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ARTEVIRGO, desde La Aldea, miradas y voces

Francisco Suárez Moreno

UN LIBRO NUEVO SOBRE LOS OFICIOS Y LA VIDA EN NUESTROS MONTES Y PINARES

 

El Pinar lo tenemos ahí mismo, encima del valle de La Aldea, por donde nos sale el sol todas las mañanas y por donde, a la prima, la luna llena surge y juguetea entre los picachos y las viejas copas de los pinos de El Viso.

 

El Pinar ha estado siempre ligado a nuestra gente de antes. Me contó hace tiempo el nonagenario Juan Pablito Montesdeoca, que en paz descanse, en su finca de La Cruz de la Cañavera, alzando la vista hacia los primeros pinos que están sobre la Cueva del Mediodía, que el pinar daba mucha vida: “Los de abajo a la mar y los de arriba al pinar, es lo que decía la gente de antes”. Y él, como era de arriba, se lo conocía al dedillo, como también la gente de El Hoyo y de El Pinillo, muchas de las cuales, en los años del hambre, los de la posguerra, trabajaron allá arriba recogiendo pinocha, haciendo carbón, trayendo a escondidas algún timón, recolectando leña… muchas veces con el estómago vacío. En una ocasión me contaron que un joven de El Pinillo, que solía ir con el burro de su padre a buscar pinocha al Pinar, en tiempos del hambre, le dijo a su padre: “Pa, no hace falta subir con el burro, que yo puedo traer los haces de pinocha al hombro, y la ración de millo del animal me la como yo, porque estoy pasando mucha hambre”.

Todos esos cuentos del Pinar los acabo de recordar con el nuevo libro de José Navarro González, mi estimado amigo Pepe Cuevas, que se titula Los Oficios del Bosque, una visión antropológica del aprovechamiento forestal en Gran Canaria en la primera mitad del siglo XX y que acaba de publicar la FEDAC, organismo autónomo del Cabildo de Gran Canaria. No se podía esperar otra cosa tan interesante como ésta después de que hace unos años escribiera otro interesante trabajo etnológico como las Salinas tradicionales de Gran Canaria.

Pepe Cuevas también conoció a Juan Pablito Montesdeoca, quien le contó también tantas cosas del Pinar cuando investigaba este tema que acaba de publicar. Entre otras recuerdo que aquel día Juan Pablito no se acordaba, como tampoco ninguno de los más viejos de El Hoyo y Tocodomán, del uso de los tantos hornos de brea que dan nombre a la cima más alta de nuestro municipio: La Montaña de Los Hornos. Pero sí le habló del carboneo, de la recogida de leña y de los tantos trapicheos que, a escondidas de los guardas forestales, hacía la gente de aquí abajo para poder sobrevivir. Y así como lo hizo con Juan Pablito y otros tantos informantes de El Hoyo y del Pinillo, Pepe Cuevas lo repitió con decenas de informantes de otros municipios, a la vez que consultó las más variadas fuentes escritas. Todo condujo primero a una tesis doctoral con la máxima calificación y luego este libro de 432 páginas.

Les aconsejo su lectura por amena e instructiva por el buen estilo -Pepe escribe muy bien- y por los contenidos sobre oficios ya desaparecidos (carboneros, aserradores, resineros, timoneros, leñadores…) arquitecturas en desuso (hoyas carbonera, hornos de brea, refugios…) y formas de vidas en el Pinar de ayer, un bosque habitado, humanizado, alejado del concepto de espacio natural que de él hoy tenemos, donde el dominio y conocimiento que de él tenía la gente, nuestros abuelos, y la carga vivencial de los años de trabajo en el pinar, conforma todo un rico y complejo universo de relaciones sociales. Es todo un universo simbólico cargado de significados, que lo pueden ustedes saborear, repito en este interesantísimo libro.


Saludos Siso

 

las cruces y las enramadas de mayo

las cruces y las enramadas de mayo

Recomendamos gustosamente la última publicación de Siso Suárez en bienmesabe.org, la revista de nuestra cultura popular. En este artículo se hace un breve repaso por las tradiciones en torno a la festividad de la cruz en este mes.

Como siempre, logra imprimir a su discurso un tono histórico y familiar, ahondando sobre todo en cuentos, leyendas y anécdotas. Llaman mucho la atención las cruces de Artenara y Tejeda.

Que aproveche.

Se puede disfrutar pulsando AQUÍ.

MAYO, MES DE RECUERDOS Y CELEBRACIONES

MAYO, MES DE RECUERDOS Y CELEBRACIONES

No sé… pero siempre mayo fue para un mí un mes distinto. Cuando pequeño era el mes en que se acercaban aquellos temidos exámenes finales de Bachillerato a una sola carta y en Las Palmas. Era el mes de “venir y vamos todos con flores a María” en aquellos años del nacionalcatolicismo, cuando la religión en las escuelas y centros de enseñanzas medias conformaba los inseparables binomios de contenidos doctrinarios con los académicos.

Empezaba el mes de mayo con las enramadas de las cruces y, cómo no, en la emblemática Cruz del Siglo. La veíamos desde la ventana del Colegio (luego instituto de La Palmilla). La tarde del dos de mayo íbamos comprobando el gentío que se iba aglomerando alrededor de ella y no estudiábamos casi nada pendiente de que Carmita Afonso nos dejara salir temprano para tomar el camino de Castañeta, de paso coger aquellos tomates tan dulces, de unas matas ya secándose en los burros, en los momentos finales de la zafra, tomar la cuesta arriba de Castañeta y llegar hasta la planicie de Las Tabladas, donde el alisio soplaba más que nunca.

