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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

CAMINO DE GUGUY

CAMINO DE GUGUY

La realidad de la vida es demasiado prosaica, por eso nunca  nos podemos resistir a la innata tentación de adornarla convenientemente con nuestra poética y reparadora imaginación.

 

                                CAMINO   DE   GUGUY

 

ENRIQUE-TINDA

Olores de altabaca fresca, hinojeras, melosillas agitadas o trilladas por los cascos del burro, y aromas de incienso gallina mezclados con las mil yerbas de la vereda que un vientillo mañanero y revoltoso esparcía alrededor de Tinda, no hacían sino adobar a través de su nariz el pavor producido por la muy privilegiada posición  que ostentaba escarranchada sobre la bestia que la elevaba del suelo y la conducía hacia la degollada oscilando de un lado a otro de la senda con un bamboleo impreciso e incómodo para sus posaderas y estabilidad.

El aire, además de perfumes, transmitía así mismo un tufillo posterior a cagajones frescos y, hacia adelante, urgencias por llegar antes de que el Rubio asomara por la Cumbre, para así comenzar bien con el vasto programa de trabajos por hacer que la tía María iba desgranando en un pobre intento por distraer la inseguridad de la muchacha mientras le hablaba al borrico, el cual, con sus pasos apresurados y nerviosos, ponía la urgencia necesaria para remontar los zigzagueantes repechos que comenzaban en Cormeja y que, para  desaliento de la joven amazona, no acababan de coronar todavía a pesar de los tirones de jáquima y las palabras apremiantes de los otros dos componentes del cuarteto viajero: sus abuelos Francisco y Benigna.

Todos recordaban  por enésima vez la anécdota de una jornada anterior —los tres que iban andando se reían—  cuando el diablo de asno que tenían, en un traslado desde el Molino de Agua y transitando por el mismo sendero, a la altura del Tarajalillo se embaló a correr desbocado y sin tino, obligando a Tinda a aferrarse con todas sus fuerzas a la albarda mientras que miraba desesperada un lugar libre de piedras donde dejarse caer, cosa que al final consiguió no sin llevarse en el intento más de tres raspones o cuatro, y alguna que otra matadura de postre.

El jumento,  en su desgobierno, desapareció del mapa y tuvieron que retroceder a buscarlo camino abajo hacia el barranquillo de las Panchas y hasta la tienda de Nélida, lugar donde lo solían llevar a hacer la compra de avituallamiento estacional; no supieron si su arrebato fue por eludir el proceloso y rampante trayecto, por haber olido los efluvios sexuales de alguna compañera en celo o... porque su ruindad se manifestaba así de forma intermitente y ya le tocaba hacer una de las suyas tan habituales como imprevistas.

Esa barrabasada, y otras similares, le hizo a la pobre protagonista de esta historia, como la vez que, al pasar cerca de él cuando estaba comiendo, le dijo  gritando: “¡Come, jambriento!” y, como si la entendiera y se hubiese molestado, la emprendió con ella a empujones, resoplidos y patadas hasta que la tiró al suelo mordiéndola en una nalga.

La chabascada le produjo a la joven una fea herida que su madre tenía que curar con una jeringa de agua oxigenada que introducía en orificios con entrada y salida que le había dejado la irregular dentellada del bruto aquel.

Con las risas del trío y la sonrisa de circunstancias de la menor culminaron la degollada y, entre suspiros de alivio, resoplidos del animal, el friíllo cortante de la altura y caras de satisfacción, enfilaron el pequeño tramo horizontal que precede a la bajada, la cual los conduciría a su destino final de aquel día: Guguy.

 

T I N D A

Cuando fui más grande, todos los años llevábamos las vacas y los cochinos y nos pasábamos los veranos yendo y viniendo; allá estábamos bien con mi abuela, poníamos a pasar tunos e higos , y recuerdo que hacíamos potajes de berros que salían muy buenos.

También venían los pescadores con cestas de pescado y los de Guguy les pagaban  llenándolas con frutas y verduras del lugar.

Mis abuelos jareaban el pescado y lo ponían a secar, después lo asábamos y amasábamos  gofio con higos maduritos, ¡qué rico era!

Algunas veces íbamos con las muchachas a bailar al Llano de la Mar, donde vivía la familia de Antoñito Marrero, los bailes eran de cuerdas y la costumbre era tocar el caracol para avisarnos los unos a los otros cuando hubiera algo fuera de lo normal (cuando aparecía alguien por el camino, al llegar el barquillo, si había un accidente...), disfrutábamos mucho y cuando nos parecía que habíamos bailado bastante nos veníamos para las casas.

