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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

DE LA PORRETA: OTROS JUEGOS, OTROS TIEMPOS

DE LA PORRETA: OTROS JUEGOS, OTROS TIEMPOS

Artesanía. En la historia de “La Porreta” se hace referencia a un gran trompo, cuatro veces mayor que los de uso normal, fabricado para mí hace ya unos largos y bastante cumplidos años -en su taller de Los Llanos a golpe de formón, gubia y escofina- por el eterno familio juguetón adulto que era Luisito el Carpintero: vocacional y experimentado cuentacuentos, eterno Peter Pan, diletante Geppetto e indesmayable amigo. Fue aquel juguete mi privanza y mi entretenimiento durante muchísimo tiempo (según el cómputo temporal infantil); luego, otros excitantes sustitutos ocuparon su puesto desplazando  la enorme perinola hacia  los quiciales del olvido gradual e inexorable.

Cuerpo o estructura. Era colosal, tallada a partir de un gran tarugo veteado de pino gallego y enteriza desde la cilíndrica mosquilla hasta la amarilla cúspide de cono invertido que era su acabado inferior,  pasando antes por la media esfera que representaba su abultado lomo pintado de encarnado retinto.

Liña. El artesano la dotó de una larga tomiza de pita de las que él usaba para amarrar e inmovilizar los ensamblajes que tenía con engrudo fresco. Áspera, tiesa y malamañá dificultaba un poco la labor del liado alrededor de la peonza; pero, poco a poco, se fue aquellando con el uso continuado quedando por fin amorosita.

Púa, puya o puyón. Única pieza ajena a la madera e insertada en ella al canto abajo, pie  metálico con el que giraba el enorme peón. Elemento con bastante peligro debido a su afilada punta algo ferrujienta que estuvo a pique, en varias ocasiones, de achocarnos la cabeza o de fincharnos en los desprotegidos ñames de los pies  -más de uno lucía alguna bichoca fruto de su propia o de la ajena impericia en el manejo de los citados elementos-. Era un tachón de los más gordos, de los que se usaban para clavar grandes travesaños, tablones sin desbastar o listones gruesos para batientes de puertas y ventanas; su siempre latente poder punzante iba a la par con nuestro respeto hacia él (nos metían miedo con la enfermedad del garrotejo; si nos clavábamos algo oxidado, la vacuna antitetánica consistía en quemar la zona lastimada acercando, lo más posible, la brasa incandescente de un cigarrillo o la llama y la esperma caliente de una vela de cera).

La tirada. Ya desde el envolvimiento teníamos dificultades para abracar con nuestras pequeñas manos aquel soyajo de artificio girante y, para más inri, tampoco ayudaba la aspereza de la dichosa liña hirsuta. Cuando la echábamos a bailar apenas si podíamos controlarla, parecía hacer lo que le daba su real gana; era una carraca que horadaba el suelo haciendo surcos y levantando piedrillas con sus vueltas desordenadas. Intentamos por todos los medios dejarla pajita para que tuviera un baile acompasado y hay que decir que no llegamos a conseguirlo. La  amolamos en la acera de Tomasito Valencia, le escupimos la puya para diluir el ferruje con papel de lija y probamos con limas profesionales sin obtener muchas mejoras; hasta lo intentamos meándola, por consejo del inefable Vicente el del Barranquillo Santo, pero… naranjas de la China, no sirvió de nada, ella seguía carraquienta y, por supuesto, ingobernable.

 

El juego. Recuerdo que bailaba desordenada como una papagüeva. Descomunal como una tolva, al compararla con los demás trompos, lucía fea, pambufa e incontrolable. Aunque la usábamos a menudo, cada vez que la hacíamos girar era una excitación nueva; verla dando vueltas y trasladándose por el suelo producía en los jugadores un efecto hipnótico, una especie de jiribilla incontrolable que nos llevaba a reír nerviosamente y a proferir en baja voz algunas palabrotas de admiración. Sólo servía para impresionar, para presumir de objeto singular, para jugar en solitario o, con los otros -pero de mentiritas-, a los dos tipos de diversión más usados en aquellos tiempos: la caldereta y la bombita.

A la primera modalidad nadie se atrevía a competir con la porreta pues la desventaja era mucha debido a su empuje aparatoso; tampoco se podía hacer uso de ella en la segunda forma de competición porque era un juego de precisión y el tal giróscopo no estaba para aquellas virguerías de psicomotricidad fina.

A veces jugábamos al comienzo de la carretera de Los Cardones, frente al Almacén de los Picos, no muy cerca de la esquina. A la altura de la puerta trasera de la casa de Encarnita Marrero hacíamos un gran círculo o caldereta que se cogía casi toda la anchura de la calle. En el centro depositábamos amontonados uno o dos peones por jugador. Se sorteaba el orden de participación; luego, con el mejor y más amañadito de sus trompos, cada jugador intentaba aplicar su experiencia y su geito para ganar en la apuesta. Había que tirar arrente del borde exterior alongándose lo más posible y lograr poner fuera de la circunferencia, con un golpe certero, alguno de los que estaban apeñuscados en el centro quedando la peonza atacante bailando (la normativa variaba a gusto de los jugadores). Se acababa la tanda cuando el último elemento disputado era ganado por alguien.

Las maldiciones al errar el tiro, las interrupciones por algún estúpido camión que pasara, las peleas, las trampas, las revanchas para intentar recuperar lo perdido, una madre inoportuna que le daba por llamarte en el mejor de los momentos… todo eso, y más, constituía la letanía y rutina de las cortas tardes de los meses más fríos del año.