A mitad del mes venía la Fiesta de San Isidro, el patrono de la agricultura. Su imagen estaba en la capilla lateral izquierda de la ermita de San Nicolás, al lado de la Virgen del Carmen. Con su plácida mirada al Cielo y tocando suavemente las espigas de trigo, generaba una sensación, en la religiosidad de entonces, de esperanza para la zafra siguiente. En algunos años, su procesión por las calles del pueblo se llenaba del colorido de las Niñas de la Sección Femenina, que ataviadas con los “trajes típicos” bailaban en coro las canciones de la tierra.

Años después, se instituyó el Día de San José Obrero en homenaje a los trabajadores. Luego, en la transición democrática, las organizaciones sindicales se consolidaron y se instituyó la Fiesta del Primero de Mayo. Después de muchos años la clase trabajadora recuperaba por mayo su protagonismo, después de haberlo perdido con el golpe del 18 de julio de 1936.

Aquel protagonismo sindical se perdió también en La Aldea, en aquel 18 de julio de 1936, cuando se borraba para siempre la primera asociación sindical obrera local; el Sindicato de Oficios Varios y Agrícola de San Nicolás, cuyo presidente era Adolfo Falcón Suárez, quien estando aquel día en Las Palmas de Gran Canaria, se apresuró a venirse para La Aldea para quemar toda la documentación de dicha organización sindical, sobre todo el listado de los afiliados. Fue uno de los represaliados físicamente, otros tuvieron que esconderse por unos días fuera del pueblo. De aquella primera organización sindical obrera aldeana conocemos a toda su junta directiva:

Vicepresidente: Juan Suárez Quintana

Secretario: Francisco Camejo Ramos

Vicesecretario: Vicente Hernández Sosa

Tesorero: José Rodríguez Almeida

Contador: Antonio María Godoy del Pino

Bibliotecario: Antonio Casas Vega

Vocal 1º: Juan Ramírez Segura

Vocal 2º: Juan Saavedra Rodríguez

Vocal 3º: Santiago Rodríguez Galván

Vocal 4º: José Ojeda León

A estos se une una lista de más de 140 afiliados. Pero todo se olvidó en los largos años del franquismo. Con esta celebración del Primero de Mayo los volvemos a recordar. El pueblo que no recuerda su historia está condenado a repetirla.

 

Ofrenda de las Niñas de la Sección Femenina a San Isidro, 15 de mayo de 1964

BREVES APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD. EL CENTRO CULTURAL Y RECREATIVO SAN NICOLÁS, ANTES CENTRO CULTURAL Y PROGRESISTA SAN NICOLÁS. I

BREVES APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD. EL CENTRO CULTURAL Y RECREATIVO SAN NICOLÁS, ANTES CENTRO CULTURAL Y PROGRESISTA SAN NICOLÁS. I

Texto leído en la conmemoración del 75 aniversario de fundación

El año 1928 marcó un hito importante en lo que respecta a la historia social y económica de La Aldea de San Nicolás: la Comisión Ejecutora del Decreto Ley 15 de marzo de 1927 terminó de entregar las escrituras de las tierras a los colonos con lo que se acababa para siempre el Pleito de La Aldea y además se fundó la Comunidad de Regantes; se crearon definitivamente la plaza de médico titular y la Banda de Música Municipal; además se terminó, por primera vez en muchos años, una zafra tomatera sin litigios sociales. Por primera vez llegó, por mar, el primer vehículo a motor, la camioneta de los hermanos Cebrián. Y aquel año, que es lo que nos trae hoy aquí, se fundó el Centro Cultural y Progresista San Nicolás, la Sociedad, un 20 de agosto como el de hoy.

Los años 20 del recién pasado siglo habían traído a las Islas Canarias muchos adelantos tecnológicos en el contexto del puertofranquismo, con sus relaciones portuarias y las exportaciones de tomates y plátanos al mercado europeo de la libra esterlina. Sobre todo, fueron los pueblos del litoral los que alcanzaron una mayor cota de desarrollo social, económico y sanitario: boticas, bandas de música, sociedades recreativas, equipos de fútbol, etc., fueron elementos de aquel progreso.

Centrándonos en nuestra Sociedad, su fundación en 1928 se debió a una iniciativa ciudadana canalizada en buena medida por emigrantes que, en aquel año, habían regresado de Cuba, como era el caso de Simeón Rodríguez Navarro, Francisco Ramos León y Abel Hernández Medina.

De don Paco Ramos diremos que fue el primer presidente que tuvo nuestra sociedad. Había desarrollado en Cuba notables iniciativas sociales y políticas como miembro directivo de cuatro importantes entidades: la Asociación Canaria de Beneficencia, Instrucción y Recreo de La Habana, de donde saldría la Beneficiencia Canaria (una mutualidad), El Partido Nacionalista Canario y Canarias (otra sociedad cultural y recretativa) por lo que no es de extrañar que el régimen estatuario y reglamento aprobado en 1928, tenga parecidos a los de aquellas asociaciones canario cubanas. Sobre don Simeón Rodríguez, conocido constructor, sabemos que trabajó de forma muy activa en la fundación de esta sociedad aunque en la sombra, sin aparecer como protagonista, como también lo hizo en la sombra don Abel Hernández Medina. Todos ellos idearon la constitución de esta sociedad en las tertulias que llevaban a cabo en la tienda de don Basilio o en la fonda de las Narcisas2.

Junto a estos ilustres aldeanos emigrantes, también trabajaron las personalidades más destacadas de La Aldea, a fin de dotar al pueblo de un centro social que aglutinara las relaciones y actividades recreativas. En principio se instaló su sede en esta misma calle, en un local propiedad de Manuel Afonso.

A la nueva fundación se la dotó, entre 1928 y 1936, de una filosofía progresista con la adquisición de libros de tendencias sociopolíticas que luchaban contra el ostracismo que aún se daba en la vida y sociedad.