Había en la zona un señor que le apodaban Pelillo (mis palabras no lo ofendan)y, cuando acertábamos a ver que asomaba de lejos, nos avisábamos usando el caracol y diciendo pelú en voz alta y, cuando llegaba cerca nos estábamos calladas y él no sabía ni nadie decía quién fue.

También lavábamos en los charcos porque siempre había agua corriendo, nos bañábamos en el tanque y nos aseábamos.

Las camas se hacían de caña y luego una colchoneta de paja encima; para comer tendíamos una estera de palma en el suelo y por las noches, después de cenar, nos poníamos mis abuelos y todas nosotras a hacer cuentos, a decir chascarrillos y a reírnos con las adivinanzas, acabábamos rezando y yéndonos a dormir.

Recuerdo que, a veces, teníamos ganas de comer algo fresco a media noche y nos levantábamos a comer tunos fresquitos, pues siempre teníamos una cesta bien dispuesta de los más dulcitos.

Un año me dieron las fiebres palúdicas y me daban leche de vaca con azufre y se me acabaron quitando.

Antes vivían muchas familias en Guguy, estaba la familia de Cristóbal Quintana en la Media Luna, mi tío Juan y los suyos en las Barrerillas, Santiago el Pintao y mis abuelos vivían en las casas de la Huerta, también estaba Juanita Segura y familia y nos quedábamos en la misma casa, que era de piedra y barro, con un patio y una pequeña cocina; los retretes eran las tuneras o los barranquillos.  Jugábamos debajo del moral y nos hinchábamos a comer moras, también teníamos un perro que era muy inteligente, se llamaba Ítele e iba y venía con nosotros en cada viaje, lloré mucho cuando se nos murió.

Cogíamos manojos de cañas y las acarreábamos hasta la playa para que los barquillos las trajeran para La Aldea porque allí costaban caras y no se conseguían o no había dinero para comprarlas.

Se hacían cuentos del Cuervo Zamora y yo tenía mucho miedo porque hablaban de que si se oía su cantar se podía morir una persona o le podía pasar algo; si alguien moría lo tenían que traer con palos, en unas angarillas por todo el trayecto; yo rezaba para que a mis abuelitos, que eran mayores, no les pasara eso de morirse y llevarlos de esa manera; gracias a Dios murieron ya mayores en su casita del Molino de Agua. Tenía en mi cabeza siempre la vez que murió un señor y lo vistieron hasta con los zapatos nuevos, ese trabajo lo hizo la madre de Amadeo, al final, antes de echarlo en la caja y llevarlo al cementerio le quitaron los zapatos nuevos porque servirían para otra persona.

En la zona donde dicen Las Lajas  vivía una familia compuesta por José, Elena y sus cuatro hijos, más abajo en Zamora estaba una familia de Agaete que le decían los Trujillo, y otro rancho que era el de Jacintita, la madre de Encarna, que les apodaban las Seguirillas; en el Llano de la Mar ya dije que estaban  Marrero y los suyos. En Guguy Chico estaba José Valencia Ojeda y alguno de sus hijos, Sildana, Beba, Serapio o algún otro.

Mis abuelos tenían dos cadenas y plantaban millo, batatas, judías, algún tomatero, chícharos, verduras..., y teníamos los manantiales para coger ñames y berros, también aprovechábamos todo lo de los animales y hacíamos queso y tabefe guisando  el suero sobrante con algunos tumbitos sueltos.

Se pasaban muchos trabajos y peligros para poder sacarle algo a las tierras y al medio ganaíllo que teníamos en los corrales o comiendo libres por los alrededores. Había mucha fruta: peras, manzanas, farrogas, higos de cuatro clases, moras, duraznos, almendras...

Un día íbamos para Guguy Luisa la del Convento y una servidora y, al pasar por un atajo, yo resbalé y estuve a punto de caerme por una fuga,  gracias a que Luisa me agarró por lo que llevaba a la cabeza porque si no... me hubiera desriscado y no estaría contándolo para ustedes.

 

TINDA-ENRIQUE

Estábamos al final del verano, a las puertas del otoño y de la nueva zafra que, junto con las fiestas de San Nicolás, marcan nuestros tiempos; el jolgorio del Charco había terminado y todo volvía a sus cauces normales, sólo el calor persistía agarrado al rabo de  la pasada canícula haciendo que las noches fueran sofocantes y de interminables vuelta en la cama.

Aquel día desperté sobresaltada y con el corazón en un puño latiendo mucho más deprisa que lo normal: había tenido una pesadilla de las que te dejan una vívida marca, un claro recuerdo de lo sucedido.

