SECUENCIAS REMOTAS II

Platea, entresuelo, ático, gallinero y azotea. Descansillo a modo de apurado hall, salón multiusos, cocina-comedor, mínimo e inverosímil baño entranquillado en una empinada cajaescalera y, al fondo del todo, junto a los mismos cimientos que se descarnan por la parte de barlovento, dos dormitorios de regular tamaño y poquísima ventilación exterior.
Por el naciente un calafusnio de pared vecinal y el resto del barrio extinguiéndose de loma en loma; al noroeste, media favela de chabolas erigidas con plástico, cartón, madera, docenas de atarecos inverosímiles y todos los ratones del citado lugar. El balido mañanero de la cabra de Eusebito, los berridos nerviosos de Eugenio a Conchita, los educados Galante y el dueto cotidiano de la Paloma y Pimpinita, vecinas enfrentadas casi puerta con puerta y a dos pasos de la acostumbrada pelea diaria.
Al sur, el Burro y su jumento, una arcillosa cuesta empinada, el rancho de las de Elvirita y toda una pléyade de caracteres diversos que se manifiesta emanando su acompasado runrún comunal en un circo terroso imposible de transitar cuando llega el enfangado invierno, y aun en la inclemente canícula del verano capitalino.
Y en la coyuntura de tales coordenadas barriales, ella, la Casa, el antiguo hogar de mis íntimas entretelas, funciones y entreactos, nuestra primera vivienda con estatus de propiedad en Rejonia Capital, alzada como una farruca talisca en pleno Moñigal obrero (corazón y núcleo pedáneo del distrito que se desparrama por el risco-ladera de San José), sin nomenclatura de calle —que fue tributaria de otra con mayor rango y conocida a través de un “acompasado” nombre—, con nuestros primeros lujos relativos, sin agobiantes servicias comunales ni muchos floriteos: sólo nuestra casa terrera de otrora, con sus holgadas estrecheces en aquel despertar y despegar de la capital de Las Palmas, tierra prometida (“donde fluía leche y miel”) que se nos mostraba repleta con un cúmulo de posibilidades latentes, casi tangibles, las cuales estaban esperándonos detrás del esfuerzo grupal, al canto arriba del empuje personal que cada uno de nosotros le fuera poniendo bajo la dirección de nuestros entusiasmados padres, y justo al lado del veleidoso azar, del tesón, del empeño continuado.
En estos últimos años y hoy en concreto que le hago una esporádica visita, al verla tan repumpulida y remozada por sus nuevos dueños, ocupando satisfecha el lugar de siempre en la rebautizada vía (ahora en el número once de Pisuerga, río afluente de otro, para no variar el sino subsidiario de la callejuela original), me estremezco de añoranza sentado en su conocido quicial mientras simulo un falso cansancio que la rejodíngana e inclemente cuestilla de la popular Barranquera Ancha —contenta de verme— NO ha querido imponerme al hacer gala de sus prerrogativas viarias, resumiéndolas a mi favor en un magnánimo gesto de buena y accesible amiga condescendiente (“Ascendente más bien”, suspira mi arrítmico resuello un pizquillo acelerado por otras causas o motivos anexos).
Para completar el fingimiento de lasitud y justificar mi apalastrada postura sedente al soco del cerrado portalón (ahora sin ganchillo ni aldaba), tecleo en mi teléfono móvil un sms para mis hermanas, el cual, indefectiblemente, lleva siempre el mismo corto texto que ellas se encargan de aumentar y Enrique-cer intuyendo mi tránsito por los escenarios de la incursión e, incluso, visualizando el actual reencuentro y meta de mi sentimental iniciativa: “Estoy en Transversal de Compás nº 36, sentado en el poyo de entrada, descansando a la sombra de la Casa. Memorias tantas; nos veremos”.
Acabado el rito y el ritual de contacto, retorno a una rampante y alquitranada Jenner orillada de automóviles aparcados en batería.