En el plano recreativo comenzó canalizar la diversión de la juventud en los animados bailes, unos de carácter oficial que requerían la máxima compostura (traje, corbata…) y otros llamados de asalto, que no precisaban del rigor reglamentario. Ambos fueron relegando a un segundo lugar a los bailes de taifas que se daban en casas particulares.

El golpe militar del 18 de julio de 1936 afectó profundamente a las ideas de progreso que representaba nuestra sociedad; muchos de sus libros, los considerados de tendencias democráticas, sindicalistas o de izquierda. fueron quemados como en la época de la Inquisición. Los cargos directivos y actividades fueron controlados por personas muy afines al nuevo régimen del franquismo, en el ambiente bélico que por entonces se vivía.

Los años de la posguerra, aunque difíciles por la carencia de los recursos vitales, fueron afianzando aún más al ahora Centro Cultural y Recreativo San Nicolás, que traslada su sede al actual edificio, propiedad de la familia Quintana. Por entonces los bailes de taifas se mantenían en lugares como El Hoyo, Tasarte, Tasartico, etc., pero en decadencia. Los bailes eran amenizados con la música de un piano unas veces tocado por Santiago Suárez (Taíllo) y otras por el director de la banda municipal de música Buenaventura Araújo (Venturita).

SIGUE...

 

BREVES APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD. EL CENTRO CULTURAL Y RECREATIVO SAN NICOLÁS, ANTES CENTRO CULTURAL Y PROGRESISTA SAN NICOLÁS. II

BREVES APUNTES SOBRE LA HISTORIA DE LA SOCIEDAD. EL CENTRO CULTURAL Y RECREATIVO SAN NICOLÁS, ANTES CENTRO CULTURAL Y PROGRESISTA SAN NICOLÁS. II
Los años 50 y 60 fueron los más importantes de nuestra sociedad, con centenares de socios, unos fundadores y otros de número. El pueblo crecía al soco de las exportaciones de tomates y nuestro centro canalizaba casi todas las fiestas bailables por días señalados, como los carnavales y la Fiesta de San Nicolás. La hemeroteca era un lugar que, tanto por el mediodía como por la tarde-noche, atraía a numerosos lectores de la prensa diaria, así como las salas de juego. En esta década la mayor parte de los bailes eran amenizados por la Orquesta Araújo con los inolvidables músicos locales como Ofito, Domingo, Moreno… bajo la dirección desde el piano de Venturita y con la voz de Paco Ruiz que llegó a cantar incluso en Las Palmas de Gran Canaria y por el Norte con el nombre artístico de El Ruiseñor del Norte, personajes muy recordados y casi todos desaparecidos por la ley inexorable del tiempo.

Entre finales de los años sesenta del siglo pasado y avanzados los setenta, aquel esplendor de nuestra sociedad continuó en alza, no sólo con los animados bailes sino con una nueva dimensión cultural: el coloquio y el debate. Volvían a discutirse las ideas políticas y culturales con personajes invitados como el poeta Padorno (director del Instituto), el pintor Pepe Dámaso y otros más. Se proyectaban películas y se difundía mucha cultura en unos años preciosos en los que comenzaba el fin de la dictadura y el principio de la Transición política. La Orquesta Araújo ya estaba en decadencia y comenzaron a surgir los primeros conjuntos musicales locales, como fueron Los Grajos y Los Volcanes, que tantas noches de baile amenizaron, sobre todo las veladas de Nochevieja-Fin de Año, donde concurría toda la juventud de pueblo con las personas mayores para divertirse conjuntamente.

Pero, luego, los años de la consolidación democrática, paradójicamente, fueron negativos para esta institución, ya que no oftecía alternativas atrayentes para la juventud. La crisis se detuvo en el período de 1988 a 1990, con una directiva más dinámica que ejecutó obras de reformas y recuperó los ciclos de conferencias; pero luego el centro continuó, irremediablemente, perdiendo socios hasta los tiempos recientes en que todos sabemos y somos conscientes de su situación y el esfuerzo realizado por darle un mayor dinamismo con la participación juvenil.

LOS INGLESES EN CANARIAS, OTRA HISTORIA MÁS

LOS INGLESES EN CANARIAS, OTRA HISTORIA MÁS

(Para Cristina la de Ofelio)

 

Hace unos días que una antigua y apreciada alumna, Cristina, la hija de Ofelio, que en paz descanse, me pidió que escribiera algo de los ingleses en Canarias, pues ella, emigrante hoy en la tierra del autor de Romeo y Julieta, ha descubierto por los muelles del Londres histórico alguna toponimia familiar como es el Muelle de Los Canarios. No es mucho lo que en estos momentos vaya a contarle, pues tendría que estar varios días o semanas rastreando por las muchas referencias bibliográficas que de esta relación histórica entre los pueblos canarios y británicos hay, más lo que la tradición oral que aún pervive puede darnos.

Los ingleses en Canarias. A lo que íbamos en forma de retazos. Empiezo por Marcos Sánchez Ojeda, conocido por Pepito Sánchez, que en paz descanse, quien tanta información me facilitó sobre su experiencia en la vida cotidiana de Londres cuando allí residía para atender a los mercados del tomate de la empresa de su familia. Me lo contaba en aquellas tardes de tertulia en la Disa, al soco del alisio. Hacía referencia a todos los trajines de los tomates que venían de Canarias, que llegaban al muelle que tú dices, el Muelle de Los Canarios, y que luego en su mayor parte se distribuían en el mercado Covent Garden, hoy desaparecido pero reconvertido en un espacio público. Más tarde este muelle, en el mismo Támesis a su paso por el centro de Londres, se hizo insuficiente ante el aumento del tráfico de buques y los desembarcos de la fruta Canaria comenzaron a hacerse en los muelles de Liverpool y de Thirlbury, muelles también muy antiguos donde aún se apreciaban los distintos rótulos colgados del techo de las naves con los destinos de la ultramar británica desde Hon-Kong hasta Sudáfrica. Entre otras curiosidades Pepito me contó que, en una ocasión, precisó de una complicada operación quirúrgica en un hospital público de Londres y cuando salió del mismo preguntó por los gastos y asombrado recibió la respuesta de nada pues la sanidad ya en aquel entonces era completamente gratuita.