Soñé que permanecíamos en Guguy, y yo, por alguna razón inexplicable, deambulaba alrededor de los cuartos en una noche cerrada con algo de luna, quería entrar pero no podía empujar la puerta y no quería gritar ni alarmar a los demás. Surgían ruidos nocturnos por todas partes y las sombras, más que amenazantes, parecían querer secuestrarme...

Casi al final, antes de quedarme sentada en la cama, oí y sentí la presencia del Cuervo Zamora acercándose con sus lúgubres graznidos, aleteando muy cerca del lugar donde yo permanecía anclada al suelo y a mi sueño; “Alguien va a morir”, pensé dentro de la turbadora pesadilla y, entonces, abrí los ojos de par en par sin rastro alguno de pereza en ellos, consciente e inusualmente alerta para lo dormilona que yo era.

Al momento, casi inmediatamente, con la poca claridad lunar que entraba por el postigo alumbrando mi sobresalto, me vi en la tan familiar casa del Molino de Agua; allí estaba yo sudorosa y con la boca seca, el pecho lo tenía tan agitado como temblón tenía todo el cuerpo.

En zagalejo como estaba y sin hacer ruido para no despertar a mis abuelos, me levanté a beber agua de la pila que presidía el tallero del patio, desde allí, jarro en mano, contemplé extasiada que nada se movía en aquel decorado siempre en acción de una manera u otra, noté que no estaban  tampoco los ruidos habituales del entorno, ni siquiera en los alrededores de Montaña de la Cueva del Mediodía ni en el barranco que nos separa de Los Cercadillos y Castañeta.

Sólo una calma inquietante se extendía montada en el friíllo de una madrugada soñolienta que comenzaba a desperezarse lentamente de su letargo nocturno.

Ese mismo día por la mañana descubrimos a nuestro envejecido animal muerto en el alpende de piedra seca que teníamos al canto abajo del llano.

El momento de desconcierto surgido en mí, al verlo allí tirado de una manera inusual, se mezcló con lo inverosímil de mi pesadilla,  con  la realidad del burro ya tieso y con  el episodio del señor que murió en  Guguy  y fue amortajado con los únicos zapatos nuevos que el infeliz tenía.

 

El protagonista de tantos sustos míos —ya no le hacíamos trabajar porque era mayor y nos daba pena—, había estirado la pata con el hocico apoyado casi a ras de tierra,  sobre el viejo pasto de su cama y entreabierto en una especie de mueca, a modo de media  sonrisa, tal como  si hubiera estado soñando con los viajes estivales a Guguy o, quizá —a buen seguro que sí—, fantaseando en su pollina mente con la completa erradicación, por parte del dios de los asnos, de todas las rejodínganas moscas que en el mundo existían y, sobre todo, con la especial exterminación, cruenta y vengativa, de la totalidad de aquellas que en los últimos tiempos lo habían martirizado tanto cebándose en las mataduras de sus ajadas patas, lomo y debilitados corvejones.

 

 

 

 

Tinda Rodríguez Ojeda  y  Enrique García Valencia

 

Este artículo fue terminado, contrastado y corregido en el verano  de  2012, 

La Aldea  de San Nicolás, Gran Canaria, Islas Canarias

39 comentarios

Enrique -

Los Cedros es como un medio Guguy pero hacia las alturas; sí tenemos que repetir cuando los tiempos mejoren y los higos estén pintando.

La enraladera de subir a la montaña más bonita de La Aldea no tiene parangón, si acaso... algún embullo tipo Verilillo-majo, ganando YO y con un fleje cervezas Heineken de por medio para el ganador (valga la redundancia).

Memorias tantas, Suso.

Suso valencia -

Enrique a ver cuando repetimos lo de Los Cedros .Buenos no ,buenísimos recuerdos guardó de ese dia.Esperemos al próximo verano en la época de los higos.,y tómatelo po obra.Ah se me olvidaba ......Lo bonito que es un enralo!!!!!!

Enrique Valencia -

Manuel, tenemos que ir a Guguy un día de estos y, si quieres, haremos el camino que hacía Tinda montada en su burro, y pasaremos por los lugares que en relato se nombran intentando rememorar los lances del escrito.

Por el trayecto podría ir relatándote historias del Cuervo Zamora e identificando las plantas del borde de las veredas: altabaca (no albahaca), tomillo salvaje, incienso moruno, balos, cerrillos, gamonas, cañaleja...