Buscábamos las carreteras más atesadas por los chubascos para que los trompos bailaran bien -no hay que olvidar que cada juego tenía su temporada, no se jugaba “al rumbo” como ahora-, la temporada de lluvias que dejaba la tierra dura, aplanada y sin polvajera, propiciaba esta diversión. Había retos, apuestas y apreciación (de tapadillo) del material para apostar ya desde el aula y,  a la salida de la escuela, después de la sesión de tarde volvíamos a casa, sin tener prisa por llegar, jugándonos los trompos a la bombita.

En este tipo de disputa valía más la maña que la fuerza empleada en la caldereta. Si los practicantes vivían en sitios distintos se dibujaban dos circunferencias pequeñas en la tierra del camino, orientadas en la dirección del barrio de cada cual y distantes  unos treinta metros la una de la otra; en el punto medio entre las dos se disponía un trompo, el más birriento y añejo, que haría de testigo, éste sería desplazado -ya desde la tirada-con otro que se hacía bailar y, todavía girando, se cogía en la palma de mano para dar empellones y empujar con el bailarín al viejo en la dirección oportuna. Acababa el juego cuando el sufrido testigo entraba, a fuerza de golpes y de certeros toques, a la bombita del jugador más hábil. En ese momento se pagaba la apuesta y… a comenzar de nuevo.

Había algunas variantes en los desafíos y disputas, incluso se jugaba al cascazo y al puyonazo: no se apostaba nada, pero el trompo perdedor recibía un castigo de golpes secos y de puyazos que podían acabar con él deslascándolo o quizá dejarlo mutilado con feos boquetes e inservible (esto era motivo de trifulcas, discusiones y peleas a la piña limpia). Cuando nos mudamos a vivir a la capital de la isla aprendí de mis nuevos compañeros otro tipo de juego (¿?) llamado “la garipola”, consistía en amarrar los trompos con la liña y golpear de la manera más ruin posible para hacer el mayor daño que se pudiera en la madera del otro (nunca me gustó, donde hubiera un trompo bailando…).

Si los contendientes de la bombita eran del mismo barrio o iban en la misma dirección, se usaban tantos trompos como jugadores para empujarlos, cada cual el suyo,  sólo se dibujaba un redondel que se mudaba en cada partida situándolo cada vez más cerca del destino colectivo, el primero que metía su testigo en la circunferencia ganaba y recogía de los demás el fruto de las apuestas o infringía los castigos correspondientes a los elementos de los perdedores.

Nos pasábamos media tarde entretenidos -vuelta arriba, vuelta abajo-, sin agoniarnos mucho, con la maleta al culo (amarrada con el mismo cubrepolvo de la escuela), sin hambre, sin ganas de acabar la diversión, sin urgencias familiares, sin televisión, ocupando aquellas terregosas calles carentes de peligro, escasas de tránsito rodado y con poquísimas aceras; jugábamos participando del plácido y lento fluir de la Aldea Global que fue nuestro pueblo en aquellos tiempos: final de la década de los borrosos cincuenta, comienzo de unos prometedores sesenta que llegaban con aires de incipiente progreso.

Con los años, no sé en qué momento, el gran trompo quedó desfasado y reemplazado por otros juguetes más sugestivos, más de moda. Siempre me negué a venderlo, ni siquiera a canjearlo ventajosamente; iría a parar al cajón de sastre de mis trebejos y demás tarecos.

Pa’ mi gusto (creo) que lo dejé reposando escondido, cuando nos fuimos de arrancada para la capital, en algún guruncho secreto de mi antigua casa o del solar de mis tías.

La partida de nuestra familia para Las Palmas de Gran Canaria aceleró el ya iniciado proceso de sustitución -el chute de novedades atractivas que la ciudad me proporcionaba fue brutal y copartícipe de mis nuevas distracciones-, pero las vivencias de aquella época (y la misma porreta) quedaron atrapadas para siempre en algún recoveco de mi cerebro, tal vez al canto atrás del cerebelo, casi en los umbrales del cuarto trastero de la remembranza, justo donde subyacen, girando sin parar en la memoria -cual trompo-, nuestros recuerdos buenos e imperecederos. Allí, evocada con agrado y sin nostalgias satas o bobaliconas, está la gran peonza queriendo dar vueltas como la carraca que fue, aunque… ya limado su enorme puyón, amolado día a día por el paso implacable del Tiempo que no cesa, lo haga ahora de forma más tranquila, con un estilo cercano a lo suave, mucho más pajita y ligera, cada vez más ligera…

Enrique García Valencia, La Aldea de San Nicolás / 2009

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43 comentarios

Enrique -

Al trompo no porque, entre otras cosas, he perdido práctica, pero sí que podríamos jugar "a la laja" de verdad (con dinero); pondríamos en la tángara algún que otro céntimo para darle emoción a la cosa y nos pasaríamos media tarde lanzando nuestras lajas hacia el preciado botín.

A veces, en El Puerto, nos da por ponernos a rememorar sobre la arena de la playa aquellas rutinas infantiles y... acabamos como familios enfrascados en discusiones de juego -como entonces- por cosas de risa: quíen se pidió primero, quién quedó más cerca de la raya, quién falta por poner la moneda...

No hace falta ir muy lejos para volver a la niñez: está en nosotros.

Memorias tantas, un abrazo GRANDE.

Juan Antonio -

Enrique

Hace bastante tiempo que contesté este post, pero no salió publicado.