En aquellos años, los cincuenta del siglo pasado, se vivía la época de mayor dinamismo comercial entre Canarias e Inglaterra con las exportaciones de tomates, plátanos y papas, aún pervivía aquella histórica etiqueta de Canary Island Produce. A pesar de la autarquía económica impuesta por el franquismo, éste régimen político permitía, como una gran excepción, las exportaciones e intercambios comerciales entre nuestras islas y el imperio comercial británico. Por tanto las libra esterlinas eran la única divisa extranjera que entraba en el Estado español sin apenas control arancelario. Los exportadores declaraban una parte de las mismas; las demás entraban a escondidas. Así las empresas de tomates crecieron como la espuma, más aún con un sistema capitalista salvaje donde no había control de salarios. Por citar algún ejemplo diremos que la célebre Comunidad de Veneguera adquiría camiones en Londres y los introducía en la isla con el objetivo del servicio en su latifundio, aunque el negocio venía dentro de las gomas de sus ruedas que en vez de aire a presión venían llenas de billetes de libras esterlinas. Por entonces yo era muy pequeño, no tanto como para observar que casi todos los camiones, motores para sacar agua de los pozos, tejidos, material de ferretería… venían del mercado de Londres, incluso unas deliciosas chocolatinas.

Pero este momento histórico de hemegonía de lo inglés en Canarias no era nuevo. Desde siglos atrás los vínculos insulares con el mercado de la libra fueron muy estrechos; primero los vinos, William Shakespeare los alabó en sus escritos, la barrilla para fabricar sosa, la orchilla para teñir en las fábricas de tejidos de Londres, la cochinilla también como materia prima de diversos tintes, los quesos… Es más, los ingleses siempre quisieron dominar a Canarias, pero fracasaron en su intento de hacerlo a tiro de cañón y punta de fusil. Todos sabemos que las escuadras de Francis Drake, Hawkins, Nelson… no pudieron conquistar nuestro archipiélago y que en las guerras de la década de 1740, al menos en una ocasión lo intentaron por la playa de La Aldea, como he contado en otras ocasiones. Más serios fueron los planes de Churchill, en la Segunda Guerra Mundial, de invasión en toda regla, si Franco entraba en guerra al lado de los alemanes. Para ello los ingleses prepararon al menos tres ataques por mar y aire; invasiones conocidas como el Informe de 1940, la Operación Pilgrim, y la Operación Tonic (1942), cuyos detalles en inglés, el lector interesado puede encontrarlos en el libro Canarias en la II Guerra Mundial, escrito por Victor Morales Lezcano (Edirca, 1995).

Los enlaces comerciales con el área de la libra esterlina estaban en su mayor parte en manos de británicos que vivían en nuestros puertos. Es interesante la sencilla lectura del libro Saga Canaria. La familia Miller en Las Palmas, 1824-1990 por Basil Miller, traducido por María Dolores de la Fe (Cabildo de Gran Canaria, 1994). Cuando comienza a consolidarse el modelo político económico del neocolonialismo, las Canarias se encuentran en el paso obligado de la ruta de los vapores ingleses y alemanes hacia ultramar, teniendo además en sus puertos francos, desde 1852, a una serie de comerciantes británicos que acondicionan carboneras, talleres, comercios, telégrafos, sede de navieras, etc. Y se dieron cuenta de que los barcos, cuando regresaban vacíos de las tierras de ultramar, podían cargar productos agrícolas en los puertos canarios para llevarlos a Londres. Y fue así como nació la idea de los ingleses de experimentar los cultivos de plátanos, tomates y papas. De esta forma se establecieron muchos más comerciantes y navieros británicos en nuestras principales ciudades portuarias, algunas de ellas de carácter multinacional, como fue la firma de Elder-Fyffes. Con los ingleses vinieron comerciantes de sus colonias en Oriente Medio, con lo que así se explica la presencia en Canarias de los indios y árabes.

En este nuevo contexto comercial y portuario de finales del siglo XIX y principios del XX se encuentran las primeras promociones turísticas desde Londres. Canarias, con su fama de islas paradisíacas con balnearios de aguas medicinales para la salud, se consolidada como centro receptor de turistas europeos. Fue un turismo de calidad, de gente con dinero que tanto deseaba disfrutar de nuestros paisajes como del saludable clima y sus aguas medicinales; alrededor de sus fuentes surgieron los balnearios de Azuaje, Teror, Berrazales… Yo recuerdo que al menos hasta los años cincuenta, cuando veíamos llegar a cualquier turista extranjero, fuera de la nacionalidad que fuera, le decíamos “ingleses”; los saludábamos, corríamos detrás de sus coches, se paraban, se sacaban fotografías con nosotros y le correspondíamos con tomates de las fincas que estaban en la orilla de la carretera. Cuando nos daban alguna moneda inglesa creíamos haber conseguido un tesoro, porque oíamos que el dinero inglés valía mucho.

Pero en La Aldea no fueron los ingleses los que introdujeron los tomates hacia 1897-1898, fue don Carlos Jaack, un alemán que hacía de cónsul de su país en Santa Cruz de Tenerife, lo que supuso una gran alarma en el gobierno inglés; pero pocos años estuvo el alemán en nuestro pueblo, pues se arruinó hacia 1904 y pronto los ingleses, a través de la multinacional de Fyffes, monopolizaron la recepción, empaquetado, transporte y comercialización del tomate. A esta célebre casa, que también puso almacenes en las playas de Guguy Grande, Tasartico, Tasarte, Veneguera, Mogán… se unió mister Dum.