Un abrazo fuerte para el guardián de las esencias didácticas del Huerto Escolar: Manolo

Manuel el del huerto -

Querido amigo Enrique!
Te confesaré una cosa. No había ido a Guguy, hasta hoy, en que leyendo tu relato me transporté hasta allí.
Tienes el arte de lograr que, como en esas historias guapas, me meta en ellas, sufra con los protagonistas (Tinda), vea lo que ven ellos, huela esas yerbas del camino…
Me encantó viajar en el tiempo y disfrutar de las experiencias de nuestros mayores.
También recuerdo las historias de mis abuelos teldenses, cuando cargaban las bestias (como decía Gloria) hasta el tope de catrevientos, ropas, calderos, etc… para llevarlos a la playa de Salinetas para pasar el verano.
Me alegra saber que sigues bien y con ganas de seguir escribiendo.
Un abrazo fuerte desde Tamaraceite.
Manuel

Enrique el de Demetria -

Pepito el de Lucila, gracias por tus comentarios favorables, le traspasaré a Tinda la parte proporcional que le toca; ella está todavía tan vital que nada ,a su estilo, en la zona del muelle durante más de media hora, no falla ni un sólo día.
Seguro que el entrenamiento de su juventud en Guguy le potenció ese aguante que todavía tiene, y eso vendría a ser la parte positiva de todos aquellos trabajitos del pasado.

No creo que perdamos las mañas de seguir relatando cosas si siguen animándonos como ustedes lo hacen; gracias en su nombre y en el mío

Jose Ramón. -

Mi amigo enrique,me puse a leer este relato,y mi mente se evadió de mi cuerpo,y casi vi una película. me gusto montones.
los trabajitos que pasaban,las personas,para sobrevivir.
Muchas gracias,a ti por escribir y a Tinda por contarlo.
No pierdan la maña mis niños.de nuevo gracias.

Enrique -

Teresita, no hace falta que te manifieste mis sentimientos hacia todos ustedes y en especial para con "Otavio", como decia mi tía Josefa.
Por mil palabras que te escribiera no podía transmitir la pena que siento, ya nos veremos cuando se serene algo el dolor que ahora sienten y que yo por empatía y proximidad afectiva comparto.

Un abrazo, Teresita. ¡Ánimo!

Teresita -

Hola otra vez Enrique solo te escribo para decirte que mi padre lo enterramos ayer despues de un dia y medio de sufrimiento, por si no lo sabias.Otro seguidilla mas porque desde que llego al a familia trabajo en la familia que lo acogio de todo corazón y lo quisieron hasta el final. Besitos

Enrique el de Demetria -

Jesús Melián, querido amigo, mientras escribía, corregía y releía el relato, a mí también se me ponía un nudo en la gaganta por que las situaciones que vivió Tinda son extrapolables a las vivencias de nuestros propios padres y me acordaba de mi matriarcado familiar sacrificándose por todos nosotros.

Hay una frase en concreto que me llenaba de ternura hacia la relatora y hacía que se me humedecieran los ojos, dice más o menos así: "Yo rezaba para que eso de morirse y tener que llevarlos con palos no les pasara a mis pobres abuelitos que ya eran mayores. Gracias a Dios no murieron en Guguy sino en su casita del Molino de Agua".

La historia, aunque la escribí yo, al releerla me vuelve a sorprender en ciertos aspectos (por asociación) y me vuelve a arrancar una sonrisa por los momentos de complicidad que mantuve con el burro (el cual usamos para que fuera el vehículo que transportara el relato), con Benigna y con el proceso de articular entrambos los apuntes de la narradora.

Un abrazo, Suso.

Enrique -

Querido Francisco "Papito", aldeano hasta la médula-medular, tú sabes el cariño que siente cada cual por su terruño.
La señora del relato me contó muchísimas más peripecias de las que un pequeño relato puede albelgar, tuvimos que cribar y dejar para posteriores colaboraciones otros aspectos de su interesante vida.

Todas las familias, tú mismo en Colombia, han tenido que pasarlas canutas cuando no había más remedio que apencar y tirar pa'lante.

Un abrazo y memorias tantas para tu familia.

Jesús Melián -

Otra vez más,aún sin haber conocido al jumento,me has dado de lleno.Casi acabando de leérselo a mi madre,con la sonrisa del burro a ras del suelo,las lágrimas no me dejaron acabarlo ni la emoción tampoco.De todas maneras se lo he dado impreso para que los lea cuando ella quiera.
Decir que tus relatos nos reunen y siempre que tenga la ocasión de leerlos por tí a los que no tienen acceso a ellos,me hace sentirme cómplice.
Saludos y enhorabuena otra vez.Memorias desde El Convento...

Francisco Reyes -

Aldeano un saludito, hace tiempo que no entraba en el blog y ahora leo esta historia tan bonita.
Me gusta mucho la forma en que la cuentas con las tres partes parecidas pero diferentes, esa señora debe tener muchas ganas de recordar aquellos lejanos tiempos con sus trabajos y alegres anecdotas.
Pasa como nos contaban nuestras abuelas lo que tuvieron que hacer para sacar sus familias adelante.