Muy buenos recuerdos me trae tu escrito. Jugar al trompo era muy divertido y emocionante. Yo siempre fui muy competitivo, pero con este juego no podía hacer frente a los mayores, algunos de los cuales contaban con un arma poderosa como la porreta. Yo siempre me pregunté que de dónde la sacaban, pues no se conseguía en las tiendas.

Yo me quedaba con los ojos como platos cuando alguno se disponía a usarla, enrollando la cuerda con parsimonia, contra nuestro pequeño trompo que se encontraba en el centro del círculo. El corazón parecía querer salirse de su cavidad al levantar la trompeta para tomar impulso y caer como un látigo sobre mi trompo, saliendo éste despedido hacia el exterior de la circunferencia, mucha veces partido en dos, por el enorme puyazo infringido a la pequeña anatomía de mi minúsculo trompo.

Los había que estaban adornados con muescas, por los puyazos que les habían sacado lascas, hasta el golpe definitivo que los partían en dos.

Emocionante era cuando había que desplazar un trompo con otro, si se encontraba en un charco o lugar donde no se pudiese ponerlo a girar. Había que lanzarlo y cogerlo en el aire, cosa que lo aprendí ya muy tarde, o golpear directamente al trompo que se encontraba en lugar tan inhóspito, por lo que había que tener gran precisión.

No sería mala idea volver a ser niños y reunirnos para jugar al trompo alguna vez con el objeto de rememorar aquellos inefables momentos.

¿Te apuntas? Si es así, vete desempolvando la porreta que tienes guardada entre tus objetos más preciados.

Un abrazo.

Juan Antonio

Enrique -

Un abrazo para ti Jose; yo también tenía un compañero que era zurdo y al echar el trompo me ponía nervioso, no sé por qué. En aquella época se obligaba en la escuela a usar la mano derecha, este amigo mío recibió mucha leña y moquenque del bueno por no hacer caso. Hoy día es ambidiestro, o mejor dicho "ambizurdo".
Saludos y salud.

Jose G. -

Hacía tiempo que no entraba en artevirgo (o al revés) y ahora leo lo de los trompos que era mi juego favorito.
Describes muy bien la puesta en escena del juego. Yo practicaba hasta el infinito y lograba cogerlo en el aire. Tambien lo hice como un reto poerque soy diestro echarlo con zurda como mi amigo Armando de la infancia, mi rival trompero.
Un abrazo.

Marcial -

Querido primo Orlado el Grande: mucho tardaste en conocer las socarronerías de Señor Pedro, mi abuelo. Mucho tardaste en sufrir su "mala" leche de cojo, pero no creas que fuiste el único. Mucha gente lo recuerda por sus tiesturas y porque se burlaba (sin risa, a lo zorro) hasta de su sombra.
Fíjate tú lo que son las cosas, él me enseñó a echar el trompo, él me afilaba las puntas, me daba consejos para que tuviera mala idea y no lo perdiera jugando contra los amigos.
Me lo estoy imaginando con su bastón en la trasera de la iglesia, largándole picardías a las muchachas que salían del almacén, o debajo de los guayaberos, con su vasito de ron blanco, azúcar y hierbahuerto.
Cualquier día tonto escribo un relatito dedicado a él. Aunque me parece que tiene para una novela.
Memorias a la gente.

Enrique Seguirrilla de Devoción -

Orlando, se me jace a mí que eras un pisquito ñanga cuando familio, si uno se finchaba con un espucho de palma, tacha rumbrienta, verguilla llena de ferruje o (como en tu caso) con una joce bien amolada, se dejaba curar y hasta "cocer" la herida sin soltar una lágrima o queja (que los niños no lloran), sólo los muchachos más sanacas y finos de "güevosfritospapafritas" se desinfectaban con alcohol y se ponían esparadrapo de la farmacia; lo nuesto era hojas machacadas de gandul, tabaco mascado o telarañas y, ratiando la matadura o bichoca: es-para-trapos-viejos.

Mi juego preferido, después de carabina, era el de "coge y queda", mucho más dinámico y movido que el anterior.

Un abrazo, Orlando el de Sesa Seguirilla Medina.

Orlando Diepa -

Un día fui a los cascajos, casa de mí tía Encarna, la seguirilla (yo soy el de sesa) y el Sr. Pedro, padre de Ofelio y abuelo de Marcial me dice que le siegue un par de eritas de alfalfa para las cabras. Y yo voy por la segunda era y me corto la uña del dedo corazón de la mano siniestra. La herida no era para brasas, fósforos... La herida era de sangre que había que cortar. Apunten la receta: Meta en una taza de cafén chorritos de ron, aceite, vinagre y ajos molidos. Y dice el hombre que no me iba a doler... Ñosss, tavia me estoy acordando.
Marcial tu abuelo me engaño para que metiera el dedo en aquello y dice, ya está, ahora puedes terminar la era para que no se quede a medio.

Orlando Diepa -

¡Yas!. "Consio". Me perdí la parte de las calles sin alquitrán. Me incorporé "a la movida" en el verano del 66, 1 de octubre, la nueva plaza se había inaugurado para las fiestas. Pero aprendí canario aldeano y más cosas: virgo, pompa, etc... Tardé un poco en caer en el juego del "coge queda". Es que en Venezuela coger es otra cosa y yo solo veía machurrangos... ja, ja, ja... Saludos a todos. Leyendo he llegado a emocionarme y los niños no lloran.