Más tarde, después de la Gran Guerra, llegó el más celebre de todos los ingleses del Norte de Gran Canaria: mister Leacock. Puso su almacén por debajo de La Bodega, en el lugar donde se cruza la calle que va para el Estanco, que luego fue adquirida por la Comunidad Bersabé y donde su encargado, don José Rodríguez, celebraba las célebres veladas de boxeo. Aquel célebre inglés eligió como encargado a don José Martín, que trabajaba con Fyffes. Un hijo de este, mi vecino Pepito Martín Medina, me contó que cuando su padre, en 1920, fue a dejar a Fyffes, una gran empresa, por la de mister Leacock, el encargado, que era José Rodríguez Armas, le dijo que cómo iba a dejar una casa tan importante con almacenes en todas partes del mundo por otra de mucha menos importancia y él le contestó: “Amigo don José, dice un refrán que vale más ser cabeza de ratón que cola de león”. Mister Leacock ha sido uno de los empresarios ingleses más importantes de Gran Canaria. Era ingeniero y heredó de su padre las propiedades de Canarias, mientras que las de Madeira las heredaron sus otros hermanos. Porque Madeira era también otra isla que aunque portuguesa estaba dominada comercialmente por los ingleses y allí ellos se inventaron el negocio de los bordados y calados, cuya forma de explotación comercial la trajeron también a Canarias. Pero aún no he acabado con mister Leacock, porque aparte de empresario fue un gran ingeniero que trabajó siendo muy joven en el canal de Panamá por expreso deseo de su padre, que lo mandó allí para que se formara y aprendiera del sudor por conseguir un sueldo. En los años veinte mister Leacokc trajo a La Aldea los primeros motores de explosión marca Ruston para sacar agua de los pozos. Arrendó las tierras de Los Caserones, de don Pancho Díaz. Y fue muy generoso con nuestros agricultores al cederlos a crédito; todavía queda alguno de estos motores ingleses, quizás el mayor es el de don Pancho Díaz en Los Caserones, una pequeña sala de máquinas que está en la misma orilla de la carretera, donde todas las tardes se junta la tertulia de Carrillo, mi tío Lito y otros. Mister Leacock, de ideas democráticas afines al laborismo inglés, no comulgó con el golpe de estado de 1936; al contrario, ayudó con combustible en el fallido intento de escapar de la isla, en falúa, al delegado de gobierno Egea y otros desde el puerto de las Nieves.

Todos sabemos que el 18 de julio de 1936 en el avión inglés Dragón Rapide, Franco se desplazó desde Gran Canaria a Marruecos. Algún exportador inglés pudo estar también detrás de esta operación. El piloto, Cecil Harry W. Bebb sabía que estaba en una misión secreta para iba a trasladar a un jefe rifeño desde Canarias a Marruecos. Tras aterrizar en la isla procedente de Londres, se alojó en el Hotel Metropol, el 15 de julio de 1936, en compañía de sus viajeros ingleses, el comandante Pollard, su hija y una amiga. Le habían dicho: “Capitán, en cuanto lleguemos a Las Palmas le dejaré instalado en un hotel turístico de la ciudad. No se aburrirá usted, hay muchos compatriotas nuestros y bellas chicas de todo Reino Unido, pero sea discreto, no revele nada a nadie, este es un viaje de placer, un capricho del comandante Pollard, de su hija y de su irresistible amiga”. La tarde del 17 de julio le llegó al hotel en una bola de papel la clave convenida: “Take these two fellows to Mutt-Jeff”. Pero cuando al día siguiente, ya en Gando, se encontró con que el personaje a trasladar, en vez de un jefe rifeño, era el general Franco, se acordó de Hitler y Mussolini y pensó “Dios mío, yo he cogido al tercero”. Así lo cuenta en su libro Gran Canaria, puente entre civilizaciones, José Ferrera, que tuvo la ocasión de entrevistar al piloto inglés.

Volviendo a mister Leacock, diremos que después del golpe de estado de 1936, temió represalias del franquismo y se fue de la isla, volviendo años después, cuando sus negocios agrícolas por todo el Norte continuaban en alza. Libre de persecuciones políticas, se centró en su empresa: diseñó un modelo de fabricación de tubos para el transporte de agua que se extendió por toda Canarias, fundó la primera fábrica de bloques huecos para la construcción y a su muerte dejó su fortuna en manos de sus trabajadores, siendo enterrado, como era su deseo, en Guía, aunque para él nunca existieron fronteras entre Guía, Gáldar y Agaete: quiso descansar en su Norte.

A propósito del encargado de Fyffes en La Aldea, José Rodríguez Armas, el padre de los Rodríguez Marrero, diré que era una persona que estuvo mucho tiempo en Inglaterra como receptor de frutos y que, cuando se vino para La Aldea, siguió manteniendo las costumbres inglesas incluso en el vestir, por lo que le decían El Inglés. Su hijo Rafael, el padre de Carolina la del Centro de Salud, sabía mucho inglés y del mismo recibí por primera vez, en el Colegio, clases de inglés junto a mis compañeros de estudios.

Y continuado con la historia esta, les diré que después de mister Leacock vino a La Aldea, ya solucionado el Pleito de La Aldea, a principios de los años treinta, la empresa de los hermanos ingleses Antonio y Juliano Bonny Gómez, cuya sede, El Almacén de Los Picos, aún desafía el tiempo y debería ser protegida. Ellos se valían de palomas mensajeras para contactar con Las Palmas de Gran Canaria, para conocer los precios del tomate en los mercados de Londres.