Saludos de todos, en especial de Nayala, un abrazo.

Enrique -

Luci, gracias por tus ánimos, sé que seguiré haciendo cosillas de narrativa (siempre Dios mediante) porque no me faltan los alientos y empujoncitos como los tuyos y los de otras personas de mi entorno.

Los caminos del Guguy de nuestro cuento-historia son múltiples, ya lo mencioné en otro comentario, hay "guguys" en cada unos de nustros munucipios insulares y caminos que conducían a ellos en los años difíciles, no para pasar el tiempo, sino para extraer de esos lugares cachitos de ayudas vitales y de supervivencia.

Un beso, Luci, nos veremos un día de estos.

Enrique Seguirilla de Corazón -

Teresita, los trajines de Guguy o de Vigaroe esran similares, había que ir a "veranear" y a hacer acopio de productos de la tierra o de los animales para luego poder avanzar algo más desahogados en el invierno.

Los trajines de las Seguirillas son siempre recordados por nosotros ya que les oíamos contar, una y otra vez, esas peripecias a las tuyas.
Un beso Teresita; cuando vaya a Rejonia quizá te vea Naval alante con tu paso ligero (que de familia te viene).

Luci Delgado -

Muy bonito tu relato Enrique, la descripción del principio me hace recordar muchas cosas y parajes similares al que te refieres en la historia.
Casi que yo también fui en ese viaje mirando de reojo al burro y sintiendo el cansancio, el frio, los olores y el contento por llegar y descansar en esas camas improvisadas de cañas y colchonetas.
Sigue poniendo en Artevirgo esas cosa tan bonitas que haces y que sabes que nos gustan tanto.
Un beso desde este fin de semana de descanso que ya disfruto.

Teresita -

Como dicen por ahí ya estas tardando en publicar un libro.Primero que nada un saludo grandote.Yo de Gugui solo sé lo que me cuentan y creo en ello en los trabajos que pasaron mi madre y mis tias con las almendras y carga como burras, aunque nosotros tambien teniamos la nuestra,les tocó cargar los sacos de almendra de gugui y vigaroe.Gracias mil por volverme a mi pasado que del que me siento muy orgullosa.

Enrique -

Olga, como decía al principio, la realidad de la vida en demasiado prosaica... y esta vez, aunque el relato ya llevaba su buena dosis de humor en el interior, le dimos algo de barniz exterior para dejar un regustito agradable que nos indujera al releo y a la media sonrisa, ésa fue al menos nuestra intención, por la parte que me corresponde, me alegraría bastante haberlo logrado en un tanto por ciento alto.

Un beso y abrazos GRANDES también para ti, Olga.

Enrique -

En Rejonia, Benjamín, hay también leyendas urbanas, ésta es leyenda rural con todos sus componentes y atavismos.

El Cuervo Zamora (lugar cercano a Guguy) era tan real para la población de entonces que nadie osaba dudar de la veracidad de los relatos propagados por los experimentados corredores de bulos.
Era como la Luz de Mafasca, pero en aldeano.

Un abrazo GRANDÍSIMO para tí y para tu tribu femenina.

Enrique -

Juan Antonio, querido amigo, YO y mis carnes conocimos al burro de José Álamo, el abuelo de mi primo Octavio Álamo García se lo prestó a mis tías, allá por el final de los cincuenta, para trillar avena que habían sembrado en La Hoya.
La devolución de ese burro en concreto me fue adjudicada después de la tarea, y yo montando a pelo lo llevé(o él a mí) calle abajo hasta la altura de la Bodega, allí comenzó a correr y no paró hasta que llegando a su callejón me botó al suelo y desapareció por el portante que estaba al lado de la casa y que daba a su establo.

El burro de Tinda hizo muchas más de las que contamos, sólo pusimos dos anecdotas para no "desencajar" mucho la historia ni escorarla hacia él, la protagonista principal era Tinda.

La crónica estuvo salpicada por muchas historias cruzadas que ella me relataba, a veces entre risas y a veces con los ojos húmedos de emoción.

Un saludo, un abrazo, Juan Antonio.

Olga -

Muy bonita tu historia del camino de Guguy. Me la he leido dos veces y siempre acabo con una sonrisa en la boca por como tratas de hacer agradable toda esa pequeñas aventuras de los años pasados con la gente teniendo que buscarse la vida en cualquier lugar donde estuviera.
Un beso GRANDE como tu dices y saludos de Olga.