En la bajada —ya sin tantas urgencias— improviso un errático vagabundeo entretejiendo callejones, pasajes, escalinatas e intransitables vericuetos y, como YO deseaba —esperando una a una mi anunciado paso frente a ellas—, me saludan desde las recoletas sonrisas de sus amigables bocacalles: Estampa, Esfera, Estaca, Cerezo, Cobre, Cometa...
Al llegar al Paseo de San José, sudoroso e íntimamente satisfecho, llevo una curvada mueca alegre prendida en mis labios que no puedo ni quiero quitarme del todo, la cual, como siempre, sé que va a perdurar mucho más allá de los lindes laberínticos de aquella popular y siempre ajetreada Portadilla de antaño que ahora —algo más serena y aquietada— todavía rebulle plena de intensos recuerdos satisfactorios entre los múltiples repliegues de mi encanecida alma.
Enrique García Valencia / verano de 2011
25 comentarios
A Francisca, de Enrique -
Me alegra contar con tu simpatía y empatía, besos.
francisca -
porque ocupamos la mente con otras cosillas stresantes. Todos nos alegramos por tu compañía.besos
Pancho Enrique -
Otra de las delicias del lugar en que habitábamos era el vecindario, la multitud de caracteres que, por ser nosotros de La Aldea lejana,distante y distinta, nos sonaban y se nos representaba como muy pintoresco (cuando menos) en aquel circo comunal tan penetrante y cercano de presencia y de proximidad -a la fuerza, por mor del acotado espacio-.
El Pancho Mayor siempre fue el animador con tiempo libre para hacer los honores relajosos de Protocolo Relajado; Deme en su papel de matrona atribulada y consciente de la intendencia y alacenas, se agoniaba más representando su rol de la que tenía que desarrollar (sin errores ni fallos) su papel hasta los postres (en singular) y el brindis final con el medio vasito de Clipper de naranja o de fresa -el preferido de ella y de Josefa durante muchísimo tiempo, justo hasta antes del advenimiento del inefable, burbujeante e "irutante" Seven Up-.
Un abrazo grande, Primo Pancho.
Pancho el chico -
De la Casa de San José recuerdo, principalmente, cuánto me fascinaba su distribución en altura; muy apropiada para un chiquillo desinquieto y con desbordada imaginación, que subido a la más alta almena de su imaginario castillo, divisaba, catalejo (tubo de papel higiénico) en mano, el entra y sale de barcos piratas en la bahía del Real de Las Palmas, así como el ir y venir de los vasallos que habitaban el territorio aledaño. Recuerdo los despertares con el olorcillo a café y los sonidos del trajín diario de Deme en su cocina, mientras una vecina se desgañitaba llamando a un tal Fejandrio; además, la variedad de tonos de los cencerros de las cabras del servicio lácteo a domicilio y la comida del mediodía escuchando en la radio los cuentos del programa diario El Ballenato Infantil. Y por las tardes, la llegada de mi primer y gran amigo Pancho, que traía para mi colección los tacos de billetes que había gastado ese día en su trabajo como cobrador de guagua. También sus cuentos sobre un mirlo que silbaba la canción Ay Pancho, Pancho, contigo me marcho por el camino de Santa Fe, u otra cualquiera de sus múltiples y siempre entretenidas historias, mientras él trabajaba en su banco de carpintería y yo rebuscaba en la caja-biblioteca donde guardaba un tesoro en cómics de La Zorra y El Cuervo, entre otros muchos.
Y recuerdo también, que fue subido de tu mano una madrugada a lo más alto de la Casa, donde aprendí a apreciar la belleza de un amanecer sobre el interminable horizonte marítimo.
Reitero que, como muchos olores, sabores, sonidos y demás experiencias sensoriales, mediante las que rememoras episodios vividos y hasta entonces olvidados, leerte ha destapado una olla en ebullición, pletórica de preciosos recuerdos con sus particulares aromas.
Te juro que dos historias más como ésta y mando a por viento fresco al psicoanalista.