Enrique -

Querida Montse, cuando era un familio un pisquito mayor que el tuyo y veía saltar a las niñas con dos sogas y con toda la soltura del mundo, me quedaba con la boca abierta ante tal alarde de dominio y de sincronización para entrar a saltar y para salir del espacio batido por las cuerdas; encima, se ponían a cantar y no perdían fuelle ni a la hora de acabar su turno. Recuerdo que entonaban algo así:
"Pepito en un barco me ha escrito un papel pa'ver si quería casarme con él y yo le contesto con otro papel que lo que él quería no podía ser...". Al terminar, las que daban a la soga le cantaban, le urgían y le pronosticaban: "A la una, a las dos y a la tres, que salga la niña que va a perder". Casi nunca perdían, se recogían la falda y el pelo saliendo con un peculiar estilo y con una cara de satisfacción más ancha que cumplía. Las que tenían que dar seguían dándole a la soga medio amuladas e intentando arreciar el ritmo para que alguna perdiera.

Un beso y memorias para todos.

Montse -

Enrique un saludo, muy bonita tu historia como siempre, hay palabras que no entiendo y tengo que imaginar o preguntarle a mi madre. Los trompos se usan de vez en cuando y ya casi no se ven. Uno de mi juegos infantiles preferidos era saltar a la soga incluso con dos.
Un beso y recuerdos de todos.

Enrique -

Querida Luci, los trompos que se ven hoy en día son los producidos por los loquinarios del volante, a altas horas de la noche y en lugares apartados de la vigilancia policial; otros tiempos, otros juegos.

Cuando daba clase en Las Torres me quedaba lelito mirando la pericia que tenían las niñas, fleje de estampas en mano, jugándose los futbolistas a golpe de palmada en las gradas de la cancha, era una imagen que tuve que reubicar en mi disco duro formateado en la época de "los niños con los niños y las niñas con las niñas".
Otros tiempos,otros usos para bien de la igualdad.
Besos muchos.

Luci Delgado -

En uno de los comentarios lei algo de la muñecas de trapo que siempre tenian los brazos en cruz, me emocioné como una boba porque me llegaron como un flash recuerdos de otra gente y de otro tiempo.
Otros tiempos eran las de los trompos que ya casi ni se ven. Ahora los juegos de exterior son de skais, bicis de marca, patines super y alguna otra cosa guay de que promocione la tele.
A mis sobrinas les ha dado ahora por jugar a la levantada con estampas !de futbolistas! que conocen al dedillo.
Gracias por hacernos llegar tus recuerdos, besos.

Enrique García -

Querida Olga, lo del garrotejo-tétanos era una pesadilla, estábamos fijos a la laja (descalzos) y rodeados de almacenes que fabricaban ceretos a golpe de martillo y tachas, era fácil clavarte alguna; para más inri en mi casa había una carpintería, imagínate.
Mi padre fumaba cigarrillos "Mecánicos" y con la brasa de ellos nos quemaba (cauterizaba) la zona herida; si el accidentado era un ñanga que no se dejaba curar, había que hacer una junta para acorralarlo, agarrarlo y obligarlo a participar del necesario martirio.

Un beso grande, ya nos veremos un año de estos.

Olga -

Muy bonito el relato, descriptivo e interesante por las costumbres que cuentas y el tiempo que refleejas en el mismo.
Los juegos de niños y de niñas hace tiempo ya que desaparecieron a Dios gracias. Ahora todos juegan a lo mismo sea interesante para nosotras o no.
Nunca supe hacer bailar correctamente el trompo por que me faltaba paciencia para aprender. Lo del garrotejo y su prevención me suena por haberlo escuchado en mi casa ami padre.
Un beso y deseos de saber de ti, Olga.

Pancho Primo -

Ale, yo era forofo y experto (por los resultados lo sé) del damero: Almacén de los Picos, verano de cualquier año antes de que alquitranaran las calles, sombra de antes de mediodía, una tiza o en su defecto un cacho de loza, piedras de la carretera "a mano", un reto, tú las grandes, yo las chicas y empiezo (había ventaja), come, como, te soplo esta piedra por no comerme, pum-pum-pum, dama, te gano, no hay nada que hacer, ríndete, ¿echamos otra? Tú las chicas y yo las grandes...

Cuando llegaba la sombra a la tienda de tu padre, era allí donde nos aposentábamos (al canto abajo) para jugar a "perrogato" porque, entre otas cosas, ya estaban dibujados los cuadros en el cemento de la acera.

Primo, la mejor psicoterapia es la que se afianza en la simplicidad y personalización del método, la formulación de cuentillos es una de las mejores; si no, pregúntale a Vicente el del Barranquillo Santo que es un experto en estas terapias alternativas del relato profesional (creo).

Un abrazo GRANDE y memorias para todos.