Bejamín -

Querido amigo, como siempre nos sorprendes con tus relatos aldeanos, de tu tierrita como dices. Cuando nos reunimos después de tu aviso de novedades en Artevirgo nos ponemos a intentar descubrir trozos de tus relatos de coversaciones anteriores.
Ya nos contaste lo del famoso cuervo que metia miedo a media Aldea y ahora aparece aquí para asustar a la señora del relato.
Me gusta mucho el final con la buena muerte del burro con una sonrisa incluida.
Una barazo de amigo, recuerdos de mi tribu y a ver cuando te dejas caer por el ciber.

Juan Antonio Quintana -

Amigo Enrique, una vez más nos deleitas con un cuento lleno de anécdotas, de recuerdos imborrables, de sensaciones y emociones que nos hacen revivir otras experiencias vividas en nuestra niñez y juventud.

La historia y andanzas del burro de este cuento me recuerda al de José Álamo. Seguro que se podría escribir mucho sobre él si hubiere alguien que recopilara historias y anécdotas sobre el mismo. Creo que una vez relaté de cuando mi padre le pidió prestado el burro para que mi primo Antonio y yo lleváramos un saco de millo al motor del gofio de los Rodríguez, a mediados de los cincuenta.
Gracias a Tinda y a ti por tan estupendo regalo que nos ha llegado al alma.
Un abrazo.
Juan Antonio el de Purita

Enrique -

María Luisa, he ido y venido de Guguy decenas de veces a lo largo de mi vida; pero, este último CAMINO me ha dado tantas satisfacciones mientras lo elaborábamos que no quería llegar del todo al tramo final y me recreaba por sus senderos y vericuetos de prosa satisfactoria para mí.

Gracias por "conectar" como una caminante más, a la cual digo que SÍ hay camino: el camino trillado de LA COMPLICIDAD, un beso y memorias tantas.

Enrique el de Luis, el de Panchito el del Sindicato -

Siso, muchas gracias por poner con más altura y valoración esta prosa que nos ha salido esta vez manejando las memorias de Tinda.

Los recursos usados me los aluzó la casualidad, el trabajo de campo con Benigna y la revisión constante del texto (no creo en las musas, aunque... hay días mejores que otros).
A mí también me gusta el resultado final, la estructura, el toque de humor y la crónica del pasado según la óptica de Tinda.

Hay trabajos más afortunados que otros, éste gozó desde el principio de la buena estrella y el buen ánimo de la protagonista; en Guguy, en el camino, ida y vuelta, y en su final aldeano, nos esperaba siempre un apoyo descriptivo de usos, costumbres, anecdotas, paisajes... que Enriquecían por sí solos la tarea programada.

Gracias tantas, salud y saludos, Siso.

Enrique García Valencia -

Gloria, querida amiga, los trajines de tu antepasado llevando una reata de bestias hacia las cumbres grancanarias tiene un componente diferenciador con respecto a los avatares de los que acudían a Guguy; los afanes de tu antecesor estaban más motivados por aquello de que "tiran más dos... que diez burros y sus carretas", los de La Aldea (más necesitados de sustento) debían arrear sus bestías hacia el lugar de los pastos de verano al grito de "¡Avante, que el hambre aprieta!".

Cooperar con Tinda fue una gozada, al principio se nos atascó la historia, parecía no tener mucho materia, pero... se nos cruzó un burro en una de aquellas tardes de conversadas y, ni cortos ni perezosos, lo usamos para transportar el relato a su lomo y descargarnos nosotros.
Desde ese momento la cosa fue sobre ruedas (o patas de asno), el Cid Campeador ganó una batalla después de muerto, el BURRO de Tinda ganó y nos hizo ganar la nuestra mucho después de su fallecimiento.

Un beso muy grande para ti, Gloria de Artenara, por tu bonito comentario complementador, por vecina barranco arriba y... porque SÍ. Memorias tantas.

Mª Luisa Quintana Hdez -

Muchas gracias por esta prosa tan descriptiva. La sensación que tengo es que yo através de tu bello relato parace que estoy también realizando ese maravilloso viaje a Guguy.Un saludo para tí y para tu madre.Espero con muchísima ilusión que pronto te decidad a publicar un extraordinario libro con los relatos que publicas.

Tandem Tinda-Enrique -

Juani, muchas gracias de parte de Tinda, las mías ya sabes...
Me alegra muchísimo seguir en contacto contigo, también comprobar que te agradan estas cosillas que van surgiendo.

Acuerdáte que en Ayagaures había, a la orilla del barranquillo, un caja de muertos, y que permaneció allí hasta bien entrada la década de los setenta (lo hemos comentado), no se usaba para los menesteres funerarios pero fue respetada por la gente hasta esos años que te digo.