Poco después lo hizo el también inglés Pilcher, que trajo como encargado al teldense don Silvestre Angulo, quien se quedaría para siempre en nuestro pueblo como empresario, invirtiendo continuamente en el pueblo hasta conformar en Los Espinos-La Hoya quizás la mejor finca del municipio; también puso almacén en nuestro pueblo el inglés mister Harris.

Por entonces no se oía en el valle de La Aldea más que los estampidos de grandes motores que sacaban agua de los pozos, entre el chirrido metálico de aquellos vergajones que tiraban en la oscuridad de las bombas de pistón y elevaban las aguas succionadas hacia las hoyas y laderas. Eran voluminosos motores de marcas inglesas como Ruston, Robey, Robson, Lister, Petter… Por las carreteras el tráfico incesante de los grandes camiones, con rugidos no sé si agonizantes o de fortaleza, a tope con sus cargas de ceretos y cajas de tomates, también llevaban marca inglesa, con el sello del volante a la izquierda; eran los aún recordados Seddon, Stwart, Dogge, Leyland, Fargo, Austin, Bedforf… conducidos por chóferes experimentados.

En fin, Cristina, habrás visto que es muy significativa la presencia inglesa tanto en nuestro pueblo como en toda Canarias, que incluso deja su impronta en los juegos infantiles, en la introducción del fútbol y el boxeo, en la arquitecturas e ingeniería, en el lenguaje (cambullón, naife, wan-chu-frio-leren…) . De verdad que tendría mucho más que contarte ¿Sabías que desde Las Alcaravaneras hasta Santa Catalina se le llamaba el barrio de los ingleses? ¿Que ellos también se establecieron en Tafira y El Monte con pequeños chalet diseñados con los modelos historicistas que por entonces se imponían en Inglaterra? ¿Que diseñaron con un proyecto de ingeniería unir Las Palmas de Gran Canaria con Gáldar con una línea férrea? ¿Qué trabajaron muchos ingenieros y arquitectos ingleses en obras diversas, aunque los planos iban firmados por técnicos insulares? Todo esto y más se puede estudiar en el libro publicado por el Cabildo de Gran Canaria, de varios autores y que lleva el título Canarias e Inglaterra a través de la Historia (1995).

Para terminar, porque tengo que hacerlo, incluyo este fragmento de un largo capítulo de un libro conocido: Las casas de los pobres que visitamos en La Aldea tenían generalmente una única pieza, en el extremo de la cual había un par de camas separadas del resto de la habitación por unas cortinas de muselina. El piso de tierra se cubría con una gran estera de palma… Se trata de un valioso relato de una viajera inglesa que recaló por La Aldea el lunes 12 de noviembre de 1884 y que fue publicado en 1887, con las demás descripciones de los pueblos canarios que visitó en compañía de su esposo Harris Stone, que, Cristina, tú puedes consultar en cualquier biblioteca de Londres y que quizás lo conozcas: Tenerife y sus seis satélites o pasado y presente de las Islas Canarias por la inglesa Olivia M. Stone, una romántica viajera.

En La Palmilla a 12 de marzo de 2006.

 

SEMBLANZAS ALDEANAS (I). Seña Severa Montesdeoca Melo (1843-1930)

SEMBLANZAS ALDEANAS (I). Seña Severa Montesdeoca Melo (1843-1930)

Seña Severa

He aquí un nuevo trabajo de Francisco Suárez Moreno, primero de una serie que esperamos sea muy numerosa,que versa sobre la figura de una mujer admirable, Seña Severa Montesdeoca, protagonista como la que más de la lucha de nuestros antecesores por la propiedad de nuestra tierra, La Aldea.

Fue publicado en la página del Instituto de Enseñanza Secundaria de La Aldea, como una de las tantas actividades de este centro educativo para conmemorar el día internacional de la mujer. Imperdonable perdérselo.

Para descargar el texto completo, pulsar AQUÍ.