Un abrazo.
Pancho el chico.
Enrique el de Purita -
Gracias a que el tiempo va limando las aristas de los recuerdos más indinos, si no...
Lo bueno tiende a conservarse y lo ruin se tapa bajo capas y capas de "yoyanomeacurdo".
Un abrazo Maria Luisa, ya veremos tu ÁRBOL GENEALÓGICO dando frutos. Besos.
Mª Luisa Quintana Hdez -
De Rejonia, Enrique -
La única pena es que no podemos "pagar" a nuestros padres y parentela todos aquellos sacrificios; en el presente nos toca a nosotros devolverlo a través de hijos, sobrinos,
nietos...
Un abrazo grandísimo que te englobe a ti junto a tu tribu cariñosa.
Hermano -
Los recuerdos y flecos anexos que los demás aportan al relato matriz Enrique-cen con temas transversales la idea primera y espontánea de uno de los autores; los co-autores lo van con-formando, de eso se trata (creo y espero yo).
Memorias tantas desde la escandalera aldeana de verbenas y otras bambollas aledañas.
Enrique -
Es para mí emocionante volver a San José porque ello implica el repaso de una serie de vivencias que me enseñaron y ayudaron a madurar (todavía estoy esa tarea).
Un beso grande para ti, Gloria.
Fabiola Garcia Valencia -
Valencia , Enrique -
Yo solía, para divertirme y explorar, cuando llegaba a la Portadilla, subir por allí y luego (como en un juego del "Laberinto" de los Juegos Reunidos), ir atravesando, subiendo, rondando y/o bajando -al albur-, hasta que llegaba a los vericuetos aledaños de mi zona: Compás, Cometa, Campana, Centella...
El paso desde nuestras empolvadas e indinas calles, en aquellos años de la iniciada decáda de los sesenta, a las urbanizadas y empedradas del Moñigal era -cuando menos atractivo y atrayente para un vilano-sasnícalo como yo (tan proclive azancajiar y a noveleriar
a troche y moche.
Otro de los aspectos que me atractivos de aquel lugar era, además del urbanizado, el chute de olores distintos a los que yo estaba acostumbrado en La Aldea de mis entretelas anteriores.
En fin..., Pepe Valencia, todavía me dura el interés por las pequeñas cosas, sigo vivo, vivaz, vivaracho y... vivificante; por muchos años (se lo pido a san Nicolás y a san José)y... que usted lo vea.
Bajamín -
Este trabajo tuyo me ha destapados muchas cosas que estaban tapadas bajo losas de prisa y estrés.
Un abarazo y recuerdos de toda la tribu.
Gloria Bertrana -
Debe ser emocionante pasear por las calles de tu viejo barrio y dejar que fluyan tus recuerdos de antaño.
Antes de que mis padres pudieran costearse una vivienda propia, residíamos con mis abuelos en la calle Constantino y cuando paso por allí, me pasa un poco lo que a ti y recuerdo no sólo las vivencias propias sino también las anécdotas vividas por la familia antes de que yo naciera y que me contaba mi abuelo.
Creo que somos afortunados de guardar tan gratos recuerdos de nuestra infancia y juventud.
No le ocurre a todo el mundo.
Un achuchoncito, Enrique.
Saavedra Molina, Enrique -
El San José que tú conociste y que yo viví está también desconocido, pero en este caso,para bien.
Todo está remozado, a años luz del atraso tercermundista de los sesenta.
Se ha ganado mucho y se ha perdido un poquito del alma risquera de aquel Moñigal de mis entretelas y de mis entre años juveniles. En conjunto todos hemos salido ganando, hasta Casa está irreconocible, repumpulida y vistosa.
Un abrazo GRANDE ,Pepe.
Enrique -
Cada vez que vuelvo a San José lo hago con la ilusión renovada y con la misma jiribilla que siempre me produce el reencuentro.
Un abrazo, Juani, nos veremos en septiembre -Dios mediante-.
