentarios
Enrique el de Demetria -
La mezcla de historias en el mismo cuento (yo tengo mucho cuento) salió casi sola, fui construyendo el relato haciendo un repaso de lo que los mayores nos fueron contando mientras crecíamos; una de las escenas era el romance de "La Huída a Egipto" que mi abuela, tías y Demetria, mi madre, nos repetían hasta la saciedad, y que nosotros vivíamos intensamente.
Un abrabeso GRANDE y una Navidad pasajera para todos los tuyos y para ti.
Olga -
Llegamos de unas cortas vacaciones y nos estamos imcorporando.
Un beso y felices fiestas para ti y todos los tuyos.
Enrique el de Demetria -
Tú conoces los entresijos, guiños y motivos de las frases que lo componen, por eso, y por que el entorno físico y mental del lector estaba propicio, te espoletaron la imaginación y la fantasía, amén de los recuerdos que esta Navidad van a estar demasiado presentes.
Me gusta que te haya gustado y que lo hayas disfrutado.
Un abrazo y mil deseos de ventura y salud en este ciclo que ya comenzó con el renovador solsticio de invierno.
Pepe Valencia -
Enrique el de Demetria -
Lo del léxico canario sé yo que le gusta bastante, por eso había una dedicación especial para él (hecha personalmente) a la hora de publicar este modesto relato de Navidad.
Gracias a ti y... ¡a seguir adelante!
El nieto de Lusila,la de Juan Araujo -
Enrique el de Demetria -
Casi te diría que lo que trato con el escrito es eso: destapar los recuerdos personales y acabar de rematar el cuentillo con imágenes de vivencias personales próximas al lector.
Un beso grande y el deseo de que pases una Navidad "normalita".
Enrique el de Demetria -
Un abrazo GRANDE, GRANDE. Memorias para todos.
Teresita -
Benjamín -
Un abrazo de toda la tribu, nos vemos por estas fechas.
Enrique el de Demetria -
Los destinos del burrito de la historia navideña eran, cuando menos, comprometidos para su salud y solaz, tal como son los de nuestra profesión estos días.
Ahora (el jumento) goza de su merecido descanso así como tú lo harás dentro de poco cuando te llegue TU PROPIO TURNO DE RECREO sin sirenas o timbres que lo finalicen.
Me anonada que compares de raspafilón algunos aspectos de mi pobre prosa con la de Jiménez y Rodari, cariño de amigo debe ser esa apreciación, seguro.
Un abrazo GRANDE y proooooooloooongado para ti. Memorias tantas para tus perrillos.
Enrique el de Demetria -
El relato nos arrancará (si ponemos empeño) una amplia sonrisa en estas fechas,días que debemos orientar y dedicar a LA VIDA y a la CONTINUIDAD. AMÉN
Besos MIL.
Enrique el de Demetria -
El burrito tiene su merecido descanso a la sombra de la Sagrada Familia y a la "vera gloriosa de todos los nuestros", como debe ser y como le apetecía al autor que fuera.
Un beso GRANDÍSIMO para ti y, como a Pepe Saavedra, una Navidad normal y placentera.
Enrique el de Demetria -
El burrito este año me ha dado las oportunidad de volver a usarlo como vehículo del relato y de mis propias ilusiones: soy el perfecto ILUSO, transformo esas ansias indefinidas en realidades embullantes y satisfactorias, a veces no me salen los deseos como yo quiero, pero...en el intento está la mitad de la pelea.
Un abrazo caluroso para contrarrestar el terralillo frío que nos está cayendo ya.
¡¡¡Salú!!!
Enrique el de Demetria -
Un abrazo, amigo. Te deseo una NAVIDAD NORMAL.
Manuel -
Ya echaba de menos leer un escrito de los tuyos. No quería creer que las musas se habían alejado definitivamente de lAldea.
Con el protagonismo del burrito me hiciste recordar al Platero de Juan Ramón Jimenez y también, cuando apareció el ciego que no veía y cuidaba su naranjal, a Gianni Rodari y su gusto por mezclar historias. Me he reído con tu imaginación.
Precisamente hoy en el patio del recreo le pregunte a ese familio tuyo mi ex alumna, por tus huesos. Cada vez quedamos menos de los viejos y Gracias a Dios este será mi último curso.
Pásate un día por aquí y échanos un saludo.
Un abrazo y esperando el próximo escrito Manuel, el del huerto.
Fabiola Garcia Valencia -
Gloria Bertrana -
El toque de humor con las expresiones canarias ha estado genial. Me he divertido mucho leyéndolo.
Y sin ánimo de crear polémica por aquí, qué acertado eso de pachorra endógena de José, (atribuible a la mayoría de los hombres) y la resolución de María, con mala cara incluida, para poner fin a un problema (atribuible a la mayoría de las mujeres).
Una historia preciosa y ocurrente con un final que, aunque parece triste, no lo es en absoluto. Buena vida tuvo al fin y al cabo el burrito y buena vida sigue teniendo ahora, de otra manera, trotando feliz en el cielo y gozando de su merecido descanso.
Yo me entiendo.
Un achuchoncito, de los grandesss.
siso -
José Saavedra Molina -
Cuánto disparate el del dimitido Papa Intelectual "equis, uve, palito". Mira que pretender borrar de un plumazo al pobrecillo asno y al buey. ¿De qué manera entonces habrías podido tú hacernos más felices con este hermoso cuento?. Sigue así, Enrique, y no cambies.
Un afectuoso abrazo.
Enrique el de Demetria -
Cruza el asnillo por los vericuetos del humor ligero, el léxico canario y, cómo no, por los entresijos de los guiños familiares.
Los trajines cotidianos de una humana Sagrada Familia siempre han apasionado a mi magín fantasioso el cual, haciendo este ciclo una cabriola de empatía, se sitúa pegadito al burro e intenta pensar tal como él lo hizo en aquel entonces bíblico-evangélico.
Espero que les guste tanto como yo disfruté hacéndolo al montar mi belén particular de estas Navidades "especiales".
Memorias tantas desde La Aldea; besos mil.
Marcial González -
En fin, que es otra mirada, intensa y de humor la que nos ofreces, Enrique. Gracias por tanto que nos regalas de ti.