PAISAJES EN EL RECUERDO (I). Las manchas del Charco

PAISAJES EN EL RECUERDO (I). Las manchas del Charco
Francisco Suárez Moreno

Aún recuerdo el revuelo que se formó en la escuela pública de La Ladera, cuyo titular era Bibiano Sánchez Ojeda, don Juan Sánchez, cuando el maestro sustituto, don Néstor León, nos comunicó que íbamos a salir de excursión. Por lo menos yo, nunca había oído semejante propuesta escolar. Entre el alegre alboroto de los chiquillos con su cadenciosa voz el joven maestro nos iba diciendo: “peseta y media para la guagua, un bocadillo, gorra o sombrero, cantimplora o botella con agua… la excursión se hará a la playa, almorzaremos a la sombra de los tarajales del Charco…”
El lugar elegido por el maestro era Las Manchas, como así era conocido el entorno de este emblemático lugar. Casi finalizaba la década de los años cincuenta, coincidiendo con un ciclo de buenos años de lluvia y en aquellos primeros meses de 1958 el humedal alcanzaba una extensa superficie, en cuyos bordes crecía un bosque de tarahales, juncos merinos, berrazas, barrillas y todo tipo de hierbas. Un siglo atrás, decían los viejos de antes que desde este punto se podía llegar, barranco arriba, hasta San Clemente saltando de rama en rama de los tarahales. De ser cierto nos podemos imaginar cómo pudo ser todo nuestro barranco y más aún de frondosa la zona de Los Manantiales hasta La Manchas, cuyo borde izquierdo, por La Marciega Baja, se conocía como Las Bandillas. Tiempo más atrás el bosque de tarahales de Las Manchas de El Charco era un humedal tan frondoso que servía de defensa a las milicias locales frente a las temibles invasiones del corso inglés, como sucedió en 1743: “En otra de las invasiones que aconteció por el puerto principal de La Aldea, hirieron y mataron a muchos ingleses, de forma que les puso en la necesidad de retirarse” (legajo 1349. Consejo de Castilla. Archivo Histórico nacional. Madrid). Por esta razón el Comandante General, una especie de Virrey de Canarias, prohibió las rozas en este lugar para formar terrenos de cultivo, rozas que se hacían sobre tarahales y juncos merinos.
Así pues, aquel era un lugar ideal para que los niños de la escuela pública de Los Espinos, en La Ladera, pasaran una alegre jornada de convivencia, a principios de aquel año. Yo le pedí el dinero de la guagua a mi madre y me dijo que lo cogiera en “el cajón” de nuestra tienda, un comercio de ultramarinos que vendía de todo en mi barrio de Los Espinos. Abusé de su confianza: en vez de peseta y media cogí tres para, de paso, comprarme un bocadillo de chorizo en la tienda de la Recovilla, en La Ladera, como si en el establecimiento de mis padres no hubiera de todo con lo que entonces se hacían los bocadillos, sobre todo a las mujeres de los almacenes en sus largas veladas de trabajo nocturno: mantequilla, mortadela, queso… pero me tenían prohibido, con lo sabrosos que eran y siguen siendo, los chorizos de Teror. Siempre tuve un gran remordimiento por haber cogido aquel dinero de más y lo confesé a mis padres años después, con la risa como respuesta, pues fueron muchos los años que trabajé detrás de aquel mostrador, en mis horas libres del estudio.
Volvamos a la escuela. Puntuales y obedientes llegamos todos los alumnos a la escuela aquel día con nuestros bocadillos y el dinero para la guagua; pero la mayoría pasamos por alto el agua, cosa a la que en un principio apenas le dimos importancia en la alegría de aquella mañana.
La guagua era de Juan García, que vivía allí mismo, en la punta de abajo de la cuestilla de La Ladera, frente a La Recova, antiguo molino de gofio. Hacía poco la había traído a La Aldea cuando entonces no había ningún medio de transporte de pasajeros, salvo los viajes esporádicos que se empezaban a realizar en un coche negro de antes de la guerra adquirido por Antoñito Medina, Bienvenido. “Bienvenido bien está,/ vecino de Pedro Chas,/ se compró un cochito/ para los aldeanos pasear”, era la estrofa que la gente se había inventado para celebrar el evento. La guagua de Juan García era un vehículo viejo y cansado, camión de importación carrozado por carpinteros insulares, vehículo de tercera o cuarta mano que venía de los saldos del transporte de Inglaterra, por eso llevaba el volante por la derecha. No llegó a estar mucho tiempo funcionando en La Aldea, porque su motor ya no podía más y lo comprobamos nosotros aquel día. No sé cuántos fallos sacó al arrancar y por el recorrido. En fin, que llegamos ya tarde a La Playa.
Allá abajo, entre el mar y los tarahales, no se imaginan la alegría de todos nosotros, una vez que el maestro nos dijo, como en el cuartel, que rompiéramos filas. Las intrincadas ramas del bosque de tarahales fueron un mundo nuevo para nosotros; una selva de las películas que veíamos en el Cine de don Juan Marrero, el Cinema X .
Hicimos los equipos, capitán primero y capitán segundo, para pedirnos por orden a cada componente. Esta vez no para jugar a la pelota sino para la guerra, el juego de “manos en alto”, por aquellos pasadizos bajo los troncos y ramas de tarahales que crecían vigorosamente sobre las arenas y la greña, desde El Charco hasta las fincas de don Pancho Díaz, en Los Caserones.
Del almuerzo no hablamos porque nuestros bocadillos de chorizo desaparecieron en un santiamén y, entre su grasienta sustancia y las mil correrías por los pasadillos de los troncos de los tarahales, pronto llegó la sed, terrible sed que acabó con nuestra “guerra”. El nuevo objetivo era buscar agua. Entonces no había ningún bar en La Playa. No podíamos salir del entorno del Charcho por orden del maestro y decidimos pasar a la misión propia de los exploradores. Había que cruzar el Charco, pasar a la otra banda, la de El Roque y Las Bandillas o subir hacia El Puente, que ya no tenía obra de fábrica alguna pues hacía unos años que el barranco se lo había llevado.

Y exploramos todas Las Manchas de El Charco. No nos atrevimos a bañarnos en él por orden del maestro; alguno llevó unos cordeles y anzuelos pero no pescó nada. Hizo bien don Néstor con la rígida advertencia, pues este humedal cuando alcanza su máxima extensión es peligroso para el baño. Por citar un ejemplo, tenemos cómo unos treinta años atrás allí mismo se había ahogado un niño de cinco años, precisamente hermano de nuestro maestro titular, don Juan Sánchez Ojeda. El accidente ocurrió poco después del mediodía de la calurosa jornada del diez de agosto de mil novecientos veinte. Un grupo de niños de las familias de Pedro Segura Almeida y Pedro Sánchez Rodríguez habían ido con una burra a arrancar las abundantes hierbas que aquel año crecían en la orilla de El Charco, cuando uno de ellos, Antonio Sánchez, quiso refrescarse y se adentró nadando hasta el centro de El Charco, donde empezó a manotear y se hundió sin que los demás niños y niñas lo pudieran salvar. También en aquellos primeros meses de 1958, el Charco estaba muy crecido con los tarahales bordeando sus claras y limpias aguas. La Marciega histórica, que dio nombre al lugar, se recuperaba. Estábamos en una naturaleza idílica: abundante vegetación, aguas dulces y más allá la orilla del mar; pero para nosotros era como estuviéramos en un desierto pues la sed era cada vez más acentuada.