Pancho el chico -

Mentar trompos y porretas es recordar ineludiblemente la escuela de La Ladera Baja, donde la variante de este juego que en tu relato finaliza a puyonazos, tuvo su momento de gloria a raíz de que apareciera por allí un ejemplar de éstas, especialmente particular donde los hubiera. Tanto, como que estaba hecha a partir de la pata torneada de una vieja cama de madera, a la que por puya pusieron algo parecido a un formón. Se jugaba en el patio trasero de la escuela, frente al cuarto donde D. Román guardaba los sacos de leche en polvo que nos repartía diariamente a media tarde y los “esquemas” que como “maestro corrector de Radio Ecca” intercambiaba cada sábado con los radioalumnos. Como en temporada de otros juegos (boliches, estampas, …), había organizado este maestro en su escuela una suerte de casino donde parte de las ganancias se las quedaba la casa, quien a su vez surtía a los alumnos del oportuno juguete cuando lo necesitaban (a precios más baratos que en la calle, eso si) y cuyas ganancias se destinaban al convite de fin de curso. Viene todo este rollo a cuento porque la dichosa porreta se alquilaba; es decir, que a cambio de una parte de sus ganancias, los ganadores podían echar mano de la “porreta asesina” ante los perdedores. Evidentemente, la orgía de golpes que seguía iba acompañada de risas y caras de posesos entre los ganadores; trompos, más que mutilados, inservibles y alguna que otra lagrimilla escondida, del otro lado.
Nunca fui especialmente aficionado al trompo, pese a que volviera cíclicamente a estar en boga durante mi infancia. Más, sin embargo, como práctico (y sabio) recurso infantil ante mi manifiesta impericia en este juego, que debido a cualquier otro rebuscado motivo. Fui más de jugar, por ejemplo, a las damas; ese mismo juego al que aludes en tus comentarios y en el que, si encima disponías de una tiza, alcanzabas la mayor sofisticación posible (y la economía que echa en falta Pepita). Al lado de la escuela, la superficie lisita de la acera de los Álamo, era todo un lujo para jugar a las damas, mientras escuchabas de fondo la escandalera de chiquillos y maestro (durante el recreo era uno más de nosotros) discutiendo a cuenta de los consumíos trompos.
Vista la expectación que alcanza tu afición y sus saludables beneficios entre nosotros, tus lectores, vas a tener que abrir consulta donde permitirnos completar la psicoterapia con un buchito café.
¿Qué no …? Por menos y con peores resultados acude la gente a los loqueros. Ya no digamos los americanos.

Enrique -

Benjamín, el aprendizaje de mano de nuestros más cercanos familiares y amigos forma parte de nuestras más entrañable vivencias, por ellos somos lo que somos a nivel de sentimientos tan necesarios para desarrollarnos como son: la autoestima y la empatía.

Fuera de la familia había una jurria de parientes lejanos y de amigos cercanos que actuaban como entes tuteladores dispuestos a echar una mano en tus andanzas por la vida; de todos ellos tengo gratísimos recuerdos imborrables.

Un beso múltiple. Un abrazo especial para ti y para el querube que voló.

Enrique -

Fabiola, no me acuerdo bien que pesaras mucho ni que fueras una carga. Entre los quehaceres de los grandes estaba el de cuidar a los familios más chicos, era algo que ni se cuetionaba (si alguien ponía peros... recibía moquenque del bueno).

Tenía que ovillar la liña en el trompo* con la mano derecha que tenía libre, la zurda te sostenía a ti escarranchada a mi cuadril, me sobraba algo de mano para agarrar el trompo y realizar las maniobras necesarias: otra vez la psicomotricidad fina puesta en práctica.

Sí que me siento culpable de tus lumbagias de ahora, el remeneo al que te sometía entonces tiene que ser la causa primera de tal padecer.
Un beso a modo de descarga, el tuyo no es carga, aunque lo cargaré en mi haber.

*La porreta perdió su pintura original y acabó embadurnada (intermitentemente) de encarnado "cochinilla" hasta sus últimos días.

Enrique -

Pepita, me hace gracia lo de "todos esos juegos que no costaban ni una perra"; es verdad, podíamos pasarnos una tarde entera y parte de la anochecida disfrutando de toda una batería de juegos imaginativos que aprendimos , en cadena, de los que eran algo mayores que nosotros.

Hoy en día hace falta un pastón para contentar a un familio abúlico (con mil juguetes en su haber) que no sabe a qué jugar: prepárate para cuando Daniela (tu nieta) comience a estar receptiva al aprendizaje -en lo que Barrabás se restriega un ojo- para iniciarla en algo distinto de lo que se lleva ahora: divertimentos cibernéticos. Para jugar con ella a "pompa" y a "trapo quemao", a "virgo", a "perrogato", a "la piedra al cai", a...

Un beso, abuela, hermana Pepita.

Benjamín -

Se acabó la semana "blanca" gracias a dios, los tribu en el comedor escolar y yo aquí leyendo tu bonito relato tan bien elaborado.
Yo jugaba al trompo con mis primos pero no hacíamos competiciones y apuestas como tú dices que se usabas, si intentaba cogerlo al vuelo enseñado por mi padre y por mis tios que ´presumían de maestros, quizá sea ese el mejor recuerdo que me ha traido tu cuento, el acordarme de aquella época en que el verano cuando nos reuniamos todos era una maravilla de estación que se acababa demasiado deprisa.
Un abrazo de todas, uno para ti especialmente de mi parte.

Fabiola Garcia Valencia -

Bueno, no puedo dejar pasar la ocasion de comentar lo que se del famoso trompo, echo por papÀ. Como buen "cuentista" que era, recuerdo sus comentarios exagerados:la madera de la que estaba echa,el colory el barniz de su acabado, la soga que lo errollaba y lo hacia bailar descontroladamente, y como no el "barrido " que hacia de sus contrincantes debido a su tamaño.En tu relato, añades que a veces en tu juego ,yo participaba en forma de carga añadida .Logicamente eran los gages de ser el hermano mayor.Te añado ahora mismo, una pequeña carga en forma de BESO.