Un abrazo aldeano con aires de Guguy para ti.

Enrique García Valencia -

Querido Pepe Valencia, aquella vida plagada de penurias fue también compartida por los nuestros, en especial por los que su economía no llegaba para llenar los platos de manera conveniente y satisfactoria

Tus padres, Félix y María, tus abuelos, los míos y todos los padres-madres de nuestra generación tuvieron que hacer sus particulares "viajes a Guguy" para poder tirar pa'lante con sus respectivas familias.

El relato de Tinda fue especialmente "embellecido" con la intención de hacerlo más ameno y porque el estilo de contar su historia (con su alegre ánimo, aunque enunerara penas) no dejaba otra opción, había que plasmarla tal y como salió.

Un abrazo GRANDE para todos y un beso para ese Félix que las atrapa al vuelo desde sus lógicas limitaciones. Salud.

Siso -

Esta prosa Enrique tiene más altura en todo. Extraordinario inicio el de camino subida de la Cañadas de las Vacas de mil olores y sensaciones. Interesante el tratamiento de los tres espacios-tiempos del cuento memoria de Tinda. Memoria que para ella debe ser los mejores años de su vida por lo de ser niña pero años de muchas rachas aquellos de la Posguerra que por lo del hambre iban tanta familias allá atrás a matar las ganas con las frutas que daba el valle y enfermedades también, como las fiebres palúdicas (los mosquitos y los charcos) que contrajeron tanta gente que ella cuenta y que ella misma las tuvo y que no la curó la novedosa quinina sino el remedio casero bueno... mas bien fue las defensas del cuerpo.
Hoy estamos mejor, claro que sí pero no somos niños ni niñas, somos pasado, algo de presente y poco de futuro.
Volviendo al relato: mil felicitaciones al "tamdem" del recuerdo (Tinta) y de la pluma (Enrique).

Gloria Bertrana -

Bonita historia, querido Enrique. Voy haciendo el viaje junto a Tinda a medida que leo el relato, como cuando disfruto de un buen libro.
Las anécdotas del burro me han encantado y es cierto que eran EL medio de transporte en esa época. Recuerdo que mi abuelo me contaba que cuando su padre decidió quedarse en la isla a vivir (era de Barcelona, vino a visitar a su hermano cura, se enamoró de una canaria y de nuestra cumbre y se quedó definitivamente en Artenara), llevaron todos los enseres necesarios para montar la casa-cueva con burros (ellos los llamaban “bestias”). Por supuesto no había carreteras, así que atravesaban los barrancos desde San Mateo hasta Artenara con veinte o veinticinco bestias cargadas hasta los topes. Y así una y otra vez hasta completar todos los bártulos indispensables. ¡Qué trabajito!
Recuerdos como este vienen a mi mente cuando te leo y…no sabes lo importante que es para mí.
Te quiero mucho, Henry, un achuchoncito grande.

Juani -

Por casualidad entré en el blog y me llevé la sorpresa de encontrar un nuevo trabajo tuyo. El burro del que hablan tuvo que ser de mucho cuidado por lo que parece. Muy bonito el relato de los trabajos, costumbres y personajes de Guguy, en muchas partes de las islas se enterraba a los muertos sin el ataud que solo se empleaba para llevarlos al cementerio.
Enhorabuena a la señora Tinda y a ti por este nuevo relato.
Un abrazo, nos vemos.

Pepe Valencia -

Enrique y Tinda: Sentado aquí en el cuarto al canto atrás de mi casa junto con el patriarca, mi padre, Félix Valencia, me puse a leer las andanzas de ustedes por Guguy. Al leer en voz alta, miro de reojo a mi acompañante y observo en su semblante como se le va iluminando y el brillo fuera de lo común que adquieren sus ojitos nonagenarios. Me sonríe con cierta picardía y complacencia haciendo gestos afirmativos a medida que voy avanzando en la lectura tan real y ajustada a la vida cotidiana del entorno y de los lugares que se citan con los personajes que frecuentaban por Guguy y sus senderos. Me basta observar su cara para deducir un cúmulo de recuerdos y sentimientos que lo embargan en estos momentos, pues aunque no entramos en conversación ahora por la dificultad de su edad, quedamos plenamente satisfechos por la supuesta complicidad ya que en multitud de ocasiones, tuve la satisfacción de escuchar de su propia experiencia relatos de sus andares por el mismo entorno y compartirlos con su familia los Valencias Ojedas que poseían lo que ustedes citan y el ganado de Vicente su padre ( mi abuelo el indiano). Magnífico relato que te agradecemos a tí y a Tinda y que compartimos familiarmente unidos por nuestros orígenes familiares. Es gratificante recordar la vida cotidiana de los nuestros plagada de sencillez y admiración por todo lo que les rodeaba. Nos queda su testimonio de lo vivido con plena satisfacción de pasar por esta vida disfrutando de nuestra tierra y amando a los suyos.