En la otra banda del Charco, entre más tarahales, juncos y rojizas barrillas, donde hoy está la ruinosa área recreativa de los asaderos, descubrimos un enorme acopio de bagazos de cañadulce; eran cañas recién trituradas del molino de El Alambique, fábrica de ron que estaba aún en producción a pocos pasos de El Charco. Desde hacía unos dos o tres años comercializaba el producto con una etiqueta diferente: Ron del Charco, Tres Cañas. Y en aquel acopio de bagazos de caña encontramos algo de jugo fresco para el cuerpo, pero a costa de chupar una y otra vez las cañas molidas, lo que nos originó tantas llaguitas en la boca que no sabíamos si el deseo de encontrar agua lo era para calmar la sed o para aliviar el escozor producido en la boca.
Primero fue Quico el de Piedad Armas el que se puso en tendido prono en la misma orilla del Charco diciendo “lo que no mata engorda”, a la vez que empezó a tomar sorbos de agua con la mano para terminar metiendo de lleno la boca. Por un momento nos quedamos expectantes a ver qué decía. “El agua un poco salobre pero…” de inmediato todos hicimos lo mismo y cada buche repetíamos “lo que no mata engorda”. Bebimos no sé cuántas veces, yo creo que hasta empacharnos.

Y no recuerdo más de aquella mi primera excursión. No sufrimos ningún daño inmediato por tomar sus aguas pero sí recuerdo que aquella tarde llegué a mi casa con un fuerte pesar de estómago; una especie de sed que no se apagaba, mezclada con el repetir del chorizo. Mi madre no tuvo duda: “Paquito, cuantas veces te digo mi niño que los chorizos son malos, que tu tienes un estómago delicado”; pero no le dije que había bebido de aquellas aguas pantanosas de El Charco.
* * *
El sábado pasado estuve otra vez por este lugar sacando fotografías desde todos los puntos de la laguna. Se me presentaba en toda su dimensión y con el mayor de los encantos cuando recordé aquella mi primera excursión. La recorrí por ambos lados, desde El Puente hasta Bocabarranco, con el Teide al fondo. A mi parecer encontré el lugar más embelesante que nunca, con las aguas del barranco tan limpias llegando a El Charco, las diferentes tonalidades verdes de los tarahales y sus reflejos en las aguas, teniendo el contraste tan oscuro de El Roque al fondo. Más allá el edificio de El Alambique, ya dormido pero sobresaliente entre la espesura del bosquecillo. El pisar sobre la alfombra húmeda de las rojizas barrillas, la frescura del ambiente, la nitidez de las montañas en este marzo prodigioso me hizo pasar un rato muy agradable con tantos recuerdos; pues cada instantánea con mi mágica Nikon D-70, me transportaba una y otra vez a las sensaciones de aquella primera excursión escolar de mi vida.
En La Palmilla a cuatro de marzo de 2006

La Recolección de la Orchilla en Gran Canaria. Accidentes mortales en La Aldea de San Nicolás (1834-1876)

La Recolección de la Orchilla en Gran Canaria. Accidentes mortales en La Aldea de San Nicolás (1834-1876)

Una vez más nos deleita y nos enseña Francisco Suárez Moreno, Siso, con uno de sus grandes trabajos de investigación, La Recolección de la Orchilla en Gran Canaria. Accidentes mortales en La Aldea de San Nicolás (1834-1876). En esta ocasión nos presenta una visión muy pormenorizada del oficio de los orchilleros y orchilleras que dejaron sus vidas entre riscos y andenes, empujados siempre por las necesidades y el hambre a que los abocaba una forma de vida de pura subsistencia, al albur siempre de las sequías, la explotación y el aislamiento.

No es nueva para nadie con un mínimo de interés por la historia de nuestro pueblo canario la importancia que tuvo la orchilla en el devenir de nuestras islas a través de los siglos, por eso es este un momento más que justo para hacernos recapitular sobre ello y presentar a las actuales generaciones una actividad laboral y económica que, entre otras cosas, produjo un flujo de visitantes de otras latitudes, desde la Antigüedad hasta siglos cercanos. Hablamos del elemento primordial para la confección de la ansiada púrpura de fenicios, griegos o romanos, objeto de un tráfico intenso por el glorioso Mare Nostrum que conformó el caldo de cultivo de las raíces de nuestra civilización. Las islas de los afortunados tienen su hueco en los textos clásicos gracias a la orchilla y algunos elementos míticos, como la Atlántida o el jardín de las Hespérides.

Pero el texto de Francisco Suárez no se queda en un mero repaso y encomio de nuestras raíces nostráticas, no. Partiendo de un asunto particular, estudiado en el artículo “La orchilla y las dificultades de su recolección. El caso de la muerte de Marta Segura Carvajal (1835-1876)”, que se publicó en el Boletín Millares Carló en su boletín nº 22 (2003), el autor indaga en una serie muy completa de casos, hasta lograr un estudio riguroso y completo del tema, que llega hasta el punto de conmovernos, por el enfoque individual que logra conjugar el rigor y respeto a la historia objetiva con la familiaridad y la emoción de la microhistoria (la intrahistoria) de esos personajes que pasan desapercibidos para los manuales oficiales.

Personalmente, no tengo sino elogios para este trabajo, porque presenta la vida y la muerte de mi antepasada Marta Segura Carvajal, siempre viva en la tradición oral de mi familia y porque supongo que lo mismo les ocurrirá a los descendientes de los demás orchilleros estudiados. Es difícil describir lo que se siente cuando te ves inmerso en una parte real del devenir de los acontecimientos que afectan a tu comunidad, en la persona particular de una antecesora, pero creo que todos los lectores se sentirán conmovidos por estas historias y las verán como suyas propias, porque sus vidas no quedaron en mero suceso. Cada uno de ellos es un ejemplo de lo que se ha tenido que trabajar, sufrir y luchar para llegar a nuestro estado actual de supuesto bienestar.

Infonortedigital.com edita una obra cargada de rigor pero también de emoción y la ofrece a sus lectoras y lectores en el siguiente enlace:
http://www.infonortedigital.com/publicaciones/docs/55.pdf