Pepita García Valencia -

A mí me vienen a la cabeza todos esos juegos, que no costaban ni una perra, y jugábamos todo el día que hasta nos tenían que llamar para comer. A mí, mi tía Carmen me hacía unas muñecas de trapo preciosas con pelo de hilo y las facciones bordadas, lo único que tenían siempre los brazos en cruz pero eso a mí no me importaba mucho porque yo no conocía otras.
También recuerdo que jugábamos por la tarde al escondite en aquellas calles de alrededor de nuestra casa y cuando oscurecía alguien decía "la mano negra" o "el cuervo de Zamora", y corríamos como almas que lleva el diablo pa la casa, "cagaitos", y allí más tarde mi abuela Pepita (Abuelita Pepa) nos leía cuentos (porque mi abuela sabía leer) de un tal Marcos que iba de Italia a Argentina a buscar a su madre , y nos daba tanta pena, o nos contaba historias de brujas.
Con el tiempo, con mis hijas pequeñas conocí al tal Marcos en forma de dibujos animados japoneses y recordé los cuentos de mi abuela.
Pepita ( Yo también acabo de se abuelita Pepa, espero tener cuento que contar a mi nieta)

Enrique -

Querida Gloria, te preguntas que en qué momento se rompió la "cadena de transmisión generacional"; yo creo que no se ha roto del todo, si acaso, por el poco uso, algo ferrujienta sí está, pero sus eslabones continúan ahí para seguir funcionando, sólo tendríamos que poner por nuestra parte algo de "tres en uno" para que no chirríe.

La omnipresente televisión, aliada con nuestra comodidad, ha venido a entorpecer la labor de trasvase de los valores populares del tesoro cultural de nuestro Pueblo; sería cuestión de replantearnos muchas cosas acerca de lo que es importante conservar y transmitir.

El juego de "calimbre", cuando yo era un familio se llamaba (aquí en La Aldea) "carabina" y era uno de mis preferidos por su dinamismo y porque -en algunos momentos- agrupaba a niños y niñas sin distinción sexista de las diversiones.

Beso, besos, memorias tantas.

Gloria Bertrana -

Mientras leía tu escrito pensaba que, a pesar de la diferencia de edad, los juguetes y juegos que usamos eran prácticamente los mismos. Tal vez ya no todos se hacían a mano. Habían llegado mejores tiempos, muchas cosas se podían comprar hechas y, a pesar de ello, nuestros padres y abuelos nos enseñaban a hacer pelotas con calcetines o una cometa, que además volaba y todo, jejejej. No recuerdo bien si los juegos que, como tú bien dices, cada uno tenía sus preferidos, los aprendíamos en casa o con las amigas. Pero lo que sí es verdad, es lo mucho que disfrutábamos jugando juntos y la suerte que tuvimos de poder hacerlo en la calle.
Hace unas semanas vinieron al cole unos monitores a impartir un taller del Ayuntamiento que se llamaba “juegos tradicionales”. Antes de que llegaran tratamos el tema en clase y hablamos del teje, de la piola, de calimbre, del elástico, del boliche, del trompo, de las chapas, de la soga…de cómo se jugaba antes, de lo divertido y socializador que era jugar con otros niños en lugar de pasarse horas enteras delante de una videoconsola absolutamente solos…
El caso es que debieron comentarlo en casa y al día siguiente uno de mis niños (9 años) me dice:
- Seño, le conté a mi padre lo que hablamos ayer de los juegos y me dijo: “Uffff, que antigua es tu señorita”
Y mientras lo miraba, pensaba en qué momento generacional habíamos fallado y se había roto el hecho de pasar de padres a hijos valores, juegos, tradiciones y canciones que forman parte de nuestro acervo cultural. Pero sólo me duró unos segundos, porque otros tres niños y niñas, que también lo comentaron en casa, habían estado jugando con sus padres, madres o abuelos esa tarde a los juegos que ellos hacían de pequeños. Tal vez, sólo tal vez, aun no se haya perdido del todo.
Un besote, Enrique.

Enrique García Valencia -

Paco, la Gaviota sabe de mis andanzas por sus primas del Confital; el señor Moreno sabe también que el otro moreno estaba recuperando las cosas aplazadas en su Rejonia capital usando el tiempo libre que ahora le da la jubilación.

En algún comentario de arriba hablo de mi predilección por "virgo" y "pompa"; puede que intente escribir algo sobre esas dos diversiones.

Gracias por tu comentario, un abrazo.

Enrique -

Pepe Saavedra, deberías aprender de Marifé de Erra Tas que sabe disimular y brilar sus lapus ortográficos como un futbolista, quedándose luego tan pancha y ancha; te lo digo yo que la conozco muy bien, no se corta un pelo.
Memorias tantas.

Francisco Suarez Moreno -

Enrique:
Vamos a ver si entra este mensaje porque otras veces no he podido.
Interesante, como todo lo tuyo, como descripción y narración a la vez; deberías intentarlo como juegos como "A trapo quemado", "El pañuelillo...", donde se conjuguen ambas cosas. Y a ver si se te ve más por aquí, porque en una ocasión, la Gaviota del Verilillo, tan desconfiada siempre de los que por allí llegan me preguntó qué había sido del señor flaco, moreno de la mochila, que pasaba largas horas leyendo.
Felicidades
Siso

José Saavedra Molina -

Gracias, Enrique, por todo. Pero ahora quiero entonar un "mea culpa", o "mea lo que sea", porque acabo de releer lo que te escribí y he descubierto un "palabro" que se me escapó anoche. Se trata de "furbolistas", ¡qué vergüenza!. Pero, no importa, al menos por eso habré contribuído a alegrarte algo más el momento. Mil disculpas a todos lo que lo lean (es que la "t" está justo al lado de la "r" en el teclado. Permítanme la justificación). Seguramente habré cometido otros "gazapos". Espero que lo comprendas. Que tengas un hermoso día y que La Vida te sonría a tí y todos, como se merecen.
Un abrazo.