Enrique Saavedra y Valencia -

Querido Pepe Saavedra, si al menos por unos minutos el relato del TANDEM Tinda-Enrique te sirvió para distraer tu mente y hacerla descansar, ya con eso me siento contento.
Los avatares de la protagonista con su burro y las peripecias estacionales en Guguy son extrapolables a otras personas y situaciones de cualquier época; todos alcanzamos nuestra adecuada ración de agridulces amarguras.

Tinda tenía un perro, Ítele, que no tomó mucho protagonismo en la crónica porque el diablo burro se la quitó a coces y dentelladas; ella dice que lloró muchísimo cuando el perrito murió y que ya evitaba cogerle demasiado cariño a otros animales (con el pollino seguro que no tenía que esforzarse mucho).

Yo, al próximo perro que NO voy a tener... le pondré ÍTELE.

Un abrazo, Pepe, y... ¡Sursum corda!

Enrique el de Demetria -

¡Ay,Suso! Un enralo es muy bonito, ¿habrá algo más bonito que un enralo? (Dos o tres, diría uno que conozco).
Yo todavía no me atrevo con un pequeño tomo y tú estás ya con la trilogía, se nota que tu entusiasmo... es mayor que el mío.

Gracias tantas por leerme, ya hablaremos con un tapete verde por medio entre majo y majo.

Enrique García Valencia -

Fátima querida, el libro saldrá cuando yo coja algo de fundamento y no ande distrayendo mi tino por vericueos mentales parecidos a zigzagueantes tramos del camino a Guguy.
Espero que llegue pronto ese momento de sentar cabeza y posaderas detrás de un ordenador e, indudablemente, delante de un corrector de estilo y pruebas...

Besos para ti, memorias para todos los tuyos.

José Saavedra Molina -

Mi queridísimo amigo Enrique: Aquí estoy estrujándome "la sesera" tratando de encontrar las palabras adecuadas y que ya no te haya escrito en otras ocasiones. Pero hoy y por las razones que te comenté antes, cuando hablamos por teléfono, no me brotan. Estoy como embotado. Y, por supuesto, también sé que, por mucho que lo intente, (cosa que no pretendo), jamás conseguiría ese nivel de creatividad, soltura y buen hacer que tú tienes en la redacción de tus cuentos, aunque éstos sean basados en la realidad vivida por tí u otras personas. Eres genial. Y yo, como tantísimos otros de tus seguidores, te admiro, te respeto y te animo a que hagas una recopilación de todos tus escritos y, aunque no los publiques, pues que tus admiradores los podamos disfrutar y releer las veces que nos apetezca.
Y, después de este largo preámbulo, te comentaré que la historia común de Tinda y tuya, como siempre consigues, me ha hecho revivir situaciones parecidas. Me ha traído a la memoria a muchísimas personas y actividades que realizábamos en mi niñez y juventud, similares a las que narras en esta historia. Has conseguido que muchísimas imágenes de mi niñez hayan vuelto a recrearse y revivirse en mi memoria. Te estoy plenamente agradecido.
Y, como siempre sueles decir, te envío "memorias" y, por supuesto, deseo lo mejor para tí y todos los tuyos. Un abrazo.

Suso Valencia -

Enrique estas tardando en ponerte a escribir no un libro normal sino una trilogía.

fatima -

Para cuando libro????

Enrique García Valencia -

El burro, muy usado en aquellos tiempos de los años treinta y cuarenta como medio de transporte en nuestras tierras, ha servido en este caso (también) para reconducir los entrañables recuerdos de Tinda a través de los vericuetos de su memoria, usando mi diletante afición de "cuentacuentos" como ronzal o jáquima del vehículo narrativo, y su indesmayable entusiasmo de mujer experimentada en los avatares de la vida como guía del indómito animal literario que yo apenas podía dominar para ponerlo y mantenerlo en la senda correcta.

Espero que les guste esta nueva historia de Benigna Rodríguez Ojeda, un servidor y el pollino (yo alante para que él no se espante) contribuimos entrambos a Enrique-cerla de la mejor manera que sabíamos y podíamos.

Estoy seguro de que en cada región de nuestra geografía hay otros caminos y circunstancias vitales paracidas a las del Guguy de mediados del siglo pasado: Temisas, Fagagesto, Linagua, Juncalillo, Ayagaures...

Memorias tantas para todo el mundo y... ¡salud!