Enrique -
Mis abuelos tenían casa en Menceyes número tres, con cabra, palomas y gallinas en la azotea.
Todo va cambiando, se atesora lo que dejó alguna impronta importante.
Memorias tantas, un abrazo.
Enrique el de Huerto -
La estampa ahora, desde esta nuestra distancia de yogur Danone, es de lo más "tipikal" risquera.
Un abrazo, Manuel.
Cubano Enrique -
Casi siempre voy a las primeras horas de la tarde y en esos momentos no hay mucho movimiento por el lugar, así me da más tiempo para hacer lo que allí me llevó: permanecer un ratito con Casa.
Un beso Marthita.
Pepe Valencia. -
José Saavedra Molina -
Otra vez más Enrique, nos en-riqueces a todos con tu extraordinaria habilidad para expresar vivencias, lugares y recuerdos. Dichoso tú. Sin embargo yo no he podido reconocer, justo este pasado sábado, día 3, uno de los lugares más entrañables de mi niñez, un sitio en la costa de Gáldar a la que solía ir con mis padres, hermana, primos y vecinos a comernos un sancocho a la orilla de la playa. Está todo desconocido. Las edificaciones ilegales que allí se han constrído, han borrado todas las huellas de aquellos días tan inolvidables que pasábamos todos retozando por aquellos andurriales, bañándonos en aquellas transparentes y frescas aguas, después de haber bajado, entre todos, por una empinada y rústica escalera, para acabar en un covacho dónde, con varios teniques, y la madera que íbamos recorriendo por el camino, mi madre y Juanita, nuestra vecina, con todo el amor del mundo ponían al fuego las papas, la batata, habichuelas y calabaza, para luego añadirles el pescado, que llevávamos desalado para, después, compartirlo y comerlo, una jurria de gente, (mis vecinos eran una familia muy numerosa), en amor y compaña. La mencionada cueva está ahora totalmente cubierta por una red y ya casi no queda ni rastro del esplendor que tenía aquel lugar. Ahora se vierten a sus, otrora, limpísimas aguas, las residuales de unas horribles edificaciones, como ya te dije antes, ilegalmente construídas. Esa es la contribución que, por avaricia, ignorancia o vete tú a saber, qué insanos motivos, vamos a dejar a los que vienen detrás de nosotros.
Menos mal que tú, al menos, nos deleitas a todos con recuerdos y vivencias mucho más lindas y positivas que la "desilusión" con la que regresé a mi casa, después de muchísimos años de no haber vuelto a esa, para mí, al menos en mis recuerdos, íntimo y entrañable lugar de mi infancia.
Un abrazo y, como casi siempre te digo, nunca las mañas pierdas.
Juani -
La alegre caminata entre casas y calles conocidas tiene que ser una gozada para ti.
Nos vemos un dia de estos que vengas.
Paco Reyes -
Nos gustó muy mucho el relato y la forma como lo vives. Un abrazo.
Manuel el del huerto -
Describes, como siempre, estupendamente el barrio con sus gentes, animales y costumbres.
Debe de ser el tiempo que hace que nacimos, que yo también, hace apenas unas semanas, realicé una excursión nostálgica-sentimental en mi Telde natal.
Recuerdo la casa terrera de mi abuelo, con su palomar en la azotea, donde de cuando en cuando caía algún que otro pichón para hacer un caldito. La venta de leche por las calles con las cabras arrastrando las ubres casi por el suelo. Los aguadores que llevaban en dos latas grandes colgadas en el extremo de un palo (no es el nombre correcto pero no me sale otro). En fin, que los que tenemos algunos años tenemos recuerdos a mogollón.
Y en mi encanecida alma (como la tuya) permanecen aquellos gratos momentos porque los malos se han borrado.
Un abrazo Manuel
Martha -
Atrás y dentro quedan los momentos vividos, que nos ayudan a echar p´alante. Gracias por compartirlos.
Enrique García Valencia -
Memorias tantas desde una Aldea en fiestas tolentinas y charqueras.