Enrique García Valencia -

Saavedra, tus palabras del comentario me alegran muchísimo (estos días algo más), la batería de experiencias lúdicas que transmites me suena, me es familiar.
Lo de las sorpresas agradables -simplemente para vernos asmados de alegría y privanza- era algo usual en mi entorno; sobre todo en mi casa, donde poseíamos un "geppetto" particular.

Hay un juego al que recurríamos mucho cuando familios, es más complicado que las tres en raya, se llama "el damero", se juega con doce piedras, el fácil de dibujar en el suelo y se parece algo a las damas. Cuando estaba en la enseñanza activa, lo progamaba como una actividad más, la idea era que sirviera de vehículo para aprender ciertos contenidos y -lo que me movía más- para que no se perdiera en el olvido. Algo habré conseguido, espero.
Un abrazo GRANDE.

Antonio García Valencia -

Antonia, tocaya, los niños de hoy en día se divierten tanto como nosotros lo hacíamos hace "algunos años" atrás. Tienen otro estilo de "tirar el trompo cibernético", pero seguro que se lo pasan pipa.

El atrevimiento de Eudelia, Mari y tuyo de jugar en plena carretera a juegos de niños seguramente se vería recriminado por parte de algún adulto, ya se sabe, estaban vigilantes; quizá también surgiera de otras compañeras algún "machonas" para que no jugaran a lo que ellas no se atrevían.
Memorias tantas.

Enrique García Valencia -

Carola, yo también siento cosquilleos al plasmar estos recuerdos míos en los cuentillos que van saliendo, el cosquilleo se acrecienta cuando veo y leo los comentarios de los demás, me alegra conectar con las vivencias colectivas y comprobar que el texto se "enrique-ce" con las aportaciones de ustedes.
Beso, besos.

Enrique -

Pepe Valencia, en las escuelas actuales se enseña y se practica la psicomotricidad fina, en nuestro tiempo eso se adquiría de forma bien distinta. Esa habilidad de coger el trompo en el aire era una de las prácticas que nos conferían el título de "maestro" de dicho juego a la par que pontenciaba muchas motricidades: la fina, la gorda y hasta la pambufa.

Un abrazo, salud y saludos.

José Saavedra Molina -

Mi querido amigo Enrique: Como sólo tú sabes hacer, has vuelto, de nuevo a hacerme evocar aquellos días de nuestra infancia, (no quiere decir ésto que ahora seamos mayores, je,je,je. somos coetáneos). Pero tienes un don maravilloso, que el Altísimo te lo conserve y te lo acreciente. Sí, es cierto, los juegos durante nuestra infancia eran cíclicos, es decir que, según la época o las circunstancias, volvían a ponerse de moda.
Yo también jugué con el trompo, por supuesto, y a "las chapas", con fotos de futbolistas recortadas y pegadas en chapas de cereveza Tropical (la única que había)o del agua de San Roque o de Firgas rellenas con jabón para que pesaran y así poder empujarlas con el dedo, como hacíamos también con "los boliches", jugando al "go". Me vienen a la memoria también "el "estampío", que consistía en levantar a golpes con las manos,estampas de furbolistas, o las que salían en los paquetillos de cigarros de "La Favorita". A dichas estampas se les hacía unos dobleces en diagonal para facilitar que se pudieran levantar más fácilmente. Jugábamos también al tres en raya, con unas simples piedrecitas y unas rayas hechas con tiza en cualquier superficie plana, aceras, etc.
Otro de nuestros juegos, aparte de jugar a los indios, con nuestros arcos fabricados con una caña y una "tomisa" y con flechas, de caña también, a las que le poníamos un "borujón" de "verguillas", como contrapeso. Recuerdo, por supuesto, nuestras pelotas hechas con papeles o trapos, atados con tiras de plataneras. Y podría extenderme mucho más, pero, aprovechando la coyuntura, quiero hacerle un homenaje a mi padre. Recuerdo la grandísima y maravillosa sorpresa que me llevé un día cuando, al regresar de la escuela, ví que me había "fabricado" un camión con unas simples tablas de un cajón de coñac, y unos fondos de latas de conserva (a modo de ruedas) unidas por un eje de verguillas que, en su parte delantera, se unía a una caña y en su extremo superior tenía un volante, también de verguillas. Toda una maravilla de ingenio y sabiduría popular. Ni el mejor coche u otro juguete que me hubieran traído antes los Reyes Magos. Disfrutaba, como un enano que era, jugando con mis primos y vecinos. El mejor juguete que jamás haya tenido, sobre todo por saber que mi padre dedicó toda una mañana a fabricarlo para darme la sorpresa al regresar de la escuela. Para él vaya hoy todo mi cariño y, sobre todo a tí que, con tu maravilloso escrito, me lo has evocado.
Un abrazo, mi queridísimo amigo Enrique. Y, como te he dicho otras veces, que NUNCA LAS MAÑAS PIERDAS.

Antonia Valencia -

Yo también tenía trompos lisos, de rayas, de madera y de todos los colores.
Jugaba en el Molino, delante del almacén de Los Sanchez, con Eudelia, Mari la de Enarnación y el hermano Porfirio, al cual, enseñé a ponerlo en la mano.
Algunos mayores alucinaban viendonos jugar, "to se parece ahora" que todos los niños juegan con aparatos eletrónicos..jajajaja

Enrique -

Mary Luz, si te clavabas con un espucho de palma o con una tacha ferrujienta, NO había otra opción inmediata: te perseguían, te agarraban y te quemaban la herida con fósforos, cigarros o vela más esperma; no importaban los esperríos que dieras, había que cauterizar la zona costara lo que costara: otro dolor, el de la quemadura.

La Porreta nunca llegó a mancarnos los pies; si acaso, por efecto del roce de la tomisa sí que nos quemaba el dedo índice de la mano derecha de tanto tirarla para hacerla bailar. Besos, salud y saludos.

Carola Valencia -

Recuerdo "las jugadas al trompo" como si fuera ahora, me enseñó mi hermano Pepito.
Cuando salía de las escuela, iba a parar a casa de mi abuela Francisca, en el barranquillo hondo, allí fuera, en la acera,con mis primas "echabamos a rodar el trompo" como hacía ruido, recuerdo a mi tía Fefilla diciendo: "
¡estas niñas mías son unas machonas, mira que jugar al trompo como los machos...!"
Tengo un recuerdo muy bonito cuando mi hermano Pepito me lo puso rodando en la palma de la mano, sentí un cosquilleo como el que siento ahora, leyendo tu hermoso cuento sobre ese juguete tan entretenido y maravilloso.
Ya quisieran muchos jugar hoy de esa manera. Un Beso

Pepe Valencia -

Yo también tuve mis trompos, aunque no recuerdo haberlos comprado. No disponíamos de perras para ello.Sí teníamos compañeros que nos dejaban algunos (usados claro)y disfrutábamos de lo lindo jugando con ellos y lanzándolos y cogiéndolos en el aire en la palma de la mano. Era todo un desafío de habilidad. Maravillosos recuerdos nos traes con este juego. Gracias por hurgar en nuestros sueños reales de la infancia.

Mary Luz -

Yo conocí a Peter Pan, al cuentacuentos, al Geppetto.
Yo tenía “una casa” de cajas de madera y era de dos pisos. ¿Quién me la haría?.
También unos zancos ,algo inolvidable. ¿Quién los haría?
Tus recuerdos hacen que cierre los ojos y huela a tierra, a viruta, a queque….; recuerdos que me van a solucionar una acción que tengo en el tino y algunos me niegan, “la cura con esperma”.
¿Verdad que nos curaban las heridas con esperma?
¡Tú estás loca!, me dijeron; pero juro que era cicatrizante.

Enrique el de Demetria -

Dices bien Marcial, no se jugaba al rumbo, había una época para cada juego; cometas, trompos, damero, la laja... surgían en su tiempo sin preaviso o sin acuerdos de antemano.
Estaban también los de todo el año a los que recurríamos cuando se nos antojaba; mis favoritos: virgo y pompa.
Virgo por que me daba pie a desarrollar mi febril imaginación a la hora de esconderme y pompa porque desfogaba mi jiribilla siempre a punto caramelo.

Hoy, jueves 26 de febrero, cumple Carmita Medina la de Seguirilla, setenta y nueve años: FELICIDADES.

Enrique -

"Dos mil pepinos, dos mil calabazas, un kilo de higos y otro de pasas..."
Había juegos de niñas y juegos de niños, muy pocas transgresiones se podían hacer, estaba todo el mundo vigilante, desde los adultos que te llamaban la atención hasta los compañeros de tu barrio que te podían llamar de todo, comenzando por machona hasta llegar a mariquita, maricón lava trapos sin jabón".

Eran famosas las frases:"Una señorita no está con machurrangos" o bien, "Los
hombres no lloran" y "A una niña no se le pega".
En fin, eran otros tiempos; los de hoy son distintos, pero -pa mi gusto- no mejores.

Marcial -

Me llegan con tus palaras aquellos días de infancia, que tenían sus propios ciclos marcados por cada juguete, cada juego o cada maña.
Los días de los arcos, flechas, cachimbas y jaulas de caña, de carritos de madera, de tángaras, bolas y boliches. Reconca al cubo, churrulín mi casa, manos en alto, payoyo...
Son muchos sentimientos atesorados entre callejas, barrancos y fincas.

Mª Luisa Quintana Hdez -

Querido amigo Enrique cuanto me alegran siempre tus evocadores recuerdos infantiles.Te diré que tanto mi hermana Mary Cruz como yo también jugábamos con el trompo de mis hermanos pues ellos nos lo prestaban aunque siempre lo hacíamos en el patio de mi casa porque mi madre decía que en la calle no jugáramos porque era cosa de niños.En la calle y sobre todo en La Alameda saltábamos a la soga cantando la célebre canción:
Dos mil pepinos,
dos mil calabazas.....
También jugábamos a virgo (el econdite).....Muchas gracias por tus bonitos escritos y nunca la maña pierdas.

Enrique García Valencia -

Hay recuerdos indelebles que por más que los quieras borrar no puedes. Tengo uno referente a los trompos y los juegos de mi época infantil; cierro los ojos y me vuelvo a ver como entonces: carretera de Los Cardones, una insalla de familios jugando después de la salida de la escuela, las niñas con el guineo del perrogato tirando el teje y cantando "perro, gato, manso y descanso; papá mamá...", los niños jugando con las porretas -yo entre ellos- compitiendo y mostrando sus habilidades, mi hermana Fabiola escarranchada en mi cuadril con un cacho de corteza de pan que intenta comer con su boca desdentada, algo de friíllo de las tardecitas del terral que baja surtito y se queda, gritos infantiles, disputas y bambolla, una madre inoportuna que llama a fulano con urgencias de mandado, la liña del trompo que se me enreda en la chapa escachada del final (tengo que sostener a mi hermana con la zurda e intentar envolver bien el trompo), un camión que pasa, el tiempo que no cesa jamás... que no se detiene.